La Edad Media: la tragedia calla
En el año 337 de la era cristiana el emperador romano Constantino I (c. 272 d.C. – 337 d.C.) se hizo bautizar a fin de salvar el Imperio que zozobraba. Los cristianos salieron de las catacumbas y propagaron su religión por todo el mundo conocido. Desde ese momento hasta el Renacimiento el pensamiento occidental estuvo ligado a la Biblia.
Del siglo II al VII surgieron la Patrística y la teología cristiana con los Padres de la Iglesia, incluidos Orígenes de Alejandría (c. 184 – c. 253), Tertuliano (c. 200 – 248/249), Gregorio de Nisa (entre 300 y 335 – entre 394 y 400), San Agustín (354 – 430), entre otros. Ambos movimientos intentaron responder a las religiones paganas y luego a las herejías, es decir, a los desacuerdos con los dogmas establecidos en los concilios o asambleas de las autoridades religiosas.
Después, entre los siglos IX al XIV apareció la Escolástica, estrechamente vinculada a la fundación de universidades en Italia, España, Francia e Inglaterra. La Escolástica utilizó el pensamiento grecolatino, especialmente las ideas platónicas, la razón y la antropología aristotélicas para elaborar una filosofía anclada en los misterios de la salvación cristiana.
En su período máximo la Escolástica contó entre sus representantes más destacados con el monje benedictino San Anselmo de Canterbury (1033 – 1109), los dominicos Alberto Magno (1193/1206 – 1280) y Santo Tomás de Aquino (1224/1225 – 1274), y el teólogo y místico franciscano San Buenaventura de Bagnoregio (1217/1218 – 1274).
La Escolástica medieval desembocó en la Escuela de Oxford, nombre dado a los frailes franciscanos de dicha universidad que pertenecieron a la Escolástica tardía. Dichos frailes fueron estudiosos de la filosofía, la teología, la lógica, las matemáticas y la física, es decir, fueron adelantados en lo que luego sería la ciencia moderna. También la Escolástica desembocó en las figuras de Juan Duns Escoto (1266 – 1308) y Guillermo de Ockham (c. 1285/1289 – 1347) y en el Nominalismo.
El Nominalismo es una doctrina filosófica en la que sólo los particulares físicos en tiempo y espacio son reales. Niega, por lo tanto, la existencia de entidades abstractas o universales. El Nominalismo se opuso a la tradición Escolástica platónica-aristotélica y tuvo gran influencia en la filosofía británica posterior. Con esta corriente del pensamiento la idea de razón propuesta por la Escolástica encontró su fin.
La tragedia calló durante la Edad Media debido a una Weltanschauung en la terminología de Wilhelm Dilthey (1833 – 1911), o cosmovisión católica, inspirada por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, y ordenada racionalmente en las universidades por la filosofía Escolástica.
Si recordamos a Friedrich Nietzsche (1844 – 1900), no puede haber tragedia allí donde la razón -para él la dialéctica socrática- se impone, ya que con su mesura Apolo se yergue sobre Dioniso.
Aquí el pensamiento filosófico, al crecer, se sobrepone al arte y obliga a éste a aferrarse estrechamente al tronco de la dialéctica. En el esquematismo lógico la tendencia apolínea se ha transformado en crisálida; de igual manera que en Eurípides hubimos de percibir algo análogo y, además, una trasposición de lo dionisíaco al efecto naturalista. Sócrates, el héroe dialéctico del drama platónico, nos trae al recuerdo la naturaleza afín del héroe euripideo, el cual tiene que defender sus acciones con argumentos y contraargumentos, corriendo así peligro frecuentemente de no obtener nuestra compasión trágica: pues quién no vería el elemento optimista que hay en la esencia de la dialéctica, elemento que celebra su fiesta jubilosa en cada deducción y que no puede respirar más que en la realidad y la consciencia frías: elemento optimista que, una vez infiltrado en la tragedia, tiene que recubrir poco a poco las regiones dionisíacas de ésta y empujarlas necesariamente a la autoaniquilación – hasta el salto mortal al espectáculo burgués. Basta con recordar las consecuencias de las tesis socráticas: «la virtud es el saber; se peca sólo por ignorancia; el virtuoso es el feliz»; en estas tres formas básicas del optimismo está la muerte de la tragedia. Pues ahora el héroe virtuoso tiene que ser un dialéctico, ahora tiene que existir un lazo necesario y visible entre la virtud y el saber, entre la fe y la moral, ahora la solución trascendental de la justicia de Esquilo queda degradada al principio banal e insolente de la «justicia poética», con su habitual deus ex machina [*‘el dios (que baja) de la máquina’ en latín, proveniente del griego ἀπὸ μηχανῆς θεóς (apò mēchanḗs theós), expresión y técnica popularizada por Eurípides en cuyas tragedias y a fin de que los héroes trágicos fueran salvados de la derrota, hacía bajar a los dioses al escenario por medio de máquinas: grúas y otros aparatos mecánicos], (El nacimiento de la tragedia, p. 147. Alianza Editorial, 2016).
Nietzsche plantea que cuando la razón y su apuesta por la felicidad se apoderan del hombre aniquilan las sensaciones extremas: dolor, sinsentido y desesperación. Por lo tanto, la tragedia muere. La razón socrática la había sepultado.
Sin embargo, cuando la racionalidad se fractura y la secularización sigue avanzando sucede un desbordamiento de aguas. De modo que, en algunos períodos de la Historia, a pesar de lo que sostiene Nietzsche, y a pesar de que en la Edad Media existió una cosmovisión providencialista, será posible ver en el Renacimiento, con el ocaso de la Patrística y la Escolástica, y el advenimiento de la ciencia moderna, el velado asomo de la tragedia. Y, sin duda, de forma mucho menos velada resurgirá la tragedia entre 1500 y 1650, es decir, en el Siglo de Oro español.
*Explicación entre corchetes ofrecida por el autor de este estudio.