Rafael Cadenas ganador del Premio Federico García Lorca 2015

El escritor venezolano Rafael Cadenas es el ganador de la duodécima edición del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, por decisión del jurado reunido este martes en el Centro Lorca de Granada.
Rafael Cadenas (Barquisimeto en 1930), el jurado ha tenido en cuenta su “refinada sensibilidad para la experiencia poética”, un autor de obra “densa y estrechamente vinculada al pensamiento filosófico”. Marcado por la generación de los años sesenta, su poema más famoso es ‘Derrota’ y su obra más celebrada el poemario ‘Amante’.
El nombre de Cadenas se añade al del mexicano Eduardo Lizalde, al que se le otorgó  en el 2013  dicho galardón.

A continuación presentamos un texto de Arturo Gutiérrez Plaza sobre la obra de Rafael Cadenas, seguido de unos poemas  que dan cuenta de los asuntos que le interesan a este poeta: la reflexión sobre la conciencia en busca de una ética de lo humano.

 

 

 

 

 

 

 

Una palabra temblorosa *

 

Arturo Gutiérrez Plaza

 

Caracas, octubre 2009

 

«Me cautiva el lenguaje de los místicos, especialmente, desde luego, el de los españoles. Tienen el don de acuñar expresiones indelebles para comunicarnos un saber, que es más bien, en última instancia, un no saber». Con esta frase, extraída de sus Apuntes sobre san Juan de la Cruz y la mística, Rafael Cadenas nos da cuenta de un aspecto esencial de toda su obra poética: la búsqueda de un lenguaje cada vez más sereno y aplomado, debajo del cual podamos sentir el latido de un estado de gracia, de una sabiduría vital en la que el ser alcance el contacto pleno con lo real. Su empeño en esta búsqueda, obsesiva y reiterada, ha propiciado incluso la autoimpugnación, en aquellos momentos en que el hablante poético, investido ocasionalmente con las galas de personaje, se ha declarado víctima del extravío y en acto de «Reconocimiento» ha admitido haber incendiado «los testimonios falaces» y adoptado «la forma directa», en procura no de «estilo,/sino honradez», de «una voz/sin tretas», «sin magia,/ sin los aderezos que usa la retórica». Pues si en efecto, en su conjunto, la obra poética de Cadenas se nos ofrece a primera vista como una tentativa a ratos díscola, frecuentada por rupturas, donde en el tiempo se han acumulado y superpuesto una diversidad de modulaciones, registros y formas poéticas (versículos, poemas en prosa, aforismos, epigramas, apuntes, notas, versos breves, etc) toda ella se funda y se edifica sobre los mismos pilares, los pocos asuntos que en lo temático la ciñen: el yo como obstáculo o impedimento para lograr un estado de compenetración con la realidad; la otredad en sus múltiples derivaciones (los continuos y amenazantes desdoblamientos y enmascaramientos del yo, pero también la posibilidad de comunión y complementariedad espiritual con la amada, cuerpo y alma afín al deseo místico); la indagación en la experiencia de lo real, en el misterio esencial, no como ideación sino como imperativo de la dimensión sensible del ser; el lenguaje como paradoja: artificio que nos aleja de esa experiencia pero en cuyo fondo permanece latente, de modo inmanente, la posibilidad de vínculo con ella; la atención, la detención en el instante, en el suceder, la celebración de aquello que se revela tras la aceptación de un estado de ignorancia fundamental; o el exilio y el desarraigo como condiciones inherentes al desasosiego de existir, y la nostalgia por un estado primigenio de unidad elemental, trasmutada en ocasiones en una geografía aislada en la que la naturaleza sensual y enigmática sirve como correlato de tal situación anímica.

