Poesía venezolana: William Osuna

Presentamos, en el marco del dossier, Patria de adentro. Antología de poesía venezolana, preparado por Luis Perozo Cervantes, el trabajo de William Osuna (Caracas, 1948). Ha publicado Estos 81 (1978), Mas si yo fuera un poeta, un buen poeta (1978), Antología de la mala calle (1990, 1994, 2002); San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas (2003).

 

 

 

 

 

Casa

 

Mi casa volaba de un sitio a otro y era su brillo
en la noche del barrio como piel de uva.
Entre las telarañas de un país, sobre los días que abarca
mi memoria, andaba mi casa errante por los ecos de unas piedras.

 

Mi casa no fue a la escuela, pero sabía más que el edificio del banco central.
jamás le falté el respeto, nunca le tiré piedra, ni pinté
gatos en la puerta, tampoco le dije que se fuera.

 

Ella y yo andamos por los bares de la ciudad, discutiendo,
huyendo de la policía y de este siglo xx
corriendo en oscuras autopistas para atrapar las últimas luces de la noche.

 

Yo era amigo de mi casa, Lucky no, Lucky se orinaba
en sus rincones, meneaba la cola, ladraba todo
el tiempo. Si le hubiese hecho algo semejante,
de seguro se me habría marchado a una de esas
guerras de cosacos, donde se combate a caballo
en grandes carros, sobre rojas estepas.

 

Y qué sería de mí si después de esa guerra la veo
regresar por la cuadra de abajo con unas paredes
menos y las ventanas rotas, guindada a unas
bolas de acero en el hospital de veteranos, con
la cabeza vendada y dos cuartos enyesados.

 

Es cosa triste lo que he imaginado.
Si fuera cierto me pondría a llorar como esos niños
que se extravían en los cuentos y se visten de
verde y calzan botas con hebillas. Es cosa triste:
Me iría a Europa a corromper los grandes palacios. Allí
dormiría como un manojo de cabellos en la garganta
de los grandes cetáceos.

 

Mi papá sabía de estos asuntos, él me dijo:
Una casa no es papel notariado, ni un techo
de techa para que lo cubran las nubes, una casa
somos nosotros.

 

En el interior las casas se parecen a las mías sólo
que allí los fantasmas no tienen cuarto propio,
les da lo mismo dormir en el gallinero que en
el sitio donde se guardan los clavos.

 

Mi casa s un cuento que vuela. Una lámpara de
aceite que alumbra la estaca de una país que agoniza.

 

Casa de mil novecientos, reja blanca donde me subo
como Juan de la Cruz por el monte Carmelo.
Ni el terremoto del 67 ni las crecidas del Guaire
te pudieron llevar.

 

 

 

 

 

Declaración de amor

 

A pesar de las 16.000 vírgenes
Que no tuve
De no ser jefe de mi pandilla
De rasparme los codos
En el espinero de los vasallos
Del Palacio
De ser dueño de mis dudas
De arrojarme a la calle y salir incólume
Sobre un barril de basura
De no meterle candela a una bandera
Desastrosa
De complicarme la vida
Como un luchador de cachascascán
Que es rudo y pierde la estelar
De no acertar con sus profecías
Siendo cómplice de torpes versos
De no escribir a los 18 años
Une Saison en Enfer
Ya que en la nueva estación
Las nieves del tiempo platearán mis sienes
Aquí me quedo
En el eco   de este    duro y    ofendido    país.

 

 

 

 

 

 

El rumor

 

 

Amenazas a tu mujer
y a tus hijos
con colgarte de una cabilla,
si el rumor que oyes en la plaza
y en el sauna
es cierto. Remedo del viejo sabio
que no eres
hablas con los tuyos
filosofando de Tiempo, Eternidad,
sacerdotes, báculos, reyes y don de mando
mientras golpeas la mesa
y miras a tus ministros.
En lo íntimo rey degollado te sientes
y tu elocuencia es música que se eleva
desde tus piernas temblorosas
a los oídos de tus siervos y acólitos
que ahora huyen y te dejan solo,
acorralado contra las puertas del fondo.
Incrédulo, aceptas todo desastre

como una visión demencial
venida de tus drogas.
Por eso la mota de talco en suelo
y la soga en tu cuello.
Por eso un niño idiota
Sentado en lo que fue tu trono
Señalando la cabilla en el techo
tu cuerpo bamboleándose
vestido de mameluco,
adosado a un sombrero de paja.
La mirada de tu mujer,
tus hijos, sin que lo advirtieras
desde lo oscuro.

 

 

 

 
QUE el fuego exaltante de tus piernas
Arda en las mías
Y nos eleve como humo sagrado
Que insistamos
Que nos ilumine la luz terrible
De los locos
Que tu sexo de casa llena no tenga ocaso
En mis huestes bárbaras
Que tus puertas de gata boca arriba
Sean mi ciudad tomada
Casa de los desamparados o trinchera salvaje
Oh tú mujer sin olvido pie de exóticos licores
Y ojos de insurrectos.

 

 

 

 

 

Sin carnet

No caí preso por subversivo
nunca fui presidente del Centro de Estudiantes
ni tuve novia  que leyese a  Marx
ni a la Antipoesía  de Nicanor Parra
yo no delaté a nadie
tampoco fui contacto de Douglas en la ciudad.

Protesté por la muerte del estudiante Marvin Martín
sin que esto tenga algo de extraordinario.
No estuve en el desembarco de Machurucuto.
Y por más que quise
siempre fui el mismo sin carnet.

 

 

 

 

 

 

Casi arte poética

 

Un poema no sale de esta campana sorda
ni mucho menos
de este bostezo angelical
que teme pudrirse con la palabra.
Un poema —por ejemplo— es capaz
de reventar hasta caminando por las calles
donde quebramos los vidrios hace quince años
cuando entonces llevábamos pantalones mofletudos
y los zapatos gastados en los tacones.
En el mejor los casos  un poema es una cuestión de principios
y en este asunto sabemos que cada quien lleva los suyos

Un film imposible de olvidar.

 

 

 

 

 

Datos vitales

William Osuna (Caracas, 1948). Ha publicado Estos 81 (1978), Mas si yo fuera un poeta, un buen poeta (1978), Antología de la mala calle (1990, 1994, 2002); San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas (2003).

 

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