Un poeta brasileño (Lêdo Ivo, 1924), traducido por un poeta de México (Mario Bojórquez, 1968) y editado por un poeta colombiano (Federico Díaz Granados, 1974) en la colección Los Torreones del Gimnasio Moderno. Es el signo de los nuevos flujos de comunicación de nuestro tiempo. “Estación final” es una antología, recién publicada, del trabajo de Lêdo Ivo entre 1940 y 2011.
Adriana y la poesía
A Willy Lewin
Adriana estaba durmiendo y un sueño se levantaba de su cuerpo
en ese momento le faltó inspiración a los poetas porque todas las inspiraciones estaban en
Adriana
las sirenas intentaban en vano robar sus cabellos
sin embargo un ángel guardián no permitió que ella fuera destituída de su belleza
durante el sueño
sus senos jadeaban dulcemente como las rosas al viento –todos ustedes saben que los
senos de Adriana no mueren
una sonata célebre escapó de un concierto con un suspiro de Adriana
los magistrados lanzaron sus sombreros porque pensaron en Adriana durmiendo
ella reposaba y entonces las cajas de música enloquecieron inexplicablemente
y las amadas de los poetas se cubrieron misteriosamente de niebla
los huracanes desaparecieron y las naves antiguas huyeron de los viejos libros de
historias infantiles y aparecieron en los puertos soñados
un trapecista creyó ver a Adriana con los brazos abiertos intentándolo en el aire se
precipitó irreparablemente en el vacío
incontables elegías la descubrieron durmiendo
el Presidente de la República decretó el día feriado porque Adriana estaba durmiendo
siendo revocadas las disposiciones en contrario
los arrullos partieron en maravillosos crepúsculos
países en guerra acordaron treguas indeterminadas
para que las batallas no pertubaran el sueño de Adriana
que algún tiempo después se despertó dulcemente y descubrió no estar como antes de
su descanso
porque Cristo había desapropiado su gran poesía
para que ella perteneciera a todos los hombres y a todos los magos.
(As Imaginações, 1940-1943)
Elegía didáctica
Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la tierra un secreto ardientemente
ambicionado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las jóvenes vecinas que los
enamorados llevan a las grandes oscuridades de la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y sueñan siempre con
ahogamientos,
y en las prostitutas pobres que, después de la salida de sus hombres,
corren hacia el fondo de los patios y se entregan casi desnudas a lo inefable.
Piensa en todos los que se fueron, guiados por las estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte seguros de que ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de amor
y en los pobres que no conocieron los placeres destructores de las poses demoradas.
Piensa en la lluvia, cayendo sobre los sitios hipotecados,
y en los frutos de las granjas, tocados por la euforia del sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la oportunidad de los viajes,
y en las personas que van a morir escuchando los vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los extraños amigos de tu adolescencia.
Recibe en el fondo de tu memoria las voces que se prepararon silenciosamente en tu
corazón
durante los años en que no te asaltó la certidumbre de estar cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se rehusan a tu ardiente
llamamiento
y abre tus ojos para un domingo
que concentre la esperanza de todos los días.
Piensa en las hogueras de tu niñez, que vuelven a arder anualmente en tu memoria,
y en aquellos que no regresarán, y morirán misteriosamente cuando se dispongan a
volver.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin de tu noche,
y en los hombres que soñarán poseer la serenidad matinal de los árboles
y pasarán largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente para los aviones
y en las mujeres extranjeras que viste en cierta noche y a veces aparecen en tus
sueños.
Piensa en los adolescentes incomprendidos por los padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no encendidas.
Piensa en las ventanas interiores, cuyo mayor deseo es abrirse frente al mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en la puerta de los asilos.
Piensa en las parturientas muertas en las mesas de los hospitales,
lejos de los maridos que no las amaban, y deseaban en secreto su desaparición.
Piensa en los canes repelentes llevados en las perreras,
y en los artistas populares, violentamente transfigurados por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus sueños
y van a reunirse a las nubes apenas rompa la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los cerros,
y en los cuadros de los museos jamás visitados.
Piensa en las bocas que nunca dominaron la voluptuosidad salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intocables.
Piensa en los corazones que en cierto momento se sintieron paralizados por la luz del
cielo
y pasaron el resto de sus días en irreparable oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos espantosos retratos salen en la edición final de los
vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de papel y lápiz.
Piensa en las ciudades que amanecen sombrías delante de las miradas de los viajeros
sedientos de claridad,
y en las calzadas donde nadie pasa durante la madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos al Otro Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a alguien a la gloria y al dominio.
Piensa en las camas repugnantes de las pensiones inseguras,
y en los viejos que siempre esperan el llamado muerte.
Piensa en los relojes que no marcan el día lúcido,
y en los animales muertos de sed, abandonados en lo oscuro por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que ignoran la dádiva elusiva de los fines de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas, durante los picknicks.
Piensa en los personajes de novela, que siguieron el destino incierto de sus creadores,
y en las lunas cuyos destellos derrumban la serenidad de los adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrirán para recibir un huésped,
y en los arroyos infectos que desearían ser el abrigo azul de los veleros y de los yates.
Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las niñas que los amantes pervierten sin piedad alguna.
Después piensa en la hiedra que abraza a las casas antiguas, en un cariño sofocante,
y en los niños de los viejos tiempos, que nada sabían del Mañana.
Piensa en las grandes mareas que van a esperar entre las rocas el grito mudo de las
alboradas,
y en los ojos de los ciegos que sorben el agua clara de las músicas de los organillos.
Piensa en los muertos, principalmente en los desconocidos muertos de la guerra, que
quedaron en ilocalizables cementerios,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios donde reposarán un día.
