Poesía de la Inmersión: Ensayo-manifiesto

POESÍA  DE  LA  INMERSIÓN

Manifiesto de intenciones de interpretación.

 

Inmersión_1

 

La corriente empieza por una pasión solidaria. Una propuesta afín al consejo del pedagogo Celestin Freinet, “no podéis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y desalentados en la encrucijada de los caminos”. Una pasión solidaría es energía de clarividencia.

Nada nunca, jamás, ha sido visible, pero aún más arriba de la detonación del sol, girando lentamente mientras se evapora la calima ¡Creo!

El poema trata de lo que es el fulgor para el vacío, dejamos caer una venda y caen los ojos: es el vacío, lo que es el vacío para el fulgor. El poema no es una descripción de o con los sentidos, hay que crearlos; en palabras del poeta Ángel Guinda “crear es creer”.

No se esperan ni resultados ni metas, tampoco existe la propiedad. No es posible recomponer o componer; si cada cosa es la realidad pienso que si salto al mar crece. La Poesía de la Inmersión. ¿Qué seré yo para los objetos? Nada que sea un yo, no nada que sea yo. ¿Qué será el yo para los objetos?  Nada que sea yo, ni tú, ni todos en un objeto. No es mi vulnerabilidad o la de una realidad, las sensaciones no coexisten. Ese aspecto insoluble de las cosas, una silla donde detonan estrellas, se trata de la voluptuosidad de existir.

Opinar siempre es la interpretación que hace la vida, sin recuerdos, sin recursos interpretándolos;  nada nos conecta, la poesía purifica, descarga como tiembla el temblor de las manos, se hunde en la superficie. La expansión a la finitud es un poeta, la concreción el paraíso de la abundancia.

Una Poesía inmersa no tiene tema. En la intimidad nada nos es personal, no tenemos propiedades, se trata la persona de la intención; en una definición del filósofo Louis-Marie Chauvet “el espacio en el cual la interioridad y la exterioridad se vuelcan la una en la otra”.

La poesía no es una descripción, todavía si fuese invisible pero se trata de lo omnipresente.

El retrato de un movimiento, la agilidad no del poeta sino del movimiento; más que no creer fielmente que el primero exista, la realidad no es, acecha como el agua al mar, la inmersión del fondo en la sustancia, la lengua del ruido ruidosa.

En tanto Poesía de la Inmersión, tomemos el ejemplo del Arte rupestre, un medio donde se transforman las creencias en imágenes. Podríamos agregar algo todavía más radical: tuvo lugar una transformación anterior que se pierde en lo eterno cuando se transforma el espacio en creencias, la creación de espacios o realidades dentro del espacio y la realidad. Quizás no sea del todo absurdo decir que la Historia en la era prehistórica sea la evidencia y la sugestión, como sostuvo G. H. Luquet, si para el hombre de hoy una pintura es comprensible cuando reproduce lo que sus ojos ven, para el hombre primitivo lo es cuando expresa lo que su mente sabe.

Al hacer poemas buscamos actos de cavernícolas que no miran atrás, sin aversión a la Historia, con la naturaleza del contexto tal y como los satélites de los cataclismos y de la civilización gozan.

Hombres de las cavernas sin ninguna, humanos sin genitales porque los genitales son la humanidad, la clarividencia es la continuidad en un hueso roto; si el lenguaje hace señas prueba que el olvido es la única forma. Raspando la luz, la nostalgia es ese cavernícola, reencarnar sin nacer: el olvido es imposible, de lo que hablamos es de nuestra connaturalidad.

Una ideo-logía es onto-logía, y la poesía no es una lógica del ser. La poesía no es necesaria, nada lo es; se escribe sobre las necesidades. Hay que vulnerabilizarse.

La intuición no es un don, no es sinónimo de anticipación, ni siquiera la manera de cazar el futuro. La poesía no tiene relación con la memoria; un trabajo es más efectivo en tanto más olvidable. La intuición es como es tener un pie, la vida y la muerte son como la piel arrastra su aura.

No se hacen libros de, sino para la poesía, eso queremos decir por inmersión.

Carece de sentido hablar de reflexiones irracionales, como intentar hablar del ser que se es en un ser pensado. El conocimiento consiste en teorías materializadas, no tiene sentido hablar de la forma de un movimiento, la poesía no es material, sino tal y como uno, se materializa.

Un poema ha tenido verdadera aceptación cuando nos hace señas adentro, inmensos. 

Nadie se llama poeta o maestro, somos en la absoluta libertad sin causa, el efecto de nuestro nombre; en todo caso, un poeta es quien desprecia la mística de la jerarquía; así, al hablar de la corriente Poesía Inmersa, todo adjetivo es moverse.

La Poesía de la Inmersión delinea una conducta alternativa. Afianzarse a vivir es afianzarse a la vida sin obstáculos, sin violencia, como atención.

El anarquismo llega como coherencia. Inter-dependiente, eco-dependiente, la persona de la necesidad reclama la satisfacción de su necesidad en nombre de la necesidad misma, de la responsabilidad. No podemos definir sus medios, pero en la necesidad de pensarlos se muestra la contradicción, no pueden pensarse los medios, pero un medio es una forma de pensar.

Por inmersión queremos decir orientarse a donde se orienta la vida; incapaz del sí mismo, la vida como poesía es la propuesta que hace el mismo diálogo; ni dualidad, ni absoluto, en una frase del activista Nicolás Ridoux “menos bienes más vínculos”.

La poesía inmersa en palabras del filósofo Emmanuel Mounier “la revolución será moral o no será”. Al final, ¿cómo conciliar un compromiso por la autogestión y la autonomía si todo resplandece por innecesario? La Ética es un estilo fundado en la simplicidad voluntaria, la mesura, la gracia, el silencio activo, el placer de la no agresión.

 

 

 

 

 

***

 

 

 

Aldo Vicencio

(Ciudad de México, 1991)

Infinito Narciso

                               

 

                               Lo que deseo está conmigo; la abundancia me ha hecho indigente.

                                                                                                  Ovidio, Las metamorfosis

 

 

quiere el hambre

ojos en la boca

para no padecer nunca

 

quiere el hambre

hondura en la lengua

para no desaparecer nunca

 

en el agua

nimbo de tierna blancura

 

proyección

de mi cuerpo

sobre la luz

 

estatua sin asir en los ojos

 

aquel resplandor

refractado en escalas

de terribles deseos

 

aquella silueta que se hunde

es un biombo de pálidas sombras

que gesticulan con el habla de los animales

 

aquel mortal

aquella muda

 

s o n   u n a   h e r i d a

 

frenesí de agua sangrienta

– su huella en el musgo –

 

y calor de fatiga en la entraña de la memoria

 

dormir para soñar

soñar para   d e s p e r t a r

 

y quieto el sentido

y quieta la mano

 

arrancando reflejos como

león de tormenta solar

 

una vez no basta

 

uñas

secas

en la transparencia

 

no hay desesperación

donde cubrirse

 

como hunde el cromo

su angostura sobre la carne

 

así los dedos pellizcan mis ojos

para otear la inmortalidad de la noche

 

aros de llamas

atraviesan el cristal

que corre sobre la yerba

 

se dilata la llaga del agua

 

aquellas manos

lloran cuando

se ven ciegas en el agua

 

una piedra

sin fin desovilla

el acuoso rostro de la herida

 

mirar el fondo de las cosas

mirar el ocre de las presencias

y atrás su sangre que flota en bruma

de fieras inimaginadas

 

tanto como puede el viento,

corren voces de cada esquina

del mundo a posar

sobre el infinito idilio del tiempo

 

toda inteligencia se contiene en un vaso

de vidrio quebradizo

 

alunar los significados

con máscaras de cobre macizo,

 

y luego oxidarlos para redimir

el hambre mineral que los habita

 

y por fin ser en la vista, despojado de toda presencia

 

precioso rostro

que imanta el océano

de la atemporalidad

 

todas las cosas que provienen

de un horrido pensamiento

 

en ti se desdibujan y pierden  s e n t i d o

 

habitar lo que ya está habitado

no aquel,

ni aquello,

sino   a q u í,

en mi pecho sobre el agua

 

convulso movimiento

del mundo en cada gota

de este estanque

 

d e s r e a l i z a r s e

a través de la herida

 

y

 

c o r r e r

vulnerable bajo las flores

 

no es dicha inmerecida,

sino inmaculado delirio

 

lirios marchitos sobre el agua

y solitario,

un narciso que se mira

como espejo de todo lo sensible

 

sobre el musgo seco florece mi huella

 

 

 

 

 

Alejandro Massa Varela

(Ciudad de México, 1989)

 

 

 

La última ola,

y la primera transparente

o la ventana sin vidrio;

comunicación entre cuerpos

como las figuras de barro hicieron a Dios,

mi carne sin llegar

 

pero van tus dedos,

seguros de silencio

por la última ola

 

 

 

 

 

Adrián Mendieta

(Tlaxcala, 1995)

 

 

 

Caricia palabra

 

Mi lenguaje lo cubre un cielo de gritos,

una aurora boreal

emerge de mis ojos

del labio: gotas de humus,

sal de cementerio.

