En seguida presentamos la poesía del poeta uruguayo-mexicano Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930). Vive en México desde hace mucho tiempo. En 2001 le fue otorgada la nacionalidad mexicana. A partir de sus primeras publicaciones en 1954 hasta el presente, ha dado a conocer más de 50 títulos entre poesía, cuento, novela, teatro infantil, testimonio y ensayo.
PÁJARO ESCRITO
(para José Luis Megchún)
Es otro pájaro éste
que el papel fermentado genera
entre trazos de tinta verde lamidos
por la lluvia que soltó
la noche externa.
En su pico de dura agudeza
se rompen migas secas
y lombrices fatigadas
y mariposas sutiles
y semillas parpadeantes
y hormigas que el lápiz
jamás inventó.
Plumas cerradas sobre plumas
donde íntimos bichos se resguardan:
plumones tallos fibrillas vástagos
con deseo de altura
con apetencia de aire imprevisible
y jugos tal vez amarillos.
Pájaro muy otro en lo distinto
de sus brincares y volares encuardernados
sin impulso de cantarse o trinarse
o silbarse o aullarse o gritarse:
porque sólo el silencio permite
que pájaro sea
en la delgadez indecisa
de estas páginas de papel o de pasto.
BARRIO
Piedras aplastadas por caballos sordos:
árboles humillados por perros sin infancia:
gorriones otra vez los pájaros de siempre
emplumándose en la impiedad del otoño:
lluvia peleando contra la memoria de otras aguas:
neblina fangaleando barrosamente
entre espumas que se ahogan en la orilla envejecida
del invierno que nunca emigró:
moscas que florecen fosforecen
en medio de sustancias licuadas
por la opacidad del sol:
pantalones ambulantes y restringidas bragas
y cobijas congeladas y una oquedad de manteles
malusándose todos entre sí:
y nosotros lo posible de nosotros
como restos de infante
que su persona seria abandonó:
nosotros en nos pisando todavía
la mugre el desorden el olor
de este pedazo de ciudad
que el grande río sostiene y oscurece.
¿MÁS PREGUNTAS?
¿Es un fragmento de blancor despegado
de los borrosos calzones de la luna?
¿Es una energía que tan blancamente renace
del súbito repliegue
de un momento sin relojes
en la noche?
¿Es una mano inacabada
en un más después
de la persona hembra su dueña usufructuaria
que en otra mano se sostiene entreabriendo
trabajos transparentes y señales?
¿Es una cadena de labios de aire
multiplicándose entre copas y tazas
y un albor de servilletas palabreras?
¿Es un impulso de saliva sagrada
desnudándose de un rostro
desamarrándose de sí
hacia el clima de una boca que perdió
sus rituales de sonidos y de glándulas?
¿Es una figura enaltada
que entre lejanísimas baldosas
y plazas únicas
y oscurecidas jacarandas
simplemente recoge
su clara bandera carnal?
LUZ INTERNA
(para Antonio Conde)
En la sala amarilleada
por la fijación de la luz
alguien o álguiena percibe
los aullidos de una bacteria enferma.
El polvo no choca con esas iluminaciones
de energía congelada:
solamente penetra las fibras o raíces
del polvo extranjero que se apega
a las temblantes láminas
de cada ventanal.
Entre los blancos pies
de las sillas descalzas
alguien ocupa todavía sus zapatos
y una alguien otra se retira
con sus sandalias tensadas
por el último sudor.
Desde todas las guitarras
y todas las bocas
se descarnalizan los hedores
de un nuevo silencio.
La doliente bacteria divide su cuerpo
en dos rápidas muertes.
En la sala la luz se extiende
como una mano implacable
de confusa gelatina.
UNA ARAÑA TAL VEZ
No es una araña jubilada
la que ordena sus estambres
en este silabario:
las mandíbulas las glándulas
no están preparadas
para un trabajo necesario
a otra especie más triste.
Tal vez pueda cantar
libre ya de tareas supuestamente asesinas.
Tal vez escuche susurros espesos
silbantes salivaciones que llegan
de otras cavernas de tela encenizada.
Tal vez haya sido
El cantado arácnido que estuvo
en el pelo entrenalguero
de la amada.
Tal vez el tarántulo enceguecido
por la hembra que sabrosamente
sabrá desayunárselo.
Entre estas sílabas dudosas
nada se encontrará
más que los tenues espasmos
de un aire resquebrajado:
partículas de absorbidos vientres
ripios de antenas roídas
células de alas silenciosas
simplemente secándose
a espaldas del sol.
LA CALLE EN SEPTIEMBRE
(para Laura Etorena, in memoriam)
Hasta el fondo de tu calle
de este oscuro septiembre llegan
chillidos de gorriones tardíos
puntos de polvo de inmedibles
torres despedazadas
y un silencio de incompleta primavera.
