Recordando la obra literaria de Emma Godoy

Emma GodoyLa ensayista María del Rocío González nos presenta un acercamiento a los poemas religiosos de Emma Godoy (1918-1989). Emma Godoy recibió el Premio Internacional Sophia 1979 otorgado por el Ateneo Mexicano de Filosofía y el Premio Ocho Columnas de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

 

                                  

                                   Todo lo que constituye mi

                                            vida con su pasado y su    

                                            futuro está reunido en el  

                                            presente en el que las cosas

                                            vienen hacia mí.

                                   

         Emmanuel Levinas La huella del Otro

 

 

Poeta, ensayista, crítica, narradora, filósofa y dramaturga, Emma Godoy considerada por sus contemporáneos como una autora de amplia cultura, cuya obra abarcó diversas disciplinas: literatura, ética, estética, arte e historia. Al respecto, el crítico, Antonio Acevedo Escobedo mencionó en alguna ocasión: “… gentil acaparadora de sapiencia que es Emma Godoy”.[1]

   Nació en Guanajuato, Guanajuato, el 25 de marzo de 1918. Obtuvo el grado de Maestra en Letras Españolas por la Escuela Normal Superior y el Doctorado en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió, también, las carreras de Sicología y Pedagogía en esta misma institución. Ejerció de manera ininterrumpida la docencia, primero en la Escuela Nacional de Maestros, en la Escuela Normal Superior y en el Claustro de Sor Juana, principalmente. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Filosofía (fundada por José Vasconcelos) y de la Academia Internacional de Filosofía del Arte, respectivamente. Obtuvo el Premio Ibero-American Novel Award otorgado por la Fundación William Faulkner, de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, por su novela Érase un hombre pentafásico en 1962.

   Se dio a conocer en las letras, como poeta, en la revista Ábside, órgano que fundó Gabriel Méndez Plancarte y que representó, según precisa uno de sus críticos “la expresión más acabada de la cultura católica mexicana”[2] y; en la que publicaron, Alfonso Méndez Plancarte, Manuel Ponce, Concha Urquiza, Gloria Riestra, Alfredo R. Placencia, Octaviano Valdés, Adalberto Navarro Sánchez, Alfonso Junco y otros autores, cuya obra resulta muy importante. Muchos años después, la misma revista le publicó su primer poemario, Pausas y arena que tuvo buena aceptación de la crítica. Asimismo, también, dio a conocer sus poemas en las revistas Cuadernos de Bellas Artes y El Libro y el Pueblo.

   Su obra literaria abarcó, además de la lírica, los géneros de cuento, novela, ensayo y teatro. Su producción se caracteriza por una profunda religiosidad; una buena parte de sus escritos se rigen bajo esta perspectiva de análisis. Sus primeros artículos publicados en Ábside examina la producción literaria de autores como Gabriela Mistral, Alfonso Junco, Carlos Pellicer, Raúl Leiva, Arqueles Vela, Octaviano Valdés, José Revueltas, Rosario Castellanos; y en especial, la obra de escritores como Margarita Michelena, Margarita López Portillo y José Gorostiza. Como resultado de sus reflexiones publicó los volúmenes Margarita y Los días de la voz, Notas críticas en torno a la poesía de Margarita López Portillo y Sombras de magia, éste último, libro, reúne textos de pintura, poesía y teoría estética y, donde sobresalen la exégesis del poema Muerte sin fin; el ensayo sobre el hombre, la naturaleza y Dios vistos a partir del poema Práctica de vuelo de Carlos Pellicer y la interpretación de los murales del Hospicio Cabañas, de José Clemente Orozco.

   Se interesó, por escribir sobre las vidas de Gabriela Mistral y Mahatma Gandhi. De su creación dramática destaca Caín, el hombre, donde relata el drama bíblico de Caín y Abel, presentando a Caín como el hombre moderno de la actualidad, alejado de Dios. Mostrándonos, la ensayista guanajuatense, que la verdadera existencia del individuo aspira a lo infinito y, su tragedia se circunscribe a que está inmerso en la inmediatez y en lo febril de la vida moderna.

   Su novela El hombre pentafásico, presenta las pasiones e instintos contradictorios de los seres humanos y, alude a su libre albedrío y; en La pura verdad o puros cuentos reúne una serie de narraciones cuyos temas son aspectos de la cotidianeidad donde predomina un gran sentido del humor.

   No perteneció a ningún grupo literario, sus contemporáneas fueron Griselda Álvarez, Margarita Michelena y Guadalupe Amor. Temáticamente, con éstas dos últimas coincidió en tematizar sobre Dios. Escribió en prosa y en verso libre, primordialmente aunque también poetizó con sonetos de intensa emotividad. Sus poemas religiosos revelan una aspiración de establecer una incesante comunión con Dios.