Lejos de modas, de afanes experimentales, de pretensiones innovadoras que le permitan exhibir nuevos carteles en la cofradía de los ismos literarios, su tentativa habita un campo que se desentiende de tales pugnas. Sin vocación de escandalizar, duda de su condición de poeta, según dice «personas algo distraídas» lo «tienen por escritor». Por eso afirma también: «Cuando veo la mayor parte de la poesía que se publica en el mundo siento que estoy lejos de ella. No puedo escribir así, es una sensación. Al lado de eso me veo desmañado. Pienso con admiración en los poetas a quienes, apenas se ponen a escribir, se les llenan las manos de brillos. […] Me sostengo en mi flaqueza. Hablo desde mis deficiencias. Soy simplemente un hombre que no respira bien, y la poesía apenas alivia». Afirmación que condice con algunos de sus versos cuando anota: «Estas líneas/no son poemas./Respiraderos…». Su búsqueda se inscribe, por tanto, en otros ámbitos sin querer ser tampoco ni antipoesía ni contrapoesía. Distante también de las invocaciones nacionalistas y desde una perspectiva que supera las estrecheces de lo regional, más que interesarse en su rol como poeta, su pesquisa, en tanto custodio de la lengua, quizás consista en lograr conciliar la palabra y el silencio, no con fines estéticos sino sobre todo como emprendimiento ontológico. Ajeno también a toda disposición órfica, más que canto, música y embelesamiento, busca en la palabra resonancias de su gravedad original. Su tarea, digamos su oficio, es hurgar en el lenguaje aquellas señales que nos siguen hablando desde el silencio, que nos recuerdan la plenitud de ese primer contacto con el mundo, cuando la faena de la palabra era (des)cubrir, quitar velos: hacer vivencia, experimentar con (y desde) el verbo el misterio esencial de la existencia.

En este combate y esta paradoja se esconde el impulso religioso que, desentendido de ortodoxias e instituciones, se hace manifiesto en una inocultable devoción verbal que lo obliga por un lado a decir, en una emblemática «Ars poética»: «Que cada palabra lleve lo que dice./Que sea como el temblor que la sostiene./Que se mantenga como un latido», y por otro a afirmar: «La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué». Esa inevitabilidad y esa insistencia son consecuencia de una urgencia por interpelar el asombro, por inquirir a la vida acerca de su sentido. Con ese propósito su pensamiento ha encontrado cauce tanto en su expresión poética como en su labor ensayística. Y aunque en realidad poesía y pensamiento son términos indisociables en su obra, resulta limitante e insuficiente leer aquélla desde la óptica exclusiva de éste. Así, podría decirse, sirviéndonos de una comparación: si en el caso de la poesía de san Juan de la Cruz, el mismo poeta pretendió impedir la interpretación libre de sus poemas, queriendo dictarle al lector un único sentido, en la de Cadenas será la relevancia de su pensamiento ensayístico la que posibilite la tentación de leer su poesía como simple ejemplificación de su prosa reflexiva. Su poema «Las paces», no incluido en ninguno de sus poemarios y presente en la sección «inéditos» de esta antología, nos muestra a un hablante poético consciente de tal conflicto. Allí dice: «Lleguemos a un acuerdo, poema./Ya no te forzaré a decir lo que no quieres/ni tú te resistirás tanto a lo que deseo./Hemos forcejeado mucho./¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen/cuando sabes cosas que no sospecho?/…/Pues siempre me rebasas,/sabes decir lo que te impulsa/y yo no,/porque eres más que tú mismo/y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti./…/Poema,/apártame de ti». Texto que, por otra parte, sirve de testimonio de la ardua vigilancia autorreflexiva que ha tensado el «hilo del discurso» tejido por el hablante de esta obra poética, quien a lo largo del tiempo ha elegido desplazarse desde el verbo desbordado y la imaginación alucinatoria presente en uno de sus primeros libros (Cuadernos del destierro, 1960) hasta el ascetismo verbal, dominante y persistente, que encontramos a partir de Intemperie y Memorial, ambos publicados en 1977.