¿Qué pasos qué caminares
de qué pies casi extranjeros se mueven
debajo de tantas sustancias
que las jornadas humanas entremezclan?
¿Cuántas plumas se juntan
en cada día de un gorrión?
¿Cuántos volátiles ladrillos y cristales
se hinchan quebrando
la vertical pesadez del poderío?
¿Cuántos silencios se expanden
a través del jugo floral
que los astros provocan desde el fuego?
Nadie conoce el espesor de la propia sombra:
nadie sabe la cifra última
de su eléctrico orgasmo:
nadie entiende el tamaño cambiante
de sus latidos o lágrimas:
nadie es dueño o poseedor o propietario
de sus zapatos ni de sus eructos
ni de su cáncer ni de sus monedas
ni de su hijo visceral ni de su estiércol.
Al término de tu calle
como en una estación nocturna
palabras detenidas se acumulan
y malusados papeles y libros deshechos
y falsos pergaminos y cartones corroídos
y botellas de extraviada saliva
y manchas malolientes de perros decepcionados
y pútridos vestidos que el invierno consumió.
Y más adentro en lo inferior
de las pisadas foráneas
cada golpe del puro pie reclama
un poco de dolor para la antigua enemiga
un algo de aire ciego
para los ojos sin carne de la añeja adversaria.
Porque ésta es la calle de todos los viajes
de todos los encuentros
de toda tu piel que de pronto regresa.
Porque los pasos no estarán
ni los zapatos de fatigada extranjería
ni la ceniza con sus huesos incontables.
En tu calle que este tiempo
de septiembre oscurece
los gorriones muertos
hacen ya florecer
las plumas nuevas.
México DF, 14/IX/2001
DE PIES Y MANOS
(para Guadalupe Galván)
Siempre no se apartan las calles
de los restos de polvo que dos pies
con sus dedos totales dejaron.
Y otros pies de humana densidad
habrán de transitar las marcas
de un olor de hembra transparente.
Porque así se extienden las leyes de este otoño
señalando que un hombre
con su verbo caminante debe extraer
el silencio de toda piedra
de todo ladrillo de toda baldosa.
Porque esa ley impone
un áspero reglamento a temores y olvidos
una sangrante sanción a las bocas
que en sus propias mudeces se hunden.
¿Quién puede soportar el negror
que desde el íntimo hueso lastima
el origen de un gesto hacia otra piel
hacia otro entrelabio de extranjera humedad
o de encendida sed que no cesa?
¿Quién como un quien soltándose
de su raigal quienetud
tal vez comprende el derrumbe
del sucio fuego y sus metales
que traspasan el puro cristal
de relojes y de máquinas?
¿Para qué entoncesmente las calles
de las morerías rancherías juderías
pueden apartarse de agudas cenizas
de tierras y volátiles basuras
de deshebrados despojos de papel y de sombra?
¿Para qué si hubohayhabrá
un pie asociado a otro pie
sin límite ni distancia ni apego
entre él y él:
solamente él y él como ellos pies
oliendo buscando escarbando
entre alientos desmoronados
y añejas corrupciones
la memoria del olor
de la hembra transparente?
Para qué si en un espacio
de árboles y paredes desolándose
cuatro manos analfabetas redactan
la ley única de todas las palabras.
LA NUEVA MUERTE
(para Emil Verhaeren)
Un poeta de Bélgica hace más de un siglo
habló de una hombruna Muerte
echándose algún trago
con sus pies de ella cerca del fuego.
Y aquella Muerte mayusculada
se levantó después para entrarse
en todas las direcciones de la dolida Tierra.
Hubo gente que le dio más vino
más carne tomada de infantes no nacidos
más sangre de adulteradas doncellas
más esqueletos de repetidos óbitos
por efecto causa y resonancia
de hambrunas sin fondo
de pútridas verbalizaciones
y pestes desesperadas
de horcas florecidas y frescos misiles
y divanes electrizados y átomos incendiarios
y edictos brutales y hachas infatigables.
¿Quién pudo ver
el vestido de esa Muerte?
¿Quién pudo tocar
lo oscuro de su forma?
¿Quién pudo oler
el ácido vapor de sus sobacos?
¿Quién pudo escuchar
los susurradps silbidos
de su mensaje implacable?
¿Quién pudo platicar
con esa Muerte?:
¿en cuál cerrada oreja puso
oraciones amenazas conjuros
rogativas alabanzas
como huevos torpemente infecundos?
La mentada Muerte de seguro anda desnuda
no empuja carretones crujientes
no carga ataúdes ni instrumentos
no ríe ni habla
ni gusta del ajedrez o la baraja.
Si es la misma la que clava
sus iguales leyes en las dimensiones
de un planeta aterrado y solitario
cuando exija su trago le serviremos
un poco de este cántico
en una copa de aire.
