Cuento mexicano: Eduardo Hidalgo

Leemos un relato de Eduardo Hidalgo (Ciudad de México, 1982), “Bellas y fieles”, que es el primer relato de El libro más grande del mundo, de Eduardo Hidalgo, libro ganador del concurso Obra Inédita 2020 en la categoría narrativa convocado por la Secretaría de Cultura y Turismo de Morelos y publicado por el Fondo Editorial del Estado de Morelos. Hidalgo es Licenciado en Idiomas por el Instituto Superior Angloamericano y Maestro en Producción Editorial por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Docente del Centro de Lenguas de Cuautla de la UAEM. Su libro de relatos El libro más grande del mundo fue el ganador en la categoría narrativa del concurso Obra Inédita 2020 de la Secretaría de Turismo y Cultura de Morelos. Es autor del poemario Cantos semánticos (Cátedra Miguel Escobar, México, 2014). Ha publicado artículos y ensayos sobre rock, literatura y edición en medios como Algarabía, La Jornada, Barbas Poéticas y Quehacer editorial. Ha participado en encuentros literarios en México y en el extranjero, así como en congresos de traducción. Algunos de sus cuentos y poemas se han publicado en antologías y revistas nacionales e internacionales. En Perú, en 2012, en el marco del IV Festival Internacional de Poetas, recibió la medalla de oro por parte de la Casa del Poeta Peruano como reconocimiento a su labor como traductor. Vive en Cuautla, Morelos y se dedica a la docencia, la traducción y la literatura.

 

 

 

 

Bellas y fieles

 

A José Vicente Anaya

 

Decididamente, una breve rectificación es inevitable.
Jorge Luis Borges

 

De unos años a la fecha, mi reputación como traductor ha disminuido de manera estrepitosa. Las editoriales, que antes hacían fila para encargarme traducciones, ahora se dan el lujo del desdén y del desprecio por mi trabajo. De todas ellas, ninguna comete la osadía, como se refirió un eminente lingüista de El Colegio de México, de publicar mis traducciones. Pero permítaseme relatar los hechos que culminaron en lo que parece ser el fin de mi carrera como traductor.

En 1999 se publicó el primer libro que traduje. En aquella ocasión se trató de un poeta polaco no muy conocido en México: Czesław Miłosz, quien a pesar de haber ganado el premio Nobel en 1980, no vendía muchos ejemplares de sus libros en México, sino hasta la aparición de la antología, prologada, seleccionada y traducida por mí, que el Fondo de Cultura Económica publicó en marzo de aquel año. Con ella gané una popularidad inmediata y me pude dar el lujo de seleccionar a los poetas que me apetecía traducir. Así lo hice con Walt Whitman, Émile Nelligan, Lawrence Ferlinghetti, Borís Pasternak y Pierre Quillard, entre otros. Como nunca firmé contrato de exclusividad con ninguna editorial, cuando terminaba de traducir algún libro, llamaba a las principales editoriales del país y le otorgaba los derechos de publicación a quien ofreciese el mejor trato.

En el año 2005, me di cuenta de que toda la poesía que había traducido hasta entonces había sido el mejor taller de creación poética al que pude asistir en toda mi vida. De modo que en la primavera de 2007 tenía escritos más de 70 poemas propios que bien podrían conformar mi primer libro como autor.

Ya desde mis tiempos de traductor no me eran desconocidos los encuentros literarios en mi país y en el extranjero. Muchas veces me invitaron a diferentes naciones a presentar mis libros traducidos y a dar conferencias sobre el oficio del traductor. Pero a raíz de la publicación de Cantos semánticos, mi primer poemario, las invitaciones a festivales y encuentros de poesía no tardaron en llegar.

