Poesía italiana: Alessandro Ceni

Presentamos, en versión de Erika Reginato, una muestra de Alessandro Ceni (Florencia, 1957). Poeta, traductor de clásicos angloamericanos, ensayista, poeta y pintor. Entre sus libros de poesía se encuentran: «Los ríos de agua viva» (I fiumi di acqua viva, Milán, 1980), «El viaje inaudito» (Il viaggio inaudito, Riva del Garda,1981), «Los ríos» (I fiumi, Milán,1985), «La naturaleza de las cosas» (La natura delle cose, Milán,1991), «Lo lleno y lo vacío» ( Il pieno e il vuoto. Antología de la poesía desde 1976 al 1995, Milán, 1996). Entre el 1993 y 1999 fueron publicados en folletos unos treinta y tres poemas denominados «Pasajes». El primero «En el reino» (Nel regno, pasajes I-XIV, NCE-clanDestino,1993), el segundo «La primera realidad» (La prima realtà, pasajes XV-XXIV,1995), el último  «Huesos segados y pintados», (Ossa incise e dipinte, 1999). El libro «Ladrillos para el altar de fuego» (Mattoni per l’altare del fuoco, 2002), reúne en un volumen las treinta y tres poesías antes mencionadas. En septiembre del 2005 la revista de arte, ciencia y literatura Paletot le dedica un número a su obra con el título: «Yo veo y no me veo. Imagen y escritura en Alessandro Ceni». Sus últimos libros de poesía son Nella valle dello Scesta, (Milano, Il ragazzo innocuo, 2009) y la antología poética Parlare chiuso. Tutte le poesie, (Puntoacapo, 2012). La foto de portada es de Erika Reginato.

 

 

 

 

Alessandro Ceni la poesía es estar al frente

 

 

Alessandro Ceni es poeta, traductor y artista plástico. Participó en la XI Semana Internacional de la Poesía organizada por el poeta Santos López en Caracas en el año 2004. Las imágenes que repercuten en la poesía de Alessandro Ceni son aquellas que en el hombre solitario se mueven en un espacio conocido. Insiste que «La poesía es la poesía» que hay palabras que se mueven en armonía junto a los colores de sus textos. Enfrenta el paso inaudito del Ser e inventa lo impredecible que se mueven en varios idiomas y en matices diversas. Construye sus esculturas, pinta sus cuadros con los elementos de la infancia o del ambiente que lo rodea para poder sobrevivir junto a un cumulo de recuerdos. Me dijo que de niño vió por un istante al poeta Giuseppe Ungaretti de frente a la casa de Piero Bigongiari. En una entrevista en la revista de arte, ciencia y literatura Paletot (año II-numero VI) confirmó que: «La poesía recorre con su lenguaje cada esencia: la suma de la esencia produce la ética propia, que, a su vez, está al frente de todo (desnuda e indiscutible). La palabra poética es esto: estar al frente…»

 

 

 

 

Perímetro

 

La fe del niño arrodillado en la plegaria de la noche

dibuja contra el áspero hoyo del papel un lápiz

que dibuja chimeneas que ahogan el papel

en  perenne dominio de un perro amarillo que se sale del margen

del cubil de la hoja de papel y ladra a una perfil que se asoma y

dice es tarde, es de noche, y los buenos ahora reposan.

En la oscuridad de la habitación niña, entra a una estrella

y el sentido del pasado y las calaveras y las tibias y

uno que ya presagia la ruina de sus lomos perfectos

mientras el latido es pausado, la cabeza ahueca la membrana

y se inyecta una dosis de sueño, y la madre le rocía una lágrima.

Pero el niño menciona todo lo que se mueve,

el viento en el huerto, la proa en el flagelo,

el azul cristalino en el ojo del ahogado y

todo lo que es bello por sus forma anómala,

y ellos frotan el carboncillo del sexo

para concebir la olla que hierve.

 

 

 

VII

  

Sea nuestra muerte

a su ojo tenso de gorrión

grande de ramas y marañas,

que nunca desvíe el paso una vez que lo ha hecho.

«Hijo, en esta tierra

ya hemos estado; y sé

que hace un tiempo el silencio

era el permanecer en el sonido

y que hoy es sustraerse de eso;

pero sonido y silencio no son más que

dos hermanos ancianos y padres

el lugar que hoy está en todas partes.

Por lo tanto, nosotros hemos ido porque tú llegarías».

«Oh padre, oh madre perfectísimos,

fueron porque llegaba el sumo,

el gran monigote de carne,

mudo a la primavera, mudo al color de los peces

y mudo a la grupa del mar

a lo cual no sabe decir: Nosotros, Elemento».

«Hijo, canta, hijo, danza, hijo, quédate,

que sobre nuestra muerte hay un prado

para el ojo tenso del gorrión

por tu compás en el juego».

 

 

 

XXV

  

De todos los elementos no quedó más que el viento.

Aquí estás envuelto en una vela,

las grandes alas plegadas.

