Digo lo que amo: Muestra de poesía lésbica y gay

El estado actual de las sociedades se nos presenta paradójico, por un lado, las luchas históricas por los Derechos Humanos cosechan triunfos importantes, mientras que por el otro, grupos radicales resurgen esgrimiendo argumentos nacidos de la ignorancia y lanzando consignas en favor de la discriminación y la disminución de los derechos ganados en la lucha civil. Desde esta contradicción, recordamos que la poesía es un espacio de resistencia e inclusión. La poesía no sólo resiste la uniformidad y la normalización del lenguaje sino también es vía de expresión contra las distintas formas de uniformidad y normatividad social, incluida la heteronormatividad y demás autoritarismos ideológicos. Ante este panorama de reflexión y resistencia presentamos algunos ejemplos de poesía lésbica-gay de distintas tradiciones líricas:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Abigael Bohórquez

(1935-1995)

 

 

Primera Ceremonia

 

primaverizo yaces,

deleital y ternúrico,

y nadie es como tú, cervatillo matutinal,

silvestrecido y leve.

aparentas dormir

y una sonrisa esplende en tus pupilas;

quedo sin mí.

Tú veranideces

cuando mis manos desdoblan su pobreza

y tocan tus cabellos dóciles, como el agua

y me tiendo a tu lado.

Desnudo te descubres; desnudo estoy allí;

suspenso, trémulo,

desamparado como la noche del misérrimo;

ayuno y mórbido:

qué puedo hacer, enceguecido y mudo,

atado de estupor,

¿maravillado?

mantienes tu mirada fresca y feroz,

sedienta de antemano;

resplandeciendo en la devoradora oscuridad: tu sexo,

húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,

con el recuerdo herido todavía

de la primera masturbación y el receloso orgasmo, y tus labios suntuosos

temblando un hálito que ya no necesita

el niño que eras,

y tu cuello miro que pulsa las cuerdas

del corazón, no sé si el tuyo, el mío,

y ninguna palabra pronunciamos,

ninguno a mi favor;

no hay gracia para mí.

Deja que diga no tu pecho núbil,

duro lugar de la salud,

marejada que nadie detendrá,

retén su amor, su odio;

tu modo de ser tú casi me lame,

calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;

me viene encima tu sazón,

la rotación novicia de tu ombligo,

tu almíbar de estar hecho

veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;

tiendo una mano: existes;

tus muslos, golpe a golpe, se separan,

se encuentran, se encajan, se unifican,

se hace una brecha ardiente en el revuelo

de la sábana;

no hay piedad para mí.

Tus dientes caen, degüellan,

rindo el sentido.

Tómame,

deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,

enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,

violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,

miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,

precipítate, aúlla.

De pronto, tú, el relámpago,

abierto, florecido, restallante,

arriba, abajo, encima, ¿dónde?

hiendes la oscuridad,

y adentro:

 

llueves

 

 

 

Finale

 

Pero voy a partir,

aprendiz amantísimo

que ha sido carne cerca y desunida,

potrillo dulcemente conseguido,

niño sureal de corazón torado,

pero voy a partir,

acércate de nuevo,

búscame y estremécete,

desnúdate y traspásame,

gime y hazme gemir,

no me des tregua,

asuélame,

para bien, para mal, para cualquier suerte,

di palabras que no entienda, pero que necesito,

y en un estruendo líquido y profundo:

qué gana de morirnos en plenitud de buenos camaradas

que se han hecho el amor

como quien dijo: hágase la alegría,

y se hizo.

 

Milpa Alta, diciembre de 1970.

 

 

 

Reincidencia

 

dejó sus cabras el zagal y vino.

qué resplandor de vástago sonoro,

qué sabia oscuridad sus ojos mansos,

qué ligera y morena su estatura,

qué galanura enhiesta y turbadora,

qué esbelta desnudez túrgida y sola,

qué tamboril de niño sus pisadas.

 

dejó sus cabras el zagal y vino…

ah libertad amada dije

éste es mi cuerpo, laberinto, avena,

maduro grano que arderá en tus dientes,

esquila, choza, baladora oveja,

tecórbito y aceite, paja y lumbre;

baja a llamarme, a reprenderme, a herirme,

a serenar turbadas hendiduras;

baja, pupila de avellana, baja

rústico centelleo, ráfaga de rocío,

colibrí de ardimientos,

soy también tu ganado, ven, congrégame,

descíñete, descúbreme

asido a tu cintura, dulce ramo,

caramillo de azahares en mi boca.

