Arte y cultura del disco

Diana Caballero, editora de la sección de arte, nos presenta una serie de artículos a propósito de la cultura del disco y sus relaciones con el formato, el coleccionismo, la historia y el arte. La clasificación ancestral de las actividades estéticas volvió a ser referida por Charles Batteux en su teoría de las bellas artes, retomando así la importancia de la música y su evolución. El texto  introductorio y la coordinación del dossier corre a cargo de Stephanie Manríquez y fue publicado originalmente en 2014 por la revista Contratiempo de Chicago (contratiempo.net).

 

 

 

 

 

 

 

“El Disco es Cultura”: Un ciclo de Revoluciones Por Minuto

Por Stephanie Manriquez

 

¿Cuál es la atracción que lleva a un ser humano a ligar sus sentidos con un solo objeto que probablemente transportará su mente hacia las posibilidades infinitas de la expresión humana? ¿Por qué algunas personas gozan de la búsqueda y recolección de música mientras muchas otras parecen satisfechas simplemente con su consumo? ¿Hasta dónde es capaz de llegar el deseo humano por poseer y recopilar objetos preciados que lo satisfagan?

Desde la antigüedad, el arte nos ha despertado sensaciones inexplicables a través de los objetos y su materialización, conservación y veneración. Pocos objetos artísticos han podido crear efectos múltiples y sensoriales siendo también productos masivos. Le rendiremos culto a un objeto convencional llamado disco, acetato, vinil, vinilo, elepé o record; su evolución, su supuesta extinción, el auge actual; los sonidos cálidos, la nostalgia y los efectos posteriores que sólo un vinil puede proveer; los rituales y los estragos del coleccionista por conseguir el Santo Grial; el coleccionismo como un acto artístico; y finalmente el placer de escuchar y compartir un disco.

Hablar de la existencia de un disco en vinil nos remonta al siglo pasado; podríamos reescribir la historia década tras década a partir de la música que se escuchaba y los géneros y artistas de la época.

Jesús Echeverría, productor y comunicador radial, hace un recorrido por las distintas facetas del LP como formato y el impacto social y cultural que éste tuvo en sus diversos momentos. La marca perecedera que representa el vinil embarga nostalgia, una relación de romanticismo narrada por el diseñador gráfico y músico-productor, Jorge Verdín, que refleja los elementos encubiertos que le forjan al vinil una naturaleza humana: el medio, la melancolíaa, el arte visual y la búsqueda e interacción.

Andy Warhol vio al vinil como pieza de arte y de colección, no el uno o el otro, sino ambos; un vehículo accesible a las audiencias diversas, pues cualquier persona podría así poseer una obra de arte en casa; por tanto, el escritor venezolano, Luis Alejandro Ordoñez cuestiona la diferencia entre la expresión artística y el coleccionismo al referir la misma escena de  944 ejemplares de The White Álbum en un mismo espacio. Los coleccionistas gozan al apreciar estos objetos, verlos, tocarlos, olerlos, escucharlos, saber si son legítimos, raros; las rarezas son tesoros escondidos que requieren de una expedición costosa.

Stephanie Manríquez pone bajo la lupa a aquellos atrevidos que se empolvan e invierten para propagar las rarezas inéditas mediante la reedición y Brenda Hernández, amante del soul setentero, nos abre un panorama donde los coleccionistas crean comunidades, colectivos y espacios para expandir y compartir la música en vinil, en Chicago y el resto del mundo.

El boom actual del vinilo no es para todos una novedad o simple moda: es un ciclo, un loop infinito que necesita seguir su trayectoria, mutando y emergiendo a la superficie para crear surcos que revolucionen con su lema: “El Disco es Cultura”.

 

 

 

 

 

Vinilo: Historia de un viaje sonoro y multisensorial

Por: Jesús Echeverría[i]

 

Una de las características más fascinantes de la música es su capacidad instantánea para exaltar los sentidos, ese efecto mágico que permite desconectarse de la realidad cotidiana para perderse en un viaje sonoro y multi-sensorial. Durante décadas esta revelación fue posible gracias a las vibraciones generadas por el roce entre una aguja y ese objeto redondo y oscuro llamado elepé (LP) o disco de larga duración, un objeto capaz de catalizar emociones mientras gira reproduciendo los sonidos que guarda cada una de sus dos superficies, un complejo proceso mecánico de tipo analógico, algo que los románticos prefieren describir como un proceso enigmático e indescifrable de carácter alquimista.

El disco o vinilo es el formato de reproducción de audio más longevo utilizado en la actualidad. Así es, a pesar de los vaticinios y el desarrollo de nuevos formatos, el disco elepé no sólo ha logrado subsistir sino que además goza en la actualidad de una renovada popularidad y de un incremento en ventas, algo que no acontecía desde hace más de 10 años.

Sin duda, para cualquiera que haya pasado de la adolescencia a la adultez antes de iniciada la segunda mitad de los 90, escuchar música significa entregarse a un ritual profundamente íntimo, que inicia desde el instante que escuchas por primera vez una canción en la radio y prosigue con el esfuerzo por acumular el dinero suficiente para acudir a la tienda de discos, pararse frente a ellos, rastrear al elegido mientras se es seducido por decenas o cientos de portadas plagadas de un arte gráfico alucinante. Ya en casa, la emoción se intensifica al momento de remover el plástico, sacar el disco con cuidado de su funda, colocarlo en la tornamesa, poner la aguja y admirar la portada mientras se reproducen los primeros sonidos.

