La tragedia en la edad media. Texto de Roberto Carlos Pérez.

El narrador y ensayista nicaragüense Roberto Carlos Pérez, en su estudio sobre la tragedia, repasa el modo en que se silenció durante la Edad Media.

 

 

 

 

 

La Edad Media: la tragedia calla

 

 

En el año 337 de la era cristiana el emperador romano Constantino I (c. 272 d.C. – 337 d.C.) se hizo bautizar a fin de salvar el Imperio que zozobraba. Los cristianos salieron de las catacumbas y propagaron su religión por todo el mundo conocido. Desde ese momento hasta el Renacimiento el pensamiento occidental estuvo ligado a la Biblia.​​ 

Del siglo II al VII surgieron la Patrística y la teología cristiana con los Padres de la Iglesia, incluidos Orígenes de Alejandría (c. 184 – c. 253), Tertuliano (c. 200 – 248/249), Gregorio de Nisa (entre 300 y 335 – entre 394 y 400), San Agustín (354 – 430), entre otros. Ambos movimientos intentaron responder a las religiones paganas y luego a las herejías, es decir, a los desacuerdos con los dogmas establecidos en los concilios o asambleas de las autoridades religiosas.​​ 

Después, entre​​ los siglos​​ IX al XIV apareció la Escolástica, estrechamente vinculada a la fundación de universidades en Italia, España, Francia e Inglaterra. La Escolástica utilizó el pensamiento grecolatino, especialmente las ideas platónicas, la razón y la antropología aristotélicas para elaborar una filosofía anclada en los misterios de la salvación cristiana.​​ 

En su período máximo la Escolástica contó entre sus representantes más destacados con el monje benedictino​​ San Anselmo de Canterbury​​ (1033 – 1109), los dominicos Alberto Magno (1193/1206 – 1280) y Santo Tomás de Aquino (1224/1225 – 1274), y el teólogo y místico franciscano San Buenaventura de Bagnoregio (1217/1218 – 1274).​​ 

La Escolástica medieval desembocó en la Escuela de Oxford, nombre dado a los frailes franciscanos de dicha universidad que pertenecieron a la Escolástica tardía. Dichos frailes fueron estudiosos de la filosofía, la teología, la lógica, las matemáticas y la física, es decir, fueron adelantados en lo que luego sería la ciencia moderna. También la Escolástica desembocó en las figuras de Juan Duns Escoto (1266 – 1308) y Guillermo de Ockham (c. 1285/1289 – 1347) y en el Nominalismo.​​ 

El Nominalismo es una doctrina filosófica en la que sólo los particulares físicos en tiempo y espacio son reales. Niega, por lo tanto, la existencia de entidades abstractas​​ o universales. El Nominalismo se opuso a la tradición Escolástica platónica-aristotélica y tuvo gran influencia en la filosofía británica posterior. Con esta corriente del pensamiento la idea de razón propuesta por la Escolástica encontró su fin.​​ 

La tragedia calló durante la Edad Media debido a una​​ Weltanschauung​​ en la terminología de Wilhelm Dilthey (1833 – 1911), o cosmovisión católica, inspirada por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, y ordenada racionalmente en las universidades por la filosofía Escolástica.​​ 

Si recordamos a​​ Friedrich​​ Nietzsche​​ (1844 – 1900), no puede haber tragedia allí donde la razón -para él la dialéctica socrática- se impone, ya que con su mesura Apolo se yergue sobre Dioniso.​​ 

 

Aquí el​​ pensamiento filosófico, al crecer, se sobrepone al arte y obliga a éste a aferrarse estrechamente al tronco de la dialéctica. En el esquematismo lógico la tendencia​​ apolínea​​ se ha transformado en crisálida; de igual manera que en Eurípides hubimos de percibir algo análogo y, además, una trasposición de lo​​ dionisíaco​​ al efecto naturalista. Sócrates, el héroe dialéctico del drama platónico, nos trae al recuerdo la naturaleza afín del héroe euripideo, el cual tiene que​​ defender sus acciones con argumentos y contraargumentos, corriendo así peligro frecuentemente de no obtener nuestra compasión trágica: pues quién no vería el elemento​​ optimista​​ que hay en la esencia de la dialéctica, elemento que celebra su fiesta jubilosa en cada deducción y que no puede respirar más que en la realidad y la consciencia frías: elemento optimista que, una vez infiltrado en la tragedia, tiene que recubrir poco a poco las regiones dionisíacas de ésta y empujarlas necesariamente a la autoaniquilación – hasta el salto mortal al espectáculo burgués. Basta con recordar las consecuencias de las tesis socráticas: «la virtud es el saber; se peca sólo por ignorancia; el virtuoso es el feliz»; en estas tres formas básicas del optimismo está la muerte de la tragedia. Pues ahora el héroe virtuoso tiene que ser un dialéctico, ahora tiene que existir un lazo necesario y visible entre la virtud y el saber, entre la fe y la moral, ahora la solución trascendental de la justicia de Esquilo queda degradada al principio banal e insolente de la «justicia poética», con su habitual​​ deus ex machina​​ [*‘el dios (que baja) de la máquina’ en latín, proveniente del griego​​ ἀπὸ μηχανῆς θεóς​​ (apò mēchanḗs theós), expresión y técnica popularizada por Eurípides en cuyas tragedias y a fin de que los héroes trágicos fueran salvados de la derrota, hacía bajar a los dioses al escenario por medio de máquinas: grúas y otros aparatos mecánicos], (El nacimiento de la tragedia,​​ p.​​ 147. Alianza Editorial, 2016).​​ 

 

Nietzsche plantea que cuando la razón y su apuesta por la felicidad se apoderan del hombre aniquilan las sensaciones extremas: dolor, sinsentido y desesperación. Por lo tanto, la tragedia muere. La razón socrática la había sepultado.​​ 

Sin embargo, cuando la racionalidad se fractura y la secularización sigue avanzando sucede un desbordamiento de aguas. De modo que, en algunos períodos de la Historia, a pesar de lo que sostiene Nietzsche, y a pesar de que en la Edad Media existió una cosmovisión providencialista, será posible ver en el Renacimiento, con el ocaso de la Patrística y la Escolástica, y el advenimiento de la ciencia moderna, el velado asomo de la tragedia. Y, sin duda, de forma mucho menos velada resurgirá la tragedia entre 1500 y 1650, es decir, en el Siglo de Oro español.​​ 

 

 

 

 

*Explicación entre corchetes ofrecida por el autor de este estudio.

 

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