Leymen Pérez: Los países de la noche

Leemos un lúcido comentario del poeta Harold Alva sobre Los países de la noche de Leymen Pérez, con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz 22 en ex aequo con el poeta Javier Alvarado.

Leymen Pérez (Matanzas, Cuba, 1976). ​​Editor de poesía en la Editorial Letras Cubanas. ​​ Máster en Estudios Sociales y Comunitarios. ​​Ha publicado entre otros libros​​ Transiciones​​ (Ediciones Loynaz, 2006,​​ Premio Nacional Hermanos Loynaz, 2005,​​ Beca de creación Prometeo de la Gaceta de Cuba, 2006 y Premio José Jacinto Milanés, 2006),​​ Subsuelos​​ (Ediciones Vigía, 2017,​​ Premio de la crítica Orlando García Lorenzo),​​ Tela zurcida​​ (Ediciones Vigía, 2021). Su poesía aparece recogida en más de una veintena de antologías y revistas de Cuba, España, México, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina, Inglaterra, Uruguay, Estados Unidos y Sudáfrica.​​ ​Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.​​ En 2022 obtiene ex aequo con el poeta panameño Javier Alvarado, el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz con su libro​​ Los países de la noche.

 

 

LOS PAÍSES DE LA NOCHE

 

Sólo un hombre que ve cómo arde el tiempo desde una isla, habría podido entregarnos un libro con la contundencia de​​ Los países de la noche, merecido ganador del I Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés De La Cruz (México, 2023), publicado por El Arco y la Flecha & Círculo de Poesía. Leymen Pérez (Matanzas, Cuba, 1976), editor de la Editorial Letras Cubanas y máster en​​ Estudios Sociales y Comunitarios, ha escrito un desgarrador documento en el que deja sentada su destreza con el lenguaje, desplazándose del verso libre a la poesía en prosa, con algunos epigramas como intermezzos de una obra que no solo perturba por lo que dice, sino que desgarra por lo que calla. “Dice la verdad quien dice sombra”, advierte desde el epígrafe​​ con​​ Paul Celan, porque sabe que “no hay nada nuevo en este lugar”, sin embargo insiste en un tejido en el que puede nombrar la catástrofe reconfigurándola en los países de la noche, a los que ingresa ciego porque,​​ como Darío, sabe que no hay otra forma de caminarlos, sólo así, en esa oscuridad el poeta puede mirar, tocar el estallido de una bomba, sentarse en una butaca para ver cómo se suceden las imágenes de un film de Kurosawa, sentirse un personaje de Conrad Martens, un bárbaro de Cavafis o un objeto “separado por roedores”,​​ pero como si se tratara de Medusa, no puede sostenerse frente al lugar donde “ella no habla” porque “tiene la lengua cortada”. Es esa entonces la caravana a la que asiste Leymen Pérez, ése es el cortejo al que pretende sacudir para recuperar “los​​ tejidos ajenos”, el hambre de sus visiones donde “la muerte es la gran metáfora”. Por eso acude a la intertextualidad, por eso en sus aperturas desfilan Borges, Heaney, Eiriz, Nietzsche, Wittgenstein, Kinsella, Anne Sexton, Camus,​​ por eso​​ acude a William Carlos Williams, Carson McCullers, Dostoievski, Tomás Moro, Kierkegaard, Tranströmer,​​ en un recorrido que nos permite asistir a una sesión de oscurantismo donde baila la humanidad, quebrándose ante la insondable seguridad de sus cenizas. “Apenas ponemos rodillas en tierra vienen a trepanarnos”, afirma. “Encerrado en mí, pienso en el poema dinamita, que tienen en la boca los que perdieron las manos”. Así de perturbadora es esta escritura.​​ Los países de la noche​​ es un poemario con el que el poeta pudiera alzarse con cualquier premio literario”, sentencia el acta del jurado. No se equivoca. Léanlo, pero antes cierren los ojos, es decir: vean.

Harold Alva

 

 

EMPUJANDO LA NOCHE

 

Entro y salgo de la noche.

El mármol extiende sus brazos de mármol.

Los muertos extienden sus brazos de muertos.

Yo cargo a mis muertos como tú cargas una piedra.

La piedra sangra y se fragmenta cuando toca el suelo.

Mis muertos sangran y taponeamos a los cuerpos

para que no escapen todos sus silencios.

 

Los cuerpos dicen: no me dejen morir otra vez.​​ 

Cuando la piedra toca el suelo se vuelve semilla,​​ 

tallo, racimo, fruto podándose sobre la mesa de disección.

¿Qué dirá el fruto cuando sepa que volverá a inclinarse y caer?,

¿quién será entonces el fruto y el gusano

que​​ ve el mundo moverse a su alrededor?

 

Afuera: silencio. Adentro: en silencio avanzo y retrocedo.

Arriba: ruido que golpea. Abajo: silencio eres, ¿soy?

Soy el que empuja la noche. La noche dice: amanece.​​ 

El amanecer dice: empuja la noche.

 

Como un viejo carro americano tirado por William Carlos Williams

y el recogedor de latas de 23 y 12

la noche se contrae, expande, enferma y cura.

Como el agua agrietada bajo el sol agrietado,

como el sol deshojándose cuando alguien se despide

con las manos entretejidas con hilos invisibles,

como el mármol ciego que recobra la vista.

 

Entro y salgo de la noche que recobra la vista,​​ 

el tacto, el gusto, el olfato y el oído.

La noche dice: yo cargo mis días –ausentes de luz–​​ 

como tú cargas la opacidad que imaginas.

¿Hasta dónde?,

¿hasta dónde la noche dice su verdad?

 

Los brazos de mármol han aprendido a ser brazos de muertos

y empujan la noche contra la ceniza que desechan en los crematorios.

Salgo de la ceniza que ya no duele

y entro a tocar el corazón de la ceniza,

empujando, levantando, cosiendo

adentro y afuera de la noche

donde se apaga una luz.

 

Todos los silencios caben en una piedra.​​ 

Todos los muertos caben en uno solo.​​ 

Estoy quieto. La noche es quien empuja.

 

 

 

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