Tal vez, la señalada divergencia entre el historial de registros poéticos que se suceden en parte de esta obra y la unidad del pensamiento que la sustenta encuentre en una figura como la del poeta británico John Keats la simbolización de esa aparente y ocasional dualidad entre el decir y el pensar. En su libro ensayístico Realidad y literatura Cadenas acude a una célebre carta escrita por el poeta inglés a Richard Woodhouse para plantear la oposición entre el «camaleón poeta», aquel que choca al «filósofo virtuoso» y que «carece de identidad desde el momento en que se ve continuamente en la necesidad de ocupar el cuerpo de otro», y la otra especie distinta de poetas, la «egotista sublime» representada por Wordsworth. Cadenas privilegia la opción de Keats, por cuanto ella supone la aceptación, por parte del poeta, de la anulación del ego, a fin de hacerse en y con los otros. Cualidad que lleva a Keats a admitir que: «ninguna palabra que yo pronuncie puede ser considerada como una opinión proveniente de mi identidad; ¿cómo podría serlo si carezco de naturaleza?». Tal deseo de anulación del «yo» implica no sólo el ansia de la «nada» («Sé/que si no llego a ser nadie/habré perdido mi vida», nos dice Cadenas en un texto de Memorial) sino también el peligro de la adecuación mimética al imperio de lo otro, donde cabe también la dicción poética. Y en efecto, en un recorrido por los libros que conforman la primera parte de su obra (Cuadernos del destierro,1960; «Derrota», 1963; y Falsas maniobras, 1966) encontramos un lenguaje y un universo simbólico que aunque sin duda están regidos por el peso de la impronta de lo que podríamos llamar «la gravedad verbal» de toda la poesía de Cadenas, registran también el claro influjo de voces como las de Rimbaud, Ramos Sucre, Pessoa o Michaux, lecturas que en su momento le fueron cercanas. Sin embargo sus filiaciones mayores las encuentra –según lo ha expresado– más que en la poesía en las posturas vitales y en la visión de mundo de poetas y escritores como Rilke, Whitman, D.H. Lawrence o Aldous Huxley, artistas en los que percibe una búsqueda –a través de la literatura– «que trasciende la literatura» y que de algún modo él emparenta con lo que ha sido su propio postulado: «La labor de aprender a ser nadie».

Ese reclamo permanente de anteponer la vida a lo literario es el que señalará, en buena medida, el curso de su obra poética: viaje del desborde verbal al ascetismo; de la catarsis y el embrujo de la palabra, al ansiado silencio y el despojamiento. Trayecto entre el estallido y la calma que nos recuerda lo que la física hoy nos predica, y que desde muy antes ha permanecido en el saber religioso de las culturas ancestrales: antes de todo estuvo el misterio de la nada. El mismo Cadenas, en el libro sobre san Juan de la Cruz, referido al inicio de estas páginas, nos lo advierte al señalar los arrebatos que el cientificismo le ha hecho al ser humano y que la ciencia le «ha devuelto con creces», al reivindicar ese estado de ignorancia fundamental que surge de constatar que «mientras más se sabe, mayor es la perplejidad». Quizás una análoga postura es la que ha determinado su visión de la vida respecto de la literatura, interesándose en esta última, sólo en tanto compromiso con la búsqueda de iluminaciones, de revelaciones que nos ayuden a habitar el misterio de existir.

*Texto introductorio para el libro Selected Poems (bid & co editor, Venezuela, 2009, edición bilingüe español-inglés), de Rafael Cadenas (Premio FIL Guadalajara de Literatura y Lenguas Romances 2009). Las traducciones pertenecen a Rowena Hill, poeta inglesa y estudiosa de culturas orientales. La edición abarca toda la obra poética del autor, e incluye, por primera vez en el ámbito bilingüe español-inglés, una addenda que contiene textos fragmentarios sobre la poética y visión de vida de Cadenas.

 

Selección poemas de Rafael Cadenas preparada por Claudia Posadas

 

 

Ars poética

Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir

brillos a lo que es.

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Seamos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis

palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame

la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.

Enloquezco por corresponderme.

Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

(De Intemperie, 1977)

 

 

El monstruo

 

El hombre sin piel se levanta, evita los comunes tropiezos, rehúye toda relación.

Cualquier rozamiento, que en nosotros no pasa de producir cierta sensación de pérdida, a él se le puede transformar en un desarreglo prolongado. No es un hombre de una pieza sino una máquina al desnudo con todos sus engranajes, mecanismos, truncos descubiertos.

Como las sensaciones no llegan atemperadas sino de lleno se puede decir concisamente que vive a boca de jarro.

Sin métodos, sin rodeos, sin etapas, tal como vienen las recibe.

