Esas distancias de algo, libro de Daniel Téllez

De iz. a der Iván Cruz Osorio, Rodrigo Flores Sánchez, Daniel Téllez, Armando González Torres, Roxana Elvridge-Thomas y Roberto López Moreno

El poeta chiapaneco Roberto López Moreno nos presenta un “reportaje sobre el nacimiento de un libro de poesía”, Esas distancias de algo, preparado por Daniel Téllez. Se trata de entrevistas a varios poetas y su visión sobre la poesía que se escribe en México y la que hacen ellos mismos.

 

 

Reportaje sobre el nacimiento de un libro de poesía 

 

Daniel Téllez “se echó un ocho” recorriendo esas distancias de algo que alguna vez trazó, desde sus registros lunarios, el geómetra aquel, suresteño de cauces y clorofilas, de quien provienen frase y ahora título tellecianos, avalados por edición reciente, motivo del presente reportaje.

   Aquel poeta de savias sabias había escrito no solamente sobre el papel testimonial sino también sobre el viento, ese que disemina el latido de la manera más libertaria que se conozca en los asuntos del planeta. Pero era una escritura que venía desde la piedra misma sobre cuya piel, la mano del hombre había dejado el relato de los siglos vividos. Así, la piel de la piedra se había convertido en alfabeto y desde ese lampario desde donde se construye la palabra (en el principio fue el verbo) nos dio ubicación respecto a esas distancias de algo.

   De tal horno se fraguó en Téllez la idea de que la asamblea produjera un volumen en el que confluyeran las coordenadas en las que se encuentran el cometa y la hormiga, y se aparearan para procrear el latido de los relojes. Y era posible, porque lo sabemos bien, todo es posible fluyendo en las venas de Holderlin, de López Velarde, de Nerval, de Antonio Plaza, de Neruda, del poeta de “el crucero”, de Margarito Ledezma, de Borges.        

Daniel Téllez / Foto: Pascual Borzelli Iglesias

Daniel Téllez / Foto: Pascual Borzelli Iglesias

 

   Este libro, carrera contra el tiempo (de alguna manera todo libro tiene algo de esta sustancia representada en la velocidad contra la velocidad) se empezó a gestar a partir de la Feria Internacional del Libro Politécnica de hace dos años. Fue después de un recital en el que participaron varios poetas de muy reciente verbaria, novedosa, activa, convocados por el poeta ya referido, ocho ellos, que en otra significación más acerca del tiempo, vienen a ser representantes de las muy recientes generaciones de poetas que nos dicen con su trabajo que el río sigue fluyendo dentro de sus cauces de eternidad.

   El recital se llevó a cabo venturosamente y antes y durante y después fluyó la idea como rayo catódico alimentado por los polos de esa noche. De ahí, de aquel torrente, debía salir un libro de poemas, porque todo apuntaba a convertir aquella conjunción de palabras en permanencia. Los ecos resonaban en el salón aquel del Club de Periodistas, la idea exigía cada vez mayores y explícitas definiciones.  

   Esto que relata el reportaje bien se podría titular: “Génesis de la poesía convertida en tomo”. Téllez y sus huestes acababan de inventar entre verbos y nictimedes un nuevo ángulo a la noche y había que dejar testimonio de ello. La llama nos llegó de Prometeo para permanecer. Entonces, el imperativo del nuevo libro flotaba, aún etéreo pero más palpitante, en el espacio.

   El primer paso lo dio Téllez al preguntar a Rodrigo Castillo, uno de los involucrados esa noche:

   -¿Qué se gana y qué se transparenta con la poesía?

   -Con la poesía se gana el mundo –respondió Castillo- es decir la comprensión pesimista de nuestro entorno: soledad, muerte, violencia, amor, temas y tópicos por todo ser humano vividos. La transparencia de la poesía recae en su discurso para muchos flojo, escaso y sin significante; por ello, menciono al poeta ante una globalización minoritaria, ¿a quién le sirve escribir poesía?, ¿a quién interesa lo que el poema comunique y enseñe? A muy pocos. Sólo a aquellos que eligen el rumbo y el mundo de las palabras que lo contienen.

