Leemos poesía costarricense. Leemos algunos textos de Randall Roque (Cartago, 1977). En 1998 obtiene el Primer lugar en la Categoría de Poesía en el concurso ‘Letra Joven’, organizado por el Centro Costarricense de Ciencia y Cultura. En el 2004 gana el Primer Lugar del Certamen Brunca en el género de poesía de la Universidad Nacional (Costa Rica). En el 2007, recibió el Premio Internazionale di Poesia Castello di Duino, reconocido por la UNESCO, la Presidencia de la República de Italia y otorgado por el Príncipe Carlo Alessandro Della Torre e Tasso en el Castillo de Duino. En el 2017 participó y fue condecorado en el Festival Internacional Primavera Poética (Perú). En el 2019 participó en el V Encuentro Internacional de Escritores en el Bío Bío, Chile (Entre Culturas). En el 2023, participó en el X Encuentro Internacional de poesía “Ciudad de los Anillos” y recibe reconocimiento por su valiosa trayectoria poética y digna representación de su país, Costa Rica, por parte del Alcalde del Gobierno Autónomo Municipal de Santa Cruz de La Sierra en Bolivia. Parte de su trabajo poético ha sido traducido al inglés y francés; además puede hallarse en antologías en Italia, Macedonia, Argentina, El Salvador y Costa Rica. Ha publicado libros como Hago la herida para salvarte (Ed. Arte Poética Press, 2020. USA, Nueva York), El más Furioso de los perros (Ed. UNED, 2022), Bones ´n´ Ribs (Música de huesos) (Poesía. España, Madrid, 2023) o Lo mismo que ninguno (España, Zaragoza, 2023).
Ajedrez de soledades
La soledad de un Rey
es tenerlo todo
sin nadie en quien
[confiar
La soledad del Peón
es estar rodeado
de siete peones más;
todos,
con la intención
[de ser Rey
La soledad del Caballo
es ser una bestia salvaje
atado a una idea recurrente
en una escuadra de dudas
La soledad del Alfil
es ser cruzado, lado a lado,
por la misma cicatriz
La soledad de la Torre
es la fortaleza que demuestra
para evitar a otros sufrimientos
La soledad de la Reina
es entregarse en sabiduría,
en amor completo al Rey,
y esperar siempre,
un castigo a cambio
La soledad del tablero
es cargar el mundo
[a sus espaldas
Una mano invisible que lo mueve
hacia el rumbo equivocado
Miserables
Estoy aquí para decirte
que los peces flotan en el agua oscura,
es fétida la esperanza, día a día,
desechala hijo mío.
Detrás de las cortinas de humo acerado
está el cielo blanco que soñaste,
desechalo también.
Fue suerte que no estuvieras
en una alcantarilla infestada
de insectos y ratas grises
o en el inodoro de un bar
con un cordón de sangre
alrededor de la garganta.
Nada tuvo que ver el amor
ni la bienvenida, hijo mío.
Mío como la posesión
de un perro, una mesa
o una pala para desechos.
Salí de esta ciudad
y entrá a otras;
todas iguales.
¿Aún te queda alguna esperanza?
No esperés nada de nadie
y nadie te defraudará.
No tengás alegrías
y dejará de importarte el llanto.
No entregués amor;
este es el mundo de la ventaja:
Pisá al débil
y
escalá
hasta
la cima.
Ahogate en alcohol
hasta la náusea.
Las personan beben incontenibles
porque el recuerdo sabe aún peor.
Hijo mío, te diría que te amo
pero no es cierto.
Te mostraré que el amor
no entiende a los miserables.
Lobo y hombre
Desde siempre: hombre y lobo,
antes que la rueda y la primera chispa
del fuego.
Cuando formó el canto de la piedra,
la daga en el cuero y la espiga como lanza.
Dios no existía como existe ahora.
Dios era el humo que desaparece,
la lluvia, el pantano que ahogaba
a las bestias.
Dios no era lenguaje ni verbo.
Dios no era nada. El hombre era lobo.
El aullido -porque ambos aullaban-
hacía crujir tierra y luna por igual.
Hombre y lobo aullaron juntos.
Templaron la luna como al hierro
hasta hacerla redonda y hueca.
Después, la palabra distanció
al lobo del hombre: perro y hombre.
La pintura rupestre fue hecha por lobos
u hombres que aún se sentían lobos.
Mordían las plantas, salivaban la tierra.