Indudablemente, cada persona guarda una memoria individual de esta experiencia, una serie de recuerdos que evocan momentos específicos y esa es quizá la causa fundamental detrás del apego al objeto, el disco elepé que tras cada nueva escucha no solamente reproduce sonidos, también evoca memorias, recuerdos, lugares, personas, olores y emociones.

El elepé no solo trascendió  tiempo y generaciones, del mismo modo logró superar los propósitos mercantiles con los que comenzó a comercializarse en 1948 tras las innovaciones hechas por la compañía Columbia Records, en sí el primer registro de un disco como sistema de grabación y reproducción data de 1894 y se acredita a la compañía Gramaphone del alemán Emile Berliner, sin embargo, fue Columbia Records quien introdujo el disco long play (disco de larga duración) elaborado de una mezcla de 180 gramos de vinil y acetato, con capacidad de reproducir un promedio de 22 minutos de audio por cada lado a 33 1/3 RPM. El elepé rebasó los propósitos meramente comerciales y sin planificarlo se transformó en un ente para la expresión artística y propagación de cambios sociales.

Los primeros elepés fueron concebidos a finales de los 40 para comercializar música clásica y bandas sonoras de musicales de la época; la música popular de ese entonces estaba limitada a los sencillos, discos de corta duración con una o dos grabaciones en cada lado. Prácticamente no existía el concepto de larga duración en la música pop. Sin embargo, la industria reconoció las oportunidades económicas que representaba el formato LP y comenzó a editar discos donde la formula consistía en tener una o dos canciones que funcionaran como sencillos, generando altas ventas y donde el resto del material no fuese de importancia comercial o artística, la cuestión se traducía en poder vender más caros los discos por el hecho de que contaban con más material pero sin importar el contenido. Así surgieron los primeros larga duración de Elvis Presley o Little Richard. Incluso, grupos como The Beatles o The Rolling Stones editaron sus primeros álbumes bajo esta premisa, lanzando discos que incluían algunas composiciones originales y una cantidad notable de covers.

El cambio radical surge de la mano del movimiento por los derechos civiles y el movimiento folk de los Estados Unidos, particularmente a partir de 1963 con la edición de The Freewheelin’ Bob Dylan, segundo álbum de un Dylan que, a sus 22 años, lo consolida como cantautor logrando que la compañía le permitiría grabar un disco donde solamente una canción no era de su autoría. Con este trabajo, Dylan deja claro que cada una de sus composiciones supone una visión crítica de la sociedad americana y ante la sorpresa de los ejecutivos de Columbia Records obtiene reconocimiento y aceptación masiva, instaurando al elepé como un medio de expresión artística y cultural.

Por su parte, la escena británica atenta a la hazaña de Dylan e influenciada por el nacimiento de la psicodelia decide aprovechar su poder de convocatoria y ventas para exigir control artístico de sus grabaciones. Es así que grupos como The Beatles, The Kinks, The Rolling Stones o The Who optan también por emplear el elepé como recurso para explorar todo su potencial artístico. En el Rubber Soul de los Beatles, de 1966, refleja un crecimiento notable con letras más maduras e influencias del folk de Bob Dylan o The Byrds. Sin embargo, es en 1967 con la edición de Stg. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que podemos hablar de un álbum indiscutiblemente conceptual, una obra artística con niveles de sofisticación y experimentación jamás antes escuchados. Para ese entonces, el grupo no estaba preocupado por la complejidad de estos sonidos que suponía recrear en vivo, pues cansados de los gritos de las fanáticas habían decidido dejar las giras para concentrar toda su energía en la creación musical. La relevancia histórica de este disco no se puede desestimar, más allá de la innovación y experimentación musical que van desde la secuencia que une los temas, la amalgama de géneros como la psicodelia, música clásica, instrumentos hindúes, grabaciones reproducidas al revés hasta sonidos de animales; el álbum también se destaca como obra conceptual por su portada y diseño creada por el artista pop Peter Blake, donde aparecen los cuatro Beatles vistiendo trajes de sargento concebidos por el diseñador mexicano Manuel Cuevas y frente a un collage de personajes célebres y contrastantes; cuenta una leyenda urbana que se habría considerado incluir el retrato del actor y cómico Germán Valdez “Tin Tan”, pero que éste opto por declinar a última hora, enviando en su lugar una figura del árbol de la vida de Metepec que aparece en un extremo de la portada.

A partir de ese momento, aparecen discos de artistas como The Velvet Underground o Captain Beefheart & The Magic Band (Trout Mask Repicla) que desafían por completo los convencionalismos de la industria; y Jimmi Hendrix produce Electric Ladylad, un álbum doble que incluye temas que alcanzan los 15 minutos de duración como Voodoo Chile y The Who da vida a Tommy, la primera ópera rock.

Por su parte, el jazz y el soul demoraron su apuesta al álbum como una obra completa; fueron Miles Davis y Marvin Gaye quienes con Bitches Brew de 1970 y What’s Going On de 1971 revolucionaron el concepto del álbum en sus géneros. Ya entrada la década del 70, los discos eran el formato de venta musical dominante, distinguiéndose por la variedad de propuestas que van desde el glam rock, el rock progresivo, la música disco y el punk rock.