 

y ante mis ojos,

como un tañido de frescura,

triunfal y apasionado desconcierto

emergió de sus piernas trascendiendo

hacia todos mis dedos como galgos,

liebre espejeante, mórbida espesura,

la suntuosa epidermis respirando,

temblando, endureciéndose

en la gallarda péndola,

el orgulloso, endurecido bronce,

de su intocada parte de varón;

estallido, mordisco, ávida lengua, indómito pistilo,

dulzorosa penetración, pródigo arquero, novilúnido

semen,

plenamar de su espasmo,

de su primer licor, abeja de oro,

se me quedó en el pecho, pecho a tierra,

un gemido de manso entre los árboles.

Luego estuvimos mucho tiempo mudos,

vencedores vencidos,

acribillados, cómplices, sobre las pajas ásperas,

él junto a mí, sonando todavía

y yo, mi cara sobre sus genitales de salvaje pureza.

Recordé que no se olvida.

Que no se dijo nada más.

 

Dejó sus cabras el zagal y vino.

Qué blanco, qué copioso y dul

 

ce

vino.

 

 

 

 

 

Carol Ann Duffy

(Glasgow, 1955)

 

 

 

Entibiando sus perlas

para Judith Radstone

 

Junto a mi propia piel, sus perlas. Mi ama

me hace usarlas, entibiarlas, hasta la tarde

cuando peinaré sus cabellos. A las seis las pongo

en su blanco y fresco cuello. Pienso en ella todo el día,

descansando en el Cuarto Amarillo, contemplando seda

o tafetán, ¿qué vestido usaré esta noche? Ella se abanica

mientras yo trabajo empeñosa, mi lento calor entrando

en cada perla. Holgando sobre mi cuello, su cuerda.

Ella es hermosa, sueño con ella

en mi cama en el ático: la imagino bailando

con hombres altos, confundidos por mi leve, persistente esencia

bajo su perfume francés, sus lechosas piedras.

Sacudo sus hombros con una pata de conejo

miro su rubor suave filtrarse en su piel

como un suspiro indolente. En su espejo

mis rojos labios parten como si quisiera yo hablar.

Luna llena. Su carruaje la trae a casa. Mira

cada movimiento suyo en mi cabeza… Desvistiéndose

quitándose sus joyas, su mano delgada alcanzando

el estuche, deslizándose desnuda en su cama como

lo hace siempre… Y yo estoy aquí despierta,

sabiendo que las perlas se enfrían en este momento

en la habitación donde mi ama duerme. Toda la noche

siento su ausencia, y ardo.

 

Traducción del inglés, Edgar Amador

 

 

 

Jorge Eduardo Eielson

 (Lima, 1924-Milán, 2006)

 

 

Ceremonia solitaria en compañía de tu cuerpo 

 

Penetro tu cuerpo tu cuerpo

De carne penetro me hundo

Entre tu lengua y tu mirada pura

Primero con mis ojos

Con mi corazón con mis labios

Luego con mi soledad

Con mis huesos con mi glande

Entro y salgo de tu cuerpo

Como si fuera un espejo

Atravieso pelos y quejidos

No sé cuál es tu piel y cuál la mía

Cuál mi esqueleto y cuál el tuyo

Tu sangre brilla en mis arterias

Semejante a un lucero

Mis brazos y tus brazos son los brazos

De una estrella que se multiplica

Y que nos llena de ternura

Somos un animal que se enamora

Mitad ceniza mitad latido

Un puñado de tierra que respira

De incandescentes materias

Que jadean y que gozan

Y que jamás reposan

 

 

Cuerpo enamorado

 

Miro mi sexo con ternura

Toco la punta de mi cuerpo enamorado

Y no soy yo que veo sino el otro

El mismo mono milenario

Que se refleja en el remanso y ríe

Amo el espejo en que contemplo

Mi espesa barba y mi tristeza

Mis pantalones grises y la lluvia

Miro mi sexo con ternura

Mi glande puro y mis testículos

Repletos de amargura

Y no soy yo que sufre sino el otro

El mismo mono milenario

Que se refleja en el espejo y llora

 

 

Odette Alonso

(Santiago de Cuba, 1964)

 

 

 Parpadeos

 

Junto a la puerta del baño de La Lupe está Virginia

interminable júbilo bajo la noche eterna

el humo haciendo grises en todos los rincones

la copa hueca una vez y otra vez.

Cierro los ojos y pasan

como el ritmo inalterable de un reggae

un vuelo sobre Irlanda

el río revuelto y el molino rojo

en la ribera del puente el campanario

y en los horrores de la noche un tren.

