Las mentiras son insuficientes, sobre la narrativa de Santiago Rocangliolo

Santiago Rocangliolo

Uno de los mejores narradores mexicanos de la última promoción, Jaime Mesa (Puebla, 1977) analiza la obra del novelista peruano Santiago Rocangliolo (Lima, 1975), Premio Alfaguara de novela 2006. Este interesante ensayo centra su atención en Memorias de una dama, última novela del autor.

 

 

Las mentiras son insuficientes

 

De los escritores latinoamericanos nacidos en la década de los setenta, es decir, los tataranietos del Boom, Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es el que se acerca más a la idea de que este fenómeno editorial dejó algunas cuentas sin saldar; o, dicho de otra manera, que hace falta reinventarse para construir alrededor de los muros aparentemente infranqueables de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, o, en el caso Roncagliolo, Mario Vargas Llosa, las catedrales del nuevo siglo.

            Pero, hay que dejar en claro, en el autor que hoy nos reúne no hay un afán de nostalgia ni de rebelión. Sólo pretende desarrollar una tradición, por sí misma vasta, pero insuficiente para explicar las nuevas realidades latinoamericanas. Dice Roncagliolo: “Después del boom, los escritores latinoamericanos forjaron una literatura cada vez más audaz y experimental. Contar una historia les parecía demasiado fácil. Así que la narrativa dejó de narrar”. Por eso, en él no hay un interés de vuelta a los orígenes. Pero sí, quizá, el deseo de poner al día los viejos temas pero dotándolos de vertiginosidad, de conciencia del fracaso, de ilusión de omnipresencia y de soledad.

            El mundo de Roncagliolo es: el hombre contra la naturaleza de la novela de aventuras El príncipe de los caimanes; la familia, los miedos íntimos que nos aíslan, como en su segunda novela, Pudor; el horror de la violencia entrelazada a una burocracia con tintes picarescos: es decir, las irrefutables pruebas de la idiosincrasia latinoamericana de Abril rojo; la caza política de un personaje latinoamericano, como el libro periodístico La cuarta espada; hasta llegar a Memorias de una dama, reciente novela de Roncagliolo y que en sus palabras es: “una comedia picaresca, un drama femenino tipo Madame Bovary y una novela de mafiosos estilo Mario Puzo”.

            La mezcla de todo lo anterior es la versión de Santiago Roncagliolo del “aquí y ahora” latinoamericano.

            Si revisamos el panorama de la “nueva” literatura latinoamericana de Mario Bellatin (1960), el más mexicano de todos los peruanos; a Jaime Bayly (1965), Iván Thays (1968) y Daniel Alarcón (1977), encontramos que Santiago Roncagliolo se inscribe de una manera afortunada como continuador, a la vez que renovador, de una tradición literaria fundada por Mario Vargas Llosa. A esto corresponde la perfecta sincronía de sus estructuras, el lenguaje cuidado, que incluye pensamiento y emoción, la preocupación por sus personajes y la revelación pulcra de una técnica novelística. Notamos, sobre todo, la necesidad de llenar un vacío capital que muchos han pasado por alto: “La literatura con que yo crecí ya no contaba historias”, como expresó alguna vez en una entrevista.

            Nacido en Lima, pasó su infancia exiliado en México y España y regresó a Perú en su adolescencia. Trabajó en organismos de derechos humanos que investigaban la violencia y el terrorismo en el Perú. Y quizá su biografía queda resumida en lo que alguna vez dijo de sus novelas: “De mi trabajo con derechos humanos salió Abril rojo. De mi vida tratando de ser escritor salió Memorias de una dama.”

            Quizá esto nos dé una pista para comenzar a amalgamar una idea: en su última novela, Memorias de una dama, logra armar una pieza con todos los fragmentos que componen a Roncagliolo. Es, por así decirlo, el trabajo literario que confronta las vivencias pasadas (fue negro literario, vivió con algunas limitaciones en Europa, deseó con todas sus energías volverse escritor) con su triunfo presente, que consistió en enterrar los demonios de la inercia frente a la escritura, y acabar una novela en forma, quizá, más importante que la anterior. La historia del autor está impregnada de pasado y de presente: si en el pasado existió el hambre de éxito (publicar una novela que fuera leída por más de cien lectores), en el presente existe el ajuste de cuentas, ácido e inteligente, con el voraz medio literario. Si en el pasado estuvo la conciencia de tratar un tema a la vez, en el escritor maduro está la ambición de amarrar varios temas para reconstruir una percepción más completa de la realidad.

