Poesía boliviana: Gary Daher

Leemos poesía boliviana, leemos poemas de Gary Daher (1956) pertenecientes a la serie Muralla iluminada. Estos textos hacen parte del proyecto La Santa y la Cruz, conformado por dos libros, Harina de Madioca de José María Muñoz Quirós (con poemas referidos a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia) y Muralla Iluminada de Gary Daher (con referidos a Ávila, España). Daher es autor también de la trilogía Viaje de Narciso (Ed. Plural, 2009), La Senda de Samai (Editorial 3600, 2013), y Jardines de Tlaloc (Editorial 3600, 2017). La imagen que acompaña los poemas es de Miguel Elías Sánchez Sánchez.

 

 

 

 

 

 

En busca del verdadero amor

 

Qué extraña curiosidad
qué clase de motor
-atrevido Ulises moderno
que llega del lejano oeste
América o la patria de las aguas interiores-
ha movido mi ánimo
para entrar en Ávila

No de la manera que cualquiera llega
(pasando por El Escorial)
en tren desde Madrid
o en bus de turista desprevenido
sino como quien penetra en su silencio
en su muro de piedra
en sus templos hieráticos
en sus tumbas secretas
llenas de sombras y de dudas
pero también cuando levantas la cabeza
y el sol alumbra todas las calles
y la gente sonríe
y las parejas se aman
y las puertas se abren hacia el Valle Amblés
enamorado del Adaja.

Como con un lente de aumento
que nuestro corazón hace
porque se llega
a una ciudad que todos sentimos medieval
aunque una claridad inmensa nos recibe
nuestra mirada no mira
no podemos ingresar.

Pero luego en el sueño
soñándola
las nueve puertas
-nueve puertas tiene la ciudad santa
nueve puertas tiene el cuerpo del hombre-
se niegan a dar respuesta a nuestra llamada.

Así iba mi estro
-mosca parda vellosa-
a tientas
entre poema y poema
hasta que
encandilado
-la memoria de las nieves andinas
marcada en mí como un diamante-
en Navacepeda de Tormes
en la plataforma de Gredos
gracias al agua pura y fría
acaso del Almanzor
sentí como el rechinar de una ventana
-ojo de águila-
me dijo alguien –pues así el sueño seguía
no de la ciudad
de todo Ávila
de la médula de España
que me pareció se abría de par en par.

Y el aliento que de allí brotaba
me sofocó desde el pasado
con su tiempo sin tiempo
de castros celtas que caían
de toros hechos piedra casi eternos pero mudos
de nombres vetones olvidados
de reyes y mesnadas
y mujeres y ardores
castellanos
entrando al siglo veintiuno
a paso de caballo armado
hasta los dientes del corazón humano

entonces comprendí
que cada hombre
que cada semilla de trigo
eran exactamente los mismos
de estos malhadados días

no solo hijos de su pasado
sino el pasado mismo
con otras espuelas y otras cadenas
aunque con los mismos dioses menores
como siempre los hubo
la envidia, la codicia, la gula, la lujuria
el odio, la soberbia, la pereza
y el amor como máscara
del miedo
del dolor hecho mano a mano.

Y era como una película
que surgía en tecnicolor.

El condestable Álvaro de Luna,
Juana de Pimentel, la condesa triste
el rey don Juan, los infantes de Aragón
don Pedro el cruel y su repudiada doña Blanca
Isabel y Fernando
la erudición de El Tostado
el rey infante
y la pureza indefinible
de Paula la barbada
de Teresa de Jesús
del poeta Juan de Yepes

sin saber cómo
convivían
el horror y la santidad

Así que
-en lo profundo de aquel sueño-
en ese mismo momento me pregunté
por esto de que el pasado nos hería como dama nueva
si en algún lugar del planeta
la mística y el verdadero amor
todavía
-las diosas sublimes del Samai nos bendigan-
eventualmente existían.

Y entonces
desde no sé qué extraño rincón de la literatura
fue que oí
la alta voz de Lewis Carol
-Despierta, Alicia, despierta-

Abrí el ojo y era noche
porque lo que de repente
vi en todo su esplendor fue
la muralla iluminada.

 

 

 

 

El infinito olvido

 
Quién soy yo me pregunté intimidado
ante tanta piedra húmeda en memorias.
Universo donde se esconde el mar
insistente y el infinito olvido.
Ciudad, antes caserío y poblado
que en el basto horizonte de sus siglos
vieron transitar los copiosos hombres
mujeres, viejos, jóvenes y niños
continuamente llegando partiendo
como remolino de vientos fieros
mientras el amanuense escribe versos
de monarcas, nodrizas y vasallos
fantasmas y sombras que los años
anidan y convierten en silencio.