   La crítica ha puntualizado lo siguiente: “influida por la literatura sagrada, la poesía de Emma Godoy es una referencia permanente a las relaciones, ya conflictivas, ya triunfales, del hombre con la divinidad; con un exaltado lenguaje en el que predominan la soledad, el erotismo y la religión, la escritora intenta abarcar la creación, dando así a sus temas poéticos un espacio muy vasto en el que un verdadero torrente de imágenes comprende a los seres pequeños y terrestres, los atributos del amor, la naturaleza y el espacio infinito”.[3]

   Por su parte, Carlos González Salas en su Antología mexicana de poesía religiosa. Siglo XX, anota “… en las voces femeninas que escriben sobre poesía religiosa encontramos expresiones de duda, angustia y anhelo de creer, tales son los casos de Emma Godoy, Concha Urquiza, Michelena, Gloria Riestra y otras tantas escritoras”. En el caso de Godoy sus versos manifiestan, sí la duda y anhelo de creer pero no son escritos de amargas y descarnadas emociones, como en algunos casos de escritores religiosos como el poeta jalisciense, Alfredo R. Placencia. No obstante, si prevalece un hondo sentimiento hacia la Divinidad: de encomio, de asombro ante la grandeza divina y de amor.

   Sus poemas vertidos en los volúmenes Pausas y arena de 1964, Poemas de 1984 y Del torrente de 1989; reúne todo el conjunto de su obra poética. Sus versos más logrados son los religiosos. En ellos evoca, alaba y, de manera, muy, singular apostrofa a Dios de distintas formas. Por apóstrofe entiendo lo que define Helena Beristáin en su Diccionario de retórica y poética. Quién señala: es una figura de pensamiento de las denominadas patéticas o formas propias para expresar las pasiones. Cuyo recurso consiste en interrumpir el discurso para incrementar el énfasis con que se enuncia explícita o se cambia, a veces, el receptor al cual se alude naturalmente en segunda persona o se le interpela con viveza. Este receptor puede estar presente o ausente, vivo o muerto, puede ser animado o inanimado, y puede ser un valor o un bien, o puede ser el emisor mismo.

   En la lírica de la guanajuatense, las distintas formas de nombrar a Dios son: Señor, Altísimo, Dios, divino Pastor, Verbo del Padre, Pastor, a Ti, Amo incomprensible, Eterno, al Poderoso y Dueño. Estos recursos de apelación al Ser Supremo es una constante que predomina, también, en la obra de algunos líricos religiosos como son los casos, de Alfredo R. Placencia y del español Lope de Vega, por mencionar sólo dos ejemplos. Quizás, uno de sus referentes directos de Godoy fue la obra de Lope de Vega, del que poco se conoce y mucho menos se ha estudiado su escritura religiosa. Las formas como la autora nombra a Dios tienen paralelos con las formas, diversas, del poeta español de apelar a Dios.

   En otro orden de ideas, un rasgo dominante, que señala González Salas, en estos textos son los tonos laudatorio y de exaltación a Dios. Esta peculiaridad, es uno de los lugares comunes de la poesía religiosa mexicana en la obra de autores como Sor Juan Inés de la Cruz hasta escritores contemporáneos como Javier Sicilia. El tono laudatorio es expresado en el poema: “Sinfonía litúrgica II”

 

En el atrio los árboles arpegian

    sus somnolientas arpas

y las aves sencillas

pintan un fondo de aguas

al caramillo alegre

del divino Pastor de la parábola.

 

    Arde el templo a la voz del caramillo.

Es todo el templo casa

de oro, por Ti, Pastor, Verbo del Padre,

que tuviste nostalgias

de una oveja perdida.

Por ti, rescatador de la esperanza,

las agudas trompetas

acribillan luceros con sus lanzas

sacudiendo la vida:

¡Toda carne será resucitada!

 

   Y responde en lo alto desprendida de

                                           [arcángeles,

de  Tronos, de Virtudes –polifonía de alas,

contrapunto celeste-:

 

   La originalidad de la escritora guanajuatense radica en las múltiples formas de apelar a la Divinidad; indudablemente está en deuda con poetas como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Lope de Vega. El empleo que hace del pronombre Tú para apelar a Dios es una influencia directa de los místicos españoles. Pero, evidencia en su escritura, también, una sobrada intención estética, de buscar la imagen perfecta, la palabra exacta, haciendo del ejercicio poético, un espacio de la experimentación, en donde el hallazgo poético prevalece a lo largo de su lírica.

El poema titulado “Señor, Tú eres la guerra”, es prueba de ello:

 

Señor, Tú eres la guerra.

     Cuando llamas, mi Dios, es clarín bélico,

carros de Aminadab en avalancha,

tu boca de silencios.

 

    Cuando llamas, Señor, ¿quién te resiste?

Flauta de Jericó suena en tu asedio,

y al hombre que miraste tomas a sangre y música,

en vilo de cantares y en tormento.

 

Mataste mis rebaños con sólo tu caricia.

Asolaron la viña tus voces de salterio

quemando las cabañas de mi gozo

y estrangulando el pájaro bermejo.

Envenenaste el agua que bebía en los labios amados

y sembraste de púas aquel pecho

donde mi sien dormida te olvidaba

coronada de huertos.

 

     ¿Cómo osar olvidarte, cuando Tú no te olvidas…?

