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Las batallas de Eros

Rubén Márquez Máximo

Eros batalla contra una parte del tiempo. Desde luego, no porque ignore que sólo puede hacerse patente en el cuerpo deseado a través de instantes que se multiplican con sucesión impotente para los mortales, sino porque el tiempo también tiene la tarea de borrar el encuentro amoroso como cualquier otro encuentro con cualquiera de las cosas de los dioses y de los hombres o, cuando menos, dejarlos siempre atrás. Pero Eros además batalla encarnado dentro de lo que él mismo seduce para hacerse con más fuego en el arrebato de la seducción que provoca, como lo observamos en el verso: “las lenguas que luchan en un beso que florece”. Y más todavía, es por causa de Eros que combaten los hombres por una misma amada fingiendo una locura que en realidad ha alcanzado ya su deseada posesión, pues los amantes, remitiendo a Tibulo, desertan de la guerra por su patria para luchar una batalla de verdaderos valientes, esto es, la batalla por conquistar a la muchacha querida.

La guerra es el padre de todas las cosas, como dijo Heráclito, y por su palabra el logos por vez primera se autorevela, es decir, por vez primera el ser se presenta en la inmanencia. De Eros descendemos porque él es la deidad que primero toma y cede las armas. Amamos para la eternidad desde la finitud, y Eros lo sabe muy bien. Por eso siempre está ahí acompañándonos, indiferente a la Razón, el Decoro o la Vergüenza. “Por medio del arte ha de ser gobernado Amor”, nos los enseñó primero Ovidio. Ahora, continuando con el canto de esa batalla nos los sigue recordando, por fortuna, la poesía de Rubén Márquez Máximo.

Francisco Iracheta

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