Presentamos la poesía del autor mexicano Martín Camps (Tijuana, 1974). Ha publicado cuatro libros de poesía, su último libro es Los días baldíos (Tintanueva, 2015) del que tomamos los siguientes poemas. Actualmente es Profesor en University of the Pacific en Stockton, California, donde también es Director del área de Estudios Latinoamericanos. Sus últimos ensayos publicados han sido sobre los autores Roberto Bolaño y Oswaldo Reynoso.
Introducción
Para no tener que hablar escribo este poema.
Hasta para decir nada necesito de palabras.
Quisiera cantar o estallar de risa,
pero debo decir que escribo
para no tener que hablar ante la gente.
Nunca puedo encontrar el tono de lectura
leer como se lee una lista de mercado
leer como se lee un anuncio en el periódico
leer cada palabra con la emoción del falsario
¡Oh! ¡Oh! ¡Exclamaciones!
Leer con dolor, como si tuviera una daga enterrada
fingir profundidades en río revuelto
leer como se deletrea un e-pi-ta-fio
leer como si me persiguieran las hormigas
leer como si las palabras fueran flechas
o un terrón de tierra que deja residuos en sus orejas
leer como si fuera arena que se arrastra en el desierto
o agua que llena lentamente un cántaro.
Mejor quisiera decirles que lo que leeré
lo pueden encontrar en este libro, que deben comprar,
so pena de maleficio milenario. Recuerden,
que la poesía no vende (dicen) y si ustedes que vienen
a oír poesía, en lugar de ver la tele, o de hacer el amor,
o lavar la ropa, leer el periódico, sacar la basura,
seducir al novio, complacer a la novia,
si ustedes que no hacen eso tan importante,
por estar aquí escuchando poemas
y no tienen la inquietud de comprar el libro,
barato, menos de lo que cuesta un almuerzo,
compren el libro y sírvanse de poesía, all you can read.
Un libro que costó un par de años de escritura, el trabajo
de mil noches con sus sueños y pesadillas
por el módico precio de la foto de un Hamilton
Federal Reserve, legal tender, in god we trust.
Además está firmado con el número de teléfono y el e-mail
del autor, si quieren, si no entonces la poesía se va al carajo.
Porque hacer poesía es ya estar en el carajo.
Más claro ni el agua.
Yo haré mi parte, leeré mis poemas de viva voz candente
que es como quitarse la ropa en público, porque ya sabemos
que lo más importante en la vida se hace desnudos.
Septiembre siete
Mi abuelo vendió pan
durante la Revolución Mexicana,
para ambos lados,
federales y revolucionarios.
Era un niño, saltaba entre las barricadas;
ganaba el pan, vendiendo pan.
En uno de sus recorridos,
una mujer lo pescó de la camisa
y lo metió en su casa.
Niño, qué haces allí, que no ves que allá vienen los
federales.
Y se armó la grande en esa calle.
Y esa mujer le salvó la vida. Y por ende,
me salvó la vida.
Mi abuelo vio al hombre que se acostó con la mujer
que por poco asesina a Pancho Villa.
Ese infeliz, decían algunas soldaderas,
vaciaba la pistola en la dirección
donde oyera gemidos de placer.
A partir de entonces ya no
quería a mujeres armadas en sus filas.
La Revolución terminó y mi abuelo puso una
panadería,
donde trabajó mi madre
que me platicó esta historia
mientras comía una esponja
y lloraba por su padre,
delgado como un febrero,
muerto en un siete de septiembre.
Ciudad Juárez is not a little soft city
Ciudad Juárez es una ciudad canina
ladra en la memoria
con un regimiento de colmillos en el hocico.
He visto a los travestidos
gritar desde una cortina roja
con el cuerpo sublevado.
A los deportados caminar el puente
con la cabeza en alto
mientras planean su regreso al otro lado.
Dicen que esta ciudad es violenta
y no saben cómo aprietan el gatillo
en esta tierra, cómo estrujan
las mandíbulas y los dientes de oro
cuando apuñalan con picahielo.
Odio es el nombre de esta calle.
Es cierto, a veces la nieve detiene
por una tarde el engranaje de la muerte
y se pueden ver atardeceres resplandecientes
en el espejo retrovisor de un yonque olvidado.
Hotel de paso I
El teléfono sonó a la una de la mañana
y una mujer del otro lado, preguntó:
Is it stormy there?
No, le dije, pero ¿con quién quiere hablar?
Sorry, wrong number, dijo.
Me quitó el sueño y prendí el televisor.
Había un programa gastronómico con un chef
japonés
que discutía la textura de un guiso de pulpo en su tinta
y explicaba que algunos poetas en el pasado
la utilizaban para escribir sus composiciones.
Vi por la ventana y el cielo estaba despejado.
¿Dónde llovería en ese momento?
Hotel de paso II
La lluvia tocó a la puerta
y por la ventana una nube gris transitó a toda prisa.
Después salió el sol y cantaron unos pájaros
escondidos entre las ramas de un naranjo.
Afuera estaba húmedo como el envés de una ballena.
De los cables de luz colgaban pájaros colosales
parecidos a lámparas viejas.
Entré al cuarto y el televisor estaba descompuesto.
Sin nada por leer abrí el cajón donde estaba la Biblia
Dejada allí por los
Gideons.
En la primera página había un índice que sugería
leer algunos versículos en caso de peligro,
desesperación,
duelo, alegría y desesperanza. Sin embargo,
no sugería nada para la nostalgia.
Abrí el
Cantar de Cantares,
y la nostalgia se tornó en calma y la calma en sueño
y dormí toda la tarde.