¡Oh! piensa en todo, en los horizontes calmos de tus días de otro tiempo, en el
estremecimiento que te recorre al caer la noche en atmósferas extranjeras.
Piensa en tu infancia convertida en conversación, vientos y mangueras explotando al
sol
y en los senos de las mujeres que van enevejeciendo sin que lo perciban,
y piensa también en las formas de esas mujeres, destruídas inflexiblemente y sin que
tu mirada las busque.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando apenas eras silencio,
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste para el nunca más.
Piensa en las veces en que paseaste solitario por los campos
y volteaste hacia atrás con la esperanza de que alguna mujer te siguiera.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu calle antigua,
y en los gritos que oíste venidos de gargantas desconocidas,
y en las voces que eran claras aunque hubiera temporales.
Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el miedo resultante de la amplitud
del pasado.
Piensa en todo y en todos, y después que los recuerdos se vayan
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las voces,
lleno de confianza en la vida y en el mundo,
sientiéndote vinculado a todos los hombres y todas las cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.
(Ode e elegia, 1944-1945)
Soneto de la rosa clásica
En el antiguo amor, vivas florecen
inmóvil canto, aérea residencia
donde nadie soñó—¿rosas?— la ausencia
de las rosas que en verso no aparecen.
Eternas y tranquilas rosas mecen
la vastedad, efímera existencia.
¿En qué corola el mar pule la esencia
de las marchitas rosas que envejecen?
Rosas del verso, rosas de certeza
de no existir un día, floreciendo
la vegetal idea no nacida.
¿Rosas? ¿Quién soñó rosas? Qué belleza,
mi flora imaginaria y existiendo
en el sueño del verso y de la vida.
(Acontecimento do soneto, 1946)
Reaparición de mi padre
Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre
en su mañana forense.
En un traje de casimir aunque fuera verano
él entraba y salía de los despachos
y atravesaba la calle del Comercio
con su carpeta marrón, lentes de tortuga
y sombrero de fieltro.
De vez en cuando mi padre paraba en algún lugar:
en la Junta Comercial, en una ferretería, a la puerta de una zapatería.
Con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole Lombard en el cartel del cine
Floriano.
Entraba en el Bar Colombo para mear.
Proseguía su camino
entre mendigos, trabajadores eventuales y ministerios públicos
y se sumía en la oscuridad de una tienda de raya.
Mi padre iba y venía en el centro de Maceió.
Yo presumía que el estuviera vivo.
Sólo me rendí a su muerte lenta
cuando pasó cerca de mí sin reconocerme.
Entonces supe lo que era la muerte.
Y al mismo tiempo supe lo que es la vida:
el lugar donde hay sol y las personas se hablan.
(Curral de peixe, 1991-1995)
Mi patria
Mi patria no es la lengua portuguesa.
Ninguna lengua es la patria.
Mi patria es la tierra blanda y pegajosa donde nací
y el viento que sopla en Maceió.
Son los cangrejos que corren en la lama de los manglares
y el océano cuyas olas continuan mojando mis pies cuando sueño.
Mi patria son los murciélagos suspendidos en el estuco de las iglesias carcomidas,
los locos que bailan al atardecer en el hospital junto al mar,
y el cielo curvo por las constelaciones.
Mi patria son los silbatos de los navíos
y el faro en lo alto de la colina.
Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.
Son los astilleros podridos
y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y con paludismo no paran de
toser y de temblar en las noches frías.
y el olor del azúcar en los almacenes portuarios
y las lisas que se debaten en las redes de los pescadores
y las trenzas de cebolla enroscadas en la tiniebla
y la lluvia que cae sobre los corrales de peces.
La lengua que uso no es ni nunca fue mi patria.
Ninguna lengua engañosa es la patria.
Ella sirve apenas para que yo celebre mi grande y pobre patria muda,
mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario,
mi patria sin lengua y sin palabras.
(Plenilúnio, 2001-2004)
La nieve y el amor
En este día de calor ardiente, estoy esperando la nieve.
Siempre estuve a su espera.
Cuando niño leí Memorias de la Casa de los Muertos
y vi la nieve cayendo en la estepa siberiana
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Amo la nieve porque ella no separa el día de la noche
ni aleja al cielo de las aflicciones de la tierra.
Une lo que está separado:
los pasos de los hombres condenados al hielo oscurecido
y los suspiros de amor que se pierden en el aire.
Es necesario tener un oído muy fino
para oír la música de la nieve cayendo, algo casi silencioso
como el rozar del ala de un ángel, en caso de que los ángeles existan,
o el estertor de un pájaro.
No se debe esperar la nieve como se espera al amor.
Son cosas diferentes. Basta que abramos los ojos para ver la nieve caer
en el campo desolado. Y ella cae en nosotros, la nieve blanca y fría
que no quema como el fuego del amor.
Para ver el amor nuestros ojos no bastan,
ni los oídos, ni la boca, ni aún nuestros corazones
que laten en la oscuridad con el mismo rumor
de la nieve cayendo en las estepas
y en los tejados de las cabañas oscuras
y en el abrigo roto de Fédor Dostoievski.
Para ver el amor nada basta. Y tanto el frío del invierno como el calor escaldante
lo alejan de nosotros, de nuestros brazos abiertos
y de nuestros corazones atormentados.
Fiel a mi infancia, prefiero ver la nieve
que une el cielo y la tierra, la noche y el día,
a ser presa indefensa del amor,
el amor que no es blanco ni puro ni frío como la nieve.
(Mormaço, 2011)
Estación Final de Lêdo Ivo
Antología 1940-2011
Traducción del portugués, Mario Bojórquez