 

Una orilla

un asiento en un automóvil con destino a ningún sitio,

caminos de piedra caliente donde los pies evaporan

hasta los huesos evaporan,

un pasado de eunucos celosos

herencia de reyes castrados,

madres de mirada triste.

 

La lengua calcinada

emite mi nombre

con la fuerza de un recién nacido,

no hay motivos para el movimiento

para alzar los brazos en un mundo sin cielo.

 

El tiempo escurre.

 

Flotamos en la sangre

mordemos el líquido que nos brinda la vida

furiosos rompemos nuestro rostro antes de llegar al espejo.

 

Cascada de palabras, no de ideas,

cascada de ojos, no de miradas,

huracán de caricias, no de cuerpos.

 

El silencio dobla la luz

la noche se dobla en las palmas,

mi historia cae en saliva.

 

No hay retorno, es recto el camino

y avanzo

sordo

con piernas desmoronadas

a un destino confuso

de papel agrietado.

 

Palabras me rodean, me inundo de piel y caricias,

qué habrá en la otra tierra

qué habrá en las otras vidas, en las otras vistas.

 

Palabras y caricias

de eso esta hecho mi camino.

 

 

 

 

 

Rocío Wittib

(Buenos Aires, 1989)

Poesía de la inmersión

 

No solo adhiero, sino que me siento muy cerca de este precioso manifiesto porque creo que antes de la poesía de la inmersión ya estábamos inmersos en ella. Porque la poesía que me moviliza es sobre todo aquella que existe fuera del poema, cuando es por sí misma lo que es, sin necesidad de llamarla poesía. Cuando es todo lo que se mira y no se ve, pero se mira porque se sabe que está allí, no en un lugar preciso, sino donde se posa la mirada. En ese acto de contemplación, exterior o interior, donde lo contemplado se une silenciosamente, por inercia o intuición al lenguaje, es para mí donde vive la poesía, sea esta lo que sea.

 

 

 

*

 

deberías ya comprender

que no basta

ser

ni estar

ni quedarse

cuando la piel que busca piel en su deriva

solo alcanza un suspiro vano

que no sabe morir

y con nada puede matarse

 

 

*

 

no solo el paisaje

sino la contemplación

el pensamiento que a él me une

y me invita a existir

 

ese encuentro fugaz

absoluto

irremediable

con lo que soy

en lo que vive fuera de mí

 

 

*

 

¿cómo se escribe lo que es para siempre

a pesar y sin embargo

y más allá de todo y la distancia

lo inexorable y fugaz como el fuego

lo que no se puede contener

y nos consume y nos da vida?

 

 

*

 

vivir es como estar a un lado del puente

y no saber que al otro lado

el puente ni siquiera existe

 

 

 

 

 

Elvis Guerra

(Juchitán, Oaxaca; 1993)

 

El poema es un ser imperfecto

¿La poesía envejece? Los jóvenes poetas luchan por una porción de vida en la memoria colectiva, que no es otra cosa que la imperiosa necesidad de escribir para la eternidad y no en la eternidad, tampoco desde la eternidad. A los jóvenes poetas se les dice que el arte es paupérrimo, incipiente, prematuro, que va mejorando, que por ahí va la cosa, que han logrado la madurez literaria, o en algunos casos -¿los peores? ¿ Mejores? No sé, usted formule su juicio-que no nacieron para ser poetas. Al catalogar a alguien como talentoso o no se asume que la capacidad para escribir un buen poema, un poema rescatable o simplemente un intento de poema, proviene de una fuerza interior y cuyo sinónimo se vincula directamente con el vocablo talento; al respecto, apunta Jean Genet: No existe el don. Esa palabra es una reliquia de la teología. Como si el talento fuera concedido por Dios, cuando en realidad el don es la voluntad, y esta voluntad, bueno, no sabemos si se trata de poder. Hay que permanecer entre los dos extremos. No abandonarse a sí mismo en la inspiración, valiéndose como un poeta-médium, al que no le gusta trabajar. El oficio del poeta es, entonces, extirpar la poesía del mundo externo, de lo cotidiano o simplemente trazar una idea sobre la hoja para iniciar el acto creativo. Algunos con la visión tradicional, otros desde la óptima de la reinvención, la poesía experimental, la que transgrede el lenguaje, lo saca de su cauce y de manera impetuosa lo lleva al mundo real, una realidad literaria, una verdad incierta. Violentar los versos estándares, la estructura base del poema, aunque se haga en la actualidad no es nuevo, esto se aprecia en Altazor de Huidobro, por ejemplo. Ahí está el meollo de la creación.

El arte, afirma Imre Kertész: no es para condenar a las personas, sino para recrear el momento. Al recrear el instante, se renueva el mundo, se reubican los escenarios, y se le da a la poesía joven el carácter de mayoría de edad. El poema tiene su ciclo de vida, nace envuelto en miseria, ríe, se acomoda el traje, baila, brinca, obtiene su credencial de elector -que es la aprobación de los demás, la memoria colectiva que hemos referido-, viaja, se muda de casa, muere, y sin embargo nunca alcanza la perfección (desgracia tan cruel la suya). Un sueño basta para empezar el diálogo poético, la conversación siempre inacabada: escribir para nadie. El sueño, continúa Imre Kertész, es materia suficiente para parir una obra literaria, y sentencia: Mientras el ser humano sueñe -sea cosas terribles, sea cosas buenas-, mientras el ser humano posea historias fundamentales, relatos universales y mitos, habrá también literatura, por mucho que se hable de crisis. La verdadera crisis es el olvido absoluto, la noche carente de sueño.
Los jóvenes poetas se preocupan (nos preocupamos) porque el lector entienda la poesía, explica Luis Cernuda y nos abofetea con lo siguiente: La poesía no se explica, y quien descomponiendo los elementos del poema trata de explicarla, destruye el poema. La poesía es un plagio de todas las lecturas que forma el acervo cultural, intelectual del que la escribe; es un plagio del autor predilecto del joven poeta, y todo poema está motivado por otro poema, y así una cadena de imitación por los siglos de los siglos. Es verdad, todos hacen leña del poema caído. Hasta para ello se necesita astucia, creatividad, la labor del poeta que copia a otro poeta, es similar a la de un asesino serial: inteligencia para borrar todo vestigio, toda evidencia. Afirma Santiago Roncagliolo al respecto de la originalidad:
La originalidad es una condición innata; no se es original porque se quiera, sino porque se es así; y mucho menos se es original imitando, aunque la imitación sea de quienes lo fueron. Remata Octavio Paz: Entre la repetición, la agitación y la falsa universalidad, lo más digno es el silencio. Pero hay que merecerlo. Para callar es necesario haberse arriesgado a decir. El silencio se apoya en la palabra y por ella se vuelve significación -una significación que las palabras no pueden ya decir. El poeta no tiene más remedio que escribir- con los ojos fijos en el silencio. Agrego: ser poeta joven es inventar el mundo, agregar elementos que los otros olvidaron, o no pudieron inventar. ***

