Foja de Poesía No. 110: Max Rojas

Max RojasPoesía de gran ímpetu, ofrecemos un recorrido por la obra de Max Rojas (Ciudad de México, 1940). Al explorar la angustia Rojas crea un lenguaje donde los neologismos se convierten en su piedra de toque.  Uno de sus libros es El turno del aullante.

 

 

 

 

 

 Elegía como grito para una tarde de diciembre

A María Elena

 

Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina

por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos,

tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña,

puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,

puedes perderte para siempre en tu tristeza,

nadie grita tu nombre, nadie te espera,

sólo el silencio que baja y te destroza,

sólo el silencio que baja y te aniquila,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

nadie camina desde la oscura zona del derrumbe,

nadie te espera, di buenas noches, estoy triste, busco a Elena,

la he buscado en todas las grietas de la tarde, no la encuentro,

estoy palpándome ceniza y no la encuentro,

busco a Elena, no vendrá nunca, dile que venga, no vendrá nunca,

llámala hasta que el musgo te nazca en la garganta,

llámala hasta que tu garganta sea de musgo, no vendrá nunca,

di su nombre, repítelo hasta que la lengua se te caiga,

repítelo hasta que los dientes se te caigan, no vendrá nunca,

sólo el silencio que cruje en la escalera te acompaña,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

nadie te espera, di buenas noches, tengo miedo, busco a Elena,

puedes echarte a caminar buscando tu tristeza,

puedes perderte para siempre en tu tristeza, no vendrá Elena nunca,

di su nombre, graba en la noche su perfil de sombra,

su rostro de neblina, su cuerpo sepultado en caracoles,

di su nombre, repítelo hasta que los dientes se te crujan,

clávalo en tu memoria como una enredadera de moluscos,

di su nombre, guarda lo casi nada que te queda, el último sollozo,

el recuerdo como una abandonada calavera, el llanto en pedacitos,

pregunta por Elena, desbaratado el grito,

desbaratados tú y tu sombra que se hunden bajo el grito

                                                                /crujiendo en la escalera,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

sólo tu soledad que llega crujiendo en la escalera,

no está Elena, besa la oscura zona de sus labios,

no está Elena, muerde su sombra fría, no vendrá nunca Elena,

seguirás esperando, seguirás caminando su oquedad con los dedos,

seguirás consumiéndote en tu furia, no vendrá Elena nunca,

recoge su tristeza, envuélvela en su grito,

dile que busque a Elena por las calles,

dile que llame a Elena en las esquinas,

no vendrá nunca, seguirás esperando,

seguirás caminando los muros de la noche,

seguirás destrozando las paredes del sueño,

di su nombre, repítelo hasta que el miedo te derrumbe,

no hay remedio, bajarás con tu sombra al fondo de la tarde,

beberás en la tarde del grito que te ahoga, desbaratado el grito,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

no vendrá nunca Elena, desbaratado tú y tu cuerpo, no vendrá

                                                                       /Elena nunca,

sal a la calle y grita, búscala en donde sea,

rompe las puertas, destroza las ventanas, derriba las paredes,

no ha venido, pregunta a los que pasan, no ha venido,

asómate al espejo, Elena, ven, gritando al borde del espejo,

no ha venido, seméjate a su sombra, parécete a su ausencia,

no vendrá nunca, todo duele, nada importa,

desbaratado el grito, el sonido que llega de repente para decir

                                                                     /no hay nadie

nadie camina subiendo la escalera, no vendrá nadie,

sólo tu soledad que sube crujiendo a tu esqueleto,

sólo tu soledad crujiendo en tu esqueleto, desbaratado el grito,

desbaratados tú y tu cuerpo, y el grito con que gritan,

mira tu cuerpo que se hunde en el espejo,

mira tu cuerpo que se hunde tras tu grito en el espejo,

entrarás al espejo, seguirás a tu cuerpo que se hunde

                                                         /tras su grito en el espejo,

te hundirás tras tu cuerpo y tras tu grito en el cuerpo de Elena,

                                                              /oculto en el espejo,

volverás del espejo con el cuerpo de Elena metido entre tu cuerpo,

ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá Elena nunca,

seguirás esperando, seguirás escarbando entre la noche

                                                                    /en busca de su cuerpo,

no vendrá Elena nunca, quedarás para siempre roída la conciencia,

amargo el llanto, fúnebre el recuerdo, no vendrá Elena nunca,

sólo la sombra de su sombra habita en el espejo,

sólo la sombra de tu sombra baja crujiendo la escalera,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

no vendrá nadie nunca,

puedes echarte a caminar mascando tu tristeza,

puedes perderte para siempre en tu tristeza,

nadie jamás te llamará en la noche,

nadie jamás recogerá tu cuerpo partido en pedacitos,

tu esqueleto partido en pedacitos,

desbaratados tú y tu calavera abandonada,

un sonido de luna se derrumba, un sonido de espanto se desploma,

vete por el espejo, Elena, ven, gritando en el espejo,

ámala y sálvate, ámala y quiebra tu alarido, no vendrá nunca,

ámala y húndete en la furia, no vendrá nunca,

desbaratados para siempre tú y tu cuerpo,

desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie,

no vendrá nunca nadie,

y cerrar esta puerta.