   Aquí habría que citar, y a lo que a nuestro idioma se refiere, lo asentado en la antología Poetas del novecientos: entre el modernismo y la vanguardia, en donde se asegura que solamente en España, al año se publica medio millar de libros de poesía. A esta cifra hay que sumar las que arrojan los demás países de habla hispana.

   En México, por ejemplo, y si nos referimos a las instituciones de educación superior, el Instituto Politécnico Nacional, por ejemplo, publicó en un año nueve libros de poesía, cifra importante si se considera que los imperativos de su Dirección de Publicaciones se centran en tomos de ciencia y tecnología. Es obvio que por parte de la Universidad Nacional  Autónoma de México, la cifra de títulos de poesía publicados se triplicó.

   Justo es señalar aquí que por sus perfiles de instituciones educativas y no de organizaciones comerciales, todos estos títulos no cuentan con la circulación debida y la gran mayoría van a dar, lamentablemente, a la soledad de bodegas y depósitos. En lo que se refiere a las empresas que sí viven de hacer y vender libros, el editor Carlos López, informó para este reportaje, que la Editorial Praxis, que él encabeza, publica un promedio de 15 libros de poesía al año.           

   Estos son algunos datos acerca de esa inquietud que de pronto empezó a nacer en la mente del coordinador de la octátona mesa que Daniel Téllez había diseñado para la Feria del Libro del Politécnico. Téllez estaba frente a sus convocados y al mismo tiempo se encontraba en el “ábrara” del libro vislumbrado, en estado de previsión aún.

   -¿Cómo desplegar en un escenario de vértigos actuales, un discurso narrativo, una anécdota poética?

   -Mi contexto personal ha estado lleno de preocupaciones sociales –respondió entonces Iván Cruz Osorio, otro de los jóvenes poetas invitados – de luchas estudiantiles, agrícolas y magisteriales, ya de forma directa o indirecta. En ese sentido mis lecturas en general se han centrado en estos temas. De esta forma mis anécdotas poéticas son muestra de reflexiones sobre el estado histórico-político-social del continente, del mundo, pero focalizado en la gloria, la decepción, la esperanza o derrota  del hombre. Creo que no he tenido que preguntarme acerca de la forma de desplegar una anécdota en estos tiempos, mis temas o anécdotas han estado claras desde siempre.

   -¿Qué entendimiento o iluminación manifiesta la poesía, con respecto a la historia del hombre?

   -Nos ayuda a ver –esta vez respondió Roxana Elvridge-Thomas- que, en lo esencial, el hombre no ha cambiado mucho. Las mismas pasiones siguen atormentándolo, los mismos errores se siguen cometiendo, la misma esperanza nos puede quedar. Nos mueve a reflexionar sobre nuestra condición y a intentar, nuevamente, trascendernos o, al menos, comprendernos.

   Y luego el diálogo entre Daniel Téllez y Rodrigo Flores Sánchez. El poeta entrevistado responde al poeta entrevistador:

  -En realidad no sé si se obtiene algo con la poesía. Personalmente he conocido amigos y he viajado, pero no a partir de la experiencia de la escritura, sino del ambiente que la rodea o que me ha rodeado o del que he buscado rodearme. Es una verdad de perogrullo, pero quien escribe lo único que obtiene son textos; y estos textos tarde o temprano terminan por serle ajenos. La escritura nos vuelve partícipes y actores en el escenario de nuestra soledad. A partir de una transferencia convocamos al proscenio de la escritura a las más variopintas presencias. Volteamos a las butacas y nos percatamos de que el auditorio está ausente.

   Estas conversaciones reforzaron en ese momento la idea de crear un muestrario diverso y complementario en sí mismo. No se trataría, de ninguna manera, de un repertorio exclusivo, sino de un llamamiento a advertir que la trascendencia de cada voz depende de la actitud en que erige su tradición, acuñada, desde luego, a fuego por la postura de los poetas frente a la obstinación de hablar o enmudecer.