 

 

 

 

El principio de Heisenberg

 

De qué sirve que un temprano lector de Rubén Darío
-lo leí por primera vez a mis seis años-
haya conocido a la nieta de Francisca Sánchez
y haya transitado las escasas callejuelas de Navalsauz
o qué distancia puede haber entre la Marcha Triunfal
y el amor en las caballerizas
de la Casa de Campo de Madrid.

Porque entre esas extrañas distancias
toqué las paredes de la casa
donde por ochenta años
con amoroso afán
se guardó el archivo del poeta
fotografié una lucerna abierta sobre una pared de piedra
y tuve una mirada del cementerio del pequeño caserío
un azar nada más
del viento de las palabras
que azota las ventanas.

Y todavía no sé
qué astrológicas confluencias
qué extrañas colisiones cuánticas
producen los encuentros con los muertos
es decir
con aquellos que vivieron una vida entera
intensa en este caso
cuando aun tú no has nacido
pues siguiendo el principio de Heisenberg
no sabemos si el mundo existe
cuando no lo miras
al menos
tal y como dice que fue
y te lo contaron.

 

 

 

 

 

Para esperar el canto de los pájaros derviches

A Federico García Lorca

 
Cuando los pájaros derviches canten
la tierra va a florecer
y el amado sol llenará nuestras casas y nuestros patios.

Y la muralla ya no será muralla
sino hermana, sino puente
que cubre al que llega y siempre nos llama.

Pero los pájaros derviches
permanecen mudos en los campanarios
mientras nuestras almas se arrastran por las calles
y la tierra se empecina en esperarnos
con su silencio de amarga greda
hecho de raíces antiguas
y gusanos hambrientos.

Alguien me dijo que para alumbrar
el canto de los pájaros derviches
se hace necesario levantar la serpiente emplumada
Quetzalcóatl
gracias a Tláloc
el dios de las aguas creadoras
pero aquí nadie escucha el sonido del cielo
ni el rayo feroz que los celtas llamaban Taranis y otros Zeus
sordos como estamos
no tiene ninguna importancia
esperar el canto de los pájaros derviches.

 

 

 

 

Shi Wang Mu

 

Para algunos sabios chinos
Kunlun está ubicado en el lejano Oeste.
Así no resulta extraño que la diosa
haya llegado a Ávila buscando su morada.

¿Por qué puerta de la muralla
habrá ingresado Shi Wang Mu?

Ahora
ornamentada en la seda
acaso haya encontrado al fin su palacio
en Kunlun o en Ávila
¿qué importancia tiene?
Lo trascendental es que está al oeste
y que ella descansa bordada
inmortal al fin
en Ávila
en una de las salas
iluminadas
claro está
del convento de Santo Tomás.

 

 

 

 

Desde los almenares

 
No se presiente el mar y su estruendoso oleaje allende las lejanías del Portugal.
El mar se extiende ya lo sé más allá de toda mirada
y luego el orbe
que se reparte dañoso con su rumor de cerdos y maquinaria incesante.

Hay ministerios.
Hay escondrijos.
Hay interminables hechos económicos y comerciales.
Y una luna de Luna Park en Coney Island donde se golpean los hombres
entre la euforia de sus vecinos
que luego beben sin parar
copas insaciables de alcohol
para comentar la pelea en los infinitos bares urbanos.

Y la sangre de la otra parte
en Siria
en África
en también algún oscuro callejón de las hacinadas urbes
sangre de niños
sangre de expatriados
sangre de desorientados
sangre sorprendida
sangre de gente cercenada de destino.

Y los militares
sin importar de qué ejército
de qué ideología
rojo verde o amarillo
con sus armas y sus botas
la muerte es un destino dicen
al son de ritmos timbaleros.

Pero no esta muerte
ignominiosa muerte
repite murmurando un hombre que pide limosna a la salida de la catedral
porque allí acude una muchedumbre
los domingos de ramos
para ocultar la violencia
que brota en ellos mismos
a la vuelta de cada esquina
deme una moneda por amor de dios
y así algunos compran su consciencia
dormida por los ecos de la pornografía
que inunda los medios, las calles, los sueños
un viento que no cesa y se mete entre los calzones del mundo

como quien arranca las rosas
y no le importa nada.

Aquí
desde los almenares
el horno de los días

pero ya vendrá la noche
con su luna sigilosa
y el silencio cerval
de las calles de Ávila
bálsamo poético
que produce las piedras
y baña
aliviando los pechos
como si se pudiese el olvido.

 

 

 

También puedes leer