Leemos poesía ecuatoriana publicada por El ángel editor. Leemos poemas de Eduardo Soria (Cuenca, 1973). Es periodista, investigador, documentalista y escritor. Pionero en la investigación sobre la minería ilegal. Ha publicado varios libros de historia, sociología y economía, entre ellos: Nómada en el amazonas (2003), Integración Amazónica (2015), De qué hablamos cuando hablamos de minería (2017) y otros. Ha dirigido documentales que develan la realidad de la minería ilegal: El oro volador (2018), El lado oculto de Intag (2018), El río Plomo (2019), La herencia de los ilegales (2019) y Minería ilegal, Capítulo final (2020). Es director de la agenda de Prensa Minera y Magister en derechos humanos constitucionales y ambientales.
¿Existe algo que despierte en nosotros más compasión que el lento reptar del sediento? ¿Existe algo más profundamente aterrador que la sed perpetua? Sed de verdad, de segundos entregados a la paz y a la justa ira, de embriaguez que nos permita resistir el avance de la indiferencia. El poemario «Roca de sed» explora las necesidades más humanas de nuestra sed anímica y ontológica; las necesidades de un individuo que indaga en la saudade más honda, en las cenizas de un lenguaje que conversa con la posibilidad, el pasado y el porvenir; las necesidades de un ser social que se desencanta ante la mecanización y mercantilización del tiempo y del alma humana; las necesidades de un hombre que teme la furia de un dios desconocido; las necesidades de un poeta que reclama justicia y fin a esa sequía prolongada que ha vuelto hierbajos secos lo que antes fue la alta vegetación de la empatía.
Roca de sed es un poemario de metáforas precisas y complejas, de un lenguaje afilado y hermético, muchas veces aterrador y estremecedor, donde no caben las falsas interpretaciones ni la indiferencia. La escritura de Eduardo Soria es, para suerte nuestra, una compleja gota de agua en la garganta seca de nuestra conciencia humana.
Juan Suárez
IV
En las aceras de la indiferencia transitan espaldas cotidianas goteando rutina.
Bajo los escombros del salario mujeres lactan a sus hijos,
sus miradas buscan en el suelo al Sol caído.
Las pantallas “informan” con rictus de éxito y bótox
sangre vertida
en el festival de impunidad
negocio circular de la crónica roja.
El agua asesinada en las ciudades no es novedad.
La historia del agua es una forma mundial de femicidio.
IX
¿Quiénes son ese abanico de voces que agita en la noche?
XIX
Solemnes sabuesos yacen sobre el arroyo y los senderos.
Las patas delanteras extendidas son espigones,
celebran la hoguera en la que devoran milenios
¿Es ámbar solamente aquella savia petrificada?
Sus ramas dotaron de frescura a los saurios que absortos miraban la orogenia andina.
Sus hojas flotaron a la derivan en los flujos y reflujos de milenios, en los cataclismos que trocaron el rumbo del río Amazonas arcano
desembocando hacia poniente.
Araucarias, entre mareas someras, que la sed tornó su madera en piedra.
La fotosíntesis aun fluye en estos tallos como una estela del tiempo convertido en sílice.
Esta flora petrificada cargará racimas de piedras preciosas.
Un mango de citrino.
Guabas de marfil y pepas de amatista.
Naranjillas con el vientre lleno de esmeraldas.
El aire de entonces
¿aún palpita en estas columnas derribadas
que fueron floresta, manglar, y nido de aves a medio espiral de dinosaurio y ave?
Bosque de árboles roca, Puyango.
Mi corazón es un fósil.
XX
En las ciudades
en macetas parques y parterres
sobreviven vados de luz vegetal
oasis anónimos donde flores y simientes
esperan
finalice el smog
y broten alas a las rocas…
¿Un meteoro es una roca volando?
¿Un niño jugando con su cometa es un meteoro con dientes de leche?
En las ciudades
aun sobreviven acantonados en reductos árboles y plantas
esperando el detonar cósmico.
Para cubrir los rascacielos de la codicia
con un musgo universal en final gesto de conmiseración.
En una de las carreteras, vías de escape de la jaula urbana
donde atropellaron a una ciclista.
Me parece que solo en este girón del planeta
el asfalto se levanta y anda.
Reencarnación en oso
en forma de una osa y su osezno.
Hay quienes pudieron fotografiarlos…
XII
Los gallinazos del ruido sobrevuelan ese vado de silencio.
Esperan que se carroñice y sea un estruendo más.
Dispuesto está a inmolarse
para despecho de los verdugos del aire.
El silencio. Siempre resurrecto.
XVIII
Andábamos sueltos, sin plata, sin tiempo (quizá con zapatos) pero con noche, rebosantes de profundidades.
Pasó un búho gigante como cualquier dios que va de un mundo a otro.
Nosotros, abajo, caminando el empedrado, respirando maizales y flores caídas del chirimoyo que la crecida del arroyo convirtió en fragancia.
Siguiendo la luna
o lo que sea
o siguiendo nada.
Décadas después, el mismo peregrinar
sobre asfalto, la cubierta de un barco o el asiento de un avión.
Al acecho.
Esperando ese fulgor donde el día aún no es y la noche no se acaba
La madrugada.
Recibirla a la intemperie es el botín.
Fragantes de atavismo.