   Hablé en ese momento con Téllez, sobre la idea que estaba naciendo, que empezaba a ser cada vez más forma (Oh, “la cantidad hechizada”). Él se refirió entonces a la magnitud de voces que la voz tomaba frente a nosotros en la ya tradicional sala Renato Leduc, en el recinto de periodistas ya referido, en la que han sucedido tantas cosas, la que ha sido testigo de derrumbes y portentos a la vez. “Aquí está -me dijo Téllez sonando al rozar el índice con el pulgar y señalando inmediatamente después la sien derecha- aquí está la fórmula, ceñida a la polémica y a la persistencia terca de la mirada que no puede desviarse del hecho poético que ante los ojos se ensancha”.

   Pensé en el libro. Que es pensar en el verso. Que es pensar en el tiempo. Pensé en el viento, pero también en sus anclas de permanencia. Aquí estaba ya el libro que empezaba a ser. Era idea y ya era.

   Mi interlocutor siguió avanzando en la visión:

   -Frente a disquisiciones insubstanciales alrededor de la literatura y en particular sobre el quehacer poético, ¿qué anima a un poeta en estos tiempos frenéticos?

   -Considero –respondió Armando González Torres- que un oficio alejado del mercado literario como el nuestro, la vocación poética, entendida ante todo como amor por la lectura de poesía, es el principal nutriente y el principal afrodisíaco del poeta. Lo externo, es decir, las mínimas recompensas, la minúscula celebridad, deberían tener una menor importancia frente al goce de la lectura, de la contemplación y eventualmente de la escritura.   

Daniel 2  

El libro juntaba argumentos para nacer:

   Ahora, Raquel Huerta-Nava tomaba posición:

   -Todo lector de poesía va afinando el gusto. Hay estupendos lectores que jamás han escrito un verso ni una crítica y son grandes conocedores de poesía. La lectura en sí misma es un placer que a veces se vicia en un escritor profesional. Lo poético trasciende a la escritura y a la lectura, es una manera de estar en el mundo y mucha gente no es consciente de ello, sólo de la necesidad de la belleza.

   Quizá existan en el mundo diversos tipos de reportajes que se refieran a la génesis de un libro, pero quizá también no exista un reportaje de tal tema que se encuadre dentro de los esquemas del ábrara, como sistema conceptualizador, y que desde ahí enfoque los hechos –antes, del momento y posteriores- . Al hablar del ábrara, estamos refiriéndonos al segundo anterior al primer segundo, lo que termina conformando un reportaje de características muy especiales, en el que, a partir de su avance, se va haciendo una relación, del pensamiento poético o sobre la poesía considerada por cada uno de los que integrarán el libro. Un libro que sería, será, está siendo ya, con la participación, todavía como presente etéreo, de ocho impulsos con los que Daniel Téllez empieza a escribir el reportaje del que yo sólo estoy dando directa y muy simplificada forma escrita.

   Luis Paniagua es interrogado por Téllez:

   -¿Cómo definir la arriesgada tentativa de la poesía de acceder al espacio de lo imposible, que a veces es también el espacio de lo indecible, en palabras de Roberto Juarroz?

   -Bueno, pienso que cada poema, cada poema logrado, abre una puerta al espacio de lo imposible, desde donde se vislumbra lo indecible. Es decir, el artefacto verbal, el poema, configura un espacio alterno, regido por sus propias leyes (que parecerían, ante la cotidianidad, imposibles). Es desde este espacio que podemos vislumbrar lo indecible, como desde un mirador: a la distancia. Con otras palabras: el poema es el espacio de lo imposible y de lo indecible. Lo imposible construido sintagmáticamente con las palabras, y lo indecible constituido por los espacios que hay entre las palabras, esto es, lo que hay en la cadena de la comunicación que escapa de ella y que se convierte en el verdadero núcleo de la poesía. Creo que cada poema se define a sí mismo y su propio derrotero para alcanzar dicha “utopía”. Considero que hay tantos caminos, tantos atajos, como propuestas afortunadas pueda haber.

