La Decena Trágica en el diario de José Juan Tablada

El poeta José Juan Tablada que había escrito una sátira sobre Madero —”Madero-Chantecleur”— va anotando en su diario las noticias que le llegan por teléfono, por la prensa y por rumores de los vecinos a su casa de Coyoacán, en ese entonces un pueblo colindante de la ciudad de México. Como parte de la élite porfiriana, Tablada despreciaba a los zapatistas y buscó acomodo entre el usurpador gobierno de Huerta. 

 

1913

Miércoles 5 [de febrero].- Fui a ver al señor Pino Suárez, Ministro de Educación, para darle gracias por mi nombramiento de profesor de Literatura. Hablamos de letras y literatura; le recordé, volviendo a darle gracias, la amable dedicatoria del ejemplar de poesías suyas que me enviara y en seguida la conversación tomó un rumbo político, a pesar de mi renuencia a tratar temas tales. Pero se veía que el señor Pino Suárez tenía una gran preocupación y que deseaba comunicarla a alguna persona que no estuviese contagiada por el ardor de la pasión política y que pudiera ver serenamente, sin interés en tergiversar las cosas, los problemas que sobre él gravitaban… Por fin, exaltándose más y más, me preguntó que si a mi juicio la situación era peligrosa para los hombres del poder. Sin vacilar, animado por la buena fe de aquel hombre y por la confianza que me demostrara, le contesté que sí, que la situación no sólo era peligrosa sino que cada día se hacía más, ya que el gobierno parecía tolerar los desmanes de cierta prensa que sistemáticamente solivianta los ánimos de los militares, excitándolos casi a la rebelión… No bien había yo dicho esto cuando el señor Pino Suárez, levantándose de su asiento y alzando los brazos al cielo, prorrumpió:

—¡Es claro! ¡Es evidente! ¡Si yo me he cansado ya de decirle al señor Presidente que esa negligencia nos va a costar la vida; que vamos a pagarla con nuestras cabezas!

Me vio después de hito en hito y dejando caer los brazos, me dijo amargamente:

—¡No tiene remedio!

Salí de la entrevista preocupado y, sobre todo, conmovido, pues aquel hombre, cualesquiera que fuesen sus limitaciones, era un hombre sano, honrado y de perfecta buena fe. Sabe Dios qué le reserve el porvenir lleno ya de nubes y de fragores tempestuosos.

Domingo 9.- A las 8 a.m., cuando duermo aún, un señor Osorno se empeña en hablar conmigo, mandándome decir con el criado que hay un gran tumulto en México y que los zapatistas están cerca de Coyoacán.

El mismo día 8.40 A.M.: Don F. A.  me telefonea de México que la guarnición se ha sublevado al grito de “‘¡Vivan Félix Díaz y Bernardo Reyes!”, que se oye el tiroteo en los barrios y que el Presidente está en Chapultepec, en calidad de preso, por los alumnos del Colegio Militar.

Hablan por teléfono en casa de Urueta, diciendo que hay buenas noticias, según las cuales el Presidente con los alumnos de Chapultepec ha vuelto a posesionarse de Palacio; que Urueta acaba de irse para allá; que por las calles corren caballos sin jinetes y que el tiroteo continúa. Coyoacán sigue sin comunicación de tranvías con la capital. Bajo el jardín y asomándose por la reja de la entrada, distingo a uno de los dependientes de la tienda “El Cazador Mexicano”, de los Belmont, que montado en un mal caballo se dirige a la metrópoli… Y a mi pregunta sobre el objeto del inoportuno viaje, me dice que se va “a la bola”, que está fastidiado de estar en la tienda “tras del palo”. “Aquí llevo mi despacho de coronel”, agrega enseñándome un viejo rifle Remington de un solo tiro, como los que usábamos en el Colegio Militar después de aquellas famosas carabinas Winchester que a cada disparo se “embalaban”… Todavía le pregunto al muchacho de qué lado va a pelear y me dice que como se trata de un albur peleará del lado de los que primero encuentre al entrar por San Antonio Abad… El caso me parece típico de nuestras masas sin discernimiento, que con latente atavismo de Huichilobos y en medio de la presente desorganización, se lanzan al caos sin más objetivo que una torpe ambición estimulada por recientes ejemplos.

