Presentamos la segunda de tres partes de una muestra de nueva poesía boliviana preparada por Gabriel Chávez Casazola. Se trata de una brevísima antología con dieciocho autores nacidos entre 1985 y el año 2000. En esta oportunidad aparecen poemas de Melissa Sauma (1987), Paola Senseve Tejada (1987), Milenka Torrico (1987), Giovanni Bello (1988), Pablo César Espinosa Lafuente (1989), Yamil Escaffi (1989) e Iris Kiya (1990).
Melissa Sauma
(Santa Cruz, 1987)
Reminiscencia
Exploro antiguas aguas
busco el primer fuego.
La infancia,
esa casa poblada de fantasmas;
el patio de mi abuela,
la tierra, los árboles de los que estoy hecha.
La guayaba que se estrella contra un mosaico rojo a media tarde,
las tardes en que observé pasar la vida desde una vereda.
Y me engaño creyendo que mis manos se hicieron para narrar el mundo.
Escribo, es cierto,
hay tanto que quiero nombrar y que no puedo;
tanta vida escurriéndose en mis manos,
tanta sombra ondeando mis cabellos,
tantas palabras suspendidas en el aire
–minúsculas partículas de polvo
iluminadas por la luz de una ventana–
que debo sacudirme de ellas
como quien se sacude de la piel la última capa.
Y miento
si digo que es la piedra, la montaña, el mar, el río,
los pájaros alzando vuelo, las esquinas de una casa,
el rostro de mi abuela, sus múltiples fantasmas
los que hoy
me piden ser contados.
Hay tanto que quiero nombrar y que no puedo.
Escribo, es cierto.
Del otro lado está la muerte
levitando.
Ígnea
Forjar la palabra
allí donde se forja
todo aquello que un día fuera nuevo
en el centro mismo de la tierra,
el corazón dormido de la piedra,
el fuego líquido dentro de los huesos.
Lavarla como piedra en el río,
dejar que el agua escurra por su rostro,
que caigan una a una las verdades,
que olvide lo que un día le dijimos que era.
Y en el viento
ya liviana, ya nueva
como una hoja del otoño,
como la chispa de una hoguera
dejar que retorne
nuevamente
a la tierra.
Paola Senseve Tejada
(Cochabamba, 1987)
1
hace mucho que no hago nada, mamá
ningún movimiento muscular
o espásmico
solo soy un cúmulo de resistencia
rumiando un instante que no ha llegado
esperándolo
para poder escribir
y rotar sobre mi propio eje genético
un segundo después de tu muerte,
abuela,
nuestros cuerpos se van a tornar
en cristal
o en plastilina sumergida en agua
o en el rigor de una espera
infectada por la impaciencia
hace meses que no hago nada, mamá
nada que te pueda inflar el pecho de orgullo
me he limitado a sacar la basura
en bolsas negras
a masticar carbohidratos
a imaginar qué haremos el día
en que el cuerpo de mi abuela
se desintegre en luz
que posteriormente se posará
con todo su peso
sobre nuestras narices
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hay partes de mi cuerpo que
no me he atrevido a tocar
que no he visto
que no he calibrado en el espacio
ni en el tiempo
partes de mi cuerpo que no consigo
que se llamen Paola
partes que por ende,
no existen
no se pueden quebrantar
no se moretean
no envejecen
partes donde la vergüenza ha escrito un código
imposible de franquear
quizá si muero
en mi cuerpo ya no sobre nada
sin respiración
el código no se sostiene
Milenka Torrico
(Cochabamba, 1987)
Oscilación
Mi mamá no me ama
se sienta frente al televisor
para llorar por otros
para dolerse de otros
si la culpa la alcanza
me da dinero
si la furia la alcanza
me abofetea
si la ansiedad la alcanza
se enamora de mi padre
si la lucidez la alcanza
se arrastra por la casa
buscando un lugar para colgarse.
Mi mamá no me ama
yo amo la lucidez de mi mamá.
Filadiz
A Marisella Berg
“yo tenía una niña / yo tenía un pez muerto”
García Lorca
Le puse nombre de cantante de bar argentino
y se puso el apellido de mi abuelo
porque ella
como toda muñeca fatal de útero de hierro
no tenía padre
digna ante el rechazo
se fue hacia el agua
con el agua
en el agua.
