En el marco de la Antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos la poesía de Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, 1942). Es ministro consejero de la embajada colombiana en Buenos Aires. Algunos de sus poemarios son “Los golpes ciegos” y “Instrucciones para la nostalgia”.
Letanía
Señor, dale una oportunidad a los virtuosos
y déjalos caer en tentación
para que no condenen
a quienes descubrimos que el abismo
es sólo otra variante del camino.
Señor, no prohíbas la gula de los míseros
ni la violencia de los débiles
ni la avaricia de los desposeídos.
Señor, otórgale soberbia a los humildes
para que no rediman a sus amos
permitiéndoles ser caritativos.
Refresca, señor, la desmemoria moralista
y diluye las sombras que confunden
la castidad del indeciso.
Permítenos, señor, desear la mujer
y no la ruina de nuestros deudores
y deja que sea el prójimo
quien tenga que poner la otra mejilla.
Señor, si este reino no es tuyo
como dicen
quita la viga de mis ojos
y cámbiala por la paja de los de mi vecino
y déjanos el goce de caer y recaer
en el viacrucis de culpas inconclusas
para el juicio final de los remordimientos
por los pecados que desconocimos
o nos fueron negados
en la resurrección de cuerpos
que comienza
ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
Miguel
Treinta años de amistad
y mucha vida que nos hemos dado.
El su nariz, su nombre
un ademán prestado de su infancia
un gesto que copié de su tristeza
y su vejez que me estará esperando.
Yo la risa que falta
a su antigua alegría
los mismos sueños que no pudo soñar
las aventuras que quizá no tuvo.
Esto para decir que bien se puede
entenderse con él y hablar conmigo
o al revés si prefieren:
juzgarlo por los versos que yo escribo.
Sucede que de tanta amistad
ya no sabemos si mi padre soy yo
porque ignoramos
quién tiene más edad
y menos muerte encima.
Lucrecia
Mi madre nunca tiene en mis poemas
un lugar muy exacto
siempre está dando vueltas
huyendo y regresando
aquí y allá
de la vigilia al alba
limpiando y remendando mis palabras
como si fuera oficio de la casa.
Don Pablo
Señor, doctor, don, excelentísimo,
máster, míster, monsiur, su señoría
don neftalí, don pablo, don neruda.
Conste que no me burlo
es el respeto disfrazado de risa
pero no lo soporto
no le permito tamaña humillación
tan grave ofensa
como escribirle un verso a la cebolla
y hacerlo bien.
Yo en cambio soy tan torpe en el oficio
que no puedo hilvanar más de tres versos
para decirle a la mujer que vivo
esas cosas hermosas que Ud. malgasta
en congrios, alcachofas, perros muertos,
insectos y cebollas.
Maldito Usted, don Pablo,
que utiliza palabras
y las deja inservibles.
Kampeones
En la revista del colegio
una fotografía de treinta años atrás
donde estamos posando sudorosos
después de la victoria.
Todos tenemos un aire de grandeza
que hemos ido gastando:
el gallego Tomás
el pecoso Pedroza
el maracucho Antonio
que hizo un gol memorable
y ahora tiene una casa de citas en Valencia.
El tatareto Vega
que era puntero izquierdo
y ahora juega a político
por el ala derecha.
Siboney el negrito centro-medio
y Juan Ramón “Pocillo”
porque tenía una oreja, solamente.
Al respaldo con mi letra de entonces
una larga leyenda que comienza
Campeones (con K)
el nombre y los apodos del equipo
los goles y su hazaña
con fecha y hora
de esa tarde de marzo cuando fuimos
brevemente inmortales.
Un aroma de almendro en las almohadas
Es pequeña la patria desde lejos
como si la mermara la distancia
menos controvertida
más amable
como si la puliera la nostalgia.
La viajera memoria la reduce
a tres o cuatro rostros
una calle
el ebrio tarareo
de la canción que nunca recordamos
el gol de la derrota
y el coraje
de la tarde perdida en un estadio.
Una broma de amigos,
una brisa llevando serenatas
el temblor de unos senos
un aroma de almendro en las almohadas
los muertos de entrecasa transpirando
su siesta en los zaguanes
un aguardiente hiriendo la garganta.
La textura, el sabor y la fragancia
de una fruta, una piel
o de una lástima.
Escrito en la espalda de un árbol
No recuerdo si el árbol daba frutos
o sombra,
sólo sé que dio pájaros.
Que era el centro del patio
y de la infancia.
Que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.
Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.
Recuérdame, desnuda
¿En qué bar estarás
dónde tu risa
suene más que la música?
¿Donde tu pelo sea
el rincón más oscuro de la fiesta
y tu escote
la ventana mejor iluminada?
Alguien sabrá que eres impredecible
de la cintura para abajo,
hacia arriba te salva la sonrisa
y esa mirada ausente
como si no quisieras compañía.
¿A quién decidiste seducir?
¿Algo tiene de mí
tu próxima aventura?
Recuérdame, desnuda
y no olvides
que nadie sabe más de tu cuerpo
que mis manos.
La soledad
Si miramos el rostro de la amada
y cerramos los ojos
para palparlo luego en la memoria
el fantasma del miedo.
Por eso los amantes
no se dan nunca nada el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
sino el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
no a los cuerpos
sino al vacío de la ausencia
al temor de quedar sin compañía.
La otra
De todas las mujeres que te habitan
hay una agazapada que me espera.
No la recatada, la escrupulosa, la puntual,
la sutil comprensiva,
la translúcida,
la dignísima requetesabida..
La otra:
la enajenada, la procaz, la posesiva,
lasciva imprevista,
la insaciable, la cruel, la inoportuna,
la única respetable
de esas tantas mujeres que te habitan.
Datos vitales
Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, 1942) es abogado, periodista, profesor de humanidades e ideas políticas, ministro consejero de la embajada colombiana en Buenos Aires, decano de la facultad de Comunicación Social de la Universidad Externado de Colombia. Publicó los libros de crónicas y reportajes “Papeles” (1978) y “Perfil y palote” (1983); los libros de poesía “Los golpes ciegos” (1968), “Poemas de entrecasa” (1971) e “Instrucciones para la nostalgia” (1984); y la novela “Malena” (2002).