***(No es que con el tiempo duela menos, es que uno se acostumbra a vivir con el dolor (saluda al sol, araña, no seas rencorosa). Son las 11. Las cosas llegan, nos hacen daño y se van. Oye, no has terminado el ensayo que te pedí. Uno suele dejar el corazón en el lugar equivocado. Y si nos vemos al rato?. Comete el delito de homicidio el que priva de la vida a otro, artículo 285.Uno, al amor, siempre se entrega virgen. Pero Jean Genet dice que el arte no es un don. Ey, qué te pasa? Eso ya lo dijiste en líneas anteriores.  A qué sabrá el café que nos prometimos?. Buenos días lluvia, tierra mojada y bosque húmedo. ¿Me amas?. Primera recomendación: no eres gran cosa. Llevo días pidiéndote el reporte del mes, es tu trabajo, preocúpate. Te extraño. La tipificación es la adecuación de la conducta delictiva al tipo penal. Tramposo, ni eres poeta. Ahora me ignoras. El yo lírico es la plaga más peligrosa de la poesía. Mi primera vez fue con Cavafis. Biaa ruaa ba’du’ca biaa. Crees que el Haikú es cualquier cosa. Mátenlo. Lo que no tiene lugar en un poema, tampoco lo tiene en mi casa. Respétame, infelíz.Apúrate hijo, estamos de salida. Morir es cosa fácil, hacer vida es más difícil. Deja ese maldito libro, te volverás ciego. Buenos días camarada, ausente en este )***

 

 

 

 

 

Poesía de la inmersión para una pedagogía hedonista

Alejandro Massa Varela

 

El cuerpo es lo que me da a entender. ¿Qué sino al cuerpo? El entendimiento no es, se trata de entender al ser, un acto de meditación, actuar en los actos o el mundo como un acto íntimo; si se quiere, su resonancia interna. El sujeto no imagina a los objetos, es que se imagine, es decir, que entienda, que se abra el cuerpo corporalmente.

Diría, si escucho en la noche desleída un maullido de un gato, puedo intentar rastrearlo en eso que me cree físico, o pensar que le he imaginado como imagino que su densidad no es más color que mi mente, que juega cantos y maullidos en su pasta roja, azul, indescifrable. Busque donde busque, trato de encontrar lo que es algo, sea el gato o lo que lo produce, lo que lo pone en mí o lo saca a corretear. He creído como he creído nacer o que hay que hacerlo, que en el fondo si no es un gato, es algo: vestido de voces ronroneadas, todas y la mía, el fondo sigue siendo comunicación, no hasta el principio, sino como es a más.

Mira como paisaje, esto es, siempre interiormente como si presentir fuera sentirse; mirar con la necesidad de la mirada; la mesura es tener como sentido de valor la gratuidad, medirse necesitando como si fuese incapaz de violar lo orgánico, una pureza imposible si sólo puedo pensarme fuera de mí mismo, tal y como, si pienso en los cuerpos, me tengo afuera. Pero esto no es jamás lo visible, no es lo que se quiere decir por yo, si de lo que va es que está ahora sólo haya vivido.

La Poesía radical es tomar por principio que la vida no es mirar hacia ella, aun cuando medio en algo que podemos llamar orientaciones de vida. Difiero del cuerpo porque me evidencia, y distingo la vida como fuente de no distinguirla, de que sea corporal. Distingo visible de la imagen, distingue el cuerpo.

Mi rostro informe es lo que gozo, quiebro, mi alegría, mi sufrimiento, diría, las maneras de no darle forma y sé que la afinidad es no unificarse; fe que necesitan los ídolos, lo que siempre se quiere decir por identidad: Las relaciones viven.

Entonces la vida de mi cuerpo, más que ser su manera de auto-manifestarse, es que si mi cuerpo no podría no existir como existir dentro de lo corporal, la corporalidad es y es una manera, un modo, un medio.

Manifestar lo gratuito en una moral de atención necesitada, mesura, decoro, generosidad y gracia, propone, tal y como la hace arte, en la Poesía radical, una Pedagogía hedonista, inmersa: Gozar y hacer gozar, procurando no hacer mal ni a ti mismo ni a otro. Fundamental en una moral, una noción de autoexploración distinta a creer que podemos mirar hacia nosotros; se mira visibles, de vivir a creer que se vive, cuando lo que queremos decir por mundo, subjetividad, es un querer decir moral, a eso me refiero por lo que se vive, dialogo a-subjetivo sentimental.

Vamos a recitar lo que sigue como un Koan de la tradición del Zen: Es gratuito el sentido como lo es el cuerpo, escucha al cuerpo como si oyeras caer la lluvia, escuchas la quietud de quien atiende a ese caer de gotas. Podemos decir que lo que le sobra al silencio es la indiferencia del bien; sencillamente, está; más que estar presente.

Es lo que se nos aclara como vivacidad, todo esto, a la luz de cuerpos, vivos, y el presente, si pudiera no salir; el ser corporal, creer que el cuerpo no está en no estar.

La vida es el paisaje de Dios; no existe el caminante, sólo la promesa de la nada de unas huellas. Muestra el escritor Hugo Verani que “se camina con el cuerpo”; yo agregaría, se camina hacia el cuerpo; esa es la necesidad de sentir; la visión del paisaje no es en nosotros, es en nuestra eternidad, la impresión de que sólo puede ser mi realidad, y sin ser la realidad, es que sólo pueda ser real; el paisaje, lo vívido, no para alguien, no para mí, le soy vívido.

Que las gotas de lluvia en un estanque son que sea insoluble; todo irresistible, salvo en existir, ya sea en aparecer o el sufrimiento. Así creo en el cuerpo.

Si creo que es visible, más que si lo he visto; si creo visible, en esa comunicación no del, sino a fondo, encuentro no sólo la clave discursiva del hedonismo, sino su follaje, donde, si la vida es sufrimiento, es porque es sufrir, el follaje de lo orgánico.

Este hedonismo, esta religiosidad, ha sido secularizada, no sólo por el Estado, sino por las iglesias; y antes de que sacerdotes arios secularizaran a los pueblos dravídicos, o clérigos católicos a los tzotziles: Indígenas lo hicieron con salvajes hasta el primer cavernícola. Aún, la gracia mantiene un hombre de cueva hasta en el Papa de Roma, la comunicación.

El laicismo, más que la secularización, vuelve a ofrecer la posibilidad de lo inmanente, pero debemos trabajar no contra la Historia, las iglesias, el Estado: No hay que aplazar una labor por la convivencialidad de la trascendencia en repliegue de lo secular, las maneras de mirar y la potencialidad hedonista, agradecida y libertaria.

 

Tanka

cortan maleza

habitantes profundos;

tiza de astro,

escombro de las cuevas,

órbita del rugido

 

 

 

 

 

Breve idea de la inmersión poética a través de la vulnerabilidad

Aldo Vicencio

 

No hace mucho, en el más reciente número de la revista LUMO, escribí:

La poesía no es otra cosa más que la llama de caverna que alumbra al mundo en medio del vacío. Con su lumbre no solo forma, a partir de carne y hueso, sombras de criaturas primigenias y dioses, sino también, quema la piel de quién se sabe perteneciente a la oscuridad. Quién mira la noche con la piel encrespada, mira la nada despellejado, entre sombras que le susurran: el mundo es eterno en medida de que tu vida sea frágil.  El hombre tenderá, entonces, a la vulnerabilidad más infinita de todas.1

Fue inevitable no traer a cuento mi pequeño escrito tras leer el ensayo-manifiesto Poesía de la Inmersión: no solo indica la pulsión compartida por muchos nosotros de vulnerar, y vulnerarnos a través de la poesía, sino también señala la necesidad de oírnos, y avivar la pluralidad, como una actitud que busca integrar al sujeto con el mundo. Situarnos en la condición de lo vulnerable nos permite escucharnos, establecer una comunidad dispuesta a hacer reverberar en sus incontables ángulos y vértices las preocupaciones de una generación en ciernes aún. Porque el único signo visible de nuestro bloque generacional es, precisamente, la pretensión de llegar a ser escuchados desde la diversidad.