Entre estos géneros el que mayor repercusión tuvo en la formación ideológica de generaciones futuras fue el punk rock con la aparición de sellos independientes como Rough Trade en Londres, Inglaterra editando elepés de Stiff Little Fingers, Cabaret Voltaire o The Smiths, y SST en Long Beach, que editó discos de Black Flag, The Minutemen o Dinosaur Jr.; estos sellos se fundaron bajo la ética DIY (Do it youself o Hágalo usted mismo) que aplicada a la música se refiere a aquellos artistas que se oponen al sistema establecido y producen sus discos con sus propios medios, autopromocionan su música y autogestionan sus presentaciones. Estos valores transmitieron la confianza necesaria para que miles de jóvenes alrededor del mundo crearan sus propias escenas y sellos discográficos que desde la década de los 80 y hasta la actualidad han representado la alternativa a los imperios y monopolios corporativos de la industria. La autogestión también rinde frutos en América Latina, donde paralelamente al resto del mundo han coexistido sellos que en su momento fueron muy populares como Discos Orfeón fundado en 1958 en México y que editó muchos de los primeros intentos por hacer rock mexicano,  Discos Fuentes, una institución de la cumbia y el vallenato fundada en Colombia en 1934 o Fania Records fundada en 1964 en Nueva York y que siempre será un referente obligado de la salsa y la música afrolatina.

A mediados de los 90 el disco compacto (CD) desplazo al elepé y al cassette como el principal formato de venta musical y la subsecuente llegada de Internet y el MP3 produjo un intercambio musical hasta ese entonces inimaginable, hoy en día la adquisición de música sólo requiere de un clic y la portabilidad es insuperable. Sin embargo, los nostálgicos recalcitrantes que deciden aferrarse a la absurda emoción de dar la vuelta a la cara de un elepé jamás han desaparecido y son ellos quienes mantienen vivo y girando al vinilo, las escenas locales de hip hop, música electrónica, ska y punk rock nunca dejaron de apostar por el vinilo. Tan solo en Chicago, basta mencionar el ejemplo de sellos como Southkore Records que surgió como parte del colectivo de bandas punk de los barrios de La Villita y Pilsen y que arropados bajo la consigna DIY editaron música de Non Fiktion Noise, Eske, Tras de Nada y No Slogan, títulos que hoy no solo son un objeto de culto y colección sino también una fotografía sonora de las aspiraciones, frustraciones, utopías y desesperanza de un sector de los jóvenes latinos de la ciudad.

No es fácil predecir el futuro del disco, pero es dudoso que desaparezca por completo. Las cifras indican que durante el pasado 2013 las ventas experimentaron un incremento significativo (el álbum Random Access Memories de Daft Punk ocupó el primer lugar entre los elepés más vendidos, superando el medio millón de copias). Antes escuchaba un disco mil veces, hoy la tecnología me lleva a escuchar mil canciones una vez; sé que pertenezco al grupo que prefiere la primera opción y disfrutar de una experiencia que se percibe más humana, más cálida y auténtica, alejando a la música de ser un mero producto de consumo y otorgándole al disco el valor que se merece. Larga vida al vinilo, el disco es cultura.

 

 

 

 

 

 

El Romanticismo del Vinil

Por Jorge Verdín[ii]

 

Por más que quiera justificar o racionalizar, debo admitir que mi relación con el vinil es en gran parte, romanticismo. Soy un cursi. Lo sé. Pero los discos son una gran parte de mi formación no solamente musical, sino también, personal y profesional. Para mí, un vinilo (sea LP o sencillo) es una combinación compuesta de música (obvio – a menos que te gusten los discos de declamación o cursos de lenguaje), el acetato en sí (the medium is the médium con disculpas a McLuhan), la nostalgia, el arte visual y el aspecto búsqueda/interacción; el conjunto de estos elementos le dan un valor especial a los discos, que los hace entrañables en mi opinión.

Para la generación en la que crecí, el LP o el sencillo de 45rpm fue el formato por excelencia para el consumo de música. Empecé a comprar discos, por lo general sencillos, desde la primaria, pero mi colección musical empezó a tomar forma cuando tuve mi primer trabajo estable, a mediados de los años 80. En esa época aparecieron los primeros discos compactos, pero eran caros, y al principio, la selección se limitaba a artistas comerciales como Toto o Rod Stewart, así que seguí comprando vinilos. Eventualmente, el formato digital se emparejó en variedad, bajó un poco de precio y poco a poco casi eliminó por completo del mercado al vinilo. Me convertí a los CD por ser más prácticos y nítidos, pero nunca me deshice de mis LPs, porque aprendí a valorar el hecho subrayado en el que el vinilo sonaba diferente a lo digital. Era casi como tener una versión alterna de un mismo álbum. Tengo una lista personal de discos que en mi opinión suenan mejor en vinilo como: Remain in Light (Talking Heads), Brilliant Trees (David Sylvian), Spirit of Eden (Talk Talk), Off The Wall(Michael Jackson); los escuché por primera vez en LP y cuando eventualmente salieron en CD, los compré solo para ser decepcionado por la calidad de la transferencia a digital. Aunque han salido reediciones remasterizadas de todos estos discos, por alguna razón, sigo prefiriendo el sonido del LP. Recientemente experimenté una curiosa confirmación de este gusto cuando adquirí Music Has Right To Children de Boards of Canada en vinilo; al ponerlo en la tornamesa confirmé que cierta música es más contundente vía vinilo por sus componentes sónicos y/o emocionales. En este caso, la atmósfera granulosa del álbum y la versión sónica de una foto antigua demasiado amplificada, complementa perfectamente el sonido más textual del vinilo que parece haber sido compuesto para dicho formato. El contexto emocional de este álbum, un ensueño dopado de recuerdos infantiles que están por caerse de la neurona, remite a la fuerte carga melancólica del formato del disco, el objeto viejo empolvado. Polvo, olvido, óxido, descomposición. Nostalgia.

