Foja de Poesía No. 341: Henry Alexander Gómez

henryalexanderPresentamos el trabajo del poeta colombiano Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Es gestor cultural, fundador y director del Festival de Poesía y Narrativa “Ojo en la tinta”. Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y hace parte del colectivo literario La Raíz Invertida.

 

 

 

Del libro Memorial del árbol

 

 

EN ALGÚN lugar

el asesino se resguarda

                 y aprieta el puñal.

 

Su piel se descompone

en un aleteo

                       de pájaros nocturnos.

 

Un cuerpo sin vida

es la cicatriz de una calle,

         la oscura libertad de la noche.

 

 

 

 

 

CONTRA LA ventana

un pájaro

se da un golpe certero.

                  

                             Bebe la sed de su alarido.

 

Aquieta sus alas.

 

Yo me aferro a su recuerdo

        mientras olvido

        la transparencia del agua,

                       

                            como una cicatriz

                            que da vueltas por el mundo.

 

 

 

 

 

 

LA NOCHE

ha llegado, por fin,

              a su estado más sólido. 

 

Intentamos descifrar

                      una palabra

y sin embargo,

todo lo ha ofrendado

                           la herrumbre

de las cosas.

 

La escritura pende

del hilo de sangre de la tierra:

 

sílaba de viento,

luz aniquilada.

 

Ahora,

ya nada puede condenarnos.

 

 

 

 

Hay soles que caen

 

Un ángel juguetea en el ramaje del árbol.

 

Es tan grande el abismo,

y tan silencioso el techo del mundo,

que nos abraza la pesadumbre,

y bebemos aguardiente,

                                                    y lloramos,

porque no entendemos

cómo Dios juega con sus dedos de piedra

entre las hojas del álamo.

 

 

 

 

 

Arenga del hogar 

I

 

Él siempre permanece anclado

a un lebrillo de granizo.

Ella ha decidido perpetuarse

sobre las arenas movedizas

                                              a orillas del sexo.

 

Pero también es él quien ríe más alto,

quien lleva entre la jaula una mosca de humo.

 

Ella sólo sobrevive

en la multiplicación de las cosas,

como la honda de una piedra

                              arrojada en aguas distintas.

 

 

II

 

Dejar atrás los viejos rincones,

la ropa sucia,

                          la música

                          apresada en hilos de tiniebla.

 

Cada acto que hacemos

es un barco hundido

                                    por la mano de un niño.

 

Pero todo,

                        hasta lo que no conocemos,

                        lo circunda la soledad del árbol.

 

 

 

 

Velo de noche

 

Vivir la lentitud

                           de la hormiga,

                           confuso

                                        en una ola de arena.

 

               Entre el amor y mi sangre

               hay un silencio de pájaros,

                                    velos

                                    como mareas de hielo

                      bordados

                                       con filamentos de sal.

 

 

Alguien ha escrito mi nombre

    en

        una

               roca

                      incendiada

                     

                      con el carbón que tiñe

                                                        lentamente

 

                      la noche.

 

 

 

 

El ángel negro de la isla de Kampa

 

Nadie lo vio entrar en su casa. Era una fría noche de Praga, era un poema tirado a la alacena.

Al principio, con el orgullo herido y las polillas sacudiéndole los trajes, se acostumbró a vivir con la noche colgando de su espalda.

Decidió el encierro porque los hombres sencillos mueren solos.

Con la pupila altamente dilatada, Vladimír Holan, entendió que las sombras viajan empedradas de palabras. La piedra oscura había regresado cargada de frutos.

En aquella casa había tanto ruido, tanta miga de pan en las esquinas.

Se dice que la luz de la ventana duraba encendida toda la noche, en el resplandor de la vela se diseminaba el diálogo del mundo.

La claridad no se hacía esperar. Nadie y todo había en él. La campana detenida por el lápiz, Hamlet conversando con las ruinas del espejo, la muerte escondida en las catedrales.

Pero los años no pasan en vano. En la pesada puerta crecía un caballo atado con alambres.

En el instante en que la voz del ángel deshizo los colores de las cosas, cuando la tierra de los cementerios colmó de cicatrices las estancias, pronunció estas palabras:

“Kateřina ha muerto. Hoy no ha venido nadie a preguntar. La casa ha ocultado, al fin, todos sus ruidos.”

 

 

 

 

La lentitud

 

En la profundo

                             del río

                                         brama

                                         a veces

                             un árbol

                             que no para de crecer.

 

                             La mosca

                             siempre teje

                             el hilo de su araña.

 

                             Es el diablo

                                           quien desliza

                             el cerrojo

tras girar, quedo, la puerta.

 

 

 

 

Georg Trakl en el ocaso

 

Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche.

El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas,

el grito moribundo de los guerreros otoñales,

cubren de opio el azulado cuerpo de espino.

Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña.

Se escucha un lamento crepuscular.

El niño Elis le besa la frente sangrante

y la hermana juega con alcoholes mortíferos,

deambulando entre los catres del centro hospitalario.

Qué luna más amarga. Cuánto silencio sobrevive

en el canto último del mirlo.

Tierra negra amasa una música nocturna

y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas.

La tumba aguarda a los ángeles caídos;

un venado azul corre en delirio a la primavera.

 

 

 

 

Amantes

 

Ella camina por las calles malgastando su desnudez,

luego se bebe un campo de leños

silenciados por el fuego.

Él se cuela en los cines de la tarde

y llora con sus zapatos al aire.

 

Un valle de campanas.

 

Una mosca zumba moribunda entre papeles viejos.

La lluvia cae sobre una guitarra abandonada en el desierto.

 

El demonio dijo que nos llevaría a casa.

 

 

 

 

Datos vitales

Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor cultural, es fundador y director del Festival de Poesía y Narrativa “Ojo en la tinta”. Accésits del Concurso Nacional de Poesía “Si los leones pudieran hablar” (2008), Casa de Poesía Silva. Sus poemas aparecen en las muestras de poesía Piedras en el trópico (2011) y Raíces del viento (2011). Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y hace parte del colectivo literario La Raíz Invertida.

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