¿Qué es vulnerarnos a través de la poesía? Establecer la existencia límite, es decir, buscar el riesgo, el borde del lenguaje, de lo tangible, y encontrarnos una vez más como una coherencia en la que se ejecutan las posibilidades de fundar realidades, de establecer necesidades que nos sumerjan en el mundo y nos hagan tener injerencia en él.

De esta forma, también desvanecemos interiores y exteriores, virtualidad y materialidad; ensayamos burdamente las posibilidades de lo infinito: “Aun cuando el material sólo durara unos segundos, daría a la sensación el poder de existir y de conservarse en sí la eternidad que coexiste con esta breve duración”2, como refirió Gilles Deleuze respecto a la obra de arte, ese constructo atravesado por la integridad de lo material y lo conceptual, y que es paralelo a la plenitud del hombre y el mundo en la poesía.

Una poesía inmersa apela a su ritualidad inherente, lo que denominamos como memoria poética. En este aspecto acudo a palabras de Javier Martínez Villarroya: “La memoria poética, pues, no es el registro de determinado género literario. La memoria poética consiste, más bien, en desvelar lo que el lenguaje hace (lo que las palabras instauran al ser proferidas)”3. La poesía, como un conjuro, establece los cuadrantes que habrán de disolver al hombre en la totalidad, que le harán comulgar en una realidad diáfana y vívida simultáneamente. Al crear mundo, la poesía origina todo pensamiento, actitud y deseo. Es decir, es germen del conocimiento4, e insinúa el principio de las disciplinas artísticas: el de trastornar, es decir, luchar. La existencia es hecha, ser es hacer, el individuo se vuelve un conjunto de luchas – enunciado desde la perspectiva de Friedrich Nietzsche -, del encuentro de los planos en los que se mueve “¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria!”5

Lejos de pendones y panfletos, la poesía de la inmersión es una lucha. ¿A qué me refiero con lucha? A sostener la convicción de anhelar lo inimaginado, lo que podría estar ajeno al lenguaje, y por ende, a lo real; lo que acontece en la violenta paradoja de la libertad, donde el hombre es sujeto de su propio deseo y de su condición necesariamente expuesta. Somos en medida de que nos permitamos abandonar el mero yo, y ser poesía (Flor de lucha, ábrete: la carne no está).

 

 

 

 

 

El lenguaje de los sueños.

Axel Nájera

 

Al caerme de sueño, caigo dentro de mí mismo: de mi cansancio, de mi placer agotado o de mi pena agotadora. Caigo dentro de mi propia saciedad, así como de mi propia vacuidad: me convierto en la sima y la inmersión de mí mismo, el espesor de las aguas profundas y el descenso del cuerpo ahogado que se hunde boca arriba.

Tumba de sueño, Jean-Luc Nancy

Vamos silenciosos orillas del vado

para ver al adolescente ahogado.

A orillas del aire silencioso ya,

antes que este río lo lleve al mar.

Su alma lloraba herida y pequeña

Bajos los aromas de pinos y yerbas.

“Nocturno del adolescente muerto”, F.G. Lorca

¿Qué significa soñar? En un primer momento la pregunta podría parecernos simple: soñar está relacionado con dormir (yo duermo), descansar; con la inactividad y la ausencia de la vigilia; con la noche y la caída (o el desfallecer) (Nancy, 13). Ahora, pensemos lo poco que hemos dicho: casi sin querer (y por diferencia) hemos trazado una línea entre el sueño y la vigilia; el primero se relaciona con lo que ya hemos mencionado, la segunda está ligada, más bien, a la actividad, al día, a la consciencia –cartesiana– y, que no se nos olvide, la acción. Esta diferencia entre sueño y vigilia (y en último grado acción entre e inactividad) es una que nos ayudará a “definir” varias cosas.

Volvamos un momento con esta idea de la inactividad: el sueño detiene nuestra actividad; pienso, por ejemplo, en un tropiezo que nos hace caer. Podríamos pensar que, en cierta medida comparte características con la meditación y la contemplación. Con la pequeña  diferencia de que el sueño, sobre estas otras dos, nos vuelca sobre nosotros mismos: en algún poema llamado “Segundo sueño”, de un poeta llamado Bernardo Ortiz de Montellano nos dice lo siguiente: “Minero de mis ojos y mi oído/ minero de mi cuerpo oscurecido/ buzo perdido entre sus propias redes”. Dormir es como si estuviéramos inmersos en nosotros mismo: la idea de la inmersión nos la da Ortiz de Montellano; al perder la consciencia “Caigo en mí, y el mí cae en sí. Ya no soy yo, es sí mismo y no hace otra cosa que volver así” (Nancy, 23). Al caer de sueño acabamos sumergidos en nosotros mismos, inmersos en nuestra propia existencia; en suma, al perder la consciencia a la hora de dormir nos hundimos en una especie de indiferenciación del ser.

Vayamos con calma. La inmersión en el sueño (caída del estado de gracia), por lo que acontece en los momentos previos a la pérdida de la vigilia, es desintegradora: el yo (ego) pierde consciencia no sólo de lo que le rodea sino, encima de todo, de sí mismo; en este sentido hay una especie de homogeneización de esa consciencia al perderse en sí misma. El problema no es sencillo: al decir esto podemos plantearlo de dos maneras. Por un lado, Jean-Luc Nancy, cuyas palabras de modo silencioso nos han estado guiando, nos dice lo siguiente: “su caída [la del yo] no es una pérdida de consciencia, sino la inmersión consciente de la consciencia en la inconsciencia que ella deja crecer en sí a medida que se hunde en esta. La verdad de esa inmersión desborda y arrastra cualquier tipo de análisis” (21).

A partir de las palabras podemos pensar que, en cierta medida, el ego acepta esta precipitación. Otra consideración similar es que podemos pensar que la posibilidad de la caída (de quedarse dormido) siempre está presente en cualquier sujeto consciente. Esta inmersión, al difuminar los bordes trazados por la consciencia, desborda cualquier posibilidad de análisis, justo como nos lo dice el filósofo francés que hemos citado. Ahora, vayamos con un poco de más calma, el desborde de cualquier análisis nos puede llevar a considerar que se desborda también cualquier definición; al borrar la posibilidad de hacer una taxonomía, insinuamos la imposibilidad de establecer fronteras fijas (mismas que se borran entre el soñador y el mundo aledaño) y de aquí la complicación de establecer una semántica precisa, transparente o, en resumen, que sea capaz de comunicar con precisión un mensaje cualquiera.

Ya que hablamos de semántica, pensemos un poco en aquella que nosotros mismos hemos tomado: en este orden, “caerse”, “hundirse”, “inmersión” (en cierta medida, podemos hablar de “sumergirse”). Lo hemos dicho, el sueño nos sumerge en la inconsciencia pero también lo hace en la inactividad y en una especie de estado contemplativo. ¿Qué contempla el soñador?, podrían preguntarme legítimamente, pues bien a partir de lo que hemos comentado podríamos pensar que el soñante se contempla (se ve) a sí mismo. La inmersión, a diferencia de la ascensión ocurre hacia el fondo; el arrebato místico va hacia arriba, hacia el Dios nuestro que desde un espacio definido (como fuera de nosotros mismos o propiamente dentro de nuestro ser), nos conduce. Pensemos en algo así como una musa o un ángel; eventualmente este arrebato nos saca de nuestro propio límite.

Hemos tocado fondo. Inmersos en nosotros mismos, pacemos. Dicho de otra forma quedamos expuestos en nuestra (in)actividad; otros pueden vernos aunque nuestra propia vista está negada. En resumen, somos un animal dormido, indefenso, paciente. Ahora, no suena descabellado si asociamos la falta de actividad de la que hablamos con la pasividad y, a su vez, esta pasividad con el verse expuesto (o, si somos más radicales, verse desnudo). Esta asociación que hemos señalado es lo que Derrida llamará “la pasión del animal” (2008: 27): nos vemos expuestos (desnudos) a la mirada de lo otro. En cierta medida nos podemos convertir en una especie de espectáculo.