10.50 A.M..- Pretendo volver a hablar por teléfono y me contestan de la Central que están rompiendo las líneas y que ya no hay en servicio más que una sola…

11.30 A.M.- J. M. A. me habla por teléfono. Dice que están tirando con metralla sobre la ciudad desde la Ciudadela, donde hay probablemente tropas leales al Gobierno. B. Reyes está en el Palacio Nacional y Huerta, también pronunciado, en Catedral; Félix Díaz en las calles. El Presidente está sitiado en la Fotografía Daguerre (quizás en su camino a Palacio). Juan Agrega: “Ahora están tirando con Mausser; se oye muy bien el tiroteo”…

12.10 P.M..- Me habla por teléfono uno de mis sobrinos y confirma lo anterior, añadiendo que aún hay muchas tropas adictas al Gobierno. Me aconseja que me vaya a México en previsión de algún ataque a Coyoacán por parte de los zapatistas acampados cerca de Tlalpan; pero o estoy por quedarme en mi casa, apercibido a defenderla en caso necesario con el mozo Manuel y los dos japoneses, Knoshi, sobre todo, que como veterano de la guerra ruso-japonesa, me habla de trabajos de fortificación pasajera, alambres con púas, sendas fogatas pedreras en las puertas de entrada y aun cierto atrevido y peligroso proyecto para tomar fuerza de los cables eléctricos y hacerla contribuir a la defensa de la casa… El mozo, Manuel, que vuelve de la tienda, donde lo mandé para que comprara una pequeña despensa, en previsión de probables escaceses, refiere que alguien, acabado de llegar de Méxio, dice que es imposible ir allá, pues llueven proyectiles y la ciudad está llena de cadáveres… El tráfico de tranvías continúa interrumpido a estas horas. 1.10 p.m.

2 P.M.- Buenas noticias. Mi vecino, el señor Bracho, y el último telefonema, están de acuerdo. La situación es francamente favorable al Gobierno y las tropas leales ocupan los principales edificios públicos. Me cuenta también mi vecino que el general Bernardo Reyes fue muerto de un balazo en la frente al pretender ocupar Palacio y que Félix Díaz fue rechazado al asaltar la Ciudadela. Suena el teléfono y mi amigo B. B., que habita en uno de los apartamentos de la Casa Colorada de Pigeon, cercana a la Ciudadela, me cuenta que volviendo a su casa y al pasar por una de las bocacalles inmediatas a dicho establecimiento, distinguió a un grupo de señoras y señoritas de familias muy conocidas, repartiendo cigarros y golosinas a los soldados y oficiales de las tropas sublevadas. Me cita algunos nombres y concluye diciéndome que está herido, pues al asomarse a la ventana, de una de las viviendas altas destrozada por un balazo, cayó una gran astilla de vidrio cortándoles el cuero cabelludo y parte de la oreja…

3.30 P.M..- Por teléfono: que Félix Díaz, al segundo asalto, se apoderó de la Ciudadela. Están heridos los generales García Peña, Hernández y el mismo Félix Díaz. Parece que el gobierno, Presidente y ministros, están refugiados en Palacio como en el último reducto. Pero exaspera la vaguedad de algunas noticias: nada puede saberse con certeza y algunos informes son hasta contradictorios…

5.20 P.M..- Telefonean que Mondragón, que con Félix Díaz está en la Ciudadela, ha intimado rendición al Presidente Madero encerrado en Palacio, dándole como plazo hasta las 6 de la tarde. Cualesquiera que sean los cargos que se hagan al Gobierno, al hombre civilizado le repugnan estos brutales procederes de la fuerza bruta, que ya parecían proscritos de nuestra dinámica social. Parece que retrocedemos a las caóticas épocas preporfirianas…

5.50 P.M.- Fadrique López me telefonea desde la redacción de El Imparcial, contándome que Manuel de la Torre, secretario de redacción a quien estimo y en quien por su corrección y decencia tengo absoluta confianza, está herido en una pierna; que la Prisión Militar de Santiago y las redacciones de El País, La Tribuna y El Heraldo, han sido incendiadas por el populacho… Interrumpe su relato para exclamar a intervalos: “¡Un cañonazo!”… “¡Otro cañonazo!”, ruidos que él oye pero que me es imposible percibir… Agrega que se cuenta que Félix Díaz tiene fuerzas superiores a las adictas al Gobierno.