En un tugurio de la plaza de Callao

el hachís trae las visiones del tesoro perdido

la muralla medieval sobre la roca estrecha

Quevedo en una calle de Madrid

sombras chinescas     fotografía inútil.

Abro los ojos y estás tú     amor mío

confluencia de todos los paisajes

paz de mi alma.

Con un hilo de voz digo tu nombre

dos sílabas se encienden en mis labios

y entonces puedo

una vez más

cerrar los ojos.

 

 

Néstor Perlongher

(Avellaneda, Argentina, 1949-São Paulo, Brasil, 1992)

 

MOREIRA

 

 

“Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endu-

recido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente

una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y

se besaron en la boca como dos amantes, sellando con

aquel beso apasionado la amistad que se habían profe-

sado desde pequeños.”

 

 

Gutiérrez

 

 

Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese

espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:

de ese despojo, de esa cornamenta

 

esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre

 

Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?

Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?

El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,

esas flores azules de las zanjas?

                    Ventruda campanilla!

                    Restallaba!

Si no

 

hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan

burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las

dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el

clítoris-en los nervios musgosos del estribo

 

Oh rusa blanca

botando pozos y lagartos

y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,

                          tronchos

 

– era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre

andamios temblequeantes y casi ponzoñosos

 

El amigo Francisco

El amigo Giménez

 

El amigo Julián

 

con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:

esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y

cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que

                          desprendido

de las plumas del ñu hedia en la planicie

                    superficial, en balde

 

-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,

se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,

a pocas millas de la tumba

 

“a vos te dejo – dijo – el pañuelo celeste con que me até las bolas

cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;

y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de

comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la

hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:

y se los come la luz mala

 

“y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que

ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir

del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan

grupas hacia la comadreja; y se los come

 

“y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de

plata, si lo encontrás es tuyo”

 

 

 

COMO REINA QUE ACAB A

 

Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un

ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o

el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida

monarquía

así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo

detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pe-

zones como faros de un vendaval confuso, interminable, como

sargazos donde se ciñen las marismas

Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de

pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento

de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más

la certidumbre

 

de extinción de extinción como un incendio

 

como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de

un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de

un nimbo

 

que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más

que éste sea un sol, y no amanezca

 

y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las

escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas

 

(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)

 

Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,

yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que

pudiera organizar los sismos

 

Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire

caliente del desierto, sus hélices resecas

 

 

 

Cristina Peri Rossi

(Montevideo, Uruguay, 12 de noviembre de 1941)

 

Aquella noche

La noche en que nos conocimos
yo empecé a perder
La cerilla explotó
y me quemó los dedos
manché mi blusa con el vino
Olvidé por completo el nombre
del mes y del día

Tanta turbacióm
sólo podía ser la prueba
de un deseo muy grande

tan grande
que ni tú misma
podías satisfacer.

 

 

 

 

Bitácora

No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.

 

Escorado

 

Mirándola dormir
dejé que el barco se inclinara
lentamente hacia un costado
precisamente el costado
sobre el que ella dormía
apoyando apenas la mejilla izquierda
el ojo azul
la pena negra de los sueños
y por verla dormir
me olvidé de maniobrar
pensando en las palabras de un poema
que todavía no se ha escrito
y por ello
era el mejor de todos los poemas
tan sereno
tan sutil como su piel de mujer casi dormida
casi despierta,
tan perfecto como su presencia inaccesible
sobre la cama,
proximidad engañosa de contemplarla
como si realmente pudiera poseerla
allá en una zona transparente
donde no llegan las sílabas orando
ni el clamor de las miradas
que quieren acercarse
en la falsa hipócrita intimidad de los sueños.

 

 

Juan Antonio González Iglesias

(Salamanca, 1964)

 

 

VETA DE ORO EN MEDIO DE LA TIERRA

 

 

En todas las ciudades de Francia hay un Monoprix.

A Jean Genet, que formuló este axioma

cuyo enunciado comprime la tensión del acontecimiento

hasta hacerla invisible bajo especie estadística,

rudamente doméstica, que así

es también la belleza, a Jean Genet

le habría gustado hallar esta mañana

como veta de oro en medio de la tierra

a este grupo de jóvenes

arrogantes, apuestos, tatuados,

con aros de corsario,

tríceps de mármol, trozos

etruscos aorta arriba, barbas

de guardabosque, testas

sólidamente masculinas, golpes

arcaicos de la carne, preparados

los hombros para el peso

del mundo, esta cuadrilla

de sorprendentes jóvenes

que conversan, discuten

tan entusiastas como sigilosos,

detenidos

en la encrucijada

de las estanterías, a la izquierda

la línea de refrescos,

y a la diestra el muestrario de bebidas

alcohólicas, augurio

de cócteles de playa

en esas coordenadas, porque horas

horas antes empieza

a fraguarse la fiesta de la testosterona.