Este ser-visto tiene otras connotaciones, como nos lo deja ver el mismo Derrida: el filósofo habla muy en particular de los animales-vistos por el hombre; sin embargo, de ser visto pasa a ser-nombrado (2008: 30). Este paso se da a partir de la negación de una respuesta y del sufrimiento del animal. Éste, como el soñante, permanece –inmerso– en este estado de pasividad. Tras este estado inactivo, opuesto a la actividad como ver o designar, tiene relación con este ser-pasivo, entiéndase ser visible o ser nombrado. Esta idea de recibir algún nombre cuando se niega la oportunidad de responder es, de acuerdo al filósofo franco-argelino,  causa de una cierta tristeza o sufrimiento (das Leid). El problema es que este sufrimiento en torno al nombre, en torno a la imposibilidad de asumir nuestro propio nombre, conduce eventualmente a la incapacidad de hablar, a una afasia en términos “diurnos”: activos, capaces de hacer visibles las cosas y designarlas[1].

Ahora, esta dificultad de hablar nos puede hacer pensar en varias cosas. La primera es lo que comentábamos sobre el soñante: el que duerme se pierde en sí mismo, lejos del lenguaje diurno; a tono personal, me atrevo a decir que el soñador se aproxima a la “esencia” del animal. Este detalle puede llevarnos a considerar el segundo elemento, este duelo, sufrimiento (Das Leiden) o pasión (Die Leidenschaft)[2] no acalla por completo las voces de la naturaleza: “Si esta supuesta tristeza eleva también una queja, si la naturaleza se queja, con una queja muda pero audible a través de suspiros sensibles y hasta el susurro de las plantas […]” (2008: 35). Este segundo punto nos deja saber que, por un lado, el silencio del durmiente y el del animal no es tal: no están enclaustrados en un mutismo absoluto. Además, la cita de hace unas líneas no puede llevar a plantearnos una nueva pregunta: si el ser pasivo no está condenado al silencio, ¿qué lenguaje proviene entonces de él? ¿Cuáles son esos “susurros sensibles” de los que habla nuestro filósofo?

La respuesta puede venirnos del mismo Jacques Derrida, del mismo libro que hemos citado: “Pues el pensamiento animal, si lo hay, depende de la poesía” (2008: 22). Esta tesis está más desarrollada en otro de los textos del francés: “un secreto compartido, a la vez público y privado, absolutamente lo uno y lo otro, absuelto por dentro y por fuera, ni lo uno ni lo otro, animal arrojado a la ruta, absoluto, solitario, hecho un ovillo a un lado de sí mismo.”. Esta cita de “Che cos’è la poesia” nos da una especie de resumen de lo que hemos querido decir: el “pensamiento animal”, el lenguaje nocturno se articula como un secreto al cual no podemos acceder del todo; el mutismo del que hablábamos hace rato (tanto el del soñante como el del animal) puede llevarnos a pensar que, en realidad, quienes estamos en desventaja somos nosotros; aquellos que, ni con toda nuestra actividad, podemos descifrar absolutamente la poesía (el pensamiento animal, el lenguaje nocturno, etc.).

Tengo que confesarles algo: Derrida habla de un animal en particular, un pequeño erizo que cruza la avenida. Un erizo que se pone en riesgo al querer atravesar esa avenida; un accidente es inevitable porque “no hay poema sin accidente” (1980). El francés vuelve a un tema que hemos insinuado a lo largo de este esfuerzo: que este lenguaje está relacionado con cierto tipo de herida, a cierto sufrimiento y pasión que no acaba de ser asible a todos los que compartimos un lenguaje diurno: “‘¿Qué es… ?’ llora la desaparición del poema –otra catástrofe. Al anunciar lo que es tal como es, una pregunta saluda el nacimiento de la prosa.” (1980). Al preguntar qué es, trazar esas fronteras dignas de la vigilia acabamos con el lenguaje de erizo, acabamos con su secreto. Suena tres veces el canto del gallo.

Pensemos nuevamente en la herida que mencionamos. Alguien que sintoniza muy bien con lo dicho por Derrida es justamente un poeta, Federico García Lorca. Quiero aclarar antes una cosa: no se trata de dejar al final al poeta, después de haber presentado la teoría. A lo largo del nuestro texto hemos tratado de prenunciar la llegada de Lorca: la hondura de la que hablamos al principio Lorca ya la había cantado en 1921; Federico habla de los cantos de su natal Andalucía. Estos cantos no están movidos por razón alguna sino por una especie de marea oscura que proviene del fondo de la tierra. Estos cantos flamencos son llamados (voz pasiva) El cante jondo.

Estos cantos provienen de otra profundidad, misma de la que Lorca habla: la profundidad de la tierra (307). La contemplación del asceta lo lleva a alturas insospechadas, lo acerca a Dios, a lo divino y a la comprensión de formas que otros no podrían acabar de entender. En cierta medida es un iluminado (como lo fueron Góngora o Garcilaso). Sin embargo, el lenguaje nocturno del que hemos hablado nos demanda sangre (una herida, una pasión, un ser-pasivo). Aquí es cuando “aparece” el tercer arco de Lorca: el duende.

El duende no es, no existe, “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio” (309). La aparición de este duende es bastante significativa en tanto que permite un cambio en todo. Es posible conmover al público, es posible invocar alguna emoción es posible que el público se sienta herido por lo que está presenciando (cómo el erizo cruza la avenida y no podemos evitar el accidente). Consideremos algo: la herida y el accidente son recordatorios constantes de la cercanía de la muerte, de la presencia de nuestra propia ausencia.

Esta relación con la muerte es clave para aproximarnos al duende (recordemos que no podemos explicarlo); si la musa y en ángel se elevan, el duende emerge de las cavernas más profundas de la tierra y nos pone en contacto con el Inframundo. Esta cercanía del “sueño más profundo” borra nuevamente los límites (justo como nos lo decía Jean-Luc Nancy al principio) y amenaza nuevamente la existencia del mundo diurno. Lorca nos recuerda esto al decir cómo este poder oculto abrasaba a todos aquellos que se dejaban influir por él.

Volvamos un poco sobre nuestros pasos, esta relación con el duende nos permite explicar un poco mejor aquello del silencio del animal: la presencia de la muerte (o sea la cercanía del duende) quema la garganta, los pies y el cuerpo del artista (307); una llegada absoluta del duende significaría la abrasión y el mutis real de aquel que se mueve como el ventrílocuo del duende. El silencio proviene de una cierta relación pasiva con este poder, con el ardid que deviene de este fantasma que asedia a los que se hunden en el limo y en las raíces oscuras.

En otra de sus obras, Bodas de sangre, Lorca nos deja ver cómo el duelo “reduce” la voz de la madre: al ver en su hijo muerto a sus otros difuntos, la madre dice “y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.”. Su llanto, aunque más silencioso es más ardiente que el de las vecinas o la mujer del difunto. Así actuaría el lenguaje que hemos intentado invocar.

No se nos olvideuna fecha: 18 de agosto de 1936. Si pudiéramos entrar en el Bosque donde la Mendiga y la luna cazaban podríamos ver no el cuerpo del novio sino el cuerpo caído de Federico García Lorca; el hombre que soñó todo lo que hemos dicho; el hombre que habló cara a cara con la muerte que le fue arrancada.

Bibliografía

Derrida, Jacques. “Che cos’è la poesia”. 1980. Revisado en: http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/seis/nubesyclaros/derrida.htm. Última revisión: 13/ agosto/ 2016.

______________. El animal que luego estoy si(gui)endo. Trad. Cristina de Peretti y Cristina Rodríguez Maciel. Madrid: Trotta, 2008.

García Lorca, Federico. “Juego y teoría del duende”. Obras completas. Tomo III Prosa, dibujos. Madrid: Aguilar, 1988.

___________________. Bodas de sangre. Revisado en: http://mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/g20028231220bodas_sangre.pdf. Última revisión: 13/ agosto/ 2016.

Nancy, Jean-Luc. Tumba de sueño. Trad. Horacio Pons. Buenos Aires: Amorrortu, 2007.