            Pero regresemos un poco. Memorias de una dama trata de “un joven peruano que busca triunfar como escritor en Madrid y una mujer de la alta sociedad caribeña venida a menos en París. Diana Minetti necesita escribir sus memorias y él necesita que le paguen por escribir”. Al respecto, para retomar la cercanía de la tradición y luego evitarla, traigo a cuenta lo que Miguel Sánchez Flores ha dicho del autor: “En su libro habita la técnica de Vargas Llosa, la tragicomedia de Bryce y la indigencia del escritor de los cuentos europeos y del diario de Ribeyro”.

            De entrada, es difícil hablar de una obra como ésta porque sus páginas encierran un laberinto lleno de guiños. Si Kazuo Ishiguro nos mostró que mezclar géneros es una manera de conocer el mundo, Roncagliolo lo confirma cuando incorpora el thriller con las memorias, la sátira y la radiografía de la identidad latinoamericana en una sola obra.

            Quizá de entre todas las vertientes que esta novela propone, la más interesante para mí es el trabajo que Roncagliolo hace acerca de la idea de que los escritores son aves de rapiña, como lo afirmó Faulkner. El personaje principal de Memorias de una Dama es uno de los más claros ejemplos (entrañable y aborrecible a la vez) de esa representación de lo que puede llegar a ser el escritor latinoamericano enfrentado al no reconocimiento. El cinismo resultante que estaría presente en la literatura norteamericana, aquí es suplantado por la hipocresía, el doble juego y los artilugios de una cultura reprimida y del tercer mundo para conseguir lo que se desea. La tardanza usual en publicar un libro se convierte, para un escritor inmaduro, en su calabozo. Si sólo le dieran una oportunidad, sería el mejor de todos, piensa en su soledad. Si el medio literario doblara las manos, podría renovar la literatura mundial, sueña. La constante, entonces, entre los escritores del tercer mundo (ante la falta de una industria editorial, de lectores, de la posibilidad de vivir de lo que escribe) es odiar, no escribir, y deleitarse con la fantasía de sacarse la lotería. La malicia de Roncagliolo se presenta al darle a su personaje un premio mayor: una mujer que desea tener voz para no ser olvidada. Y al principio, con todas sus herramientas de engaño, el joven escritor invade ese territorio para succionar lo que pueda. Quiere  conseguir más euros y se interesa por el otro en tanto tenga historias dentro que signifiquen la posibilidad del éxito.

           El desafío que salva la carrera literaria del protagonista es que, paralelamente a la escritura de unas memorias que podrían ser un hit comercial, comienza a escribir un libro sobre viajes que deviene ficción. Como ante el encargo de la editorial no puede viajar al Amazonas por ser ilegal, por no tener dinero y por estar anclado a su suministro, decide inventar una realidad que desconoce. Así, ese chapucero reportaje se vuelve una novela de aventuras fortalecida por la experiencia muerta que se encuentra en los libros. Este punto, creo yo, es importante para entender la vuelta de tuerca en los planes que el joven escritor ejecuta al final para redimirse. Porque la ficción se lo va comiendo. Si el libro comercial fracasó por impedimentos legales (porque después de todo, ¿quién podría permitir la publicación de unas memorias donde lo menos interesante es tu propia vida y sí los detalles morbosos y oscuros de tu pasado?) el invento cobra verdadero sentido.

