Número equivocado, cuento de Édgar Omar Avilés

Édgar Omar Avilés

En el marco de la Antología de Narrativa mexicana contemporánea, ofrecemos un cuento de Édgar Omar Avilés (Morelia, 1980). Ha merecido, entre otros,  el Premio Nacional de Libro de Cuento San Luís Potosí 2008, Nacional de Cuento Magdalena Mondragón 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003, etc.

 

 

Número equivocado

 

Los cinco años de Carlitos se estremecen bajo las cobijas; sus desesperados manoteos tejen telarañas de angustia con los hilos del llanto… Pero el furioso timbre del teléfono lo despierta.

            Asustado, volteaba a todas direcciones, asimilando el mundo más allá de la pesadilla. Luego, al dirigirse a contestar, se tambalea a cada paso, porque su cuerpecillo, enfundado en pijama con motivos de Star Wars, carga el plomo del sueño fundido por la adrenalina.

            —Bueno —dice Carlitos entre un tímido sollozo, tomando el auricular con las dos manos—, ¿mamá?

            —No, niño. Pero justamente la busco a ella. ¿Me la pasas? —responde una voz ronca de hombre.

            —No, no está… —al comprender que aquella es información peligrosa, añade, sorbiendo el alma del llanto—: Pero no tarda en llegar —aunque sabe bien que su madre regresará hasta la mañana, pues todos los sábados cubre jornada nocturna en el hospital.

             —¿Y por qué lloras? ¿Te doy miedo?

            —Soñé que me mataban…, señor… —responde entre atropellados balbuceos, mientras apoya el auricular en su hombro para liberar una mano y enredar los dedos en el cordón.

            —Los sueños nos juegan malos ratos, hijo. A todos nos pasa.

            —Sí, pero llegaban dos hombres y…, y…, y me daban de balazos… —Carlitos desata un espeso llanto cuajado de sentimiento.

            —Un mal sueño, sólo fue eso —la poderosa voz se dulcifica, como si el aguardiente se convirtiera en chocolate.

            Carlitos sorbe las raíces del llanto, pero no consigue arrancarlas.

            —No te preocupes. Yo he soñado cosas aún peores y nunca pasan —el hombre esboza una sonrisa torcida que Carlitos siente como una caricia en la oreja—. ¿Está tú papá?

            —No tengo papá…

            —Tu mamá se llama Maricela, ¿verdad? —frunce su ya cuarteado entrecejo.

            —No, señor… Así no se llama…

            Extrañado, el hombre carraspea.

            —¡Joder…! Sabes, mi celular está fallando. Ayer marqué para pedir unas tortas y me contestaron de Japón o de un lugar parecido…

            —¡Ah! —exclama Carlitos, porque nunca había escuchado la palabra “celular”.

            —Bueno, niño, tengo que colgar —la voz del hombre delata urgencia, pero no quiere ser grosero—… ¿Sabes?, mi mamá también me dejaba solo…

            —¿Los hombres malos van a regresar…? —pregunta con labios temblorosos.

            —Luego de quedarme muchas veces sólo, aprendí a ser fuerte, y las pesadillas se fueron. ¿Tú serás fuerte?

            —Seré fuerte, señor —los nerviosos dedos de Carlitos giran el disco marcador del teléfono, reconociendo algunos de los números que le han enseñado en el jardín de niños.

            —Duérmete, ya es muy noche. Y no le abras a extraños. Tampoco platiques con ellos…

            —Sí, sí…

            El hombre termina la llamada, contrariado. Nunca había sido paciente con los niños, pero aquél le recordó que a esa edad las pesadillas son terribles cuando mamá está trabajando y papá no existe. Para su fortuna, el tono del celular lo espabila justo a tiempo, antes de que los ojos se le ahoguen en lágrimas.

            —¡Sal por la ventana!                                                                                   

            —Te estaba llamando, Maricela, pero me equivoque de… —el hombre está aturdido.

            —¡Sal por la ventana! No hay tiempo: te encontraron… —la mujer lo interrumpe con la urgencia de un avión en picada.

            —Lo del decomiso no fue mi culpa… —el vértigo de su corazón le ensanchan las venas de las sienes.

            —¡Sal por la ventana! Ellos no lo van a entender… ¡Por qué no contestaste antes…! —la mujer aprieta y agita el celular, como si lo exprimiera para hacer jugo.

            —¡Cómo chingados iba a saber que…! —lo interrumpe la puerta de su apartamento que de súbito se abre tras un golpe que rompe la cerradura.

             —¿Carlos?, contéstame, ¡Carlos…!

            Pero no puede contestarle; dos hombres le firman la muerte con ráfagas de metralleta.

 

 

Datos vitales

Édgar Omar Avilés (Morelia, 1980) mereció el Premio Michoacán de Libro de Cuento Xavier Vargas Pardo 2010, Premio Nacional de Libro de Cuento San Luís Potosí 2008, Nacional de Cuento Magdalena Mondragón 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003, Premio de Cuento Breve de la Revista Punto de Partida 2002, entre otros. Mención en el Premio Nacional de Cuento de Fantasía y Ciencia Ficción 2005, mención en el Premio Nacional de Libro de Cuento Agustín Yáñez 2004, entre otros. Ha publicado cuentos en suplementos culturales, revistas y en antologías colectivas, entre ellas Los Mejores Cuentos Mexicanos, ediciones 2004 y 2005 (Ed. Joaquín Mortiz).
Autor de los libros de cuento Luna Cinema (Ed. Tierra Adentro, 2010) y La Noche es Luz de un Sol Negro (Ed. Ficticia, 2007) y de la novela Guiichi (Ed. Progreso, 2008). www.rasabadu.blogspot.com.

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