Aquí en Coyoacán ha reinado y aún prevalece una completa calma… Parece imposible que sólo a 4 kilómetros estén los hombres matándose…

7.30 P.M.- Viene a casa mi vecino Bracho para decirme que el notario Romero, otro vecino nuestro, ha conseguido del cura del Convento de Churubusco que permita a los vecinos que en caso de peligro, se refugien dentro del vasto y sólido edificio. Ha hecho esto porque cierto miembro de la familia de alguno de sus criados, regresa de Xochimilco contando que en aquellos rumbos se inician conspiraciones y movimientos zapatistas que quieren, aprovechándose del desorden, incursionar en los indefensos pueblos vecinos. El amigo Bracho se pone de acuerdo conmigo para venir en caso extremo y refugiarse con su familia en mi casa que por ser la única de altos en el contorno se presta más a la defensa… Así reunidos el señor Bracho, su hijo, mis criados y yo, podríamos desde el piso superior de la casa, tener a raya a los asaltantes, por lo menos mientras el orden se restablece…

No es posible comunicarse con México y hasta hacer uso del teléfono se va haciendo cada vez más difícil. No me ha sido posible conseguir taxímetro, a pesar de mi ansiedad personal con el director de la compañía, ni algún carruaje aquí, a ningún precio. Me desespera esta forzada inacción y el escrúpulo de ir a la redacción a cumplir con mis deberes. De allá me prometieron mandar un automóvil que nunca llega… Tengo que resignarme, pues, a esta huelga forzada.

9.20 P.M.- Al fin consigo comunicarme con San Ángel y hablo con el Lic. Jenaro Palacios. Dice que allí todo está tranquilo, aunque se habla vagamente de ataques zapatistas; que sólo sabe de cierto que por el pedregal andan unos diez o doce soldados dispersos, o desertores, a quienes se procura y espera capturar, antes de que su núcleo aumente y engendre algún mal designio instigado por los sucesos corrientes.

10.30 P.M.- Después de asegurar lo mejor que se puede las puertas exteriores de la casa, subo a las recámaras… A la angustia de los sucesos del día se junta la que las tinieblas traen consigo, pues la luz eléctrica no ha vuelto a restablecerse, y al temor ingrato, aunque remoto, de una incursión de zapatistas. Por fortuna la luz eléctrica vuelve de pronto, lo que nos tranquiliza, denunciando que aún prevalecen en la ciudad ciertas condiciones de orden relativo. En ese estado de alma, abro una ventana y me sorpende el aspecto augusto y solemne de una clara noche estrellada y tranquila, en cuya silenciosa calma no discierno más que el ladrar, un tanto exasperado, de los perros en la lejanía. Y me acuesto…

LUNES 10.- A las ocho a.m. me despierta el teléfono, por el cual un amigo me comunica las siguientes nuevas: que a las nueve de la mañana las tropas leales iniciarán un bombardeo para recuperar la Ciudadela; que Blanquet ha llegado de Toluca y que Ángeles está por llegar del Sur…

Mientras desayuno, mi vecino Bracho me envía periódicos de la mañana donde lo único nuevo que veo es el fusilamiento de los generales Ruiz y Villarreal, por las tropas leales. En vano a la hora señalada nuestros oídos quieren percibir el anunciado cañoneo… ¡Nada! Asomándome a las ventanas del piso superior de la casa, veo por las vertientes del Ajusco, nubes de polvo en una gran extensión, hacia Xochimilco. ¿Serán las tropas de Ángeles? ¿Serán los zapatistas?…

Del “Country Club” y de Tlalpan telefonean que todo está tranquilo, difundiendo por todo el Ajusco las limitadas polvaredas que antes viera, comienza a soplar un viento del Sur que une su terquedad enervante a nuestra justa nerviosidad…

12.05 P.M.- No hay noticias de México, ni de parte alguna.

4.30 P.M.- Telefonean que en derredor de la Ciudadela y de Palacio hay una gran cantidad de tropas en actitud expectante. De un momento a otro se producirá pues, el inevitable combate… Sigue soplando, con visos de huracán, un insoportable viento austral. La tarde pasa entre continuas alarmas: “¡Los zapatistas están en Tlalpan, están ya en Coapa!”… Telefoneando a esos lugares, resulta que no hay nada serio sino vagas apariciones de gente que las circunstancias hacen sospechosas.

