El poeta, narrador, ensayista y dramaturgo mexicano Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954) ha cumplido sesenta años. Como parte de un brevísimo homenaje a una de las figuras centrales de la actual literatura mexicana, presentamos su ensayo “La generación del metro”.
La generación del metro
Gilberto Owen y Federico García Lorca llegaron a Nueva York con escasa diferencia, en julio de 1928 y junio de 1929, respectivamente. De entrada, ambos tenían actitudes diversas y buscaban diferentes cosas en ese espacio común. El granadino, a quien le interesaban muchas cosas menos aprender inglés, se encerró a dibujar y a escribir los poemas del “otro” Lorca, contenidos en el libro más sólido del surrealismo español. Owen llegaba con una herida amorosa, una sed de alejamiento y la avidez de conocerlo todo.
Entre cartas de amor a Clementina Otero y diálogos epistolares con los Contemporáneos, excursiones a las cataratas del Niágara, atención a marineros que solicitaban visa, Owen aprendió a querer el ferrocarril subterráneo de Nueva York, cuando descubrió que era también Contemporáneo. En carta del 22 de abril de 1929 a Xavier Villaurrutia comenta: “Quisiera presentarte a mi subway. Tenemos la misma edad, dicen unos carteles que he visto, nacidos tú, él, Salvador y yo en 1904, déjame decirnos generaciones de subweyes, fácilmente muertos”. Más allá de la confesión y la ironía, la excursión subterránea es una metáfora generacional: nadie como él gambusino Owen para descifrar el sentido de ese descenso a las entrañas de la tierra.
En 1935 Novo publica El continente vacío, donde testimonia su estancia en Nueva York. Allí aprendió, como Owen, “ya para siempre que el subway y la cafetería son estados de conciencia que trascienden mi ‘implejo’, como le llama Valery”. Novo aun vivió para ver en 1970 los primeros convoyes del metro, nuevo habitante de nuestra ciudad. Efraín Huerta, uno de sus más asiduos usuarios, se apresuró a incorporarlo a su inventario poético. Actualmente ¿quién no ha escrito algún texto sobre el metro? Imposible escapar a la sensación de mirarse en los otros y parecer parte de una masa pintada por Edvard Munch o José Clemente Orozco, donde el ángel guardián se ha dormido. Nos dice Owen: “y no hay al frente una frente que nos justifique habitantes de un eco en sueños/ sino un sonámbulo ángel relojero que nos despierta en la estación precisa”.
El tren subterráneo que en Londres es un venerable abuelo más que centenario, en nuestra ciudad se halla en plena juventud. Sus contemporáneos pululan por los túneles de esa otra ciudad subterránea. Alguna vez, en su cotidiano descenso al Hades que resume las contradicciones de una ciudad que es el país que es el mundo, se encontraran con los letreros donde consta que el metro es su contemporáneo. Ya para entonces ese joven sabrá que una cosa es leer en Ezra Pound su descubrimiento de un rostro anónimo entre la multitud del metro, y otra la experiencia de descubrir ese rostro que ya no veremos más.
¿Que determinará a esa “Generación del Metro”? ¿Quiénes serán sus héroes y sus símbolos? Difícil predecirlo. Las cosas cambian a la velocidad con que la calzada de Tlalpan se vuelve subterránea y la estación Pino Suárez transforma su nombre a Zócalo. Lo enseñaron las pasiones radicales de los veintes: no hay tiempo que perder. Subirse sobre la marcha al tren vertiginoso; ser capaces de asir lo que llega es lo único que tenemos en las manos. Así lo advirtió Turner cuando supo ver y representar el dinamismo de humo, luz y velocidad que el ferrocarril incorporaba a la pintura, del mismo modo en que Monet hizo de las estaciones ferroviarias un escenario antes inédito.
Entre nosotros, Ricardo Angúa plasma sus ensoñaciones diurnas a bordo de los avioncitos que aborda en cuanto el metro lo acoge y lo deja en la estación Portales; sus demonios que evocan judas en peseros son parte del universo que los viajes reales otorgan a los viajes imaginarios. Arturo Trejo madura su mitología de un Ulises muy especifico: el que baja en la estación Bondojito y deja el mármol de los andenes para internarse en una terra incógnita cuyo recorrido es siempre distinto; José Francisco Conde canta a la muchacha del metro, en homenaje a la muchacha huertiana que “trae la manzana del día en la minifalda” .
La paradoja de Chesterton es más actual que nunca en cualquiera de nuestros viajes subterráneos. Recordemos la en la versión de Alfonso Reyes: “El artista niega todo gobierno, acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo”. Es una de las cosas mas poéticas del mundo, responderá quien descubre que el metro es tan joven y amargo, tan veloz e impaciente como él.