Presentamos una muestra de Santiago Grijalva. (Ibarra, 1992) Estudiante de Psicología Social Comunitaria. Pertenece al grupo de literatura Aporema. Publicó su primer poemario; La revolución de tus cuerpos (2015), bajo el sello El Ángel Editor. Consta en la Antología de Poesía Española Contemporánea Y lo demás es Silencio Vol. II (Madrid, 2016). Actualmente es Director de Logística y Mercado en la Editorial El Ángel Editor. Recientemente acaba de publicar Arreglos para la historia.
Santiago Grijalva o el asombro de hacerse poeta
Este libro es un ajuste de cuentas contra la historia personal de su autor. En él, Santiago se juega las cartas con el rival del tiempo pasado, aquel que Jorge Manrique reconocía como el “mejor” y del que Santy consigue el hallazgo de tranzar la historia con este nuevo canto de lucha que tienen las páginas de este libro. Por ellas cae la sensibilidad en gotas gruesas, como lluvia de páramo. Su proceso creativo es auspicioso. Siempre he creído que el talento crece como las moras silvestres: en cualquier parte. Las pobrecitas moras que a veces se pudren en rojo en algunas ramitas que nadie ve y que están entregando la belleza y el sabor al campo. Así mismo creo que Santiago llegó a la poesía, como sin querer la cosa. Su modesta dignidad y su silencio fortalecido de lecturas, de música, de filmografía, de conocimiento interior, de revisión de su historia y de sí mismo, de paciencia y de dignidad, lo han hecho un poeta verdadero. Él tiene miedo de dejar de serlo, pero esto no es problema de él. Él cree que puede “detenerse” en el camino y que la vida le lleve por otros indefinidos trechos más “correctos” y más vinculados con la “vida moderna” y sus “emprendimientos”.
Él se está metiendo en “cosas de mayores”, pero esto no es cosa de él, sino de la poesía. El mundo de un poeta no se mueve por la voluntad de su espíritu, sino por el látigo ferviente de la belleza poética y su peso gravitante que no permite traiciones, que no firma treguas, que no da -me cito- ni para el tabaco.
Más que un talento, es una resignación. El gusto final de un poema es siempre para el lector, aunque los amigos, los libros y ese espacio sensible que la poesía permite, ninguna “empresa” podría captarla, por más “japonesa” y ”vanguardista” que sea. Santy camina por este libro, con sus pasos firmes, por los vericuetos de la muerte: resume “sus pérdidas” (como diría Gelman), su dolor en forma de añoranza, eso de ya no poder porque ya pasó; eso de ya no ser, porque ya fue; eso de ya no repetir, porque no será igual; eso de llorar otra vez, porque tal vez; eso de no haber podido, porque así mismo es; eso de no conseguir, eso de no destruir, eso de sacudir, eso de difundir, eso, que la poesía permite: verbalizar lo imposible y volverlo del lector.
Este libro está para “arreglar la historia” de los lectores o para comenzar a ordenar la casa de nuestros recuerdos. Santiago, defensor de muchachas, ha confesado su historia pequeñita. La historia de un poeta siempre es detallada, aislada de ese mundo cotidiano. Y lo ha hecho con la astucia que le otorga la belleza y la humildad. Este libro arregla la historia de su generación. Su voz es tan aportativa y tan serena, firme y conmovedora que no me queda más que terminar con un verso de él: terrible, hermoso y desgarrante: colgué mi capa y se me dio por escribir la historia.
Xavier Oquendo Troncoso
Historia
Para mi abuela
¿Recuerdas la bailarina de la abuela,
esa caja repleta de sueños
y una historia de juventud
que siempre fue ajena a tu vivir?
Conversar con ella
es viajar al tiempo donde abundaban las hojas en el suelo
y los helados en los niños,
es volver a dormir
detener la sombra de la luna
para
abrazar a todos los perros de la calle que envejecían con nosotros
(la caja musical de antiguo laurel
teñido por la sangre que dejaste al ser madre).
Solo una historia se te escapa,
pero no es esa
que yo tanto recuerdo.
Y hace muy poco entendí
que el conejo que abrazaba
eligió la libertad
de marcharse
a la espesura
de la montaña,
porque no había
nada más que comer en casa.
Pero el mar se escapó de tu memoria,
tal vez porque cuando fuiste a visitarlo,
había decidido la vida
ponerte en el remanso apagado del frío.
Abuela, como quisiera tener los ojos azules,
para que en ellos conozcas el mar.
Retorno
La madurez del hombre consiste en recuperar
la seriedad con que jugaba cuando era niño.
Friedrich Nietzsche
La cometa que volaba cuando niño
escapó una noche, a mano de otra generación.
El rostro de la muerte
pintó acuarelas
con los dedos.
Los nervios quedaron
en la caja de los primeros zapatos,
en la falta de decisión
para gastarlos.
Andamos más y crecimos menos.
Llorar ante lo desconocido me empapó de vergüenza.
Qué retórica absurda
querer ser niño
sabiendo poco
y conociendo tanto.
Entierro mis juguetes
junto a un hueco en mi patio
los dejo bajo tierra
hasta un segundo aviso.
La lluvia me empapa
y el niño que fui
llora hasta por los cabellos.
Decidí no dormir
temiendo despertar más viejo.
Detengo la película,
y me recuesto en las manos tejedoras de mi abuela,
en el momento preciso que boicoteé la infancia
entendiendo que la vida
era una forma de morir.
Llama la primavera
me invita a salir,
pero el día de mi cumpleaños
no es una buena fecha para morir.
Se me pasa la vida
frente a los vidriosos ojos de la muerte
posados sobre mí.
Me quejaría,
pero fui yo quien la llamó.
Por fin al otro lado
todo el mundo me reprocha el trabajo.
Me encontró la parca
y yo no estaba exhumado.
Ahora me encargo de las cosas de la fría muerte:
escribo registros y sello papeles.
Quién diría que hasta en la otra vida
mi destino era ser burócrata.
Tú
La leche materna
no me pertenece.
Recuerdo que no fue mi deber
cargar contigo
por nueve meses.
Hijo,
eres el reflejo
de tu padre
al otro lado del espejo.
Por esta razón eres
el niño que duerme
hasta el anciano que se abandona en su canto.
Los cuentos de animales
te habitan
y te impiden recordar.
Niño Amazonia,
la ciudad no te dejó nacer.
Destino
Mi hijo iba a ser poeta.
Por suerte
aún carece de madre.
Agenda
I
Las tareas me encojen
los hombros
me siento
absurdo al rozar
la responsabilidad canina
de ladrar al mínimo sonido.
Pero los truenos
me separan de la labor
y me vuelvo
para desangrar en un cuaderno.