Presentamos una selección poética del poeta ecuatoriano Santiago Grijalva (Ibarra, Ecuador; 1992). Es Psicólogo Social Comunitario. Pertenece al grupo de literatura Aporema (Universidad Politécnica Salesiana). Publicó su primer poemario; La revolución de tus cuerpos (2015), bajo el sello “El Ángel Editor”, Arreglos para la historia poemario (2017), Los desperdicios del polvo (2018). Consta en la Antología de Poesía Española Contemporánea “Y lo demás es Silencio Vol. II” (Chiado Editorial; Madrid, 2016), Seis poetas ecuatorianos (Editorial Caletita; México 2018). Sus poemas han sido publicados en la revista Aérea Revista Hispano Americana de Poesía (Santiago de Chile; 2018) Utopía (Edición N°93; 2016) Cuando E. P. Thompson se hizo poeta: revista de poesía política (N°4; 2017). Participó como invitado en el Festival Internacional de poetas Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2016); Las líneas de su mano décima primera edición (Bogotá, 2018). Coordinador del Décimo Encuentro “Poesía en Paralelo Cero” 2018. Actualmente es “Director de Logística y Mercado” en la Editorial El Ángel Editor.
Papeles desordenados
Cuando uno se adentra en los recodos de la memoria
se llena de espinas y acertijos,
perdidos entre los astros y cristales,
uno va armando el camino
con las siluetas difusas de los minerales.
Cuando uno decide meterse en el sentir
inexacto de una despedida
empieza a ver cómo el cuerpo se apaga
al igual que el brillo del oro sin pulir
sobre los ríos
y nos dejan un rayo de luna posado
sobre el banco vacío de la casa.
Cuando uno empieza a crecer
busca letras en lienzos escondidos,
queriendo escribir algún verso
se devuelve a la ceniza
rozada por la punta de la espada.
Cuando uno decide meterse en el amor
los guiones suelen ser caídas presurosas
borroneada se muestra la realidad
sobre la niebla febril de los años,
la carne vuelve a ser parte de la tierra
vuelven desencadenados los niños agonizantes
en la cárcel de la piel,
para ver como se espejea la noche
sobre los ojos cristalinos de los ancianos.
Pero cuando uno decide morir
empieza a tornarse pesado el andar
y ligera la vida,
encender los miedos,
decidido a andar oculto entre la hojarasca.
Cómo quisiera haberte visto
un segundo antes,
antes de haber colgado
las alas en el zaguán de las letras
antes de llegar al fuego herrumbroso del infierno,
para decirte que te quedes,
para romper el sueño
y no volver a estos papeles.
Propuesta
Voy dejando atrás la luna
para quedarme con la blancura de tus piernas.
No hay noche en que sepa
hablar de amor si no es con tu cuerpo.
Ceremonia
Ahora solo un demonio
se interpone entre tu soledad y la mía
solo un ángel con color
a olvido entre este instante y tus dedos.
Recuerdo cuando niños
jugábamos a escribir nuestra historia
con dureza de día poníamos
mentiras acompañadas
de cafés y cigarrillos.
Era el tiempo de todos
esos pretiempos a nuestro otoño,
del lenguaje antes de la palabra,
era el segundo antes de una promesa.
Éramos la poesía
en nombre de sí misma,
un artículo diferido
sobre las noches restantes del invierno.
Quedan ciudades ensangrentadas
con nombres y espinas
con anzuelos y luces incompletas.
Una despedida para sentirnos como
las luciérnagas que visitan nuestras
ventanas.
Sirvieron el café
(ninguno de los dos volvió la vista)
Yo, fingía escribir en un papel,
tú, esperabas un poco más de azúcar.
Los árboles vieron caer sus hojas.
Yo, me despedía
tú, seguías buscando el azúcar.
Tras los cristales
Sé la canción que sonará en el último de
mis días
cómo vestirá la mujer que llorará en el
cerrar de cuentas
la forma inconclusa en que se escribirá la
historia
los testigos premeditados que correrán a
mirarme el cuerpo
y los primeros gusanos que conocerán mi
alma.
Este asunto de morir podría ser sencillo,
un cuerpo sin vida, una pena almidonada,
al culminar el día se me da por ser suerte,
vasija sin barro, cuero de látigo, escultura
defectuosa,
al hablar de la muerte se me da por conocer
las sombras
donde esperaste tantas noches,
no sufras tanta espera, no reproches al
tiempo,
ni derroches dinero en llantos alquilados,
solo acompaña a esta nostalgia
por el largo andar, sin fin al margen del
mundo,
solo reclámame los recuerdos y deja caer
sobre los ojos del pájaro ciego,
ese velo que recubre la muerte, déjame
verla sin luz
haciendo el amor con las sombras,
déjame que se meta por los huesos la
soledad
y que en la quinta ruta o paseo de la memoria,
no me sueltes, que en esos tiempos
aún valía la pena.
Astillas
Sí no caben más palabras
déjame que rompa la lluvia
como el desahucio del
hielo en primavera.
Voy rompiendo con alquitrán
los olores de la noche
voy diciendo que soy extraño
entre los árboles y ríos que desconozco.
Me voy haciendo parte de los astros
y no entiendo para qué sirve
la luz de las estrellas muertas.
Me cansa este cielo ensombrecido de
reproches
me harta la espesura de mi sombra
y quiero romper mi carne
dejar las alas tendidas
en el despacho de mis días.
Hoy quiero romper el silencio
llorar con mis muertos
acariciar la tierra que nos envuelve
quedarme con Antonio a tomar café
sentarme en el regazo de la abuela
para escuchar cómo se entreteje mi llanto
y cómo los muertos llegaron
prontamente a visitarnos.
Este día quisiera ser soledad
y encarar la primera fila de mi memoria
gritar con la sangre en las manos
qué empiezo a romperme
qué al amanecer no estaré.