Según Retromania de Simon Reynolds, la palabra nostalgia fue acuñada en el siglo XVII por el médico Johannes Hofer, para describir una aflicción que aquejaba a mercenarios suizos de la época que salían de su patria por periodos extendidos para cumplir con sus misiones. Era, en aquel sentido, una añoranza intensa por regresar al hogar y todas sus comodidades. Hoy en día, el motivo principal de lo que entendemos por nostalgia no es algo físico, sino el añorar un mítico tiempo pasado que fue mejor, que en gran parte, esta basado sobre la cultura pop de la época en cuestión. Gracias a la alta velocidad mediática de las últimas décadas, los periodos en los cuales se recicla la cultura pop (cine / música / arte / moda / etc.) son cada vez más cortos, así que constantemente se están creando una serie de pasados perfectos que transmutan en cuestión de meses. Para una generación obsesionada con la novedad y exclusividad,  las bandas o artistas que en un momento son el futuro de la música, son en cuestión de meses  los desplazados, y aparece entonces la manifestación de una especie de fatiga de búsqueda. Cuando ya nomás no los mueve The (poner nombre de banda hipster del momento aquí), estos nuevos melómanos terminan escarbando en el pasado y descubriendo o explorando por  vez primera, artistas viejos.

Como resultado, los sellos discográficos han reconocido en la nostalgia musical una mina de oro. En vez de invertir en bandas nuevas, están poniendo atención especial en reeditar LPs de artistas consagrados como Roxy Music o Pink Floyd, o en el caso de artistas menos conocidos, vender los derechos a sellos independientes interesados quienes reeditan discos que de otra manera sería imposible encontrar. La pregunta obligada aquí es ¿por qué reeditar en LP?  La respuesta tiene dos partes: la primera, como se lamentaría James Murphy en I’m Losing My Edge, es que una nueva generación con un poco de diligencia y una buena conexión de internet, tienen la posibilidad de convertirse en melómanos expertos en cuestión de semanas. Por medio de una red de enlaces y blogs con una gran riqueza de información, se pueden adquirir discografías completas de una infinidad de artistas en cualquier género imaginable, pero a un precio inesperado. Este consumo desmedido de música nos lleva a la segunda parte de la respuesta, que radica en que cada vez más gente, a pesar de tener cientos de gigas o terabytes de música en formato digital, tienen la sensación de no ser dueños de nada. Aquí es donde entra el vinil. El LP materializa la música que muchos solo poseen en ceros y unos, convirtiéndose en un objeto que denota autenticidad. Para muchos melómanos, ser dueños de vinilos les da licencia para pensar: yo no soy de los que nomás andan jalando rolitas del internet – ni madres, yo soy un melómano en serio. Tengo Transformer en vinil de 180 gramos. Si una descarga es una especie de hack, el vinil es credibilidad física instantánea. El LP se ha convertido en un señal cultural tan importante para la nueva generación de fanáticos de música, que según la página thevinylfactory.com, un 27% de las compras de LP del 2013 fueron hechas por personas de entre 18-24 años que no poseen tornamesa. A mí lo que me gusta de esta tendencia, es que no solamente hace posible encontrar reediciones de discos clásicos, sino que artistas más recientes como Tame Impala, The XX, Beach House y Jim James también ofrecen sus discos en LP porque se ha convertido de nuevo en un formato comercialmente viable.

Una consecuencia de la importancia del LP como arte objeto es que en las últimas décadas, se ha visto la aceptación del arte de portadas dentro de  colecciones permanentes de importantes museos. En lo personal, cuando era pequeño pasaba largos ratos admirando las portadas de los discos de mi padre cuando entraba en su onda y hacía sus maratones de LPs en la sala. Noté que por lo general, si me gustaban las imágenes de las portadas, los discos me gustaban, o por lo menos me eran tolerables. Un tiempo después, la banda de fiestas de la colonia, me prestaban LPs a cambio de mis servicios transcribiéndoles la letra de éxitos del momento. Desconociendo a los artistas, escogía los discos por las portadas. Gracias a estos generosos mariguanos, antes de entrar a la adolescencia me topé con Rubycon de Tangerine Dream, Dark Side of The Moon de Pink Floyd  e incluso  In The Court Of The Crimson King de King Crimson,  inconscientemente forjé la relación entre buenos gráficos = buena música. Cuando descubría discos de los sellos 4AD y Factory Records, alrededor de 1983-85, desconocía la música por completo, pero la seducción visual de las portadas, espacios de 30×30 cms con su propio campo de gravedad, era irresistible. Un día compré unos discos desconociendo el contenido, pensando que si la portada era tan intrigante, la música no podría estar tan mal. Estos fueron: Sunburst and Snowblind de Cocteau Twins y Thieves Like Us de New Order. Dos bandas geniales complementadas por visuales extraordinarios (a cargo de 23 Envelope y Peter Saville respectivamente). La experiencia me impactó de tal manera que me redefinieron como persona y decidí dedicarme al diseño gráfico. La música también entra por los ojos. Dudo que el impacto emocional hubiera sido tan intenso con un disco compacto.