Son las 8.30 y tomando un libro de mi biblioteca subo a acostarme.

MARTES 11. 9 A.M- Llegan El Imparcial y Diario diciendo que el Gobierno tiene cuatro mil hombres y parque en abundancia y que el combate, que será formidable, se espera de un momento a otro. Anoche el licenciado Castro, director de El Diario me dijo que creía seguro que la situación sería dominada por el Gobierno ¿No serán buenos deseos?

10.30 A.M.- Ha comenzado el cañoneo en México; con intervalos de un minuto se perciben fragores resonantes; sin duda de piezas de gran calibre y luego sonoridades más secas y débiles; tal vez ametralladoras o fuego de fusilería. De pie en la puerta de mi estudio, que ve al norte y de donde llega el viento de la ciudad, oigo, oprimido por íntima congoja, el ruido pavoroso a cuyos ecos se extingue tanta vida inocente y corre tanta sangre de víctimas. Y en contraste con esa barbarie, miro enfrente el jardín lleno de cosas delicadas y frágiles, los brotes nuevos de los árboles; las primeras flores del durazno; las menudas y blancas gallinas habaneras; los chupamirtos haciendo su ronda matinal en torno de las flores que dejan temblando y más allá, en el lago, entre el carey glauco de sus aguas que el sol mancha de oro, los peces de colores, tranquilos,lentos, en su eterna paz búdhica…; es la santidad de las plantas y la inocencia de los animales en medio de la abyecta barbarie de los hombres…

11.35 A.M.- Ha cesado el cañoneo y parece que hay una tregua. Mi sobrino por teléfono: que la Ciudadela está demolida; que las ametralladoras federales barren a los rebeldes; que la mortalidad es horrible y que Félix Díaz ha metido a fuerza a la Ciudadela a multitud de paisano, incapaces hasta de manejar un arma…

12.10 P.M.- Se reanuda el cañoneo, pero los disparos se producen a mayores intervalos. Antes eran uno al minuto, ahora en media hora sólo he oído seis.

A las 12.40 ha vuelto a cesar el cañoneo…

Para distraer un tanto este incesante y vano trabajo de la imaginación en medio de la incertidumbre, abro un volumen de la obra cuyos cortos párrafos leo siempre que no tento un largo tiempo que consagrar a la lectura. Y por casualidad ese volumen resulta ser el tomo IV del Diario de los De Goncourt que, comprendiendo los años 1870-1871, no habla más que de los desastres de la guerra y de la Comuna. Voy a cerrar el libro pensando que para emociones de esa clase tengo bastante con las reales, pero sin quererlo me engolfo en la lectura. Leo la entrada de los Versalleses a París; escenas de muerte, de heroísmo, de horror, descripciones de ruinas gigantescas: el Chatelet, el Palacio de Justicia, el Hotel-de-Valle… Y como pienso que cuanto suceda en México será pequeño junto a las catástrofes y a las hecatombes que acabo de leer, la emoción resulta tónica y obra en mi espíritu ese sentimiento de fatalismo búhdico que se apodera de mí en todos los momentos graves y peligrosos que me trae al recuerdo la grandeza de las catástrofes acaecidas en el mundo, que según la Teosofía deben de producirse, y junto al elemento cósmico de las mismas se reduce mucho la gravedad de los actuales sucesos. Recuerdo también, por asociación de ideas, aquel pavoroso y admirable apólogo de Lafcadio Hearn, de aquel peregrino que durante toda una noche asciende por una montaña de gruesos guijarros que en realidad ¡son los miles de cráneos que ha habitado su propio cerebro durante millares de sucesivas encarnaciones!