 

 

 

 

 

El turno del aullante 

A Lourdes y Antonio Gazol

 

I

 

Lo furioso, lo verdaderamente animal

que me sostiene, lo que me guarda en pie

con el rencor crecido, esto como de hueso,

como de dientes que se muerden

después de haber mascado el polvo,

esto de sangre, esto de grito ahorcado

como un aullido en la garganta,

esto como un muro, como un sollozo

largo de noche sin hogueras, lo animal,

lo verdaderamente bronco que me duele en los ojos.

 

Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte

de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco

y me revuelvo, hoy me sale lo herido

y me desgarro –perdón por esta forma

de amargura, pero es que hoy

de muy adentro me sale lo animal desbocado,

la verdadera furia que me empuja:

esto de maldecir espinas por la boca

lo formalmente triste,

lo exactamente amargo como el llanto.

Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.

Voy a buscar mi sombra entre la sombra,

porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,

y lo bronco,

lo verdaderamente animal que me sostiene

está dolido.

 

 

 

 

V

Hoy tengo que saber algunas cosas,

averiguar ciertas costumbres de las aves,

ciertas maneras de la tarde que no entiendo.

Debo saber -es un ejemplo- aquello que concierne

a a las personas a la hora de la lluvia,

su modo de perderse entre la niebla, su tristeza,

su nostalgia sombría como el viento;

quiero saber, también, las causas de la muerte

del erizo, su manera tan fiel de arder a solas,

su sollozo;

después, tengo que averiguar algo pluvial

que llega en las palomas, algo que duele,

algo que suena hueco y sabe frío:

un caracol que se hunde en un espejo y un lamento:

la destrozada forma de un rostro que me escalda

y todo aquello:

el hosquedal de pájaros que empieza,

el viento en la ventana dando miedo

y esta manera de llover que parte el alma.

 

(El turno del aullante, 2003)

 

 

 

Memoria de los cuerpos

 

{CUERPOS Uno}

A Sofía Rodríguez

 

I

Cuerpos,
hay que abolir el tiempo,
regresar a la esfera.
Sólo el círculo salva
y no hay sino la urdimbre fantasmal
de los regresos y los viajes,
las huidas.

Se huye.
Uno se vuelve sombra fatigada
y se disloca,
se cuartea la huesumbre,
el alma se acongoja y pierde su condición
de almario
donde las penas y el amor que se extravió hace mucho
custodian su vigilia permanente
a la espera del sueño,
del regreso corpóreo de lo ido.

Sombra ya
como caída y yerta,
como badajo de campana que suena y suena
sin sonido alguno,
como camión destartalado y sin siquiera
pasaje funeral a los olvidos.
Sombra que ya perdió su propia sombra
en la búsqueda atroz de tantas sombras
–memoria fantasmal,
fantasmas al acecho
y en fuga circular hacia la nada.

Sólo el círculo salva,
Cuerpos,
su peculiar demencia de formas despiadadas
salva
y lo salvífico, después,
se expande en los infiernos,
se desarrolla y se machaca y clama
su condición desesperada de naufragio.
Sólo el círculo ofrece la certeza
de que lo huyente volverá algún día.

Fervor hacia los cuerpos,
las caídas.
La esfera es lo ejemplar de lo radiante,
la luz inmaculada y fría que se asesina
con mirada dura
–y mira,
los cuerpos tan amados que se abaten
en la niebla
hasta volverse sed o agua apenas
vislumbrada,
vislumbres que lo que ya dejó
de ser corpóreo ofrece en gesto de piedad
o desconsuelo
{no se sabe o se sabrá jamás
el peso de la noche cuando todo cae encima de uno
{y lo degüella.

Palpa el demente nada pero palpa,
con avidez, la nada
y sorbe
lo fantasmal que permanece de los cuerpos
cuando huyen
y sorbe entre los huesos el hueco que dejaron
y sorbe la caída
y sorbe los contornos de lo ido y lo quedado
–lo perenne,
lo fijo e inmutable,
pero también, lo que se pierde.
lo que se deja abandonado
o lo que se abandona a sí mismo
y desguarece,
lo extraviado, lo que se hizo a un lado
o se tiró porque ya no servía
pero de todos modos se quedó atorado
en la conciencia.