A Jean Genet le habría enamorado

esta deslumbrante cuadrilla

de sordomudos en el Mercadona

de Benidorm.

 

 

 

 

Amy Lowell

Premio Pulitzer de Poesía 1926

 

 

La bufanda azul

 

Pálida, con el azul del alto cenit, brillaba otra vez con plata, brocada

en suaves, vertiginosos patrones, un material delicado, con oscuros bordes anudados, está ahí,

cálida desde los tersos hombros de una mujer y mis dedos se aproximan, acariciándola.

¿Dónde está ella, la mujer que la uso? El aroma de ella me sigue e intoxica.

Una languidez, un fuego disparado, corre a través de mí, y yo aprieto la bufanda debajo de mi rostro,

y trago en la calidez y lo azul, y mis ojos nadan en cielos de tinta fresca.

Alrededor de mí hay columnas de mármol y un pavimento cambiado, con un parpadeante sol.

Las hojas de las rosas vuelan y chocan contra ella. Debajo de los pasos de piedra un laúd tintinea.

Un tarro de jade verde arroja la mitad de su sombra sobre el piso. Una rana

de gran vientre salta a través de la luz del sol, y cae en la burbuja dorada de una cuenca,

hundida en mármol negro y blanco. El viento del oeste ha levantado una bufanda

en el asiento cercano a mí; el azul de la bufanda es un ultraje violento de color.

Ella la dibuja más cerca de ella, y se ondula bajo su ligera agitación.

Sus besos son afilados brotes de fuego; y ardo de regreso con ella, una joya

Dura y blanca, una flor en llamas; hasta que rompa en un puñado de cenizas,

y abra mis ojos hacia la bufanda, brillando azul en la luz de la tarde.

 

¡Qué fuerte los relojes suenan cuando una habitación está vacía y una está sola!

 

Traducción del inglés, Adalberto García López

 

 

 

 

Brane Mozetič

(Ljubljana, 1958)

 

 

LLEGÓ TARDE, COMO SIEMPRE. YA

no era posible la armonía. Las cosas

se volvieron banales, la vida, la escritura,

sobraron todas. Se echó a mi lado, me abrazó,

y fue entonces cuando percibí en él un olor

especial. Me estremecí, olí otra vez, quise

comprobarlo, el olor no se iba. Estaba claro.

Me dieron náuseas, salí corriendo

al baño. Trataba de tomar aire por

la ventana abierta, todo daba vueltas.

Era un olor masculino.

Volvieron los años de los que

huía. ¿Era ese olor el suyo?

¿Cuándo apareció? ¿Lo tenía antes?

¿O pertenecía ese olor suyo a otro

hombre? No me siguió, no llamó a la puerta.

Con ese olor se quedó al otro lado, muy lejos.

Y yo aquí tiritaba de frío, encerrado, en

el suelo. Fue inútil. me alcanzó

la rápida mano de mi padrastro, masculina,

mi cabeza salió volando. Después,

siempre que mi padrastro se acercaba,

yo me apartaba. Aunque su mano estuviese lejos.

Ya sólo el olor bastaba. No era posible

extinguirlo de la casa. Rehuía

a los hombres. No me gustaba su

mundo. ¿A cuál de los mundos debería

pertenecer, de todas formas? ¿Desprendía

yo acaso un olor masculino cuando pegaba?

Y cómo duele ahora. ¿Qué hago, abro la puerta,

lo lavo a él? ¿Es eso posible? ¡O extiendo mis sábanas

en otro lugar, tratando de dormirme sin él?

 

 

 

Nancy Cárdenas

(Coahuila, 1934-Ciudad de México, 1994)

 

 

ENTRE TANTAS LIBERACIONISTAS QUE CONOZCO,

sólo tú

-de apariencia tan frágil-

has querido llevar a la cama

esos principios básicos de la teoría.

 

 

 

DEJEMOS
que el amor declare su santo nombre
en cada uno de nuestros tejidos, estratos emocionales
y apetencias más escondidas
antes de comprometernos por las dos leyes:
la tuya y la mía.

 

 

 

SOY PELIGROSA,
es cierto: siempre busco vengarme
de los dueños del capital, los burócratas,
los curas y las mujeres que abusaron de mi cariño.