   Daniel Téllez cierra su inquisición octométrica con el aporte de Ramón Peralta:

   -¿Qué atajos construyes entre tus lecturas y la escritura?

   -No puedo escribir sin leer, creo que como lees, escribes. También creo que no hay una lectura, un sólo libro puede ofrecer muchas lecturas, en una primera lectura somos incapaces de ver todo lo que puede contener un libro, además todo cambia con el tiempo. Nuestra visión tiende a aguzarse. En la lectura, además de disfrutar al autor, problematizo su discurso e intento otras salidas que el autor no plasma. Muchas de esas salidas las he terminado como parte de mi obra.    

   Si fuera músico (que lo es por ser poeta) se podría (se puede) decir, que Daniel Téllez cumplimentó nítido la tradicional octava de la que hablan sabios y hondos los sacerdotes del sonido, llevando en vilo -en el vocífero tramo que va del do al do- la ineludible colección de bemoles y sostenidos intermedios.

   Insistiendo en los asuntos de la música (y buscando  en ellos otra forma más de describir el concepto “ábrara”) discernimos que si el do, por ser la nota más grave de la escala que nos creó Guido D’Arezzo, podría representar los asuntos avernales, el sí, la nota más alta se eleva por fuerza, y se introduce en la espiral celeste. Al cerrarse la octava se está abriendo una nueva relación de siete notas, por lo tanto, el do que sigue vendría a representar otra vez el infierno, pero por su condición aérea, su realidad vendría correspondiendo al infierno del cielo. Entonces los poetas de Téllez nos vienen a introducir en los infiernos del cielo.

   De esa manera el do primero vino siendo como lo apuntaba Lezama Lima, vaticinador muy antes de la propuesta de la propuesta que aquí se asume: “el rayo de luz impulsado por su propio destino”, o como he repetido en mi espeso barroquismo aspirante a aire: “la raíz cuadrada de la luz más el segundo anterior al primer segundo”. O sea, que los poetas de Téllez, o si se quiere mejor, la selección telleciana, de do a do nos (colocan) coloca en el cielo del infierno y en el infierno del cielo, y esto, esto, solamente puede ser posible en la poesía.

   Nos encontramos frente a un hecho verbario que se desarrolla en octavas, de do a do, pero que si abandonamos el estricto plano musical, nos lleva a una prodigiosa experiencia en la que la disposición seleccionadora nos coloca ya en el trazo, ya en el volumen y nuevamente, hasta instalarnos en lo que algunos llaman “infinito”, aunque en este especial caso hablemos (y seguimos en las posibilidades poéticas) de un infinito que cabe en el papel impreso.

  Qué acto de magia más cumplido, el octágono, se sale de su perímetro geométrico, trazo que se abre vía de diversificaciones, duplicación de puntos cardinales, para enterarse octaedro; acto portentoso, de cuerpo a dibujo, óctuplo esterlino; de dibujo a cuerpo, ocho triángulos formados con la vida y la muerte, y el poema que las relata.

   Téllez dibuja su estrella de ocho puntos (dos cuadrángulos sobrepuestos) y establece la asamblea: Rodrigo Castillo, Iván Cruz Osorio, Roxana Elvridge-Thomas, Rodrigo Flores Sánchez, Armando González Torres, Raquel Huerta-Nava, Luis Paniagua, Ramón Peralta. ¿Falta alguno? Probablemente falten muchos y quizá por ello no falte nadie, porque todos se encontrarán de alguna manera, participando en la cumplida expresión cintilar.