1 P.M. a 2 P.M.- El cañoneo se establece y cesa por intervalos

2.30 P.M.- En medio del cañoneo que se oye a largo e iguales intervalos, suena el teléfono comunicando que Félix Díaz marcha sobre Palacio; que Huerta ha sido rechazado tres veces al intentar tomar la Ciudadela y que continúa la enorme mortandad…

4 P.M.- Un cúmulo de noticias: que Huerta ha sido herido y Blanquet muerto; que el Hotel Imperial, frente al Café Colón, el nuevo teatro, el Correo y Palacio están destrozados por los proyectiles de artillería; que Díaz ha llegado a Palacio. Salgo a la calle. Adolfo Álvarez Hegewish, que dice regresar a pie de México, dice que el batallón 29, el Blanquet, está deshecho; que en todas partes se dice que Félix Díaz está obteniendo la ventaja. Más tarde por teléfono, Maclovio Ramos dice que Félix Díaz ha entrado a Palacio y que el Presidente Madero se ha retirado de Chapultepec…

8.45 P.M.- Urueta telefonea desde Palacio que todo va bien hasta ahora; que el Presidente está ahí y que no es cierto que Huerta esté herido y que Blanquet está vivo.

Desde las 6 p.m., el fuego ha cesado por completo. La noche de luna bellísima sin una ráfaga del viento que soplara, llena de serenidad y silencio.

Miércoles 12 8 A.M.- Despierto al retumbar del cañoneo que, aún somnoliento, escucho con la vaga angustia de una pesadilla. Llega El Imparcial. Casti todo cuanto ayer se dijo es inexacto. A pesar de la mortandad que el periódico hace llegar a quinientas víctimas, quizás disminuyendo la cifra real, las condiciones continúan invariables y el Gobierno no parece haber obtenido ventajas sensibles. El Presidente sigue en Palacio y Félix Díaz en la Ciudadela.

10 A.M.- Por teléfono: que el combate parece reducirse a un duelo de artillería en medio de una ciudad, ¡cosa inaudita!; que por resultado del bombardeo los presos de Belén han quedado en libertad y que, como salen hambrientos y soliviantados por los sucesos, no sería difícil que partidas de ellos intentaran incursiones a los pueblos limítrofes de la Capital. Lo comunico a los vecinos y a la Prefectura.

A la una de la tarde el capitán Flores me dice que han quemado las redacciones de Nueva Era  y Diario y que se disponen a hacer lo mismo con la redacción de El Imparcial.

6.30 P.M.- El “tableteo”, la crepitación peculiar de las ametralladoras es muy perceptible, sobre todo cuando el viento sopla del lado de la ciudad.

Don F. A. me dice que por muchos motivos que no puede decirme por teléfono, cree que el Gobierno está debilitándose a cada momento y que a la postre caerá. Por otro conducto me llegan multitud de noticias entre las cuales las más importantes son éstas: que el Ministro inglés y otros representantes extranjeros han conferenciado con el Presidente y aun parece que se han atrevido a aconsejarle que renuncie, lo cual me parece inconcebible de parte de un grupo de diplomáticos. Por supuesto, el Presidente contestó que no renunciaría…

JUEVES 13. Despertamos sin escuchar un sólo disparo del lado de la ciudad. Llega El Imparcial y no confirma las noticias alarmantes de ayer, ni la intromisión diplomática… La entrevista de los ministros extranjeros con el Presidente parece no haber tenido otro objeto que pedir el reconocimiento como zona neutral de las colonias Roma y Juárez.

Al crucero del ferrocarril de Xochimilco ha llegado un pequeño tren de Provisión de Aguas, procedente de la ciudad. Ávidos de noticias amos individuos rodean a los maquinistas. Llegan por la misma vía otros trenes con familias de la ciudad, que huyen trayendo sus colchones y enseres de primera necesidad.