ROSTROS
Tal vez fueran rostros
monedas carnales y blancas
albores de moléculas lastimándose
en medio de tercas sustancias
planetas nacientes rompiendo
la opresión rigurosa de sus órbitas:
Rostros quizá malnutriéndose
de visiones cotidianas
de sangrazas y sulfúricas muertes recogidas
en pantallas y voces de tenaz suciedad:
Rostros sí haciéndose a sí mismos tal vez
desde cremas de luz
desde natas fulgentes
desde tallos de leche con su raíz
de traslúcida sombra:
Rostros moviendo su vibración
entre usuales soliloquios
y diálogos voraces
entre páginas que alguien para sí organiza
incendiando sin apuro sus máscaras.
Un llegar y un irse de rostros:
bocas huyentes tocadas por un pesado pan
cabellos mezclándose con su propio pelo
labios que esperan atados a la piel
ojos con su niebla iluminante entrecerrada
mejillas que se abren hacia claras salivas:
Rostros como una patria de sangre esplendente
cuyo nombre también es dolor
y se escribe en la piedra.
¿UNA MANO?
Una mano deshuesada contra el primero sol
sin riquezas ni pingües carnes
ni metales resonantes:
Una mano liberada de los polvazales terrícolas
agarrándose a fibras enrojecidas de aire y de fuego:
Una mano sin su piel anversa
tocada por filos de bronce
y astillas de secas campanas:
Una mano sin tendones ni uñas
de ninguna mano otra que con caliente ungüento
la capture o la envuelva:
Una mano masticada por la coa tempranera
o el lápiz congelándose
que los iniciales inviernos imponen:
Una mano espejeando
entre rasgadas plumas de insólitos insectos
esas moscas que fallecen en aplastamientos
o en revuelos que garrotes de papel
o astrales vientos determinan:
Una mano despellejándose contra el segundo sol
que el veloz amanecer desprendió
como un huevo de la tortuga primordial
que ha dado ocasión a estos cinco dedos
de alzarse sobre el contemplado mundo:
Una mano apegándose a su piel reversa enjuagada
por el propio suero que hierve
con letras y tintas y posibles sonidos
y fulgurantes sustancias:
Una mano que regresa despojándose
de guantes como cáscaras de cristal
de sombras caídas desde una mariposa blanca:
Una mano que vuelve a su brazo
que se ajusta a su cuerpo temblador
que empieza y reempieza a rascar a lavar
a tocar a cortar a quebrar a manchar a planchar
a cocinar a secar a borrar a empacar a cerrar
a trapear a deletrear a apalabrar a resonar a gritar
antes de que el tercero sol
se clave entre el pasto
con sus monedas negras.
Xochitepec, Mor., XII / 2001
PLAZA DE MAYO, DICIEMBRE 2001
(a todos mis amigos argentinos)
¿Quién se pondrá
la ropa rajada de los muertos?
¿Quién meterá sus carnales andaduras
en lo adentro de tanto zapatal descaminado?
¿Quién fijará su sombra cotidiana:
ese negro fulgor de fatiga y de insomnio
en las baldosas encenizadas dela Plaza de Mayo?
¿Quién preguntará por el dueño del sudor
de aquella camisa desfondada?
¿Quién por el nombre o sobrenombre
que no está en las voces mundiales
en los documentos totalizados
en las pantallas ecuménicas
en los periódicos globalizables
en las cruces descompuestas?
¿Quién vestirá el jugo natural
de esos calzones deshechos?
¿Quién quitará las balas
de su nicho coagulado:
quién de cada pulmón
la ponzoña del aire
y de cada pelo las aguas profanadas?
¿Quién comerá del hambre acumulándose
en bocas paralíticas
y panzas partidas?
¿Quiénes vestirán faldas de infantas
calcetines jubilados
corpiños ahuecándose
pantalones en derrumbe
enaguas masticadas
pañuelos dolidamente blancos?
¿Quiénes usarán las frescas calaveras
despojadas de la sangre y el ultraje:
separadas de la mugre y el engaño:
alzadas como un azul de fuego
en estos días desnudos
que también se levantan?
Datos vitales
Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930) vive en México desde hace mucho tiempo. En 2001 le fue otorgada la nacionalidad mexicana. A partir de sus primeras publicaciones en 1954 hasta el presente, ha dado a conocer más de 50 títulos entre poesía, cuento, novela, teatro infantil, testimonio y ensayo, en Uruguay, México, Cuba, Canadá, Venezuela y EUA. Su poemario El escriba de pie mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” 2002, y con ¿Palabras?, obtuvo el Premio Nacional Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2004. Anteriormente, se hizo acreedor a los premios de poesía del Ayuntamiento de Montevideo, 1959, y del Ministerio de Instrucción Pública, 1963, en su país de origen. Traducido a catorce idiomas e incluido en antologías de narrativa y poesía uruguaya, mexicana y latinoamericana. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Editor de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea publicada por Ediciones Eón en acuerdo con la Universidad de Texas en El Paso, Texas, EUA.