Lo que él entretenga también se produce así, sin más intermediario que el aire.

Ni siquiera el lenguaje mitigador, que desarma, que embota, que oculta, quitando poder a las cosas, le sirve para nada porque vive en significados.

No usa amortiguadores: habita en ondas drásticas que a nosotros nos parecerían devastadoras.

Sin embargo, este hombre incompleto puede servir y ha servido de medida probable para calibrar cualquier normalidad, someterla a juicio y decidir si es suficientemente cruel, como para admitirla, aunque los fallos pecan de exigentes.

Sin él darse cuenta suele enredarse, sufre malentendidos hasta jocosos, es víctima de equívocos en situaciones corrientes.

Este hombre complica, complica

Si se le entrega un pequeño laberinto, un laberinto de juguete con pocas vueltas, con un número razonable de trampas, con sorpresas a las que sea fácil adentrase, en pocos días lo convertirá en un enrevesado órgano de tortura.

Nadie se explica cómo pudo vivir, crecer y desarrollarse, pero que existe es un hecho cumplido.

¡Si hasta crea problemas!

(Uno de ellos es el de revelar los horrores del sitio donde vive, mostrando las marcas que deja.)

En suma, se mantiene, hace lo que todo el mundo aunque parezca un milagro y hasta hay ocasiones en que luce más resistente, menos ambiguo, más recto que nosotros los hombres rematados.

Acostumbra lamentarse, pero se ignora el momento en que le da por ahí. Así como tampoco se conoce el día en que siente más el tormento.

Él sabe que ese hábito maligno vuelve más penosa su deficiencia.

Los hombres completos no advierten a la primera mirada su déficit. Muchas veces les lleva días descubrirlo, pero una especie de irresolución del desollado los pone en la pista. De pronto notan que es desusadamente sensible. Comienzan a llamarlo poeta, aunque está lejos de eso, pues es sólo un hombre desabrigado. La confusión podría continuar, pero como él no hace ninguna demostración, gritan: “Fraude, Ni siquiera habla.” Un día se le pesca, es descubierto, queda desenmascarado, “No es tal artista”, anuncian, “simplemente le falta algo. Tomamos por arte una simple falla biológica. Es un impostor; se impone un desagravio a los verdaderos creadores” Entonces lo arrojan a un pozo, al pozo en el que siempre ha estado, donde es de esperar que pueda, ya que no criar piel, educar una costra que haga sus veces.

Se puede decir que así como carece de piel tampoco tiene moral, o que ésta es sumamente laxa, sustituible, vacante. La reemplaza con una especie de vaguedad que le sirve malamente de soporte.

Es que no puede permitirse, no puede darse el lujo de tener moral. Si su filosofía es frágil, su memoria es fuerte. En sus pliegues complicados los hechos se estancan. A este hombre no le está permitido olvidar.

Periodos hay en que toma su falla por signo de distinción. Cuando alguien no se la advierte, él se apresura a señalarla con alguna frase primitiva.

No deja pasar mucho tiempo sin aludir a esta marca de nacimiento.

Si se le reprocha su falta de agresividad, el casi hombre no encuentra una explicación satisfactoria. La ira, la ira compacta es en él fatalmente un asunto interno.

Sin embargo tiene compensaciones. El malestar de la infranqueable separación, la molestia de mantenerse “en forma”, los inconvenientes que proceden de tener un nombre, las ambiciones jerárquicas, la defensa del orden, son problemas que le tienen sin cuidado.

Por exceso de cautela, de perplejidad, sin saberlo o adrede, es un ser desalmado que oscila entre cálculos falaces e imprevisiones esmeradas. Su falta de veracidad es un escollo que no puede vencer.

Vivir textualmente, conforme con el curso de las cosas, está fuera de su alcance.

Le gusta hacerse el duro. Como en su caso el sufrimiento no es una mala costumbre sino una rutina, ya no le llama mucho la atención, y es poco dado a hablar de eso.

Este hombre inconcluso se desenvuelve con cierta soltura. Resulta difícil conocerlo a simple vista.

Es conmovedoramente común.

Le falta la piel adiestrada, la piel enseñada en los duros textos, lo que le da una cualidad ilímite, pero lo hace fácilmente expugnable.