Hay veces que acudo a las tiendas de vinilos cerca de mi depa poniéndome un límite económico (digamos 20 dólares); evito las secciones más o menos conocidas de la tienda y me pongo a buscar en las cajas de LPs baratos a ver qué sale. Rodeado de otros coleccionistas que comentan nuevos descubrimientos, he tenido hallazgos fortuitos y variados como LPs y sencillos de Chico Hamilton, Hugh Masekela, Los Relámpagos del Norte, Camilo Sesto y Françoise Hardy. He adquirido sabrosos sencillos de artistas de música tropical como Los Nativos de la Cuesta y una versión salsera del himno de los Hare Krishna, así como hermosas canciones country de los 60 saturadas de barbitúricos, cachondos sencillos de música africana o alucinados conceptos de hip hop underground que Kanye West jamás en su vida podría imaginarse. El aspecto social de cazar discos también es  interesante. En Poobah Records de Pasadena, uno de los empleados regularmente hace DJ sets en el segundo piso de la tienda y me conecta con los temas que me gustan. Las ocasiones que pido recomendaciones al staff, generalmente aciertan. Toda esta búsqueda e intercambio social se da en un ambiente físico que para mí, es una fuente de  gran inspiración o por lo menos de relajamiento, especialmente en una tienda que a veces parece estar localizada en el centro de Ámsterdam.

Entiendo que hay maneras de intercambiar música y documentarse en línea, pero después de pasar horas frente a una computadora, ya sea trabajando o produciendo música, para mí es mucho mas gratificante salir a hurgar un rato en los cajones de una tienda, armar un bulto para probar con el tornamesa, poner un disco y escuchar la superficie del vinilo que anuncia que la música está por empezar. La mala calidad del torna simplemente me engancha más, y siempre me pregunto: ¿cómo va sonar esto en el torna del depa? y la respuesta por lo general es: bonito. No perfecto, pero muy bonito.

 

 

 

 

 

Se compran Álbumes Blancos

Por Luis Alejandro Ordóñez[iii]

 

En un artículo de julio de 2013 para la revista digital Quartz, qz.com, DeVon Harris señalaba la paradoja en la cual las ventas de vinilos en Estados Unidos habían aumentado de unas 990 mil copias en 2007 a 4.5 millones de unidades en 2012, pero las ventas de tocadiscos se mantenían estancadas. La conclusión de Harris es que la gente está comprando los álbumes no para escucharlos sino para exhibirlos como objetos de colección. Es, si se quiere, un devenir lógico del vinilo, tomando en cuenta que el LP exige una atención a la música que ya muchos no le prestamos, al menos la necesaria para ir y cambiar el disco de lado o poner otro disco cada dos por tres, comparado con la conveniencia de la biblioteca iTunes o del streaming de Spotify que pueden sonar por horas y horas hasta el olvido. Pero sobre todo porque el vinilo todavía conserva algo que siempre fue inherente a él: su valor como objeto de arte o de colección.

Desde carátulas creadas por artistas, como las emblemáticas de Andy Warhol para The Velvet Underground y The Rolling Stones, pasando por el arte lleno de detalles de Iron Maiden, hasta la presencia de mensajes encriptados y subliminales, como el de la muerte de Paul McCartney o el famoso We ate the acid de Grateful Dead; el empaque de los álbumes siempre fue parte del atractivo,  a veces el principal, de poseer un álbum. De ahí a que las personas se dedicaran a coleccionar álbumes por las carátulas y no solo por la música. De entre los tantos coleccionistas que uno puede encontrarse por ahí, Rutheford Chang ha hecho de su colección una auténtica obra de arte.

The Beatles

El décimo álbum de los Beatles es el único titulado con el nombre del grupo, pero nadie lo llama así debido al diseño de portada que hizo el artista Richard Hamilton: una carátula completamente blanca con apenas el nombre de la banda escrito en la esquina inferior derecha. Chang tiene un solo disco en su colección: el Álbum Blanco, y la misma ya va por 944 ejemplares. Claro que Chang no colecciona cualquier tipo de Álbum Blanco, para que un Álbum Blanco entre en su colección tiene que ser parte de la primera edición del disco, que salió numerada y constó de unas 3 millones de copias. El Álbum Blanco fue publicado a finales de noviembre de 1968, por lo que son muchas las copias que pueden haberse perdido para siempre; las que quedan parecen destinadas a estar tarde o temprano en manos de Chang.