6 P.M.- Durante todo el día ha seguido el cañoneo, exasperante, rabioso, infernal, sembrando la muerte en la ciudad y arruinando las propiedades… Cinco días de diabólico cañoneo dentro de una ciudad, es algo inverecundo de inaudita barbarie… Lloran en estos instantes centenares de viudas y de huérfanos; sufren las mujeres y los niños, comienza el hambre a sentirse en los hogares de la gente pobre que no come porque no trabaja… ¡Y mañana vendrá la peste! La perspectiva no puede ser más desconsoladora…

Mientras prosigue este “sonoro rugir del cañón”, tan prodigado en las estrofas del Himno, tan diverso del que se une al jubiloso repique de las fiestas patrias, las figuras de los dos protagonistas de esta rebelión vienen a mi memoria obstinadamente, desprendiéndose, como si dieran un paso al frente, de las largas y compactas filas de condiscípulos míos en el Colegio Militar.

De antigüedad mucho mayor que la mía, Mondragón era capitán y Félix Díaz sargento cuando yo ingresé como alumno a Chapultepec, más por persuasión de mi familia que por propia vocación…

Vienen a mi memoria las dos figuras, y a la verdad que no me es posible discernir en manera alguna en ninguna de ellas las condiciones y requisitos del Jefe de Estado o del gobierno idóneo…

De buena estatura, nervioso, delgado y vivo en sus movimientos, con rostro cuya extrema palidez agrandaba los negros ojos ojerosos y un tanto soñadores. Mondragón, quizás ayudado por semejanzas de uniforme y por el poblado bigote, recordaba a los oficiales franceses del Segundo Imperio y parecía un oficial de zuavos o capitán de zapadores de Crimea o Sebastopol…

Vistiendo la “pelliza” de gala de artillero y calzando las botas Chantilly de breves acicates, era Mondragón, cuando soltero, el lion de las niñas casaderas de Tacubaya desde La Ermita y El Árbol Bendito, hasta la Plaza de Cartagena y las alturas de San Diego, llenas de cuarteles y del remoto y viejo Observatorio Astronómico.

Cumplido militarmente, sin la intransigencia de los apellidados “espirituosos”, y con una buena carrera técnica que nada tenía de excepcional, Mondragón llegó a ser notario cuando modificó cierta pieza de los cañones Bange y fue declarado invento, al punto de que cierta boca de fuego fue, por antonomasia, llamada “Cañón Mondragón”.

Aquí recuerdo cierta conversación con un inteligente aunque escéptico amigo mío a bordo del paquebote alemán “Princesa Imperial Cecilia” de la línea hamburguesa, en regreso de Europa… Mi amigo me decía:

—Los franceses son hábiles y sagaces vendedores, capaces de gentiles condescendencias si con ellas afianzan el éxito mercantil. Y esto sucede lo mismo tratándose del menudo y frívolo article-de-Paris que de baterías de cañones de batalla… ¿Que llega, oriundo de alguna república de los petits-pays-chauds el ingeniero Mosquitia quien añadió una espira más en el tornillo de las ametralladoras?… Pues bien, si el ingeniero, operando sobre el espíritu patriótico y marcial de sus conciudadanos, asegura la compra de algunos centenares de esos mortíferos aparatos, las ametralladoras en cuestión, desde que abandonen la fábrica se llamarán en su honor ¡Ametralladoras Mosquitia! ¡Eso lo sabrán sólo los paicesitos cálidos, pero creerán que su fama es universal, con lo cual las fábricas de Saint-Rolland-sur-Meuse habrán hecho un negocio redondo, Mosquitia, orondo, será un héroe epónimo y los ciudadanos del pequeño-país-cálido, ebrios de nacionalismo militante y de cultura ametralladora y autóctona, seguirán exterminándose concienzudamente, los unos a los otros!

Así hablaba mi amigo mientras el crepúsculo marino tenía de anaranjado las claraboyas de cristal del salón de fumar y él, satisfecho de su escepticismo, hincaba el diente ávido en un sandwich de ganso en escabeche rebosante de menuda sauerkrout… Lo cual no quiere decir que los inventos del Capitán Mondragón hayan sido simples reformas, exaltadas a inventos por la filosofía mercantil de Saint Chaumond…, sino que siempre ha existido en el carácter mexicano una prevención negativa y malévola. Por lo demás, y en mi concepto, es tan discutible el mérito de inventar un cañón, que lo subordino al de descubrir una eficaz ratonera que diezmando a los domésticos roedores acreciente nuestro bienestar así sea en mínima parte… No es por cierto inventando algo que a la vez que aplacara nuestros ímpetus militares, estimulara nuestros deseos, profundamente latentes, de trabajar en paz en algo constructivo y altruista aunque fuese en grado mínimo.