Fue precisamente en uno de estos encuentros que, si la memoria no me falla, rendía homenaje al poeta argentino Leopoldo Lugones, cuando conocí a quien se convertiría en mi amigo íntimo y la causa de mi desgracia: el poeta haitiano Henry Sorie. La cita se llevó a cabo en Argentina en el marco del III Encuentro Internacional de Poesía «Cataratas del Iguazú», del 8 al 11 de noviembre de 2008. A Henry lo conocí desde el primer día del encuentro y pronto nos volvimos inseparables. Compartimos mesas, charlas y cuarto de hotel. Él era un tipo esbelto, de estatura promedio, cabello hirsuto y con tatuajes de plumas en los brazos. Su piel morena, tostada por el sol haitiano, me recordaba las costas mexicanas y su entrañable calor humano.

Henry me contó que había nacido en Puerto Príncipe, capital de Haití, el 15 de octubre de 1970. Pero se mudó a la Isla de la Tortuga a los 18 años porque siempre había querido vivir en alguna pequeña isla frente al mar. También cambió de residencia porque, según me comentó en Argentina mientras bebíamos café en una tarde lluviosa, las grandes ciudades destruyen la autonomía de los individuos. En la Isla de la Tortuga se volvió pescador y su oficio le permitió dedicarse a lo que siempre le gustó desde pequeño: la poesía.

En Argentina presentó su libro Les âmes du brouillard y me pidió que lo tradujese al español. Acepté. Regresé a México con la intención de dedicar las vacaciones decembrinas a traducir el libro de Henry. Huelga decir que no terminé en esas vacaciones, sino hasta el verano de 2009. No escribiré en estas líneas mi postura ante la traducción de poesía, eso ya lo hice en mi libro Sí escribiré en estas líneas mi postura ante la traducción de poesía; simplemente me limitaré a citar un poema de Henry con las diferentes versiones que hice en español.

En la página 47 de su libro, Henry escribió el siguiente poema, sin título:

 

Ça fait longtemps que je te cherche.
Je suis là finalement,
chez l’amour ou chez la mort ?

La mort m’a demandé:
«Voulez-vous quelque chose à boire ?»
«De l’eau-de-vie», J’ai répondu.

La mort, oh la mort.
La petite mort,
des natures mortes.
Je vous ai trouvé au cul de la rue,
avec des lumières rouges.

 

Yo propuse dos versiones en español, ambas libres. En la primera, me esmeré en conservar el sentido del poema original. En la segunda, intenté conservar el ritmo en español para lograr que el lector de habla hispana viva la experiencia estética tal cual la vive el lector francófono.

 

Versión uno

¿Dónde has estado todo este tiempo?
Finalmente he llegado
¿acaso estoy en casa del amor?
o ¿en casa de la muerte?

La muerte me recibió con una pregunta:
«¿Te apetece una bebida?»
«Dame una copa de vida», respondí.

La muerte, oh bendita muerte
que nos llenas de orgasmos
y nos colmas de bodegones,
al fin te encontré en el callejón,
iluminada de rojo.

 

 

 

Versión dos

Te he buscado desde hace mucho.
Al fin he llegado
¿eres amor o muerte?

La muerte inquirió:
«¿Gustas algo de beber?»
«Agua de vida», respondí.

La muerte, oh la muerte.
La pequeña muerte,
el arte de la muerte,
te encontré al final de la calle,
vestida de rojo.

 

Sirva este ejemplo para mostrar que, al igual que hice con estos versos, para cada poema del libro Les âmes du brouillard, traduje dos versiones diferentes enfocándome en el sentido y en el ritmo, respectivamente. Cuando Henry Sorie vino a México para ver los avances de su libro, le mostré las dos versiones de cada poema y prometió leerlas con sigilo para darme su opinión sobre las que, a su parecer, eran las mejores. «Pero finalmente –me dijo mi amigo– tú eres el traductor y la decisión final será tuya».

Henry Sorie regresó a Haití y, fiel a su promesa, leyó con sigilo las dos versiones en español de cada poema de su libro. Sin embargo, como me comentó después, tuvo un impulso casi eléctrico que hizo que tomase el teléfono y me marcara a mi casa en México.