En la exposición We buy White Albums (Se compran Álbumes Blancos), que desde hace un par de años se ha presentado en Nueva York, Indianápolis, Middletown y  Atlanta, se pueden ver todos los Álbumes Blancos que Chang posee y de paso ofrecerle una copia, si es que se posee una. De hecho, las reseñas de la exposición en Nueva York, celebrada en marzo de 2013, hablaban de poco menos de 700 unidades; quizás cuando salga publicado este trabajo la colección tenga más de las 944 que posee en la actualidad. (En su sitio web, ruthefordchang.com, la colección ya va por 1199 copias).

Chang explicó para el sitio Dust & Grooves, www.dustandgrooves.com, que paga entre 1 y 20 dólares por álbum y que le interesan más las copias en mal estado que las perfectamente conservadas. Desde manchas de hongos y humedad, quemaduras de cigarrillo, restos de café, firmas, mensajes personales, poemas, garabatos, hasta auténticas obras de arte se pueden ver en las carátulas de los discos de la colección de Chang. Así exhibidos, los Álbumes Blancos de Chang son una auténtica instalación donde se puede ver, como él señala, el efecto del uso y del paso del tiempo en los objetos.

No 1, 100 Álbumes Blancos

Chang también es un melómano y el proyecto We buy White Albums cruza del coleccionismo y la instalación a la propia música. En su sitio web rutherfordchang.com se puede escuchar el resultado de reproducir simultáneamente el lado A del disco 1 de 100 copias del Álbum Blanco. Como resultado de la diferencia del envejecimiento particular de cada copia, Chang logra un resultado quizás similar al de un tema del propio Álbum Blanco, Revolution 9, o al de otro gran tema de The Beatles, A day in the life, con que se da cierre al Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Pero sobre todo deja en evidencia que cada vinilo es único y  al reproducirlo se escucha no sólo la música sino la propia historia del álbum.

 

 

 

 

 

En busca del Santo Grial

Por Stephanie Manríquez[iv]

 

¿Cómo podemos entender el valor absoluto de un disco de vinilo? ¿A qué se le considera una rareza musical? ¿Y hasta qué punto puede llegar un coleccionista para obtenerla? Tal vez podríamos comenzar analizando esta declaración hecha por Moe Arroyo, soulera, chicana y coleccionista de 45s, en el reportaje Lowrider Oldies publicado en Waxpoetics no.49:

“Por una semana podría alimentar a mi familia con arroz y frijoles:

— ¿Dónde esta la carne, mamá?

— No nos alcanzó para carne. ¡Mamá compró un record!”

El mundo de los coleccionistas de música en vinilo no se inició hace tres o cuatro años; ha sido una cruzada para quienes nacieron en su cuna – tomando en cuenta que el disco ha existido por más de un siglo. Es un deleite costoso y de largo plazo. Paciencia y audacia se requiere para estar al acecho de rarezas, al acecho del Santo Grial; cada coleccionista tiene un wish list, con sus más preciadas rarezas a encontrar que suelen ser una edición original, una primera edición, una edición limitada, un white label álbum (discos publicados por ningún sello o una copia promocional; no llevan ningún rótulo, inscripción o crédito), EPs o sencillos de 7’’(45s).

“Así es como se hace, y no importa el precio” – terminaría diciendo Arroyo y eliminando de su lista alguna rareza Northern Soul, proveniente de algún distribuidor europeo independiente.

Los records más cotizados en la historia del disco parecen ser aquellos de los que se habló muy poco, que jamás se supo de su existencia hasta recientemente o que cargan con mitos y leyendas. Ejemplos incluyen la venta por 525 mil dólares de la copia autografiada a Mark David Chapman de Double Fantasy – Capitol, 1980 – por John Lennon & Yoko Ono, cinco horas antes de que éste lo asesinara; o por 180 mil dólares de la única copia existente del sencillo That’ll Be the Day/In Spite of the Danger, de The Quarrymen– 78 RPM, white label, 1958–, primer proyecto creado por Lennon antes de la formación de los Beatles.

Un disco es un legado musical, un patrimonio. Un disco que desaparece jamás se vuelve a escuchar. Por tanto, los ávidos coleccionistas se han convertido en archivistas, protectores y arqueólogos musicales de estos finos artefactos surcados, su misión es compartir rarezas y expandir los repertorios musicales de una audiencia conocedora y no tan conocedora, mediante programas de radio, fiestas, reportajes, ferias de discos y, gracias a la accesibilidad del internet, en redes como Facebook, Instagram, Vine, Youtube y comunidades especializadas como Discogs, ebay, popsike.com, entre muchas otras.

En mi opinión, el hecho de compartir y/o abandonar el vinil en algún tianguis o mercado de pulgas, en alguna venta de garaje, en tiendas de segunda mano o inclusive abrir las puertas de tu casa a algún desconocido cazador o extranjero ambulante, ha hecho que este se preserve. Existen coleccionistas cazadores de vinilos en bruto, quienes tienen la  idea de compartir  mediante la reedición de materiales perdidos o inéditos.

El rescate del disco extinto es una campaña global para rendirle tributo y garantizar su posición dentro del mapa musical. La reedición es para muchos coleccionistas la última esperanza de obtener aquel material que han buscado por años. Tal es el caso del descubrimiento de una banda peruana de garage-punk de los 60 llamada Los Saicos por Munster Records o la reedición del disco debut Rockabilly, 1957, de Los Locos del Ritmo por Electro Harmonix.

