Margarita Michelena, poeta

Margarita Michelena 

María del Rocío González discurre sobre la poesía de Margarita Michelena (México, 1917-1998) y sus relaciones con la obra de Charles Baudelaire, de quien tradujo El spleen de París que, a juicio de Octavio Paz: “[es la traducción] más pura y sensible, la mejor que se ha hecho en nuestra lengua.”

 

 

 

                La alegría ha de tener dolor;

                                                           y el dolor, alegría.

                                                          Fausto de Goethe.

 

En este artículo quiero señalar, brevemente, sobre la obra poética de Margarita Michelena. Su lirismo ha recorrido las vertientes de lo sagrado, los ámbitos de la existencia y los temas universales: el amor, la muerte y la soledad. La totalidad de su obra evidencia notablemente ribetes de autoconfesión y de un amplio bagaje cultural de la literatura occidental.

   Margarita Michelena, poeta, ensayista, crítica literaria, periodista y narradora, en alguna ocasión comentó, en una entrevista concedida a Marco Antonio Campos[1]: “Mi verdadera biografía está en mis versos”.

   Su vocación fue el acto poético de la escritura y, como apunta el dramaturgo, Roberto Coria toda obra de arte tiene rasgos autobiográficos, el caso de la autora no es una  excepción[2].

    No perteneció a ningún grupo literario, sus contemporáneas fueron Emma Godoy, Griselda Álvarez y Guadalupe Amor. Con Griselda y Pita Amor compartió la predilección por las formas clásicas aunque Michelena empleó el verso libre. Temáticamente, Pita, Godoy y Margarita coincidieron en abordar el tema religioso.

   Fue lírica de nacimiento y, ciertamente, de autoformación.

   Muy joven se inició en el periodismo[3] como guionista de radio, colaboró y dirigió el suplemento “La Cultura en México” de la revista Siempre!. Suplemento en el que publicaron, también, sus escritos Carlos Monsiváis, Ernesto de la Peña y otros críticos.

   De manera paralela e ininterrumpida desarrolló su carrera literaria y periodística. Sus primeros artículos los publicó en la revista América (1949) que por aquella época dirigió Efrén Hernández; publicación donde sacó a la luz, también, sus cuentos iniciales y, en la revista Tira de Colores se dio a conocer como poeta en 1943.

   Su ejercicio periodístico diseminado en diversas publicaciones periodísticas examina la producción literaria de autores mexicanos, extranjeros y de los exiliados españoles, principalmente. Sus reflexiones sobre crítica literaria prevalecieron de objetividad y claridad en sus juicios.

   En otro orden de ideas, sus textos poéticos tuvieron una buena recepción de la crítica y fueron incluidos en diversas antologías como la de Jesús Arellano, Antología de los cincuenta poetas contemporáneos; la de Antonio Castro Leal, La poesía mexicana; la de Max Aub, Poesía mexicana 1950-1960; el recuento poético religioso de Carlos González Salas, Antología mexicana de poesía religiosa y en la selección que publicaron Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, Poesía en movimiento. Así como en otras compilaciones aparecen sus colaboraciones líricas.

   Las vertientes que confluyen en su lirismo son los temas del amor, la soledad y la muerte. Escribió, también, extensos poemas dedicados a Dios, como señalé líneas arriba. En sus versos religiosos aspira a establecer una profunda religiosidad y una incesante búsqueda y comunión con el Ser Supremo.

   La crítica ha puntualizado que en su lírica predominan un pulimento verbal, lugares comunes con frases certeras, un tono intimista, en ocasiones, con frases gastadas pero logrando verter las circunstancias humanas donde expresa su abatimiento existencial. De tono confesional, sobresale por una gran carga expresiva y una intensa emotividad, tónicas que predominan a lo largo de su obra. A lo que Octavio Paz apuntó en alguna ocasión[4]”… en formas diáfanas, alía el pensamiento al sentimiento. Lo que pensamos con los sentidos a lo que sentimos con la cabeza”.

   Desde sus textos iniciáticos (Paraíso y nostalgia) se manifiestan estas diversas sensaciones de amor, desamor, la vacuidad del ser, la nostalgia por lo vivido, la visión desencantada de la realidad, el tedio y el hastío.  

   Circunstancias que a o largo de sus posteriores poemarios: Laurel del ángel, Tres poemas y una autobiografía, La tristeza terrestre y Reunión de imágenes se manifestarán plenamente.