 

 

Salvador Novo

(1904-1974)

 

Pienso, mi amor, en ti todas las horas…

 

Pienso, mi amor, en ti todas las horas

del insomnio tenaz en que me abraso;

quiero tus ojos, busco tu regazo

y escucho tus palabras seductoras.

 

Digo tu nombre en sílabas sonoras,

oigo el marcial acento de tu paso,

te abro mi pecho —y el falaz abrazo

humedece en mis ojos las auroras.

 

Está mi lecho lánguido y sombrío

porque me faltas tú, sol de mi antojo,

ángel por cuyo beso desvarío.

 

Miro la vida con mortal enojo,

y todo esto me pasa, dueño mío,

porque hace una semana que no cojo.

 

Elegía

 

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,

grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,

largas y fláccidas como una flor privada de simiente

o como un reptil que entrega su veneno

porque no tiene nada más que ofrecer.

Los que tenemos una mirada culpable y amarga

por donde mira la muerte no lograda del mundo

y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas

porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro

ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del tiempo

en una noche cuya aurora es solamente este mediodía

que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad.

Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis

sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera

para no detenemos nunca ni volver a ser lo que fuimos

mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo

y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos

o para tiernamente enlazarse.

Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos

a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es

                                                                                   todo el pan y la única hostia

hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre

                                                                     nuestros corazones angustiados,

y no veremos nunca con nuestros ojos limpios

otro día que este día en que toda la música del universo

se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías

en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y del humo.

 

 

 

 

Dionicio Morales

A Abigael Bohórquez

 

 

Nosotros los innombrados
los que poblábamos la luz
cuando una joven calle se detuvo
y nos fijó a la tierra
los que a fuerza de ser
respiración palabras
piedra que en todas partes crece y crece
nosotros los innombrados
los que en deshabitada luz
nos contemplamos vacilantes
dispuestos a hacer sonar el tiempo
los que medimos la estatura del hombre
por los sueños y recogemos miradas de quien sea
porque tenemos ojos para todos
nosotros los buscadores del cuerpo
que se atreva a recordar el nuestro
los que morimos a diario por pedazos
al querer recobrarnos en cualquiera
los que al sonar el día recordamos
que nadie estuvo aquí
que nuestras manos se quedaron
urgidas silenciosas

 

 

Jericho Brown

(Luisiana, 1976)

 

Labor

 

Pasé sudando aquellos sábados ligeros

Y aprendí a maldecir el cortar pasto para las mujeres

Suficientemente amables como para decir que no podían notar

La maldita diferencia entre su segado césped

Y sus alfombras aspiradas justo antes de

Entregar un billete de cinco dólares enrollado con más fuerza

Que un porro y pidiéndome que cambiara

Algunos focos. Llamé a esas mujeres viejas

Porque no se habrían movido de una silla

Sin mi ayuda o ni siquiera habrían dado un paso sin una mano

En la base de su espalda. Las llamé

Viejas , y deben de haberlo sido; están todas muertas

Ahora , muertas y en la tierra que una vez cuidaba.

Las personas más solitarias tienen la tierra para amar

Y ni una sola amistad de su edad – sólo

Madres para cuidarlas como bebés y hermanas

mayores que las controlan, las mujeres quieren agradar

Y rezan por la oportunidad de pedir un favor.

Yo ya no hago ese tipo de trabajo. Mi trabajo

Es observar la infancia que odié y decir

Que alguna vez tuve algo que hacer con mis manos.

 

 

 

 

De nuevo

 

Tú no estás tan cansado de este poema

Como yo lo estoy de la memoria.

Un dolor de muelas que se repite

En cada lado de la boca.

Un pelo enterrado en la barbilla.

Simple comezón. Cero moretones

Y de nuevo estoy liado

En las ropas de Kevin

De último año

Mi mano detenida por la de mi madre.

Caminamos como si la casa tras nosotros

No fuese suficientemente cálida

Para mis pies. En la oscuridad

Andamos unas pocas cuadras

En el vecindario de una historia

Que amé

Aunque nada de lo que he escrito

Te diga esto.

Quiero arrancarlo de mí.

Porqué. Resulta que nunca importó.

Justo ahora mi madre duerme

En el pecho de mi padre.

Sus brazos se han anclado

En el mismo lugar en torno a ellos

Por mas de treinta años.

Dale un momento al hombre.

Ella duerme y yo lo escribo

Una y otra vez. En todos lados

Un hombre está cambiando un poco

Para tener a su mujer cómoda

Entre sus brazos.

Debí decir esto

Líneas atrás. Caminamos de vuelta

A la casa de la que huimos.