Yo no la quería
y ella no pudo haberme querido.
Abrí la llave de la ducha
para lavar los restos de alga encendida
que su carne dejó entre mis piernas.
Giovanni Bello
(La Paz, 1988)
La extenuación de los textos
Cuando la filosofía contemporánea recomienda
Tener cuidado con las palabras
Se refiere al cariño con que nos cuidamos
Los que nos amamos
Pero todos los textos se han extenuado
Y a veces parecería que lo mejor
Fuera dejar las cosas sin desentrañar
Aunque qué es el amor
Sino tener el corazón a la intemperie.
Siento la triste impresión de descentramiento
Que me deja la lectura de tus autores favoritos
Y me pregunto ¿Qué significa la palabra “periferia”
En un mundo tan descentrado como el nuestro?
Hoy he visto con curiosidad
Cómo las nalgas de una mujer se agitaban inertes
Sobre el motor de una motocicleta,
Qué fuerza interna hace que los cuerpos choquen y se amalgamen
¿Qué sentido tiene la fuerza centrípeta de eso que antiguamente
Los hombres llamábamos amor
Cuando en el centro ahora solo hay citas
De autores que ya están muertos?
La extenuación de los lugares conocidos
Leí: Hay urbes babilónicas
Que levantan sus penachos de cristal hacia las nubes,
Luego: No se aleja
Quien nunca se va,
Y pensaba en que voy a ir al otro lado del mundo
Para reunirme contigo en una lengua inextricable, ampulosa y distante
Del lugar de origen, de esa torre ambigua.
Y pensaba en la poesía,
Cómo a veces opera en los intersticios de los días con sol
Cuando todo tiene nombre
Cuando salgo a calentarme las piernas a la puerta de mi trabajo
Y no puedo evitar acordarme de vos
Y veo a los ciegos que van a misa los domingos,
Y los buses somnolientos con olor a salteña,
Y las floristas con sus k’epis llenos de lirios y fresias,
Y los amigos que viven y mueren en la casa vieja de sus padres.
Pensaba en lo que hablábamos la otra noche por internet,
En la obstinada necesidad de descifrar nuestros sueños.
En realidad pensaba en el río que fluye al reverso de la noche
—tal vez por eso de que estoy releyendo a Rulfo—
Y cómo, después de la verborrea y la grandilocuencia
Que sopesa estos días en que no estás,
No he podido dormir por quedarme leyendo,
Llevado por el torrente eléctrico de la poesía y el pop sintético,
Cuando ya no hay nada más qué decir
Y sólo queda escuchar y bailar esa música oscura.
Habría que sistematizar la descripción espiritual de la pirotecnia,
Dilucidar el numen quimérico del fuego artificial,
Aislar la química incorpórea de las luces de neón.
Cuando ya es de noche y las luces que estallan a lo lejos
No esperan que vayas a apagarlas jamás,
Cuando estoy tan lleno de tus jugos, tan lúbrico
Que lo que toco se resbala.
En estos días brumosos y enajenados
En estos días tan descentrados sin vos,
Cuando el centro están en todos lados
Y la circunferencia en ninguno.
Pablo César Espinoza Lafuente
(Cochabamba, 1989)
Sobre el discurso del silencio
Gotas que caían al terminar
de hablar sobre la lluvia.
Flores entumecidas que se abrían
en el invierno.
Un crucifijo. Fósiles vivos. Pompeya.
Los espacios que encontramos
para negar lo que dijimos.
Un grito encerrado por seguridad.
El día que oscureció cuando
pensábamos que salía.
La manera en que dejamos
de leer este poema.
Era un domingo, quizás
Llegábamos al río en la Ford de dos compuertas recién lijadas
Mi padre saludaba campesinos con la sien, nosotros con manos agitadas
mientras discutían la aparición del diablo en la corteza de un molle.
Ese día chapoteamos desnudos
guardando algún recelo que aparecería con los años
mientras la música bajaba de tono en una reunión familiar.
Ese día nombramos las cosas por su nombre
seguros de que el mayor cuidaría de los menores
y que la menor aprendería del resto.
Ese día sumergirnos en la corriente
fue nuestra razón de ser quienes queríamos ser,
de estar donde queríamos estar
conteniendo la respiración.