Las disqueras independientes dedicadas a este mercado rebuscan los orígenes de la música desde el funk, soul, R&B, jazz, pasando por la psicodélica, rock, garage, punk, hasta el afrobeat, cumbia, boogaloo, tropicalia, salsa, entre otros géneros. Dentro del mundo de la reedición las disqueras más reconocidas pudieran ser: Munster Records, Vampisoul, Vinilísssimo y Electro Harmonix en España; Soul Jazz Records y Soundway Records en Inglaterra; Número Group, Lion Productions, Light in the Attic Records y Secret Stash Records en Estados Unidos.

Idealmente, el proceso de la reedición independiente comienza con el propósito de rescatar un disco extinto, para ello, hay que llegar a su fuente original o máster. Pero si un disco se caracteriza por su rareza, un máster es aún más, ya que estos quedaron rezagados por las disqueras ya inexistentes en el rincón de un sótano; muchos otros másteres migraron y/o huyeron de su país por políticas internas, por la mala distribución de materiales, al no tener éxito por estar muy adelantados a su época o simplemente porque nunca se les dio la oportunidad de reproducirse, recordemos el caso del Sugar Man, Sixto Rodríguez.

El siguiente paso es ético: rastrear a los dueños o artistas a fin de no caer en un acto de piratería; la importancia de este paso es lo que distingue a la reedición, ya que al hacer contacto directo con los creadores, el álbum a crear se convierte en un documento histórico, contextualizado social, política, cultural y musicalmente. Las reediciones en vinilo se caracterizan, además de por su rareza musical integrada, por incluir tracks jamás antes escuchados, biografías, narraciones y anécdotas de dichos artistas, grupos o bandas, distintas fotografías de ellos en su época, y en la mayoría de las veces se reproduce el arte original en carátula.

Número Group reside en Chicago y se ha dado a conocer por reediciones en los géneros soul, latin, rock y experimental. Realizó la compilación Salsa Boricua de Chicago la cual se valora por el enriquecimiento cultural – no por la calidad de las bandas, según conocedores – que aportaron Carlos Ruiz y su sello disquero Ebirac, en los años 70 en la comunidad de Humboldt Park en Chicago, cuando el apogeo de la salsa se encontraba en Nueva York y/o en Miami. Los dos LPs vienen acompañados de una guía escrita y fotográfica de 60 páginas que aterrizan la presencia de la música puertorriqueña en esta ciudad.

Existen ideas divididas sobre el valor que se le adjudica a una rareza de coleccionistas; existen los puristas que respetan lo original, los sonidos monofónicos, la nitidez del disco, los estragos del tiempo sobre su portada; y su lealtad no se quebranta aunque un disco les cueste todo su salario semanal. Otros muchos agradecen a la reedición el descanso de su búsqueda; podrán proseguir con el siguiente material en su lista y tal vez se ahorrarán unos cuantos miles de dólares al no haber conseguido el original.  Para el resto, encontrar la diferencia entre pagar 20 dólares vs 2 dólares es un albur que están decididos a tomar, un disco encontrado en una tienda de segunda, maltratado pero que tiene el track deseado y se escucha tal cual a una reedición libre de imperfecciones que haya perdido ese espectro auditivo especial al haber sido masterizado. No importa cual sea tu caso, hay muchas rarezas que están a la espera de ser descubiertas y/o reeditadas. No tires o abandones tus discos, recuerda que El Disco es Cultura.

Agradecimientos, por el apoyo con este texto, a Charly García y Edgar Baca, coleccionistas de música en vinil y parte del colectivo musical (((SONORAMA))), que promueve rarezas latinoamericanas de las décadas de los 60 y 70 (www.sonoramachicago.com).

 

 

 

 

 

 

Discos, nerds y TOGETHERNESS

Por Brenda Hernández[v]

 

¿Qué rayos tiene de especial eso de coleccionar música en discos de vinil? Como amantes de la música, la industria nos ha dicho una y otra vez que es un formato muerto, un formato remitido para tipejos blancos, viejos y gordos que usan fanny packs y se preocupan por rajaduras imperceptibles, números de matriz y fechas originales de difusión. ¿Por qué algo que suena tan poco atractivo se ha convertido en cuestión de honor para aficionados de la música, de todas las edades, géneros y procedencias?

Como coleccionistas, todos tenemos alguna anécdota sobre la primera vez que compramos un disco. Para algunos de nosotros era una experiencia novedosa. Yo misma, habiendo crecido en la era del cassette y el disco compacto, no tenía ninguna razón para siquiera considerar comprar un vinil a menos que no pudiese encontrar un álbum en ningún otro formato. Ni siquiera sabría decirles qué hizo especial esa experiencia. Lo que inicialmente me llevó a sólo comprar vinil es un misterio hasta para mí misma, una memoria oculta en la neblina de sótanos polvosos y oscurecida por el vaho formado por miles de surcos que giran a 33 y 45 rpm.

Puedo decirles  que compramos discos por todo tipo de razones ‘tontas’. Los compramos por impulso porque tememos que, por ser tan oscuros, por el miedo de no volver a verlos, etc. Los compramos porque ese músico tocó ese instrumento en esa pista y ese disco fue distribuido solamente como sencillo. A veces, lo compramos como trofeos, como esa copia original de una rara canción que sólo ponemos para amigos muy especiales. Y hasta los compramos para otras personas porque nos traen recuerdos de buenos tiempos. Pero nada de esto responde a la pregunta: ¿por qué el vinilo?