Así es que aun suponiéndolo inventor de cañones tan grandes como el de Arizona, orgullo de las geográficas artillerías, no logro añadir un ápice a las probables virtudes gubernativas de Mondragón, en el caso de que esta aventura malhadada que victimiza a toda una ciudad, lo llevase al poder…

Tras de los ojos soñadores del Capitán Mondragón, cuya expresión tanto contrasta con la brusca voz cavernosa al alzar las voces de mando, me parece adivinar algo inquietante… Sus ojos febriles denunciaban un gran fuego interior; pero en un militar, invento de cañones por ende, ¿qué puede ser ese fuego, sino incendio de ambición, de poder, de mando y despotismo, apoyado por donaire en accesorio fuego de fusilería?…

Recuerdo también, en las disparatadas escenas de aquel amanecer de un Día de Corpus en que por ser el onomástico propio y el de su señor padre y homónimo, a la sazón Presidente de la República, el teniente Manuel González, hijo, al toque de diana matutino, se permitió la travesura de emborrachar a toda la oficialidad del Colegio, a sargentos y cabos y aún a algunos simples alumnos que acertamos a pasar a su alcance… Recuerdo en aquel amanecer en que se mezclaron a las últimas estrellas de la noche los primero fuego de Bengala de mi primera embriaguez —¡tenía yo 12 años!—, recuerdo al Capitán Mondragón, exaltado, entre un grupo de jóvenes oficiales, al compás de un piano, como en una zarzuela vienesa, brindar por las mujeres, por el vino, por la fortuna y el poder, en uno de esos brindis desesperadamente líricos y optimistas, de extraña fórmula sentimental: Lord Byron tamizado por Espronceda, espolvoreado con chile de Antonio Plaza, majado todo en el mortero de Dumas padre y servido en el platín del teatro Hidalgo por Cordero y Campuzano, los actores de papeles galanes y heroicos entonces en boga. Sí, en aquella atmósfera de “Los Polvos de la Madre Celestina” o “El Potosí Submarino”, o “La Pata  de Cabra” —pues para comparar aquella delirante y embrujada iniciación en el vino, mi adolescencia no hallaba mejores prodigios— en esa atmósfera que dos copas de anís y tres de Málaga crearon en derredor mío, brindaba el joven oficial arrebatado y delirante, valiente a mis ojos como D’Artagnan, fascinador como Montecristo y misterioso como el Capitán Nemo, señor del “Nautilus”. De aquella impresión y de otras posteriores y menos fantásticas, deduzco que Mondragón tiene positivas cualidades, su buena presencia predispone a su favor, sus ademanes son fáciles, su palabra elocuente; es sin duda insinuante y persuasivo…

Pero ese fuego interior que sus grandes ojos denuncian y que apenas chisporroteó en aquel brindis romántico, al parecer, aunque con muy positivos postulados, ¿en qué irá a resolverse?…

Por lo pronto y por mala ventura nuestra, en ese exasperante y enervante cañoneo que retumba en nuestra angustia vanamente expectante y que desquicia nuestra lógica trémula ante los brutales impactos.

VIERNES 14.- Cansado del bombardeo, me voy a viajar con el pintor Hirosigué por el Tokaído, abriendo su álbum famoso: “Las 53 estaciones del Tokaído”, y partiendo del puente Nihon Bashi del viejo Yedo, divaga mi espíritu atribulado en aquellos luninosos paisajes y lo descanso en sus serenos y agrestes reposorios… Qué lejos me voy, en compañía del pintor amado, de estas comarcas asoladas por el zapatismo. Recorro Kawasaki, Kanagawa… hasta Odawara, pensando en la fortaleza de los regentes Hojo que tan ágilmente sorprendió y tomó Taiko Hideyoshi dando origen, por el bizantinismo de los defensores del Castillo que conferenciaban dentro, al popular proverbio japonés: Odawara hyogi, “hablar para nada”… como nosotros los mexicanos en muchos casos. Mañana, partiendo de Hanoké, seguiré mi viaje si me lo permite el brutal fragor de los cañones fraticidas…