–¿Bueno?

Eduardo ?, c’est toi ?

–Oui. C’est qui ?

–C’est moi, ton ami Henry.

–Henry ! Quelle agréable surprise ! Comment ça va, mon ami ?

–Eduardo, il faut que j’aille immédiatement au Mexique.

–Ah bon ?

–Il faut que je te parle de quelque chose de très important.

–Bien, pas de problème. Laisse me savoir la date de ton arrivée et j’irai te chercher à l’aéroport.

A los dos días de la llamada telefónica, Henry estaba nuevamente en México, en mi casa. Cuando me dijo el motivo de su visita, no me sorprendió su urgencia. Sin saberlo ni imaginarlo, una conocida editorial española planeaba publicar su libro Les âmes du brouillard en una edición bilingüe francés-español. Cuando se lo comunicaron, él, en francés, les dijo: «Está bien, lo único que pido es que el traductor sea Eduardo Hidalgo, si no, no hay trato». La editorial aceptó y comunicó a Henry que necesitaban nuestras firmas en el contrato, así que lo imprimió en Haití y decidió venir a México no sólo para que yo lo firmara, sino también para aclarar algunos puntos en cuanto a la traducción de su libro.

Recibí a Henry un sábado y de inmediato leímos el contrato, lo firmamos, lo escaneamos y lo mandamos vía correo electrónico a Barcelona, a la editorial catalana Seix Barral. Pero a Henry no le urgía tanto la firma del contrato, de haber sido así me lo habría mandado por correo electrónico, sino más bien hablar sobre la traducción de su libro porque, según me dijo, Seix Barral quería publicarlo cuanto antes debido a que tenían que comprobar gastos ante el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, ya que habían recibido una subvención gubernamental. Y como dinero no faltaba, el tiraje sería descomunal: un millón de ejemplares para distribuirse en las librerías de todos los países francófonos y de habla hispana. Era la primera vez que uno de sus libros alcanzaba el millón de ejemplares en una edición, y la primera vez para mí también.

Henry confiaba en mí como el ciego que confía en su lazarillo, pero quería discutir personalmente algunas de mis traducciones. Sorie es un poeta muy estricto en cuanto a técnica y es extremadamente meticuloso cuando se trata de su poesía en otras lenguas. Para nuestro infortunio, el tiempo estaba encima y debíamos decidir la versión final en español de su libro. Aunque lo peor no era el factor tiempo, sino que a mi querido amigo no le complacía ninguna de mis versiones en español para sus poemas. Por eso la urgencia y la preocupación. Sorie me confesó que mis versiones le gustaban pero que ninguna se acoplaba enteramente a su estilo.

–Henry –le dije en francés–, debes saber que la traducción de poesía es una negociación. Forzosamente tienes que sacrificar algo para obtener algo más. Por eso te propuse dos versiones para cada uno de tus poemas. Es imposible que mi traducción se adapte por completo a tu estilo. En algunos poemas, como lo habrás notado, intenté conservar tu estilo; en otros, el sentido; en otros, el ritmo; en otros, las figuras retóricas.

–Sí, Eduardo –contestó Henry en la lengua de Rabelais–­, lo sé y créeme que lo entiendo. Pero ¿no crees que podríamos olvidar tu traducción y traducir nuevamente bajo el precepto de la refundición total de la obra?

–Pues mira –espeté–, de que se puede, se puede, pero necesito más tiempo y no creo que Seix Barral nos lo otorgue, pero lo que podemos hacer es lo siguiente.

Henry me escuchó atento mientras le explicaba mi nueva postura. Cuando terminé, simplemente dijo: «Hagámoslo así».

