Poesía venezolana: Fernando Paz Castillo

Presentamos, en el marco del dossier Patria adentro. Antología de poesía venezolana,  preparado por Luis Perozo Cervantes, la poesía de Fernando Paz Castillo (Caracas. 1893 / Caracas. 1982). Fue miembro de la Academia Venezolana de la Lengua y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1967. También fue diplomático. En 1986 se publicó su antología Poesía.

 

 

 

 

 

 

El muro

Beauty is truth, truth beauty, that is all

Ye know on earth, and all ye need to know

John Keats

 

 

I

 

Un muro en la tarde,

y en la hora

una línea blanca, indefinida

sobre el campo verde

y bajo el cielo.

 

 

II

 

Un pájaro -en hoja y viento-

ha puesto su canción más bella

sobre el muro.

 

 

III

 

Enlutado de su propia existencia

-detenida entre su breve sombra

y su destino-

un zamuro, bello por la distancia y por el vuelo,

infunde angustia en el alma profeta:

una fría angustia, cuando

certero, como vencida flecha

-oscura flecha que aún conserva su impulso inicial-

cae tras el muro.

 

 

IV

 

La vida es una constante

y hermosa destrucción:

vivir es hacer daño.

 

 

 

V

 

Pero el muro,

el silencioso y blanco muro

parece que nos dice:

«hasta aquí llegan tus ojos,

menos agudos que tu instinto.

Yo separo tu vida de otras vidas

pequeñas; pero grandes cuando el ocaso,

el oro insinuante del ocaso llega».

 

 

 

VI

 

Acaso tras el muro,

tan alto al deseo como pequeño a la esperanza,

no exista más que lo ya visto en el camino

junto a la vida y la muerte,

la tregua y el dolor

y la sombra de Dios indiferente.

 

 

 

VII

 

Dios -muro frente a recuerdos y visiones-

está solo, íntimamente solo

en nuestros ojos

y en el menudo nombre

que lo ata a las cosas;

a la seda del canto del canario

fraterno

y a la noche que vuela en el zamuro:

fúnebre, pulido estuche de cosas ayer bellas

o tristes

que habrán de serlo nuevamente

del lado acá del muro,

con el temor reciente de volver al origen.

 

 

 

VIII

 

¿Morir?…

Pero si nada hay más bello en su hora

-frente al muro-

que los serenos ojos de los moribundos,

anegados por su propio silencio;

perdido ya, por entre frescas espigas encontradas,

el temor de morir,

y de haber vivido, como hombre, entre hombres,

que apenas -oscurecidos en su existir-

los comprendieron.

 

 

 

IX

 

Entonces el muro

parece allanarse entre el olvidado rencor

y la esperanza:

Es súbito camino, no límite de sombra y canto,

ante un nuevo Dios que nos aguarda

-que nos aguarda siempre-

y no conoceremos

a pesar de que marcha en nuestras huellas;

que nos llega de lejos,

del lado de la luz,

y que vamos dejando en el camino,

como algo, que no es tierra,

atado, sin embargo, a nuestros pies.

 

 

 

X

 

El muro en la tarde,

entre la hierba, el canto y el fúnebre vuelo:

presencia del dolor de vivir

y no morir;

consuelo de volver, en tierra y oro,

con la inquietud de haber sido;

polvo y oro que regresa eternamente,

como la muerte cotidiana,

bajo el granado trigal de la noche insomne,

rumorosa de viento alto

y de luceros.

El sediento corazón siente leticia:

el corazón y las queridas, tímidas palabras

huelen, como el muro en la tarde,

a cielo y tierra confundidos,

cuando el morir es cosa nuestra

y, como nuestro, lo queremos.

Lo queremos pudorosos,

en silencio, sin violencias,

mientras los otros temen -aún distantes-

la sensitiva soledad naciente

para el hombre, no humano, y su destino

confuso.

 

 

 

XI

 

Porque no hay muerte sino vida

del lado allá del canto, del lado allá del vuelo,

del lado allá del tiempo.

 

 

 

XII

 

Vaga intuición de perdurar

frente a la muerte ambicionada

y oscura…

Porque la muerte, imagen de nosotros

y criatura nuestra,

es distinta a la no vida

que jamás ha existido.

Ya que el verbo de Dios, que todo lo ha dispuesto

en la conciencia del hombre, no pudo crear la muerte

sin morir El y su callada nostalgia

de pensar y sufrir humanas formas.

 

 

 

XIII

 

El muro de la tarde -atardecido en nuestra tarde-,

apenas             una línea blanca junto al campo

y junto al cielo.

Misteriosa cruz que sólo muestra

su brazo horizontal.

Unida, por la oscura raíz,

a la tierra misma de su origen confuso;

y al cielo de la fuga

por el canto y el ala:

la noche impasible del zamuro

y el camino de oro del canario

hacia el ocaso.

 

 

 

XIV

 

¡EI muro!

Cuánto siento y me pesa su silencio

-en mi tarde-

en la tarde del musgo

y la oración

y el regreso.

 

 

 

XV

 

Sólo sé que hay un muro,

bello en su calada soledad de            cielo y tiempo:

y todo, junto a él, es un milagro.

 

 

 

XVI

 

Sólo temo en la tarde -en mi tarde- de oro

por el sol que agoniza; y por algo, que no es sol,

que también agoniza en mi conciencia,

desamparada a veces

¡y a veces confundida de sorpresas!

Sólo temo haber visto algo:

¡lo mismo!

el campo, el césped;

la misma rosa sensual que recuerda unos labios

y el mismo lirio exangüe

que vigila la muerte.

 

 

 

XVII

 

Y sólo siento frente a Dios y su Destino,

haber pasado alguna vez el muro

y su callada espesa sombra,

del lado allá del tiempo.

 

 

 

Datos vitales

Fernando Paz Castillo (Caracas. 1893 / Caracas. 1982). Ha publicado La voz de los cuatro vientos (1931, 1952, 1973), Signo (1937), Entre sombras y luces (1945), Enigma de cuerpo y espíritu (1956), Poesías (1962), El huerto de doñana (1969), El otro lado del tiempo (1971), Pautas (1973), Poesías escogidas, 1920-1974 (1974), Persistencias (1975), Antología poética (1979), Poesía (1986).

 

 

Para leer la introducción que vertebra esta antología sigue este enlace

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