   Me interesa establecer, en este ensayo, las marcadas referencias con el libro Las flores del mal de Charles Baudelaire en la lírica de Michelena. Lo que distingue en sus textos poéticos son las afinidades con la poesía baudeleriana aunque no podemos afirmar que es una obra mimética, en términos formales. Sólo mencionaremos las reflexiones que el autor teorizó en su obra y que Michelena las retoma en sus escritos. No es una casualidad que tradujera el Spleen de París y elaborara la selección de algunos de los poemas del crítico francés. Algunos de los juicios que enunció el poeta, Michelena los asume de manera deliberada para expresar con plena conciencia, que frente a las exigencias de la vida moderna y práctica, la sociedad actual manifiesta una actitud nihilista.[5]

   Entiendo esta actitud como aquella que se hace evidente, en el individuo que está inmerso en una sociedad consumista, atrapado por lo febril y demandante de la vida moderna. Convirtiéndose éste en un hombre masa y perdiendo su individualidad.

   Es de subrayar, que la autora inserta a su obra, ciertos temas baudelerianos para expresar la condición que la que vive el hombre del siglo veinte amén de sus propias revelaciones existenciales en poemas como “Nocturno en ruinas”[6].

   Una de las aseveraciones que Baudelaire subrayó enfáticamente fue esta pérdida de la individualidad del hombre, reflexión que la autora testifica en el poema “Monólogo del despierto”[7]:

 

Estamos ya arrasados, detenidos,

fuera ya de nosotros, sin ribera ni centro,

sin nombre ni memoria,

perdida ya la clave del límite, la cifra

de nuestra propia imagen y su espejo.

 

Todo aquí es más allá

se ha trascendido el círculo.

Se ha derogado el número.

Ni distancia. Ni música. Ni latido. Ni órbita.

La dulzura terrible, sin fondo, de la nada.

 

   Estos versos nos llevan a repensar en aquello a lo que se refirió Buadelaire, a lo que nombraban los críticos del siglo XIX la prosa de la vida, el lado oscuro de la vida.

   Michelena adopta esta circunstancia de la existencia humana mostrándonos la realidad adversa a la que se enfrenta la civilización moderna. Asimismo, vaticinando, de manera apocalíptica el destino del mundo que los románticos, como en el caso de Baudelaire acotaron. La periodista explora este juicio en el poema “La casa sin sueño”[8]:

 

… a mi soledad vino una sombra.

Pobló este mundo de orgullosa ruina

Con una voz que gime

Como una criatura vengativa,

que tiembla entre sus lágrimas

lo mismo que una isla delirante.

 

   Las consideraciones de la creadora hidalguense que precisan sobre el aislamiento como condición del hombre y que le originan un vacío existencial, se evidencia en el poema “Muro que da al norte”[9]:

 

Toda dulce traición de la memoria

La enamorada sin amor

Que arde en el casto pecado

Que es su terrible orgullo

De estar sola.

 

   Por otra parte, uno de los críticos que han estudiado el movimiento romántico es Mario Praz, quién explica que: “Para los románticos, la belleza toma relieve precisamente por obra de aquellas cosas que parecen contradecirla: lo horrendo, cuanto más triste y dolorosa es, más la saborean.” Así como en el poema “Las dos buenas hermanas” de Baudelaire dice: El desenfreno y la muerte son dos buenas hijas. En el poema: “Como a un muerto de sed” expone y recrea, la autora, este sentido de la belleza, tan peculiar del romanticismo:

 

Es que me he deparado

la terrible alegría

de contemplar mi amor del dulce mundo

hecho ceniza.[10]

 

   Versos como los citados, nos hacen recordar, “el apogeo de la estética de lo horrendo y lo terrible”[11] que desarrollaron los románticos en su escritura afines del siglo XVIII, apunta, también Praz. En el caso de Michelena es idea inspiradora de sus versos.

   Conviene señalar, este tono de emotividad de los versos de la escritora que se manifiestan cuando alude al sentimiento que la embarga: una tristeza profunda, sentimiento que se convierte, a lo largo de sus textos, en tedio, hastío y desolación por las situaciones adversas a las que se enfrenta. Esta intensa emotividad se evidencia, notablemente, tanto en los escritos de Michelena como en los intensos sentimientos de Baudelaire cristalizados en su libro Las flores del mal.

   Michelena se inspiró en la sensibilidad de los románticos, en especial de la de Baudelaire, quien desarrolla esta expresión del sentimiento. La creadora incorporó uno de los ideales del Romanticismo de unir dos entidades: la mente y la sensibilidad. Aunque para ambos pensadores la sensibilidad se aprecia como algo que se desborda en sus líricas, como expliqué anteriormente.

   Los dos autores poetizaban como una forma de resarcirse a través del arte. La autora en el poema “El velo centellante” declara:

 

Yo no canto

por dejar testimonio de mi paso,

ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,

ni por sobrevivirme en las palabras.