           Por otra parte, es magistral la forma en que Roncagliolo trabaja el tema del medio literario. Primero, con esa broma eficaz que es (a la manera de Philip Roth y otros) crear un personaje que lleva el nombre de Santiago Roncagliolo. Entonces, desde ahí, desde esa burla propia y asimilación del quiebre entre literatura y medio literario, Roncagliolo (el autor) emprende un viaje rebelde en contra de la figura de ciertos editores insoportables, de ciertas figuras consolidadas y célebres (es interesante el trabajo de deconstrucción que emprende con La fiesta del Chivo, la novela sobre Trujillo de Vargas Llosa), las menciones a Mario Bellatin pero especialmente a esa hambre descarada del escritor cuando “aún no ha llegado”. Entonces, cuando Roncagliolo crea a un personaje con su nombre genera dos universos paralelos y enfrentados. El Roncangliolo (personaje) es ya un escritor conocido y el protagonista envidia un poco y cuestiona la pose, las palabras, la actitud de sí mismo pero, y esto es importante, sólo como figura pública. Porque hay que entender desde ya la enorme diferencia entre un autor que escribe en su estudio y el monstruo en que se convierte cuando ese mismo autor va a una firma de libros. “Cuando yo sea un gran escritor, no pienso escuchar un carajo de lo que me diga nadie, que se jodan”, dice el joven aprendiz en alguna parte de la novela. Asumir ese reto, decir “soy yo pero no lo soy y esa contradicción es lo real” es uno de los aportes más interesantes del autor peruano Santiago Roncagliolo.

            El tema, entonces, de la identidad latinoamericana está presente. Lo vemos en dos momentos señeros de la novela: “Pero el problema real no era el dinero, sino la autoestima. Lima era en esos años una ciudad deprimida, donde cualquier ilusión corría el riesgo de ser detectada y aniquilada a la menor señal de vida.” Y también en este: “En Lima, todo el mundo creía que cualquier país era mejor para vivir. Que arrojabas tus novelas en los escritorios de los editores y ellos gritaban de contentos, te publicaban, te daban premios, y a lo mejor podías ser candidato a la presidencia. (…) Pero en Perú, al menos podía tener un trabajo de nueve a cinco y escribir en las noches.” La imagen del “cambiar oro por espejitos de vidrio” en esta Latinoamérica neocolonizada es síntoma de la profunda percepción de Roncagliolo.

            Creo que las preguntas, las zancadillas que Santiago Roncagliolo ha puesto a lo largo de su obra y con notoria relevancia en Memorias de una dama dan cuenta de la confianza y el compromiso que este autor mantiene hacia la literatura. Sabedor de que cada día los medios masivos, la vida diaria, y la vulgaridad de la existencia desactivan nuevos lectores y que el cine, las series de televisión y el internet merman la posibilidad del libro como tal, Roncagliolo se rebela contra los obstáculos que expulsan a la gente, a la vez que adecua las enseñanzas narrativas de siempre para contar, o escribir, más y mejor, como señalaba Cortázar: porque, ésta, es la única esperanza posible para que la gente vuelva a leer. En un tiempo en que la verdad dura no se soporta, en que las mentiras son insuficientes, y al contrario de su protagonista que elabora “mentiras agradables”, Roncangliolo propone esa vieja lección de Vargas Llosa, “la verdad de las mentiras”, para elaborar un mundo literario que al mismo tiempo que retrata la realidad, la trasciende.

 

 

Datos vitales

Santiago Rafael Roncagliolo Lohmann (Lima, 1975) es escritor, dramaturgo, guionista, traductor y periodista peruano.  Ha escrito las siguientes novelas: El príncipe de los caimanes; Pudor; Abril rojo, Premio Alfaguara 2006; y Memorias de una dama. También ha escrito cuento para niños, Rugor, el dragón enamorado La Guerra de Mostrak. Ensayo: El arte nazi, Jet Lag.

Jaime Mesa nació en 1977 en Puebla, México. Tiene publicada la novela Rabia (Alfaguara, 2008), entre las mejores novelas de ese año según el suplemento “El Ángel”, del diario Reforma. Ha colaborado en las revistas Crítica, Blanco móvil; y en los suplementos “Laberinto” de Milenio Diario y “Hoja por Hoja”. Fue becario del FONCA en la categoría Jóvenes Creadores en el área de novela en el periodo 2008-2009.

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