Porqué.

Mi madre ama a su esposo

Y sus manos

Incluso si caen pesadas sobre ella.

Sé que no quieres

Creer eso

Pero dale un momento al hombre.

No hemos terminado.

Mi padre ama a su mujer

Y la forma de su cuerpo

Incluso si encorvado en retirada,

Su hijo manteniéndose. Estoy tan harto de esto –

Otro padre terrible

Llenando de cicatrices también esta página-

Cero moretones.

Caminamos hacia atrás

A través de una puerta abierta.

¿Y por qué no menciono

Que él besó mi frente

Antes de arroparme en el sillón que era mi cama?

Escucha

Y podrás oírlos

En la habitación contigua

Planeando nombres para el más joven de nosotros

Luego haciendo el amor con suficiente ruido

Como para que el más grande aprenda.

 

Traducción de Gustavo Osorio

 

 

 

 

Carlos Eduardo Turón

(Uruapan, 1935-1992)

 

 

(Titzio, mi Titzio, fincador y libre,

extraño en un país horrible donde

mi oscura voz de amor jamás te dice,

amigo mío

que te amo.)

 

Joyas de los ricinos, lamas y liquidámbares

cantados y contados con fatiga:

la calle de Palacio

y sus ventanas muertas,

estertor de adulterio:

el estilete

donde no hay baratijas sino sangre.

Cuajarones de sangre en los baños pulidos

con semen incensado.

 

¿Llegar al nacimiento sin llevar parte alguno?

Nadie sabe en qué sueñan los salvajes

compradores de collarines y retratos.

 

 

 

Lawrence Schimel

 

Autopsia

 

No pienso morirme de amor.

Pero estoy convencido de que

si me abren el cuerpo ahora mismo

descubrirán algún órgano

que no tenía antes

y que ahora tanto me duele.

 

Igual no es nuevo para la ciencia

pero lo es para mí:

algo que el cuerpo ha producido

sólo desde que te conocí,

desde que sigo esperando alguna respuesta

tuya.

 

De Desayuno en la cama

 

 

Receta para el amor

 

Nunca puedo cocinar a partir de un libro:

todo medidas exactas e impersonales.

Necesito que alguien me muestre

paso a paso cómo se hace.

 

Soy un cocinero vago; no empecé

a explorar y a experimentar hasta que no estuve cocinando

sólo para mí.

 

Echamos una pizca

de esto, cocinamos al gusto, probamos cada poco

lo que estamos preparando.

Nos daremos de comer

el uno al otro. Si falta algo

improvisaremos.

 

Todo lo que sé de la cocina lo he aprendido de una amiga

que me dijo: ‹‹El secreto de cocinar es no dejar nunca

que la comida huela tu miedo.››

 

Es también todo lo que sé del amor.

 

Entramos a la cocina

y te lo muestro.

 

 

 

 

Adrienne Rich

(Baltimore, 1929-Santa Cruz, California, 2012)

 

 

Planetario

 

 

                Pensando en Caroline Herschel (1750-1848)
astrónoma, hermana de William; y en otras.

 

Mujer en forma de monstruo
monstruo en forma de mujer
llenando los cielos de si

mujer        en la nieve
entre relojes e instrumentos
o midiendo el suelo en postes

descubrir en 98 años
8 cometas

ella gobernada por la luna
como nosotros
flotando al cielo nocturno
cabalgando lentes pulidos

Galaxias de mujeres, ahí
en penitencia por descaros
costillas frías
en aquellos huecos        de la mente

Un ojo,

“viril, preciso, absolutamente certero”
de redes demenciales de Uraniborg

hallando la NOVA

estallando todo impulso de luz

del núcleo
como la vida huyéndonos

Tycho susurrando al final
“Que no parezca que viví en vano”

Lo que vemos, vemos
y ver es cambiar

la luz que consume a una montaña
y deja vivo a un hombre

Latido del púlsar
su corazón sudando por mi cuerpo

El impulso de radio
brotando de Tauro

Soy bombardeada pero         de pie

He estado de pie toda mi vida en medio
del camino de una batería de señales
el lenguaje más certero transmitido más
intraducible en el universo
Soy nube galáctica tan profunda     tan abs-
tracta que le tomaría a una onda de luz 15
años atravesarme           y lo ha
hecho       soy un instrumento en forma
de mujer intentando traducir el pulso
a la imagen         para el alivio del cuerpo
y la reconstrucción de la mente.