Hay subgrupos que han pasado completamente al formato vinilo: los mods clavados en el soul de los 60s, el R&B y el rock de garaje. La gente del Northern Soul, uno de varios subgrupos de la cultura musical británica, que buscan discos extremadamente raros de sellos privados y descartados por el público mainstream. En el reggae, los 45 rpms siguen siendo la fuente preferencial de música para sus seguidores y, más recientemente, para jóvenes generaciones de latinos que están formando una comunidad entre los extremadamente raros sonidos latinoamericanos de los 60, 70 y 80 que sólo pueden encontrarse en formato vinilo.

Tal vez la respuesta a nuestra pregunta no tenga nada que ver con el vinilo, sino con la comunidad que ha surgido en torno a grupos especializados de coleccionistas que comparten entre sí sus discos. Aquí en Chicago, hemos visto un incremento constante del vinilo en noches de dance, desde los sonidos Northern Soul del Windy City Soul Club a las noches latinas de (((SONORAMA))); tanto los coleccionistas como los entusiastas de la música llenan las salas de baile y los clubes por toda la ciudad para oír a ciertos DJs que seleccionan discos de sus colecciones personales. Rara vez responden a peticiones, dado que están limitados a los cientos de discos que han seleccionado para tocar esa noche, por lo que como resultado estás a merced del DJ para bien o para mal. Pero cuando las luces se atenúan y se han servido los últimos tragos, te marchas sabiendo que has vivido algo único esa noche, con ese DJ, en ese lugar –una experiencia que seguramente nunca se repetirá en su totalidad. Hasta yo, se sabe, he viajado a otras ciudades y estado en otros países sólo para escuchar discos que nunca podré escuchar en casa. Son los recuerdos, los recuerdos  asociados a esas noches de baile, al viaje hasta esos lugares, y al encuentro con esos nerds de los discos, lo que hace que quiera aún más.

En 2013, junto al geek de los discos Kevin Jones, me pregunté qué se conseguiría con juntar a coleccionistas y entusiastas de todo el mundo durante una sola noche  en Chicago. Pusimos la idea en marcha y la respuesta fue impresionante. DJs, coleccionistas y aficionados de todas partes vinieron a Chicago para disfrutar ese amor compartido por la música soul a 45 rpm – un evento que bautizamos como Soul Togetherness USA–.

En su segundo año (2014), Soul Togetherness USA ha ampliado sus esfuerzos para desarrollarse a lo largo de un fin de semana con el objetivo de celebrar la alegría y camaradería que sólo es posible a través del amor por la música. Se ofrecieron entonces cuatro días completos de discos seleccionados por DJs de Chicago y de todo el mundo sin costo alguno para el público. El fin de semana incluyó también  una feria del disco orquestada por Beat Swap Meet y un ‘tour del soul en autobús’ por todo Chicago  que visita varios salones de baile. El evento no sólo se enfocó en discos raros de soul, sino que incluyó también un salón dedicado a sonidos jamaiquinos raros, organizado por Jamaican Oldies Productions y un salón de sonidos latinos raros organizado por (((SONORAMA))).  Esperamos que podamos seguir acrecentando este comunidad en nuestro pequeño mundo de geeks de los discos porque, reconozcámoslo, nada de esto tiene sentido si lo que oyes es tu iPod en tu cuarto.

El tercer Soul Togetherness USA se llevará a cabo del 25 al 28 de Junio del 2015.

 

 

 

 

 

 

[i] Datos vitales

Jesús Echeverría es productor de radio y comunicador mexicano. Partidario de la exploración musical y pionero de la radio independiente latina de Chicago, ciudad donde radica. Desde la edad de 10 años practica el oficio de guardar el vuelto para comprar y sumar nueva música a su colección

[ii] Datos vitales

Jorge Verdín es  diseñador gráfico y músico/productor mexicano, radicado en Los Ángeles. Formó parte como músico, diseñador y director visual de Nortec Collective desde sus inicios en 1999 hasta su desintegración en 2007. Con su proyecto musical Clorofila, produjo el álbum Corridos Urbanos y como Tremolo Audio, editó Visitas. El más reciente material de Clorofila, “ahorita vengo”, fue lanzado en el 2014.

[iii]

Datos vitales

Luis Alejandro Ordóñez nació en Venezuela y vive en Chicago. Es miembro del consejo editorial de contratiempo. Su trabajo literario puede leerse en www.laoficinadeluis.com

[iv] Datos vitales

Stephanie Manríquez es escritora mexicana y reside en el área de Chicago. Tiene una pequeña colección en vinil de garage, rock-pop y electrónica; forma parte de un dúo de entusiastas musicales,“The Ponderers”. Es parte del consejo editorial de contratiempo.

[v] Datos vitales

Brenda Hernández es coordinadora de arte y cultura en el área de Chicago. Favorece ampliamente el soul de los 70 y es co-promotora de Soul Togetherness USA. Para más información sobre Soul Togetherness USA, visite: www.soultogethernessusa.com

 

 

Texto publicado originalmente en 2014 por la revista Contratiempo de Chicago (contratiempo.net).

 

 

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