Ortiz de Montellano, Bernardo. Sueños. Una botella al mar. México: UNAM, 1983

 

 

 

 

 

 

 

Abraham Pérez Aragón

(Ciudad de México, 1989)

El derecho de nombrar

Uno busca, se contorsiona, se hace nudos y persigue el hilo de las cosas, de los objetos como se conforman ante los ojos. No. No esos ojos de los sentidos, sino otros ojos: los ojos que reconoce el poeta cuando se abre su visión, aquellos que caen como una gota en el estanque, en el charco citadino, y se expanden deformando todo lo que se capta en una imagen. ¿Pero cómo se abren los ojos? Como una fórmula general, lo desconozco; no creo que haya una sola forma de hacerlo. Me queda claro, sin embargo, que –por lo menos en mi experiencia– la poesía no es otra cosa que abrir los ojos a otras realidades, abrirlos como bocas que gritan y cantan y se ríen.

         Uno busca. Sí: busca. Quizás sin encontrar, tejiendo los bordes de lo buscado a palabrazo limpio, pero buscando. Uno busca. Sí: uno. Una de las grandes lecciones que me ha dado la poesía es que estamos inexorablemente solos. Puedo leer poesía rodeado de una multitud, escucharla en medio de la gente que también la escucha, pero hacer poesía es un acto íntimo, solitario. Escribo “hacer poesía” porque la poesía se está haciendo con cada lectura, con cada interpretación, con cada ruptura de los sentidos habituales que le damos al lenguaje, de los sentidos que cada uno le da al lenguaje que lo conforma.

         Entonces a ese uno, a ese solo, algo le sale al encuentro. Un presentimiento difuso, una mirada abisal, los exuberantes vestigios de un sueño; todo lo encuentra: las cosas acontecen en el momento preciso, adquieren el volumen y la iluminación necesarios para revelarse. Los nudos se disuelven, se resuelven en un tejido inauditamente organizado, quizás únicamente durante el instante sin duración, ese que reaparece una y otra vez en la poesía como un tiempo perpendicular de disolución. El famoso instante que tanto se nombra y entre tanta nombradera pierde su fuerza, su vitalidad. El instante que requiere encarnarse, hacerse vegetal y mineral: manifestarse.

Un día, abrí los ojos. No como un despertar súbito, inaugural, que arranca del sueño del cuerpo y el deseo, sino todo lo contrario. La gota cayó mientras observaba a mi sobrino. Apenas rebasa el primer año de vida: llora, balbucea; cuando no obtiene lo que quiere, se enoja y arroja las palmas de sus manos sobre la superficie más próxima; cuando descubre con asombro que sus piernas son capaces de trasladarlo de un lugar a otro, sonríe y pega un grito: un impacto de sonido que se prolonga como un silbido que celebra el descubrimiento. Pareciera que la emoción no le cabe en el cuerpo. Hay momentos, justo cuando nadie lo espera, en que vierte sílabas por el aire, invadido por no sé qué necesidad expresiva. Observaba una de esas emotivas carreras de sus torpes piececitos; la sonrisa que se dibujó en su rostro, la peladura de sus ojos y el balbuceo de sus infantiles labios me hizo recordar mi propia infancia.

         Desde que tengo memoria, formaba series de sonidos, silabeos sin sentido que, sin embargo, sentía como una necesidad íntima –a la fecha me sorprendo balbuciendo series silábicas que elaboré en mi infancia–. Algunas veces eran mi boca, mis labios, mi lengua, los que necesitaban ponerse en contacto entre sí de maneras peculiares. Así, tenía la necesidad de pronunciar una “r” inmediatamente después de una “p”, añadir una “a” para abrir el sonido y volver a cerrarlo pacíficamente con una “m”; luego se añadía la necesidad de formular la misma sílaba pero con otra vocal y del mismo modo hasta cansarme de hacer juegos de variaciones con los sonidos que emitía. Una entretenida forma de autoerotismo, si se quiere, pero había algo más hondo en todo aquello. Había algo en mí que a través de los sonidos buscaba darse existencia, buscaba hacerse de un ser a través de aquellas protopalabras huecas. Parloteaba aquellos sinsentidos a solas, como hablando conmigo mismo o con alguna presencia tan extraña como inherente a mí.

Era una forma de música que aparecía aún vacía de significado, como una conexión inmediata entre sonido y sensación. Entonces apareció la imagen en su más desnuda absurdidad. Las series de sonidos tomaban una forma relativamente fija que procuraba memorizar y aparecía entonces la imagen: alguna configuración inesperada que reunía animales, objetos, rostros. Había algo en mí que necesitaba hacerse ser a través de los sonidos que yo podía emitir con la boca y del resultado de la fijación de esos sonidos aparecía una imagen.

Aquello quedó a la deriva, como un quehacer íntimo al que no le daba mayor relevancia. Con la llegada de la adolescencia, los malestares fueron apareciendo, multiplicándose. Gracias a la biblioteca de mi padre, me encontré con los primeros libros que cambiarían mi manera de ver el mundo, los primeros que me ofrecieron la posibilidad de dar forma al malestar a través de las palabras. Descubrí la narrativa de los filósofos y la poesía traducida de los franceses, que, en detrimento de la musicalidad, pasaba la estafeta de lo poético al poder del contenido del lenguaje y las distintas formas de transgredirlo, de invocar a la palabra los claroscuros de la vida. Comenzaba a escribir algunos poemas inspirados en Las Flores del Mal, olvidado ya de la dimensión musical y centrado en aquella sensación de profundo hastío, pero con las ganas de duplicar al mundo y embellecerlo.

Mi sobrino corría de un lado para otro enrojecido de emoción. Y allí, justo allí, había algo que me conmovía. Él descubría su cuerpo, descubría sus posibilidades de desplazamiento, el trazo de su voluntad sobre el espacio. Y quería expresarlo. Me maravillaba con la apreciación que hacía de su primitivo hacer camino, de su propio sorprenderse de lo que era capaz de hacer. Allí estaba su voluntad, pero también una voluntad que lo rebasaba, eso, acerca de lo que hablo, que quiere darse forma.

De tal manera  que en este abrir los ojos, observé que algo acontece en el cuerpo. Para mí la poesía surge de algo indeterminado, el ápeiron, lo inconsciente, lo divino. La pulsión, lo palpitante, lo vivo que embarga al cuerpo y se incorpora al registro enajenante de la palabra. Enajenante porque en la palabra no está la cosa. Si digo vaso, el vaso no está en la palabra vaso, si bien un vaso así de llanamente nombrado no es el vaso del que habla Agustín de Hipona. ¿Qué diferencia hay entonces entre la palabra vaso, el vaso del que bebo agua en este momento y el vaso de las Confesiones o el de José Gorostiza? El primero es la palabra, el segundo es la cosa y el tercero es la entidad poética. ¿Y no surgieron acaso estas entidades poéticas de la íntima necesidad de San Agustín de describir la naturaleza de su Dios, de invocarlo a la palabra?, ¿o de la angustia de Gorostiza ante el incumplimiento del vaso-humano en sí mismo?

La escritura fue un ejercicio constante, un acto necesario para hacer mi intercambio con el mundo. Solo como en la poesía, solo caminando, el camino también llega al encuentro del caminante: con el paso de los años unos libros comenzaron a relacionarme con otros, me encontraba un día con un título que llamaba mi atención y terminaba convirtiéndose en un texto que daba un giro a mi vida. La lectura es parte de ese proceso secreto, de ese desenvolvimiento interno del lector solitario. Llega, sin embargo, un período en el que el uno se encuentra con el otro, en el que la soledad contemplativa se rompe y este paso es el de la escritura: no solamente los otros escriben en nosotros, sino que también escribimos para otros, aún escribiendo para nosotros mismos. Aprendimos el lenguaje de otros y el lenguaje no es plenamente nuestro, sino de otros. Se halla uno inmerso en un mundo de gente que también escribe, que también lee. Uno se reúne para hablar sobre libros, para discutir la dirección de la escritura, hallar suelo común con otros. Y entonces se encuentran las sombras del acto de escribir: dimes y diretes, quién escribe mejor que quién, quién es el portador de la “auténtica poesia”, ¿se escribe para uno mismo o para los otros?, ¿en un lenguaje críptico o accesible para todos? Categoricé entonces tipos que llamaron mi atención: pretensiones místicas que aspiran a la genialidad y terminan en la estupidez, el intento por dar un nuevo giro en el lenguaje y, como un bailarín inexperto que se aventura por un complejo paso que difícilmente dominaría, culmina en un ridículo tropiezo, en un nudo de piernas y palabras sin sentido; o el narcisismo en el sentido más lato, el narcisismo onanista en que se miran los ojos del espejo queriendo encontrar allí el misterio, aplaudiéndole al reflejo como chimpancés emperifollados de lenguaje.