No hacía mucho tiempo que mi cabeza elucubraba una nueva teoría referente a la traducción de poesía. Si bien siempre me sentí inclinado hacia Les belles infidèles, de vez en cuando resolvía los problemas de traducción con base en mi propia experiencia y mis propias ideas. Y como siempre había salido no sólo bien librado, sino con el gusto de los editores y de los lectores a mi favor, decidí que el libro de Henry Sorie era la oportunidad perfecta para dar a conocer al mundo mi nueva forma de traducir. Bastará un ejemplo para que el lector curioso se dé una idea de mi teoría. Utilizaré el mismo poema que mostré líneas arriba, tal cual se publicó en el libro Les âmes du brouillard – Las almas de la niebla, edición bilingüe francés-español, por la editorial Seix Barral.

En la página 104 aparece el poema original en francés citado anteriormente. En la página 105 del mismo libro, aparece mi traducción al español como sigue:

 

Ça fait longtemps que je te cherche.
Je suis là finalement,
chez l’amour ou chez la mort ?

La mort m’a demandé:
«Voulez-vous quelque chose à boire ?»
«De l’eau-de-vie» J’ai répondu.

La mort, oh la mort.
La petite mort,
des natures mortes.
Je vous ai trouvé au cul de la rue,
avec des lumières rouges.

 

Como habrá notado el lector, existen sutiles diferencias entre el poema original en francés y mi traducción al español. Sin embargo, para la gran mayoría, incluyendo a los editores de Seix Barral, el poema original en francés y mi traducción en español son exactamente el mismo. En un principio, la editorial dijo que mi traducción era una broma, una locura, un disparate, una imprecación, un panegírico de mal gusto, una gilipollez. No hacen falta explicaciones para la postura de la editorial. A nuestro favor, empero, figuraba el contrato ya firmado. Los editores no tuvieron más remedio que publicar el libro tal cual lo entregamos Henry Sorie y yo. No me molesté en redactar un prólogo a manera de explicación por mis actos ni nada por el estilo. Me bastó pensar que los lectores comprenderían el porqué de mi decisión.

Llegué a la conclusión de que la poesía es en esencia intraducible; de que lo que se dice magistralmente en una lengua no puede decirse exactamente en otra sin perder parte de la esencia; de que un lector en México debe sentir lo mismo (experiencia estética) cuando lee el poema en español que un lector haitiano cuando lee el poema en francés; de que, al leer en voz alta, el lector hispanófono notaría el ritmo del poema original en francés sin la necesidad de sacrificar el sentido del poema que dio origen a la traducción; de que, para evitar malas interpretaciones, un poema debía traducirse como lo hice con los poemas de mi amigo el poeta haitiano; y de que mi nueva forma de traducir era, como propuso Henry, una traducción a partir de la refundición total de la obra original.  

El libro se publicó tal cual lo enviamos a Barcelona y el tiraje fue de un millón de ejemplares para distribuirse en todos los países francófonos e hispanoparlantes, como se especificaba en el contrato. Las reacciones de los críticos fueron totalmente adversas. Todos los artículos y reseñas del libro eran negativos y nos tildaban, a Sorie y a mí, de bromistas, poco serios, locos y demás epítetos similares. Sin embargo, contrario a lo anticipado, el libro se vendió bastante bien. Muchos lo tomaron como una broma y lo adquirieron pensando en que un acto de esa naturaleza luciría bien en sus estantes personales. A la fecha, la primera edición aún no se agota pero, según declaraciones de Seix Barral, quedan menos de 17,543 ejemplares. La misma empresa ha declarado en entrevistas y comunicados que por ningún motivo publicarían una segunda edición y que Henry Sorie y yo quedábamos vetados de por vida, no sólo en Seix Barral, sino en todo el grupo de Editorial Planeta. Ni modo. C’est la vie.

En México, la recepción fue unánimemente negativa. Poeta loco y traductor loco, nos decían. Sólo hubo un autor que secundó mi teoría, José Martínez, reconocido poeta, traductor, periodista cultural, editor, profesor, corrector de estilo, antólogo y huésped asiduo de hospitales psiquiátricos. Su pluma nos ha dado a conocer excelentes versiones en español de autores como Henry Miller, Allen Ginsberg, Antonin Artaud, Gregory Corso, James Douglas Morrison, Friedrich Hölderlin y Benedetto Croce, entre otros.