 

 

Poema XII
(de Veintiún poemas de amor)

 

Las reglas se rompen cual termómetro,
regando mercurio entre los sistemas trazados,
Estamos en un país sin lenguaje,
sin ley, buscamos cuervo y reyezuelo
por grutas sin explorar desde el alba
lo que hagamos juntas es puro ingenio
los mapas que nos dieron están obsoletos
por años… conducimos por el desierto
sin saber si el agua bastaría
las alucinaciones se vuelven simples aldeas
la música en la radio se aclara-
ni Rosenkavalier ni Götterdämmerung
sino la voz de mujer  cantando viejas canciones
con nuevas palabras, con un bajo sutil, una flauta
hueca y tocada por mujeres fuera de la ley.

Traducciones de Esteban López Arciga

 

 

César Cañedo

(El Fuerte, Sinaloa, 1988)

O negativo

 

A Pedro Montealegre, In Memoriam

 

 

Poetiloca muscuflora rimbomvérgica,

retablista del sexo broadcasteado,

orgiástica saltimbanqui y poetisida,

remáchame de versos y esteroides,

conjúrame la carne que se asienta,

enséñame a deletrear Antofagasta

sin que Ibáñez nos jale de los pelos

abajeños, cresposos, bocaamantes.

Ni pobre, humana prosa, ni alopécica,

la tuya más bien es me voy, me vengo,

chaquetera y ridícula, excelsa y cuaternaria,

exiliada, ida y vuelta, de cordel y timpánica,

fermento de boundage y el S/M,

forzoso aterrizaje sin laureles ni espanto,

calavera que entierra con el bíceps poético

a la fuerza en la tumba de la democración,

rechifla pluralista en fáunico congreso,

decisiones erradas, como el bulto en calzón.

Puñístico que entras ano, trioísta

legítimo, suspensorio del tiempo,

especulador de indecencias y sexshopes,

vena salida de remarle tanto,

sangre ponzoña de negadas fallas,

cazador de dildoposas, arrojado del templo,

niño perdido para no estar en gracia,

“a veces ser feliz sólo es no serlo”,

lubrica más tu pluma

que tu ganso.

 

César Cañedo, 11 de enero de 2015

 

 

 

 

Alfredo Fressia

(Montevideo, 1948)

 

 

EL OTRO

(Arthur Rimbaud)

 

Antes fue la despedida

y un llegado torrente de silencio.

Yo estaba por debajo entre heridas inversas,

arponero que remonta cuándo

vio su cuello quebrado contra la insorteable superficie?

El torrente llegado se estrellaba

y era canto y el fuego era una danza entre las cañas

que el aire quemado cantaba como negras espirales

o poemas.

Mis manos se rompían en soles estrellados

por cielos repetidos cada noche. Yo vi

mi cabeza danzar entre las olas

sin que nadie cielo afuera la mirase.

Tendido sobre el vado una alegría feroz

me desabotonaba las costillas

para cantar mis ojos como estrellas

rebeldes y las estrellas rajadas como uñas.

Verdes mataderos de la noche,

los cielos delirantes me engendraron

—antaño, si me acuerdo bien—

en el blanco gigante, el universo

puro de silencio, ojo azul de silencio

que guiaba su veloz eternidad.

Antes fue la despedida

y hubo un tiempo de amor para los hombres

—la piel curtida fue usada por testigo

de mi falta de amor: ellos me amaban—

y otro tiempo llegado de torrente

y estrellas invertidas cómo

podrían estarlo bajo su silencio

todo Purgatorio

espera rota?

 

 

 

 

 

POETA EN EL EDÉN

 

 

No, Señor,

nunca huiré del Paraíso, tengo en mí

la leche eterna de los padres y los hijos,

y escribo poemas para la nostalgia.

No, Señor,

nunca seguiré el rumbo imprudente

de los cuatro ríos, el que impele a los nautas

hacia el mar de monstruosas criaturas.

Habían podado las ramas de oro

que brillaban en el árbol de la vida.

Y ahora me llaman como almas.

No, Señor,

nunca comeré del árbol prohibido.

Apreté tantas veces en mi mano

las frutas suculentas. Aspiro

los perfumes seductores,

Et d’autres, corrompus, riches et triomphants

Nada sabes de mis íntimos

paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas

húmedas y turgentes

para que sigas modelando al mundo

mientras duermo.

Soy un niño inmenso

escribiendo dócilmente en el barro del Edén.

Tengo un muñeco de porcelana blanca.

Balbucea.

 

 

 

 

 

 

Elvira Sastre

(Segovia, 1992)

 

 

 

 

DOBLE O NADA

 

 

 

Todos estamos enamorados.