La otra gran lección que me dio la poesía es que no estamos solos. Que aún cuando el tipo del primate autocomplaciente o el del falso profeta habitaban en no otro que yo mismo cuando los critiqué, había en otras coordenadas otros ojos que se abrían, otras voces que clamaban su canto. ¿Qué sentido tenía entonces la formación de grupos?, ¿se trataba de cantar al unísono?, ¿se trataba de agruparse para dar a las palabras su sentido en un acto político?

Estar inmerso es cuestionar el estado de las cosas, preguntar incesantemente por el sentido de lo que se hace. Las guerras sucias, las sonrisas hipócritas y, desde luego, las excéntricas personalidades aparecieron en el teatro de los poetas. Los compadrazgos y las élites; los tiempos, los espacios. ¿Quién publicaba a quién?, ¿bajo qué padrinazgos?, ¿con qué vínculos políticos, con qué auspicios, con qué becas? ¿La poesía era tradición oral o tradición escrita? ¿Se publicaban entre amigos?, ¿alguna vez se había hecho de otra manera?

Sin embargo, ese no era el problema, el problema no era que los poetas se reunieran en grupos a recitar sus poemas, a llevar a cabo un trabajo crítico o de mera divulgación. El problema radicaba en el culto a la personalidad, en confundir a la poesía con la publicidad y a la guerra sucia con la sana crítica ¿Por qué no simplemente permitir la manifestación como el florecimiento sobre la voluta?

Entonces, ¿para qué se escribe?… Yo escribo porque algo sucede en el acto de escribir. Porque escribir me invita a poner en orden mis ideas, a estructurar mis pensamientos y ser consecuente con mis propios planteamientos. La escritura exige, exige hacernos de una existencia cercana al ser, exige darnos forma. Nos brinda a cambio autoconocimiento, la posibilidad de mezclarnos con las ideas que pensamos, con lo que nos piensa. Las palabras devuelven la mirada, son crueles y maravillosas, se nos escurren como serpientes férreas que espolean la sed por entenderlas.

Saberse inmerso, reconocerse inmerso es como una iniciación, ¿pero iniciación en qué? Inmersión en las palabras y en las imágenes, inmersión en los otros. El valor de las palabras. Las palabras son distintas de las imágenes. Las imágenes se conforman al ser leídas. La palabra no es la imagen. La inmersión, el bautismo, recibir nombre. La iniciación del nombre. Cuando un nombre inviste a una cosa, la cosa sufre una iniciación en el mundo. Sufre es decir que experimenta ese nacimiento al mundo (si bien no a lo real, que es donde yace de inicio).

Quisiera dejar de plantear premisas y desarrollos, simplemente dejarme llevar por la corriente de los sentimientos que me embargan. Pensar que este pensamiento es mío. Parece imposible sin caer en algún lugar común, ese tan común lugar entre la crítica más superficial de la forma. ¿Pero qué es mi vida sino ese camino recorrido tantas veces por la humanidad? El trazo de mis cambios se vierte sobre el lienzo de las cosas como si ellas mismas fueran una mera extensión de mí; o todos nosotros, las cosas y los entes y los hombres y las mujeres fuéramos lo mismo dicho una y otra vez. Un libro que no cesa de escribirse. La palabra se convierte entonces en la metáfora adecuada para expresar el sinsentido más íntimo de la existencia, el despliegue de seres que danzan sobre la nada fundamental de todo lo existente. La palabra es sonido, es una voz, o una multiplicidad de voces. Un instante, ese mero momento indefinido que es siempre el mismo. Cada palabra traída a la existencia queda marcada en la novela cósmica, en el macropoema: desde el primer bang hasta el último estertor de la última estrella. Las palabras son también el canto, principalmente creación, creación sinestésica. La palabra sublime es la que se eleva sobre el resto de las palabras como una unidad cerrada de sonido y visión, de explosión significante. Todas ellas tienen su carácter, sienten cierta afinidad con otras palabras, de tal modo que se buscan las unas a las otras como en un sueño de carne y movimiento. Fuimos dichos por la naturaleza cuando aún no existía la posibilidad de estructurar el lenguaje caótico del que estaba preñada.

La vida, en cambio, la vida es inaprehensible, la vida está allí y corre como un millón de ríos en el palmo de ese instante en que la vida nos asalta, en que nos hace hervir por dentro de nuestras venas y querer conquistarnos a través de apalabrarnos. La muerte es un momento, aquel en el que todo se apaga, pero no es opuesta a la vida. Puede un ente morir, pero la vida sigue. El odio y la crueldad son en cambio los negadores de la vida, y no porque lleven a la muerte, sino porque niegan la vida, así de simple. Cortan el flujo, endurecen el plasma de la cima cristalina. La poesía es la expresión de la vida, cuya máxima humana se encuentra en las artes. El amor es la afirmación radical de la vida, aún albergando en su propia esencia una clase de muerte.

Hacerse de un lugar en la escritura, permitirse ser escrito para hallar un lecho en que caiga el desgarramieto. La separación del escritor de los todos, el nacimiento del escritor como humano a través de la escritura. Hay que llegar hasta la profundidad para que mane el poema, provocar la fuente y permitir que la palabra fluya. Hundir raíces en la tierra y en la carne, alzar la copa del pensamiento hasta la sublimidad de las abstracciones. Poesía es buscar la esencia de las cosas, henchirlas de dobles, triples, cuádruples y agujeros. Mirar el agujero desde el límite de las palabras, sólo mirar el borde que le da forma es ya presentir el peso de las palabras en el lenguaje, descender por los sucesivos basamentos sobre los que yace nuestra maya.

¿Es el hueco un centro? Pensemos que el lenguaje es multinodal. En cada hueco se agrupan mayores concentraciones de palabras, pero cada nodo, cada hueco nodal, lleva a la misma singularidad que el resto. ¿Es letal el hueco? Es letal para el lenguaje. Cada metalenguaje se aproxima más a su centro, pero jamás lo alcanza, por eso el hueco es singularidad. La singularidad del ser. De tal modo, que por más grupos que hagamos, por más categorías en que los coloquemos, más que un suelo común, nos hallamos con un hueco común en el lenguaje, con una herida de las palabras que mana sensaciones a las que buscamos arrancar de su inefabilidad.

Una tarde nublada, mi sobrino caminaba por el patio. De pronto un leve gruñido cimbró los cielos y comenzaron a caer innumerables gotas sobre el piso. Se iluminó su rostro, dos pequeñas llamas se encendieron en sus ojos. Extendió sus manos y mientras el agua caía sobre las palmas abiertas, algo como una risa muy profunda, proveniente de recónditos lugares, le estalló a flor de boca. Para mí, el poeta es como un niño que aún se maravilla con la lluvia, que logra hacer de la lluvia algo nuevo en el lenguaje. Llueve sobre el vaso y el vaso se desborda. Entre yo y los otros se establece una transparencia, a lo sumo una barrera funcional. ¿Pues no nos enseña la poesía que estamos inmersos en las aguas, que el alma no está adentro, sino en todos lados? El poeta místico y el poeta político, cada cual a su manera, dan cuenta de que ese acto íntimo nos involucra a todos. ¿O es que tiene más derecho el poeta que traducen a otros idiomas que el que escribe borracho en una cantina?, ¿tiene más derecho el grandilocuente que el niño que mira reventar la gota y arde en deseos de expresar su maravillarse?