Iván Cruz Osorio, Rodrigo Flores Sánchez, Daniel Téllez, Armando González Torres, Roxana Elvridge-Thomas y Roberto López Moreno

Iván Cruz Osorio, Rodrigo Flores Sánchez, Daniel Téllez, Armando González Torres, Roxana Elvridge-Thomas y Roberto López Moreno

   Daniel Téllez es parte importante de una nueva generación de poetas que está volviendo a reinventar el mundo para hacerlo habitable con las nuevas cargas eléctricas que le circundan. Él era, -es- uno de los más calificados para ordenar esta nueva colección de magisterios verdes, octástilo de tipografía y tinta creado por su arquitectura, partiendo hacia las distancias de algo.        

   Desde el Sur destellan esas distancias y se diseminan hacia las estancias del octaedro, sumas de ángulos y espacios; del octágono, suma de trazos más su voltio, sumas que se convierten en multiplicaciones hasta alcanzar el infinito. Viene Daniel Téllez, bien Daniel Téllez, muy bien. Viene Daniel Téllez y acomoda el infinito en 168 páginas.

   Ahora que cada triángulo del octaedro, que cada línea del octágono, tomen voz y nos relaten, nos rehagan, nos redigan, nos reflejen, nos muestren nuevamente la carne y la volatilidad que somos, que nos convenzan de tal, más la interrogante entre las manos; mientras nosotros, los lectores del libro inabarcable, nos ubicamos justamente en el punto medio en el que nos adivinamos parte de esas distancias de algo.

   Hay libro

Daniel 4 

 

Datos vitales

Roberto López Moreno (Huixtla, 1942) es autor de la teoría poética denominada “Poemuralismo”. Entre más de una treintena de títulos publicados se encuentran los siguientes libros: de poesía: Décimas Lezámicas (UNAM); De saurios, itinerarios y adioses (Universidad Autónoma de Chiapas); Verbario de varia hoguera (Instituto Chiapaneco de Cultura) y Sinfonía de los salmos, también de la (UNAM). De narrativa mencionaremos: Yo se lo dije al presidente (Fondo de Cultura Económica); Las mariposas de la Tía Nati (Tercera edición en la colección Lecturas mexicanas del CNCA); La Curva de la Espiral en la editorial (Claves Latinoamericanas) y Cuentos en recuento, (UNAM). Ha representado a nuestro país en ciudades como Salta, Argentina; en Santiago de Cuba y La Habana, Cuba; Berkeley, EU; Medellín, Colombia; Struga, República de Macedonia entre otros sitios. Otro libro suyo es Crónica de la música de México. Ha obtenido importantes premios literarios tanto en México como en el extranjero, entre ellos, se hizo acreedor del Premio Chiapas 2001, el más importante galardón que da esa entidad a sus intelectuales y que cuenta con alta representatividad en la cultura del país. Su nombre aparece en una buena cantidad de antologías mexicanas tanto de narrativa como de poesía así como en diccionarios biobibliográficos como el Diccionario de Escritores Mexicanos, editado por la UNAM.

Daniel Téllez (Ciudad de México, 1972). Autor de los poemarios El aire oscuro (2001, 2ª edición, 2004), Asidero (2003), y Contrallaveo (2006) y en los colectivos Paraguas para remediar la soledad (1997), El ritual de los culpables (1998) y Séptimo Maratón de Poesía. Homenaje a Pablo Neruda (2005). Coautor de los libros de ensayos José Carlos Becerra. Los signos de la búsqueda (2002) y Gilberto Owen. Con una voz distinta en cada puerto (2004). En 2003 fue Director Huésped de la Revista Tierra Adentro, con el número Lucha Libre y Literatura: sin límite de tiempo. Muestras de su trabajo poético aparecen en El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (2002), Premio Nacional de Poesía Joven de México. Treinta años. (2004), Anuario de poesía mexicana 2004 (2005), Anuario de poesía mexicana 2005 (2006) y A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (2005), entre otras. En 2001, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” y en 2006 el Premio Municipal de Poesía “Rey Poeta Nezahualcóyotl 2006” a Creadores con Trayectoria. 

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