Canto para salir de mi rostro en tinieblas.

 

   Debemos recordar, que ambos autores manifiestan en su obra las dolencias que los atormentan y en las que se regodean. Si bien, desde el romanticismo hasta nuestros días existe una estrecha relación entre placer y dolor. Buadelaire en su “Himno a la belleza” habla de esta unión. Por su parte, Margarita Michelena la transmite en el poema “La casa sin sueño”[12].

   Frente a las circunstancias adversas que ella refiere, también las contrapone al lado luminoso de la vida al igual que lo expuso Buadelaire, quien escribió versos a la naturaleza, en cuyos poemas identificamos que existe una comunión entre el individuo y la naturaleza y, que los románticos percibieron como entidades entrelazadas. En el poema “A ti rosal, nevado por la cima”[13] incluido en el libro Reunión de imágenes es evidente esta unión:

 

Es que hablándote así, del frágil tallo

Hundido y doloroso de mi voz,

desde mi noche que olvidó su estrella,

desde mi soledad, desde mi enero

y su granizo y sus perdidas aves,

me parece, loándote en la gloria

tardía y denodada que terminas,

que, como tú, levanto yo una rosa.

 

   Podríamos aseverar que a lo largo de su obra, se presencia una postura de esteta, la de Michelena; ya que, cuando realiza una exégesis sobre el lado oscuro de la vida en sociedad antepuso la belleza como algo sagrado. Al igual que el autor francés, quien estuvo consciente de vivir en un mundo sin sentido. Creyó en los ideales de la defensa de la individualidad del hombre y propuso ante la tendencia del hombre hacia el bien y el mal, que éste asumiera esta dualidad y encontrara una forma de vivir, enfrentando, a estas circunstancias adversas, la belleza y la poesía.

   En síntesis, afirmamos que, ambos artistas, mediante el arte, intentaron liberar sus abatimientos y asumieron estoicamente su existencia. A través de la palabra, desearon redimir al hombre. Recordemos uno de los principios de la estética romántica fue el arte como religión. La lírica de Michelena logra hacer inteligible, al lector, la condición humana y su entorno social con un lenguaje diáfano y sencillo.

 

Bibliografía:

 

M.H. Abrams, El espejo y la lámpara, Bs. As., Argentina: Edit. Nova, 1962.

La rosa escrita, Selec. y pról. de Francisco Hernández, México: Edit. Aldus, 1996.

Michelena, Margarita, Laurel del ángel, México, Stylo, 1948.

———————, Reunión de imágenes, México, FCE, 1969.

Praz, Mario, La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, Trad. De Rubén Mettini, Barcelona: El Acantilado, 1999.

 

Notas 

 [1] Marco Antonio Campos, “Mi verdadera biografía está en mis versos”, entrevista, “La Cultura en México”, Suplemento cultural de la revista Siempre!, 2093, 4 ago, 1993, pp. 50-51.

[2] Ana Rita Tejeda, “La vida de Bram Stoker, en El hombre que fue drácula”, Gaceta UNAM, México: Impr. Universitaria, 4011, 10 sep, 2007, p. 15.

[3] Margarita Michelena nació en Pachuca, Hidalgo, el 21 de julio de 1917 y; murió en la ciudad de México, el 27 de marzo de 1988. Para una mayor información de los datos biobibliográficos de la autora consultar el tomo V (M) del Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, editado por la UNAM.

[4] Octavio Paz, “Canto a Margarita Michelena”, “La Cultura en Mèxico”, Suplemento cultural de la revista Siempre!, México, 1947, 17 oct, 1990, p. 55.

[5] Debemos recordar que sobre el tema de la prosa de la vida, algunos críticos como C. Magris, M. Cacelan, R. Calasso y F. Rella han escrito sobre este asunto.

[6] “Nocturno en ruinas”, en Reunión de imágenes, p. 26.

[7] “Monólogo del despierto”, en Reunión de imágenes, p. 99.

[8] “La casa sin sueño”, en Reunión de imágenes, p. 61.

[9] “Muro que da al norte”, en Reunión de imágenes, p. 52.

[10] “Como a un muerto de sed”, de Laurel del ángel, p. 49.

[11] Mario Praz, La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, pp. 68-69.

[12] “La casa sin sueño”, en Reunión de imágenes, p. 61.

[13] “A ti rosal, nevado por la cima”, en La rosa escrita, pp. 29-30.

 

 

Datos vitales

María del Rocío González es colaboradora del Diccionario de Escritores Mexicanos y forma parte del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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