El poeta y crítico Carlos Ramírez Vuelvas nos presenta su visión respecto a lo más representativo del 2011 en poesía. Ramírez Vuelvas estudió el Doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene por ello un conocimiento amplio de lo que sucede en ambos lados del Atlántico. Mereció en 2011 el Premio Caja Madrid de Ensayo.
Los libros del 2011: Carlos Ramírez Vuelvas
Como suele suceder, la lectura desigual de libros de poesía es completa responsabilidad del lector. Desde el pesar de ese arbitrario, comparto una lista de libros dilectos del año que termina. Son ediciones fechadas entre finales de 2009 y 2011. Al menos sirva el índice como un reconocimiento agradecido a los autores, y como un aliciente para el firmante, lector tan desordenado como de poca orientación, para que avance en los esfuerzos por mejorar su oficio.
En el 2010, la editorial Trotta editó Poesía completa de George Trakl, libro traducido y prologado por José Luis Reina Palazón. No sólo porque la poesía de Trakl goza de una excelente salud frente a los avatares del siglo XXI, también por la factura bien lograda del trabajo de Palazón, este volumen ayuda a entender los horizontes poéticos posteriores a la Primera Guerra Mundial. Al respecto -como si se refirieran por igual al inicio del siglo XX o al del siglo XXI- Palazón dialoga con Trakl y sugiere que la poética del autor de El otoño del solitario confronta con insatisfacción la realidad social finisecular, lo que “acentuaba una decisión o tendencia personal a la entrega a un mundo de valores extremos, bondad y voluptuosidad, sinceridad y desafío, que sólo la poesía podía satisfacer en su complejidad.” Poco más se puede decir de un autor ya clásico en la genealogía de la modernidad.
En el mismo tenor (poesía y traducción en ascenso), DVD Ediciones editó a finales de 2009 Las Elegías de Friederich Hölderlin, en versión castellana de Juan Andrés García Román, poeta también celebrado por su libro El fósforo astillado (2008). De las muchas traducciones que existen de este poeta icónico del romanticismo alemán, habría que festejar la habilidad de García Román para comprender “el ritmo del pensamiento hölderliano”, como describe la editorial en su cuarta de forros al trabajo del traductor, intención que se evidencia en la “Presentación” del volumen. Desde luego, los méritos también quedan registrados en el primer poema del “Lamento de Menón por Diótima”, entre otras piezas:
Cada día salgo en busca de algo nuevo,
ya hace tiempo que he interrogado todas las sendas del país;
frecuenté cada umbría, cada fuente y cada fresca cima allá en lo alto;
mi alma vagabunda sube y baja implorando algún reposo:
así huye el ciervo herido hacia los bosques,
en donde a mediodía solía cobijarse en lo oscuro a sestear,
pero ya el verde lecho no puede confortarle el corazón.
Una feliz traducción más: La hambruna y otros poemas de Patrick Kavanagh, adaptada al español por Fruela Fernández y publicada en marzo de 2011 por Pre-Textos. De inigualable aliento irlandés (independentista, por supuesto, con río Liffey y monumento Spire (esa delgada elegía urbana a la luz del mundo) por coordenadas) Kavanagh lleva bellísimas islas en sus poemas dispersos, que Fruela Fernández traslada con virtuosismo al español. Clásico y nostálgico –como la estatua de Kavanagh en los suburbios de Dublín–, sus “Versos escritos en un banco del gran Canal” conservan en español la tesitura del inglés bucólico de Irlanda.
Conmemórame donde haya agua,
agua de canal, a ser posible,
tal calma y verde en el hondo verano.
Hermano, conmemórame así, bello,
junto a una esclusa donde ruge un Niágara
de cascadas para el tremendo silencio
de quien se sienta a mediados de julio.
Otra traducción: Gasolina de Gregory Corso, en versión de Roger Wolfe (Huancánamo, 2010). A diez años de la muerte de uno de los últimos beatniks (el más importante en palabras de Allen Ginsberg), la traducción de Wolfe pretende “recrear” los ambientes densos de la poesía de este autor norteamericano. En la mayoría de los poemas el propósito se cumple, a veces, incluso, con facilidad. Curiosa la estampa mexicana de un país postalizado hasta el hipérbaton, ya desde los californianos años de los sesenta del siglo XX:
Yo te digo, México…;
millas y millas de corpulentos caballos muertos ocupan mi cabeza,
purasangres y caballos de labor, volcados sobre sus flancos,
tiesos y patirrectos, sin belfos sus hocicos.
Es la pata tiesa, México, el diente que asoma,
lo que desbarata mis ecuestres sueños de pesadilla.
Finalmente la segunda reimpresión de La Casa Roja, de Juan Carlos Mestre (Premio Nacional de Poesía de España en el 2009). Libro genial por la factura de sus imágenes tremebundas y la flexibilidad de sus metáforas, destacan las reflexiones de Mestre, no sin falta de sarcasmo, sobre la poesía misma, mientras exacerba la composición plástica de cuadros brillantes, óleos cuando no aguatintas, trazados por un surrealista que viaja en motocicleta, acordeón en mano, sobre las frondas de un pinar del Bierzo:
De poco sirvió la causa a esfuerzo tan desmedido:
Los camaleones tenían cierto prestigio después de Keats
y tras el plan quinquenal comenzaron los desdoblamientos.
Unos, como guías turísticos entre pinturas de caballete
vendiendo algún souvenir a la cátedra de los sentimentales.
Otros damos pequeñas conferencias
en el club de Alcohólicos Anónimos.
Este arbitrario de lector de poesía de 2011 añade la mención de seis libros de poetas jóvenes de ambos lados del Atlántico: de Javier Vicedo Alós La última distancia (Diputación de Málaga, 2010), de Alí Calderón De naufragios y rescates (Biblioteca FIP Granada, 2011), de Omar Pimienta, Escribo desde aquí (Pre-Textos, 2010), de Iván Cruz Osorio Contracanto, (Malpaís, 2010), de Álvaro Solís Todos los rumbos el mar (Ediciones Media Noche, 2011) y de Carlos Contreras El eco anticipado (Pre-Textos, 2011).
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