Hay que inmergirse en el hueco, hay que verse inmerso en la herida del lenguaje que nos comunica en el abismo común. ¿Es posible inmergirse completamente en el hueco? En mi experiencia: no, mas hay que seguir buscando la inmersión. No es posible decir inmerso en oquedad, pero sí inmerso en el presentimiento de la oquedad. La oquedad se manifiesta sólo en la forma, y más fielmente en la forma que atenta contra la forma, que se diversifica. Algo nos habla en ese atentado, algo llama nuestra atención. El encontronazo con los otros a veces es hiriente, encarnizado. Inmergirse, iniciarse en el diálogo es también permitir que se abran las heridas. ¿Y por qué no permitir que se abran como ojos,

que se abran como bocas,

como heridas que gritan

y cantan

y se ríen?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los autores

 

Inmersión_Aldo

Aldo Vicencio (Ciudad de México, 1991). Pasante de la Licenciatura de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado su trabajo en diferentes revistas literarias impresas y digitales de México, como La Piedra, Letras Raras, Primera Página, Opción del ITAM, Monolito, LUMO, El Perro, La Cigarra, Aeroletras de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), Círculo de Poesía. Revista Electrónica de Poesía, así como en los portales digitales de literatura Digo.Palabra.txt de Venezuela, Enfermaria 6 de Portugal, La Rabia del Axolotl y Operación Marte de México, y ha sido incluido en la antología Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana, del sello editorial español Lord Byron. Es autor del libro inédito Piel Quemada: Vicisitudes de lo Sensible. Participó, junto a Sandra Itzel Flores Fabela, en la presentación del proyecto curatorial “Las letras negras de París: conociendo a los poetas malditos” en el coloquio Historiador en primera fila: crítico, curador y guía, realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en agosto del año 2013. Progetto 7Lune presentó material de su autoría en el evento de solidaridad Tutti siamo Ayotzinapa, realizado en Venecia, Italia, en diciembre del 2014. Recientemente ha publicado en España el ensayo “De las afirmaciones. Sobre la historicidad del arte en Deleuze y Nietzsche” en la revista La Galla Ciencia, y el poema “Elogio a las sombras (Pareidolia)” en la revista literaria El Coloquio de los Perros.

 

 

Inmersión_Alejandro

Alejandro Massa Varela (Ciudad de México, 1989) es escritor, dramaturgo, ilustrador y poeta. Estudiante de Historia en proceso de titulación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Dirigió el coloquio Impresiones místicas en la misma institución y Fundación Sophia de humanidades. Está por publicar su primer libro de filosofía, El Ser Creado / Ejercicios sobre Mística, con un prólogo del académico y sacerdote católico Mauricio Beuchot. Su trabajo se ha presentado en diversas publicaciones de México y el extranjero, por ejemplo: Perros del alba, Punto de Partida, Círculo de Poesía, Este País, La Zurda, La Otra, Crítica, Alga en Barcelona España, Cantera en Caracas Venezuela y Vagón de Ostras en Buenos Aires Argentina, además de dar lectura en voz alta de su poesía en Casa del Lago UNAM. A partir de un guion de su autoría, presentó en Casa Actum la obra BASTEDAD; con una reseña de La Jornada y revista Tiempo libre, cuenta con un próximo reestreno en teatro La Capilla. También, en próximas fechas, está por estrenarse ADIÓS, su segunda producción teatral.

 

 

Inmersión_Adrián

Adrián Mendieta Moctezuma (Tlaxcala, 1995) Participó en la antología de cuento “Sampler” (Conaculta/ITC, 2014); en el poemario colectivo “Un papá con ojos de lluvia” (H. Ayuntamiento de Tlaxcala, 2014); en la antología poética “Cordial-mente” (La cosa escrita, 2016) Es coautor del libro “Leyenda en letra. Relatos de Ixtacuixtla” (PACMYC/ITC, 2015) y autor de “Nacer del incendio” (La Cosa Escrita, 2016). Ha colaborado en medios como Catedral (suplemento cultural de Síntesis, Puebla); Guardagujas (de La Jornada Aguascalientes); Molino de Letras, donde actualmente es corresponsal; Punto de Partida de la UNAM; Círculo de Poesía, Revista electrónica de literatura; la Revista de la Universidad de México, entre otros medios impresos y electrónicos. Fue becario del Festival Interfaz- ISSSTE 2015 y del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Tlaxcala. Estudia la Licenciatura en Antropología en la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

 

 

Inmersión_Rocío

 

Rocío Wittib (Buenos Aires, 1989) de profesión terrestre, vive por curiosidad. Dejó inconclusas varias carreras universitarias entre ellas letras y cine, su próximo intento será psicología. Ha colaborado con Círculo de Poesía realizando entrevistas y dando a conocer poetas argentinos. Ha publicado poemas en Cuadernos Hispanoamericanos y en algunos blogs. Administra desde 2009 el blog de poesía lifevestunderyourseat.wordpress.com. Insiste en las palabras y en la fotografía, aunque a veces preferiría no hacerlo. Estos poemas son una muestra del libro en el que se encuentra trabajando actualmente.

 

Inmersión_Elvis

 

 

 

Elvis Guerra (Juchitán, Oaxaca; 1993) Joven poeta Binnizá que nació en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, en 1993. Ha publicado en el periódico Oaxaca informa y el semanario ésta mañana. Ha participado en diversos eventos culturales y recitales poéticos como el Encuentro Internacional de Poetas, hacedores de palabras 2015. El año pasado obtuvo el premio CaSa en Poesía, con el título Zuyubu’/Buscarás.  Actualmente estudia la licenciatura en Derecho, en el Instituto Metropolitano De Ciencias Aplicadas (IMECA).

 

 

 

 

 

 

 

 

Inmersión_Axel

 

Axel Nájera (Ciudad de México, 1992) Pasante de la carrera de Lengua y Literaturas hispánicas por la Facultad de Filosofía y de Letras de la UNAM. Ha publicado en la revista Rúbrica de Radio UNAM sobre literatura y cultura en general. Corrector de estilo y jefe de redacción en la misma revista. Locutor y guionista en podcasts de Radio UNAM

 

 

 

 

Inmersión_Abraham

 

Abraham Pérez Aragón (Ciudad de México, 1989)

Se licenció en la carrera de Psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, de la UNAM. Actualmente se dedica a la praxis clínica y difusión del psicoanálisis con el colectivo de psicólogos Escucha Desde el Silencio (EDES), a la labor creativa, crítica y de difusión de la literatura con el grupo Cero, y es miembro activo de Colectivo Naufragio. Ha publicado cuento en las revistas La Piedra, Los Bastardos de la Uva y Penumbria, así como poemas en las revistas El Pájaro Azul, Primera Página y Errancia… la palabra inconclusa.

 

 

 

 

 

Notas generales

 

1 “Sobre la poesía y Colectivo Naufragio”, LUMO Mag, número 002, diciembre 2015, pp. 84-87.

2 Gilles Deleuze,  “Percepto, afecto y concepto” en ¿Qué es la filosofía?, Barcelona, Editorial Anagrama, 1993, pp. 164-163.

3 Javier Martínez Villarroya, “Mi nombre. O de la primera palabra” en la revista Opción, ITAM, número 188, año XXXV, mayo de 2015, p. 109.

4 Ibid., pp. 112-113.

5 Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, 3a. edición, Madrid, Alianza Editorial, 2011, p. 99.

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[1] Aquí valdría la pena pensar en el Génesis, tal cual lo hace el filósofo francés que ahora nos conduce, en donde Dios da el nombre a todas las cosas y “cede” al Hombre la capacidad de llamar e “invocar” a los animales.

[2] Derrida, de manera implícita, señala la relación entre las palabras pasión y pasividad la cuales tienen la misma raíz, patior, verbo que significaba “sufrir” o “tolerar”. Esta relación queda un poco más clara en el alemán en donde la palabra para sufrimiento, Leiden, permite la formación de la la palabra pasión, Leidenschaft.

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