Conmiseración por el que yace
perdido entre la bruma,
Cuerpos,
el que deambula en los jardines
como lunático perdido en su inocencia
{fe perdida, razón de la añoranza},
en su rotunda necedad de ser cuerpo cercado
por los cuerpos sombríos del recuerdo.

Fe en la contemplación de cuerpos de mujer
que organiza el espíritu,
acechador de carne
y de zarpazo,
para el descanso de su ánima tristona.
Fe en el descenso de las aguas
y fe en la limpieza de la carne
y en lo pecaminoso que, a veces, se guarda
en el espíritu,
fe en la degustación de líquen y de pasto
entre lo impropio del perdón que llega
y la impiedad,
que se resiste a irse.

Manías del extraviado en los espejos
que contempla los cuerpos
congelados,
la salvación hecha un desastre
y envuelta en su envoltorio de cascajo,
la mortandad que avanza y que no cesa
de incrementar volumen.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos.
No crujan,
no estampen la estampida en lo cuarteado,
lo que se desmorona y cae y se hunde
sin remedio.
Lo pasional escurre como un cilindro seco
y ya sin música,
y el que tocaba el instrumento falleció
hace ya tiempo
de afónica nostalgia y ahora tartajea
su adiós de cilindrero
ladrando en el silencio,
alma en crisis
que se integra a la noche y se sumerge en ella.

Sólo lo quieto salva y purifica,
Cuerpos,
lo móvil contamina y roe ácidamente
todo lo que semeja cuerpo
o imagen susceptible de volverse cuerpo.

(No hay salida.
Los muertos rondan los espejos
y no cantan,
palpan lo que oscurece y silban mucho).

No crujan.
La esfera es, dicho con toda propiedad,
lo eterno,
lo cristalino y puro que endurece
lo que llamamos lo eternal
–morada fija
o duradera pasión de allí quedarse siempre
y sin mudanza alguna,
vida y muerte quietas,
sombra ensimismada que se adentra en el cristal
y permanece entera,
crepitante

Crujan.
En lo eternal el tiempo no transcurre,
el devenir deviene en lentitud pasmada,
en detenida cualidad de nada,
en incorpóreo cuerpo de vidrio machacado.

No crujan,
pero chirrien,
cuerpos que están después de haberse ido,
como el aire,
como la luz,
inmóviles,
en detención suprema,
lejanos en el tiempo,
cautos,
a la espera de que algo los sostenga siempre
colgados de las sombras que salen de las lámparas,
fieles,
como estatua obligada a custodiar su sueño,
a ser eternamente igual que al tiempo de su origen.

Crujan,
pero no olviden que, a veces,
chirrian las ovejas
y que el metal, tiernísimo,
susurra vagamente o bala sus pesares
o su destino es triste.
Chirrien
o agiten las campanas
o cabalguen por el ancho mundo,
pero no olviden que el olvido es una cosa dura,
pegajosa,
difícil de olvidar aunque se quiera

(Cuerpos,
la esfera es lo abisal,
la condición de la demencia,
la sensación de que la nada es todo
y él todo es un señor que muere vuelto nada)

El círculo es la perfección palpable,
Cuerpos,
el tiempo que se va pero regresa siempre,
como agua que se estanca entre ladrillos viejos,
enmohecidos,
espejo de la sed de lo corpóreo
que permanece, inalterable,
inmune a los desgastes,
cuerpadamente míos,
eternales,
consumación de los amantes en lo abstracto.

 

(Amor, a fin de cuentas, es vacío)

 

 

 

Datos vitales

Max Rojas (Ciudad de México, 1940). Es autor de los libros de poesía: El turno del aullante (1983) Ser en la sombra (1986), y Cuerpos (2007). Se ha desempeñado como director del Museo-Casa de León Trostky (1994-1998). Sus textos aparecen en diversas revistas literarias y han sido incluidos en antologías como: Dos siglos de poesía en México, Poetas de una generación: los 40s, y Poesía de la ciudad de México. Ha realizado un sinnúmero de actividades de promoción cultural, entre las que destacan su participación en la organización del Consejo de Fomento Cultural en Iztapalapa y el Circuito Museos del Sur, A. C., entre otros. Actualmente, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2006-2009 y acaba de publicar Antología de cuerpos, con fragmentos de sus siete primeros libros de poesía. Escribió también la novela inédita Vencedor de otras batallas y ha publicado una serie de artículos periodísticos bajo el seudónimo de Carlos Manrique.  Como antologador publicó La poesía de Renato Leduc. Ha sido comentarista en radio UNAM y articulista en varios periódicos nacionales.

 

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