Y hoy demandas lo tuyo con un grito en silencio.

     ¡Cuando clamas, oh Altísimo,

vuelcas en la ciudad todo el infierno!

 

    Ahora es la tiniebla, la ceguera de Saulo.

Para mirar la luz hay que estar ciego.

Para que alce la torre campanas y palomas,

cercenar a cuchillo muchedumbre de sueños,

acribillar las rosas,

comer el pan de despojo y desierto.

 

    ¡Ay, Amo incomprensible, tienes nombre de

                                                              [guerra!

Haces luchar al hombre cuerpo a cuerpo

con sus propias entrañas

y devorar sus dioses y sus huesos

hasta quedarse en sombra devastada.

 

   Sólo entonces lo pueblan tu Potestad de Fuego,

y el Trono de la Cítara,

y el Principado de Oro, y el Serafín de Incienso.

 

    Pero a mí no han bajado esas Antorchas,

ni en el tacto del alma al Vencedor presiento.

Soy ya un herido campo de batalla,

¡no abandonen su presa las Milicias del Cielo!

 

    Oigo gemir la ruina;

oigo a mis muertos

que me piden sudario y algún surco en la tierra.

Inútilmente claman los recuerdos:

insepulto ha de estar lo que no es tuyo,

atrás, a mis espaldas, en el yermo.

Mis manos que mañana transpasará la música,

no tocarán lo muerto.

 

    ¡Es el Señor que pasa!

   El Sinaí y su pueblo

   no pueden soportarlo

¡Quien soporta al Eterno!

 

   ¡Es el Señor que pasa

   Y en el hombre azorado

estalla el universo!

 

   Como podemos observar, la autora cuando evoca a Dios, revela en momentos ciertas dudas y angustia ante su grandeza como lo expresa en el poema anterior.

   Por otro lado, estas frases coloquiales que emplea como: Mataste mi rebaños/ estrangulando el pájaro bermejo/ envenenaste el agua que bebía/ sembraste de púas aquel pecho; así como el uso del pronombre Tú para dirigirse a Dios, obedece a una necesidad de tener una cercanía más profunda con Dios.

   Otro rasgo que caracterizan sus poemas es el uso de los adjetivos posesivos: mi y mío, manifestando un anhelo de posesión hacia la Divinidad.

   La obra poética de Emma Godoy forma parte dentro de la gran tradición literaria mexicana, la de la poesía católica, a la que pertenecen autores como Carlos Pellicer, Gloria Riestra, Alfredo R. Placencia, Alfonso Junco, Joaquín Antonio Peñalosa y otros autores no menos importantes.

   A manera de cierre de estas notas, podemos anotar que la lírica de la autora refleja, como en la obra de los autores religiosos una necesidad de resarcir sus culpas como seres mundanos sin de dejar de maravillarse ante la grandeza divina.

   En lo que toca a las distintas formas como interpela a Dios, son  recursos que le sirven para alabarlo, enaltecerlo, invocarlo e implorarle. La manera como emplea el apóstrofe es por supresión/adición. Godoy sustituye la palabra Dios por otras palabras para darle mayor énfasis a su discurso.

   Cabe señalar que, además de su constante vocación por el magisterio, de su interés por difundir la literatura de autores mexicanos y de avocarse a la filosofía hindú; realizó labores altruistas (Emma Godoy estuvo preocupada por los ancianos y fundó, la institución, DIVE, cuyas iniciales significan Dignificación de la Vejez, en el año 1977- y participó activamente en el INSEN). Actividades que le merecieron, que muchos años, después de su muerte (30 de julio de 1989), sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Hombres Ilustres en el 2005.

   Emma Godoy fue una poeta que escribió como aconsejaba José María Rilke, tan sólo por necesidad, por absoluta e indeclinable necesidad del alma atormentada, que se debate, busca y cuestiona; sus versos se convierten, entonces, en obra de gran meditación ante su inquebrantable fe religiosa.

 

Bibliografía.

Acevedo Escobedo, Antonio, “Emma Godoy”, Ábside. Revista de Cultura Mexicana, México, 1974.

Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, t. III, Dirección y asesoría Aurora M. Ocampo, México: UNAM, IIFL, CEL, 1993.

Godoy, Emma, Poemas, México: Jus, 1975 (Poesía, 4).

————-, Caín, el hombre, México: Jus, 1979.

————-, Sombras de magia, México: Jus, 1980.

————-, La mera verdad o puros cuentos, México: Jus,     

             1985.

————-, Del torrente. Pausas y arena, Jus, 1989.

Beristáin, Helena, Diccionario de retórica, 8A. ed.,     

         México: Porrúa, 2001.

 

Datos vitales

María del Rocío González es colaboradora del Diccionario de Escritores Mexicanos y forma parte del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

 

 

 


[1] Antonio Acevedo Escobedo, “Emma Godoy”, Ábside, p. 23.

[2] Carlos Rubio Pacho “EG”, en Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, p.241.

[3] Héctor Valdés, “Emma Godoy”, en Poetisas mexicanas del siglo XX, Ed. cit., p. 57.

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