Hay rastros de uñas largas en las rocas.
En las cuevas, los primeros artefactos.
La domada crin de la hoguera.
El aullido de los perros nos espanta o atrae,
según sea nuestra cercanía con el lobo.
Haru Urara
Perder en los hipódromos es otra cosa;
cuando todos apuestan al número rojo,
al impar en las pistas del polvo ácimo;
no se trata solo de perder,
sino de hacerlo donde todos
tiran su última moneda
Perder, en todo caso,
también es un arte,
una manera
de justificar la ruina
Un caballo purasangre como Seabiscuit
terminó en la memoria de las estampillas
como un símbolo de esperanza
durante la Gran Depresión
En cambio, Haru Urara,
entró a la historia con dignidad,
sin ganar para su Jockey una sola carrera
Salió a correr en espesos lodazales,
pantanos crecidos en barro sobre heno,
la esperanza de los que se saben
irremediablemente perdidos
Es sencillo ser como Frederik El Grande,
el caballo más guapo de la historia
con sus crines en ondulado hollín
al que todos ven galopar
con su larga melena al viento
y no ser
el desafortunado Helhest,
decrépito, enfermo,
con sólo tres patas nórdicas,
un caballo junto a Hela en el inframundo,
cabalgado solo por la muerte.
Un caballo del que todos huyen
con solo escuchar sus cascos
como se huye de una desgracia futura.
Hacer un trato con Helhest,
es hacerlo con el oculto corazón
de los carbones en las minas
Nosotros
encontramos mayor cobijo
en la desesperanza
Nosotros
que vivimos del abandono
rotos en tantas partes que solo
causamos la ominosa compasión
de los alegres, los afortunados
No fuimos ni seremos nunca
como el equino tarpán, Othar,
el temible caballo gris de Atila,
Rey de los Hunos, que donde pisa
no regresa hierba jamás
O como Marengo,
el caballo de Napoleón que combatió
en Austerlitz, Jena-Auerstedt, Wagram,
con ocho heridas profundas sobre su carne,
prisionero en Waterloo, sobreviviente
a trescientos caballos muertos,
con su osamenta en el Museo Británico
No seremos paridos por dioses nórdicos
con ocho patas como Sleipnir, para Odín,
ni tendremos la suerte de ser amados
como “Palomo” el caballo blanco
[de Simón Bolívar,
ser la otra mitad del centauro
en las batallas de Bomboná y Junín
Nosotros nacimos de los caballos
que se rinden en los hipódromos de sed,
siempre dando la última batalla
que no ganaremos
No seremos tan grandes
como el As de Oros de Zapata
recordado en rancheras
ni viviremos la vida de Incitato
junto al emperador Calígula
por quien la ciudad dormía para su descanso
y recibía copos de avena, mariscos, pollo,
mantos de púrpura y joyería, una villa con
sirvientes y caballerizas de mármol
con pesebres de marfil
Apostaremos a perder
porque es el mundo conocido,
y, aún así, los dioses nunca podrán
quitarnos la certeza de la duda
Vendremos del barro como el polvo.
Deshechos de la nada y de sus briznas.
Agitados como la hierba
Doblados
como juncos
que no se rompen
Como un caballo de tres patas
que aún galopa contra los dioses
Antropóloga en París
Describime, Victoria, cómo es Francia,
aparte de etnocéntrica y callada
con huesos fríos como las vigas
de una Torre cansada del turismo
Sos una antropóloga en París
y la antropología es el arte de lo ido.
El grafito que se sacude
con los golpes del atardecer.
Quisiera que volcaras
basureros sobre las aceras
y describieras
cómo es realmente la gente.
En la basura se oculta todo
lo que somos bajo un techo
-Victoria
La arena de las minas de cobre,
el coltán y litio de los celulares,
la ropa vieja que se cose
en maquilas en Asia Oriental,
los restos de la vida de mineros.
Y cuando viajamos,
a pesar de que estamos
en todas partes, y nuestro
oro y minerales se funde
en las monedas
con el símbolo de Francia,
no somos turismo
sino migrantes
También quiero viajar a París,
También quisiera verte,
como antropóloga sabrás tocarme
sin romper demás estos huesos,
escarbar la herida y comprender,
incluso explicarme con detalle,
tanto desaparecido, tanto exilio,
toda esa orfandad sin nombre.
Tenés esa mirada húmeda
de las antropólogas,
esas ruinas dentro
que siempre parecen
decir algo