              José Martínez de inmediato se puso en contacto conmigo y dijo: «Será necesario otorgarte un premio por tu traducción». A Martínez le entusiasmó sobremanera mi teoría y el libro que la sustentaba, así que decidió instituir el Premio Internacional de Traducción de Poesía «José Martínez», cuyo primer galardonado fui yo. Como ninguna institución quiso patrocinar el premio (cinco mil dólares y un reconocimiento) ni la ceremonia de premiación, José Martínez propuso que la hiciéramos en su casa, en Coyoacán, y él mismo financiaría el premio. A la ceremonia de entrega del premio sólo asistimos José Martínez, un camarógrafo, los músicos de un cuarteto de cuerdas, un mesero para proporcionar canapés y vino de honor, su hija Eleonora Martínez, quien fungió como maestra de ceremonias, y yo. Invitamos a Henry Sorie pero nos contestó que ya tenía planes. Según nos dijo, ese día lo dedicaría a beber en la playa para terminar de escribir su siguiente poemario: Boire à la plage [Beber en la playa].

La casa de Martínez es realmente bella. Tiene un amplio jardín y un pórtico antiguo. Antes de entrar a su casa, hay una terraza con una mesa y sillas de madera, donde todos los días recibe la mañana acompañado de café, periódicos, música clásica (casi siempre Béla Bartók) y su mascota: la langosta Desdémona, a quien viste con bufanda y esmoquin. Martínez mandó imprimir una lona de 4 x 2 para colgarla en su jardín, lugar de la ceremonia. La lona decía: Ceremonia de premiación del Primer Premio Internacional de Traducción de Poesía «José Martínez», el fondo era verde y tenía una imagen de San Jerónimo, el Santo Patrón de los traductores. Fue una ceremonia simple, de no más de 20 minutos. Su hija se limitó a leer una breve reseña de la trayectoria literaria de su padre y otra del premio que se me otorgó ese día. Después, José Martínez fue invitado al estrado y expuso los motivos por los cuales yo era el primer acreedor a los cinco mil dólares y el reconocimiento impreso. Como acto final, Eleonora me invitó a tomar el micrófono para decir unas palabras y, a petición de José Martínez, leí tres poemas de Henry Sorie con su respectiva traducción al español. Me entregaron el cheque por cinco mil dólares, nos abrazamos y la ceremonia concluyó con aplausos, canapés y vino blanco. José Martínez pidió al camarógrafo que subiera el video de la ceremonia a YouTube. Se puede ver en la siguiente dirección: https://www.youtube.com/watch?v=hDE68v4EF-A&hd=1.

No contento con mi premio, quise sustentar mi teoría por medio de una tesis doctoral. Decidí cursar el Doctorado en Letras en la UNAM, no para ostentar el grado académico, ese ya me lo había otorgado La Sorbona, sino para demostrar la validez de mi teoría, que únicamente José Martínez comprendió y secundó. Yo quería que todos pensaran como José Martínez. No obstante, para mi desgracia, me corrieron del doctorado porque uno de mis asesores de tesis declaró: «No voy a prestar mi nombre ni mi reputación como investigador para sustentar las idioteces de semejante imbécil. Si quiere hacer una tesis de esa naturaleza, que se busque otra universidad u otro país». Y así lo hice. Convencido de que mi trabajo como traductor había finalizado en México, me mudé a Haití, a la Isla de la Tortuga, con mi amigo Henry Sorie.

Todos los días vemos el atardecer acompañados de la brisa del mar, escribimos poemas y los intercambiamos para proponer diferentes traducciones. A veces nos visita José Martínez, sobre todo en verano, temporada preferida por Desdémona para viajar.

 

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