Aunque tiene acceso a lugares donde sólo se llega desguarnecido, es fácil presa de todas las invasiones, está hecho para recibir de frente la inseguridad, y tiende a lacerarse más de lo que acepta la poesía.

(De Falsas Maniobras, 1966)

 

 

*

Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personar. Fui sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista.

Para complacer a los otros y a mí, he conservado una imagen doble. He estado aquí y en otros lugares. He criado espectros enfermizos.

Cada vez que tenía un momento de reposo, me asaltaban las imágenes de transformaciones, llevándome al aislamiento. La multiplicidad se lanzaba contra mí. Yo la conjuraba,

Era el desfile de los habitantes desunidos, las sombras de ninguna región.

Ocurrís sl final que las cosas no eran lo que yo había creído. Sobre todo, me ha faltado entre los fantasmas aquel que camina sin yo verlo.

Tal vez el secreto de lo apacible esté allí, entre líneas, como un  resplandor innominado, y mi soberbia injustificada ceda al paso a una gran paz, una alegría sobria, una rectitud inmediata.

Hasta entonces.

(De Falsas Maniobras)

 

 

 

 

Fracaso

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías,

más precioso que todos los triunfos.

Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.

Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.

Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.

De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.

Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas.

Tú siempre has venido al quite.

Sí, tu cuerpo, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme

a la nitidez del desierto.

Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.

Tú no existes.

Has sido inventado por la delirante soberbia.

¡Cuánto te debo!

Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.

Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.

Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.

Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.

Me has brindado sólo desnudez.

Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también

me diste la alegría de no temerte.

Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.

Gracias a ti que me has privado de hinchazones.

Gracias por la riqueza a que me has obligado.

Gracias por construir con barro mi morada.

Gracias por apartarme.

Gracias.

(De Falsas maniobras, 1966)

 

 

 

*

En el mundo no señorea el ser sino otra fuerza. Existe una desconexión con el fundamento. Esta quiebra forma el telón de fondo del caos actual.

(De Dichos, 1992)

La vida nos llamó desnudos, y cuando acudimos, el lastre nos impedía verla. No encontramos su casa. Ni el camino de regreso.

*

 

Si lo que existe nos parece poco, ¿qué puede sosegarnos?

 

*

 

Hablo desde la cárcel que tú también conoces. ¿Pero, ¿qué pasa si la aceptamos? ¿No se vuelve albergue? ¿No se una a nosotros para formar un ser real?

 

 

 

 

Inquisidores

Van de un sitio a otro midiendo, anotando, mordiendo aquí, más allá, llenos de baba de pasado, muecas, rótulos. Indician, señalan, dictan, corrigen, acosan. Ahí, dicen, está el culpable. Nuestros códigos amaestrados lo perseguirán ladrando día y noche. Ahí está, nuestros mastines olisquean el rastro sucio. Él es la mancha en nuestras baldosas. Agravia nuestra pureza. Por el mundo, siempre, con sus libros de cuentas, sus lápices perversos, sus esto sí esto no, sus autos de fe, sus pócimas vengativas, extendiendo un rojo metro sobre el cuerpo que la jauría va a perseguir.

Ahí está el que nos traicionó, dice. Escupamos, que ahí viene.

Espiémoslo como un solo ojo.

(De Memorial)

 

 

 

 

Fanáticos

El odio, el portero atroz, nos deja a la intemperie.

Las palabras las dice el odio, el odio los usa, el odio los maneja.

No tienen espacio. Nada cabe allí salvo ese amo incansable.

Sus uñas tenaces, sus ojos ausentes, sus bocas con altavoces obsesivos horadan la piel del mundo.

(De Memorial, 1977)

 

 

 

 

Por alguna divisa

Secta, milicia pavorosa.

Índices, anatemas, rótulo. Vértigo de condenación. Guerra. Se aniquilan los hijos de la luz, los dueños de la verdad, los gloriosos soldados. Fuego que vive en la boca, fuego en la saliva del odio, fuego masticado. Misión empapada en sangre. Cuerpos, dulces vasijas, horadados, irreconocibles, roídos. Cuerpos de cualquier bando, divinos, terrestres, caídos en cualquier calle. Cuerpos, suaves cántaros, más perfectos que la más perfecta idea, destrozados en cualquier lugar de la tierra.

