Foja de poesía No.270: José Antonio Banda

José-Antonio-Banda[1]Presentamos a continuación la poesía de José Antonio Banda (Coatzacoalcos, 1982). Actualmente vive en Guanajuato, donde estudia Maestría en Literatura. Se trata de un poeta emotivo y de lirismo desbordado.

 

 

UN DÍA CUALQUIERA, COMO SIEMPRE

 

Un día me levantaré, como siempre, y frente a la puerta me preguntaré para qué todo esto: para qué dejar mi frente bajo la mirilla de la puerta y hacer vacilar las sílabas, para qué las puertas al campo, para qué la poesía.

Por la mañana habré de despertar, como siempre, y estarán sobre la mesa el vaso de leche, el pan tostado, la mermelada y un par de ojeras en el cuchillo. Por la tarde el desamparo lluvioso al salir de la oficina me hará esperar impaciente, torpe e inaudible. Por la noche, como siempre, no podré sostener mi cuerpo y mi boca estará seca de tanto callar.

Ya en la madrugada tendré sueños mezquinos, nidos de pájaros salvajes, ladridos de perros que despertarán a los vecinos, nunca a mí.

Un día me levantaré, como siempre, y miraré mis brazos antes de abrir la puerta y nada habrá entonces.

 

 

 

NIEBLA ENTRE RUINAS

 

La niebla camina sobre las ruinas

de lo que he perdido

Esos ojos esa noche ese sueño

Ese nombre impronunciable

entre los dientes del silencio íntimo

Ese querer decir sin abrir los párpados

las sombras del espejo

Ese lugar donde se quiebra el horizonte

 

            No sé si he comprendido

la terrible vastedad de las olas

Invento el silencio o la noche

las dulces campanadas o la lluvia

Ese instante inocente

Ese canto al mundo o a la nada

Ese rumor de vidrios quebrándose

 

La niebla cárdena me impide hablar

decir las cosas con soltura

intentar el poema o el insomnio

la quebrada lejanía del paisaje

Este pensar a solas tan a solas

en habitaciones alquiladas al olvido

 

Una estrella hunde sus raíces

en el golfo de México

El mar golpea la quietud de los muelles

Esos ojos esa noche

Esa línea de la mano que adivino

tan recta en los sueños

Esa hora condenada a la muerte

Esas ruinas de la memoria

que la niebla poco a poco descubre.

 

 

 

BALADA DE LO QUE SE PIERDE

 

Se me pierden los sueños

La ventana que es laguna

La promesa que es tu nombre

 

Los cielos se llenan de pájaros

Los perros buscan sus ladridos en la sombra

La soledad resbala por las horas como la niebla

por el espigado talle del silencio

 

Quisiera pedir la vuelta de tus meses

La vuelta de tus lunas

Hay manifiestos en busca de tus letras

Hay letras en busca de tus sílabas

 

Sigo los ríos a la orilla de los vientos

Y tus huellas se me pierden en la noche

En mis ojos anidan campanadas fúnebres

Y el silencio se llena del silencio de antaño

 

Andan en tu busca las cicatrices del tiempo

del tiempo decididamente anárquico

Las farolas callan en las plazas

Y el cielo se cubre de pájaros

 

Es inútil mirar en otros ojos tus ojos

Inútil el delicado sabor de las preguntas

Inútil buscar en los astros tus astros del futuro

El corazón cierra sus párpados

Y las nubes dan campanadas en las sombras

 

En vano las palabras callan los secretos

Inundan los copos de la mar los cielos de la noche

En los ojos anidan campanadas fúnebres

 

Se me pierden tus horas en los claros

Se me pierden los sueños

Esa ventana que es laguna al caer la noche

La puerta de los campos está sola

 

Se fueron tus andenes a otros puertos

Tus ojos a otros párpados

Tus caricias a otras palmas

Tus caminos no perfuman las oraciones

de los himnos

Y el dolor resbala por las horas como la resina

por el desgarrado talle de estos versos.   

 

 

 

HABITACIÓN QUE SE RAMIFICA EN EL ABANDONO   

 

                                   Estamos solos

en una habitación sin ventanas,

solos como las lascas de los días,

solos como la niebla

que arrasa las calles  

con su hedor oceánico. 

 

Habitamos entre ruinas.

Un vidrio roto es nuestra mirada.

Un vidrio sucio, abandonado

en la dudosa luz de los cementerios.

 

Siempre buscamos una salida indefinida.

Hablar, hablar apenas

o mirar el horizonte hueco

o escuchar el lamento o ladrido

de los perros nocturnos,

rasgar la herida de los sauces,

hundir los ojos

en el oscuro epitafio de las horas.  

 

No hay salida posible de este valle.

 

 

 

DESGRACIA, SÓLO DESGRACIA

 

Como una paloma en su madriguera

o como una rata herida al fondo del jardín

o como las calurosas lluvias del verano,

una sensación de pérdida aroma

mi habitación lacerada.

 

Todo se vuelve amarillo,

no puedo escapar hacia los parques,

huír

del fúnebre silencio de las horas.

No hay descanso

en esta noche cóncava.

 

Ah, lo que el corazón no puede ocultar

en el silencio de los ojos,

en la herrada dicha

de un ancho atardecer.

 

 

 

 

DECLARACIÓN DE ORFANDAD

 

Grande y dorado, amigos, es el odio

Eduardo Lizalde

 

Yo odio profundamente la ciudad donde crecí

porque no me dio a beber de su limpísimo néctar

porque no inoculó en mis ojos el frío polen

del verdadero odio

porque gesticulo tontamente

frente al espejo diario

de la soledad de sus calles.

 

La ciudad grita en mi oído

me deja sordo

sabe todo lo que no podré ser

conoce todo lo que he perdido

bajo su taciturna sombra de rigor.

 

No puedo evitar su presencia

al rasurar los bulevares con mis huellas:

una palabra de sus manos

arroja mi sangre al matadero.

 

 

 

AHORA PUEDO PRESCINDIR DE TODO

 

Murió aquella voz, habitante del vuelo de las aves, y el frío de Octubre dice que todo se ha perdido: el dulce aroma de las plazas será uno más entre nosotros. Hay una sensación amarga en la punta de la lengua como una palabra cualquiera cuando la digo.

Este otoño bien puede ser sustituible, pero ahora mismo no sé dónde coger otra estación benéfica a los ojos. La multitud de la calle, por ejemplo, no saciará su sed con mi silencio y buscará alimentarse de mi olvido y volverán entonces los recuerdos: la boca fresca de la lámpara de noche, la lluvia golpeando furiosa los chopos y los cristales de la ventana, la fotografía hecha ceniza al fondo de los días y el viento de la calle a la deriva como un pez en el océano.

La ruina aparca en las calles y en los dedos rasgados por el callado oficio de los muros. No importa que lleve una oración en el bolsillo, las campanas dejaron de doblar hace tiempo. Ninguna petición es escuchada.

 

 

 

Datos vitales

José Antonio Banda (Coatzacoalcos, 1982) estudió una ingeniería en Madrid y  actualmente realiza la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato.

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