 

Solo algunos estamos despiertos.

 

 

 

 

El amor es un paréntesis abierto.

 

 

 

– ¿Me quieres?

– Más que a mi vida, dijo el suicida.

 

 

 

Supe que aún la quería

porque la odiaba con una brutalidad de ensueño.

 

Supe que ya no la quería

porque el odio desapareció.

Doble o nada.

 

 

 

 

Sé que me haces feliz

porque mi tristeza no te reconoce.

 

 

 

 

Estaba tan guapa que me hizo dudar:

 

¿Iba a quererla por fuera

 

o a quererme por dentro?

 

 

 

 

 

Al Berto

(1948-1997)

 

 

[FRAGMENTO]

 

III

CARTA DE LA FLOR DEL SOL

(A MI AMIGO)

 

Hay aún otro árbol de naturaleza muy singular, llama­do irudemaus, que en su lengua significa flor del sol, porque sus flores no se abren ni aparecen nunca si no al salir el sol, y caen cuando se pone; lo cual es lo contrario del ár­bol triste. Es la más excelente flor, despide mejor olor que todas las otras; y de la cual hacen ordinariamente uso el rey y las reinas.

Viaje de Francisco Pyrard de Laval: Traducción y descripción de los animales, árboles y frutos de las Indias Orientales.

 

 

 

 

voy a partir

como si fueses tú el que me abandonase

 

el último sueño que tuve era extraño

veía el fondo limpio de una calle estrecha

que desembocaba en una plaza iluminada

había leones disecados en las veredas de arena suelta

ya no me acuerdo bien

parece que una mujer avanzaba con un sobre en la mano

me lo extendía y gritaba

pero yo no podía comprender

me insultaba mucho probablemente

tenía la cara oculta por un paño blanco bordado

apenas veía su enorme boca abrirse

y furiosamente engullir la púrpura del aire

que envolvía las cabezas reclinadas de los leones

oía el pitido nervioso de los autos

exactamente como se escuchan ahora

pero no podía verlos

después

un muchacho apareció en la esquina y te reconocí

una voz grabada en la memoria nos acompañaba

cuando nos dirigimos el uno al otro

en cámara lenta

la oíamos susurrar: te busco

en el interior de las penumbras en el olvidado salitre

de las casas abandonadas a la orilla del mar

te busco en el perfume excesivo de la miel

almacenado por las abejas en el atardecer de los párpados

ven

injerta las manos en los troncos de los árboles

suspende la noche del largo viaje

estás naufragando

el espejo se quebró y tú ya no reconoces los paisajes

el cuerpo se astilló

 

tu presencia sólo es visible en las fotografías de los barcos

las quillas son tu memoria lejana de las Indias

ve

con los pájaros de picos exuberantes y sueña

y extiende el cuerpo cansado en los intervalos de hierba fresca

donde alguien alineó piedras blancas en la orilla de las grandes

rutas

la ciudad te espera con los muelles de madera

junto al río abre las manos toca en los cuerpos con los labios

agárralos dentro de ti

hasta que de la tierra lodosa brotan especias

porque sólo lejos de aquí hallarás lo que falta de tu identidad

sólo lejos de aquí conocerás la sangre y tal vez la felicidad

inundando un breve instante la noche de nuestros desastres

sólo lejos de aquí

tendrás conciencia de la cotidiana muerte de Dios

 

repentinamente la voz dejó de oírse

yo tenía en la palma de la mano un puñado de pastillas mortales

después la voz se hizo oír en espacios irregulares: pobres uñas

por las amarras húmedas de las sábanas rotas

barcos

velas sin sol papel tapiz descolgándose de las paredes

silencio espeso sarro de la noche

un coche se arrastra bosteza en el asfalto

el cuerpo tiembla cintila

residuos de ciudad ruinas de la piel buenas noches

buenas noches mi amor

sábanas florecidas mocos cabezas de cafres

ping-pong de grifo averiado pelotas de delfín

noches buenas noches

barcos despedazados moho de la memoria

de la memoria de la memoria de la memoria

 

tenías la cara enmascarada en sangre cuando la voz calló

la mujer reía

yo corría hacia ti sin poder alcanzarte

me senté en la cama

me vi desde el fondo de las edades en el momento en que nos conocimos

resolví levantarme en medio de la noche a escribirte esta carta…

 

 

Fragmento de Tres cartas de la memoria de las Indias

Traducción del Portugués, Mario Bojórquez

 

 

 

 

Safo

Más malvada que tú, Irana, no he encontrado ninguna.

 

 

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