(De Memorial)

 

*

 

No somos la fuente de nuestro vivir, pero por nosotros pasan las aguas.

(De Dichos)

 

 

*

 

Casi todas las místicas se fundan en la negación de lo que existe. ¿No es posible una “espiritualidad” terrena? Yo me niego a aceptar que la “creación” sea mala o simple peldaño hacia otro mundo o lugar de purgación.

Este presente es todo.

(De Dichos)

 

 

 

 

*

Aunque lo hayamos declarado inexistente, el misterio es una gravitación poderosa; se hace sentir por ráfagas, que sofocamos, ráfagas que dejan en los ojos una sal de abismo; ráfagas que nos hienden y nos dejan expuestos, en la extrañeza.

(De Dichos)

 

Moradas

 

En medio de la incertidumbre, el reto: la pregunta sobre el sentido de esta constancia que inscribe letras en el gran hueco.

Ser boca, a pesar de todo. Una manera de asentir.

Líneas perplejas. Voces en la espesura, sobrias.

Ramazones.

Lo andado nos sitia.

Camino en los bordes con venia extraña, de fondo. ¿Quién nos sostiene abajo? No veo la roca, lo último de la fundación, a donde no llegan las tormentas. Oscuro venero del adorador que arriba es espuma. Debajo Yace, contrafigura de una ausencia, lo incólume.

Después de la espera donde el rostro ser olvida, lo informulado desafiando la boca.

Nos quebramos sobre el existir que tiene manos simples. Nos enzarzamos entre lo nombrable. Caemos, recaemos.

Sabemos que no se puede entrar.

Este peso es el acompañante de todas las ingravideces. La ligereza se funda en lo más lejano. Ternemos horcas para cada desconcierto. Las preguntas caen solas. Las desgrava la corporeidad que restalla en el esplendor, tan ajeno y perteneciente.

En el centro de la magna ausencia asentamos nuestras casas. Su rumor inaudible las anima. Aunque vivimos para obedecer, somos los nómadas que invaden el terreno de un tirano. Una vez —se dice— nuestra voz resonó con fuerza, pero hoy se consume en su propia resonancia como una cara en un estanque, y cuando nos hablan de pesadumbre sabemos que ninguna sobrepasa casa una de nuestros nacimientos, este hilo roto que dejan nuestros pasos.

Sentir es magnífico; escribir, exultante; habitar, lo sumo. Pero ¿dónde está el ligar aplacado, el sitio de reunión, el punto del encuentro solvente?

Abandonamos. Decidimos vivir. Algo sigue sustrayendo  fuerza a la fuerza. Porque existe un espacio, que no se entrega, donde los enemigos se reconcilian.

(De Gestiones)

 

 

 

*

 

Los hados nos dieron

Una lengua noble,

Como un buen vino

De bodegas medievales.

Los poetas están entre los encargados

de custodiarla:

pero yo me afano lentamente

junto a los artesanos

por hacerme digno.

Con ellos se es menos exigente.

Sólo se les pide que no la deshonren.

Ya eso es bastante

para quien no nació rico

ni sabe asirse a las palabras.

Una labor sin pretensiones,

un trabajo

del taller que preserva

el bien recibido

y lo entrega a otras manos en el estrépito.

Algo humilde por necesario.

(De Gestiones, 1992)

 

 

*

 

Uno sólo espera de los poetas

Un óbolo que nos sirva para el trayecto.

(De Gestiones)

*

Si el poema no nace, pero es real tu vida,

eres su encarnación.

Habitas

en su sombra inconquistable.

Te acompaña

diamante incumplido

(de Una isla, 1958)

 

 

You

Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá  va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo

a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

palacio

donde vive

el

temblor.

(De Una isla)

La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué.

(De Memorial)

 

 

 

*

 

 

Cuando nada pedimos, el mundo destella.

(De Dichos)

 Poemas tomados del libro Cadenas, Rafael, Obra entera (Poesía y prosa, 1958-1995), Fondo de Cultura Económica. México, 2000, Col. Tierra Firme.

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