Y de todos los elementos no ha quedado más que el viento,

te digo, capaz de penetrar en el cielo y

en el cuerpo oscuro de la bestia

convirtiendo el heno en leche,

el agua en polvo,

la sangre en esperma,

todavía tiene en el rombo oscuro de su regazo

inalterable y fijo, el ignoto gemido del año sucesivo,

el halado, cuyos ojos observan

la profunda hilera de niños

que sorben cangrejos y ajobillas sobre la marina

para alcanzar el ojo de sus almas implumes y traspasarlas,

y avanzar hasta más allá de los lugares que habías dicho que conocías,

las compartimientos, donde, un día, incluso tu hijo,

después del sudor de la lucha para dominar a los espíritus de la naturaleza,

vencer la usura del aire

tener la mejor fémina misteriosa

te has sentado, has sostenido con la mirada

los ojos del pájaro y has olvidado.

 

(Del libro «Ladrillos para el altar de fuego», 2002)

 

 

 

Entre el viento y el agua

 

De este punto al otro se inician los gritos,

que nadie sabe cómo pueden ser posibles.

De este punto preciso al otro se inician los gritos

que se emiten como sondas en el espacio

o mísiles predispuestos al no-retorno o inquietas máquinas

que son, percutidas por violentas descargas de energía

estática.

Estos gritos que nadie sabe no provienen, no alcanzan,

simplemente se inician en el punto preciso en el cual

se inician.

Cierto es que allá se encuentran frascos urticantes,  los arpones

de la robinia y del pruno agudo, las astas afiladas de naranjas

amargas

y limones agrios, y cada planta portadora de espina y de

todo aquello que puya, el tupido y puntiagudo escudo de las

golondrinas,

las intrincadas puntadas de mínimos animales que van

en agudas rondas o se enredan en el nubarrón de una zarza,

y el aguijón es el sumo bien.

Cierto es que es cierto que sobre el límite

el huracán de la palabra profunda y, única, se enciende,

arremolinada por el aguijón de la polea de cuero,

la piedra focal de la desarticulación: desde aquí

todo es infeliz e indigesto,

los hombres se convierten en siervos, las mujeres en prostitutas, los niños

vomitaran densos líquidos negros y cagan negro.

De aquí hasta allá se escucha el río que no canta, el

pez que no nada, que nadie vendrá a buscarnos.

No se extiende la gracia de ningún Señor.


 

 

Autocombustión

 

Nunca en su presencia.

Sino en la distancia, abrázalos,

cuando eres invisible y lejano todos,

afectos y amigos.

Pero nunca en su presencia.

Deja que el río suelte en ti el lastre de la esperanza

se torne a controlar los escalamos

y descienda las numerosas ansias de su andar, que multiplique,

codazos, molinos piedras extendidas y hierbas insanas: cosas, todas

fácilmente imaginables: el río transporta

banales cosas: el desaparecido dado por desaparecido, el

fragmento del hijo fracturado, el préstamo del amante

y la ignominia de la sonda, la inquebrantable pornografía

de la salvación enarbolada y el grabador

con el fantasma incorporado que resuena

cadenas para la nieve fuera de la escena o gota a gota

como colirio o suero se expresa: rumores e insistencia.

Apriétalos con el nudo de tu infeliz pensamiento,

al amarre de la soga de tu mente y,

suelta el solitario cabestrante, ahórcalos,

secuencia por secuencia, en el inútil cajón de tu angosto corazón,

hasta que como vibrantes flamas dentro de una caverna

o agitadas búsquedas sobre las rugosidades del mar o

gritos a contraviento traz el viento en el trigo

permanezcan advertidos ingenuamente y más sabios

así que privados de tu escondido amor.

 

 

 

De orillas opuestas

                                    

En la oscuridad las palabras

no son palabras sino hombres

que con afeitadoras ansían telas enceradas de

sonoros  pabellones sobre la arena.

A la luz

está uno afuera con una lata

que baja al mar

químico y geométrico y todo lo raya.

Un idiota, de pie, en el sueño, cerca

de la línea del agua

engulle peces negros en el cobertizo

retarda midiendo con los dedos de los pies

los barcos en los últimos puertos humanos.

Ella te ha hablado con voz de hombre

de un cierto delito

de una desaparición no plena

de una viudez infinita en el círculo de la vida

de cómo adentro se ha hecho un lugar

él solo

un agujero violento que solamente para ti es bueno.

Repleto el envase de agua

y puestas las coronas,

las figuritas se besan;

lo que debería explicarte es porqué

el hombre―lobo persigue una sirena o

resplandece un pan blanco sobre la mesa,

pero desde hace un tiempo

no tienes ni un momento

y los personajes en la oscuridad de la cortina

no tienen otro sonido

que de orillas opuestas.

El sol nocturno aturdido por el vuelo

fijos los ojos de Dios sobre el idiota

que gime silba pita

llama invoca sopla se aprieta

y con la mano asegurada al viento

en el mar azota los turbados metros de los malecones.

 

 

(Del libro «Entre el viento y el agua», 2001)

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