La poesía de José Revueltas

José Revueltas es uno de los grandes maestros de la literatura mexicana, un narrador de excepción. También escribió poemas. Presentamos aquí dos de ellos.

 

 

 

 

NOCTURNO DE LA NOCHE

 

Para Efraín Huerta

 

Cuando la noche;

cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios

y las sillas saben de las torpes pisadas;

 

cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida

y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos,

quemados para siempre;

 

cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio

son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa

a la Amparito o a la Chloe

en un mentido vuelco aéreo de Luna Park;

 

cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo a los inspectores

o a las escalofriantes agujas de los que ponen Roberto o Gustavo;

 

cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina

bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar

con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel;

 

cuando en las abandonadas consejerías de latón sólo se sabe ya

del chillido de la niña loca del conserje;

 

cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas

de los colonos que ya no se escriba

sino se cablegrafíe,

que ya no se sueñe

sino se asesine,

que ya no se llore

sino se pisoteen los vientres embarazados.

 

cuando la noche;

cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena

que cada vez más parece una enfermedad de los dientes,

entonces oigo torrentes furiosos de semen que corre por las calles

como entre caños de sombra y de injurias:

 

semen impuro y vicioso de horrendos señoritos,

destilados en las esquinas oscuras, en los pasillos de los cines

y en los mingitorios.

 

Semen cien veces del maldito de las sombras de los jardines.

 

Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle.

 

Se suceden sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado,

con una falsa alegría de labios relamidos y de placer gratuito,

sin pensar en la sangre derramada,

sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio,

sin pensar en la música,  sin pensar en la vida.

 

Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,

que cesen los venablos de angustia que nos ha atravesado,

que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,

y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso

para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.

 

Cuando la noche.

Cuando la angustia.

Cuando las lágrimas.  

 

Octubre de 1937

   

 

 

 

 

CANTO IRREVOCABLE

 

Yo, que tengo una juventud llena de voces,

de relámpagos, de arterias vivas,

que acostado en mis músculos, atento a cómo corre y llora mi sangre,

a como se agolpan mis angustias

como mares amargos

o como espesas losas de desvelo,

oigo que se juntan todos los gritos

cual un bosque de estrechos corazones apretados;

oigo lo que decimos todavía hoy

todo lo que diremos aún,

de punta sobre nuestros graves latidos,

por boca de los árboles, por boca de la tierra.

 

Yo, que irrevocablemente sé de nuestra eternidad definitiva

de nuestra juventud de atentos sueños

y lágrimas despiertas;

de los tercos tambores tercamente sonando

que hay en nuestro oscuro fondo.

 

Que tengo un par de rotos ojos vivos,

mirando, aún no calcinados,

y unos brazos largos inmensos, eternos como piedras,

como piedras duras y varoniles y tristes.

 

Que con esos ojos abiertos y sufriendo

sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada,

blanqueada por la amarga leche de los senos,

cómo se apaga con los huesos.

 

Y cómo se apaga y se seca de ceniza la sed

y se pudren las manos, y se curva el silencio.

 

Yo, que tengo un pobre e inútil corazón

para toda la tristeza

que dejo de sufrir a cualquier hora,

he visto a las madres arenosas y clavadas,

las madres de tezontle, las madres de piedra de metate,

llorando cuantas vivas de cal,

granos amargos,

gotas de plomo.

 

Lloran piedras de río

sentadas como viejas raíces,

las madres de tierra de la tierra.

 

He visto y llorado todo esto, yo.

Pero no he llorado todavía.

Hay un océano grande de tristeza.

 

Quisiera tener un corazón lleno de trigo

y mi pobre corazón es muy pequeño.

 

Hay que hacer un gran río del mundo,

juntar nuestros pulsos hasta formar un gran cielo.

 

Un cielo del que llovamos redivivos,

nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos. 

 

Mérida, Yucatán, mayo de 1938           

 

 

 

 

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