Pasan los años tras los años y
nuestros dedos escurridos nos advierten que
sólo fue el río quien nos tuvo tanta confianza.
Poco podría decirse hoy de ese mismo camino empedrado
al que volví ayer o la anterior semana,
era un domingo, quizás.
Yamil Escaffi
(Cochabamba, 1989)
Silencio con lo que hay
Hablo desde dentro,
que mi voz entienda,
las palabras llegan
en jaulas que flotan.
—no habrá piel donde vamos
pero llevaremos heridas—
Hablo de lo que no tiene lugar,
de dónde venimos.
El recoveco que tiene forma
de un nombre perfecto.
Es que vaso de la sed está invertido.
En todas mis visiones hay cristales.
Hablo inmune de tiempo
despertando al tacto.
Sin pulmones para asilar ningún aire.
Sin cales para adormecer la tierra que me secuestra.
Es que no logro mi voz,
mientras veo desde el suelo,
desde la resina de mis ojos.
Las labores del hogar
Veo como huyen los ratones en una corona.
La pimienta del árbol de la vida.
Estoy a punto de volverme un fantasma.
Camino comprobando mi cuerpo en la yerra.
Le quito la cáscara al tomate.
La melodía de grillos es una rosa en la partitura.
Somos lo mismo: una ofrenda.
Corazón temblando entre el tenedor y el cuchillo.
El viento desclava mis uñas de las flores,
del vestido donde te limpias de mí
mientras el tomate sangra en la servilleta.
El profundo pozo aprende a repetir mi nombre.
Lavo los platos, arranco la maleza,
Sonrío para el círculo de mis dientes.
La pistola cargada con un rollo de fotografía
y tanta lluvia incapaz de limpiar el envés de los girasoles.
Tanta lluvia incapaz de repetir los dobleces de una boca
cuando besa el encaje del suicida.
Iris Kiya
(La Paz, 1990)
Este es el proyecto de un beso,
un beso que se esconde en la violencia
de los cuerpos
cuerpos que desfilan con las pancartas impuestas,
pancartas que dicen:
Un buen soldado muere por su patria
Un buen soldado alza las armas por su patria
Un buen soldado se alimenta de la tierra
Un buen soldado sufre de hambre
Un buen soldado traiciona a su amigo
Un buen soldado se muere de hambre
Un buen soldado se masturba a las 3:00 am
cuando nadie lo escucha
Un buen soldado no busca morir por su patria,
busca matar por su vida
Un buen soldado no se enamora, ni pide perdón
Un buen soldado escribe sus memorias
Un buen soldado lee el periódico y busca
trabajo de conserje, profesor, constructor, escritor, mesero
Un buen soldado camina por las calles
apuntando con su mano o sus ojos, como si fuera un arma.
Un buen soldado llora por las noches, cuando
ve a su madre en zapatos de tacón
Un buen soldado se levanta a las 5:45 am
e iza la bandera junto a su hijo.
Un buen soldado no cree en el azar,
ni en las cartas, ni en los juegos
Un buen soldado no ríe, pero sí peca
Un buen soldado se baña todos los días
y se agrieta la espalda contra el muro
Un buen soldado va a la iglesia,
aunque no sepa rezar
Un buen soldado se enamora, aunque no sepa dar un beso
Un buen soldado no escribe cartas de amor,
escribe novelas policiales
Un buen soldado no lee a Whitman, lee a Pound
La Guerre
He visto inteligente cómo las amapolas
se confunden en la noche.
He visto el silencio de los cuerpos adolescentes
que se contonean con sus hermosas armas platinadas.
Van de la mano como si fueran con su madre,
al mercado, a la iglesia, al colegio.
Y a sazón de esto
duermen aterrados al lado de sus madres.
Acá no hay nada para comer,
nada, excepto damascos.
Y como el hambre es más fuerte
la madre termina siendo olvidada bajo las rocas
o en alguna afanosa caverna hecha a mano
de barro y hojas secas.
Es incomprensible para esos hombres
que parecen niños,
sienten el olor del damasco
y no importa si las cáscaras se convierten
en su lecho de muerte,
esperarán a la próxima primavera.
Mientras tanto tomarán a su madre de nuevo
y se irán campantes con su cesta de damascos.