DOMINGO 16.- Despertamos sin oír el siniestro cañoneo. Desde mi ventana veo a Wanda, el jardinero, que con una pértiga destruye un nido de orugas procesionarias en uno de los saúces del jardín. Avanza la mañana entre la paz pueblerina y el silencio que ahora no turba ni el ruido de los tranvías, apenas los débiles repiques llamando a misa en la vecina iglesia de San Mateo, escondida entre los árboles… Son ya las 11.15 y en el jardín, donde aguzo el oído esperando a cada instante distinguir los fatídicos fragores, no oigo sino los mínimos y agrestes ruidos: el súbito zumbar de los chupamirtos; el cloquear a lo lejos de las gallinas habaneras; el ruido de las tortugas que se asolean en las piedras del lago y que se echan al agua al acercarme… El sol está ya en el cenit sin que allá en la ciudad enigmática el cañoneo vuelva a tronar. ¿Tregua misteriosa?… ¿Armisticio convenido? ¿Negociaciones que intentan encauzar racionalmente esta situación inverecunda?

Conjeturo que esta interrupción de la encarnizada lucha sólo puede tener dos causas… O el debilitamiento de una de las partes combatientes o la intervención extraña que, suavemente diplomática por el momento, puede asumir quién sabe qué caracteres más tarde. En efecto, los navíos de guerra americanos deben estar llegando a Veracruz y esto quizá modifique los estupendos caracteres de la lucha insensata en el corazón de una ciudad cuyos inocentes pobladores son sacrificados por las armas fraticidas como por las fueras ciegas de una conflagración o un terremoto.

Pero estas conjeturas surgen y se deshacen en medio de esta incertidumbre que es un verdadero tormento.

Intento evadirme de la opresora realidad en la lectura, y momentáneamente lo consigo siguiendo el maravilloso análisis de la parte técnica del metier del escritor, de la formación y la expresión de ideas y sensaciones en misterioso trabajo subconsciente, hecho por Lafcadio Hearn en el prólogo de su libro póstumo The Romance of the Milky Way.

1.40 P.M.- Durante la mañana han seguido corriendo versiones a cuál más desagradables, que tienen por vehículo los incesantes telefonemas de deudos y amigos; extraños boletines minúsculos mal impresos y peor redactados de misterioso origen, que circulan de mano en mano y noticias verbales propagadas por individuos oficiosos que en carrera de relevos, como los correos de Moctezuma, hacen llegar hasta estos suburbios las noticias de la ciudad preñada de tragedias…

Aseguran que el armisticio que está prevaleciendo se concertó con el fin de hacer que los habitantes de la metrópoli salieran del teatro de la lucha… ¡Pero eso es insensato! ¿Cómo y hacia dónde puede efectuarse ese éxodo, esa emigración en masa de medio millón de seres humanos?… Se asegura, por teléfono, que el combate se reanudará a las 3 P.M. y al instante otro rumor asegura que la tregua prevalecerá durante toda la noche de hoy…

Los cadáveres de combatientes y víctimas ocasionales están siendo llevados por el rumbo de Balbuena donde se hacinan y, rociándolos con petróleo, se trata de incinerarlos en previsión de epidemias. La gran exedra del monumento a Juárez es, según me cuentan, un enorme amontonamiento de cuerpos sin vida, un horrible necrocomio. Extrañas ofrendas al patricio que nos salvara… ¡Juárez presidiendo la Morge!

Los árboles del Zócalo están destrozados por el huracán de pólvora y hierro y en torno de la Plaza de Armas, que siniestramente acredita ese nombre del medioevo, palacios convertidos en caballerizas, llenos de estiércol y de soldaderas que preparan el rancho o curan a los “Juanes” en paradójicos grupos de verbena y de hospital. El Palacio Municipal es una ruina en partes y el Nacional está hecho una criba por la rabiosa metralla. Oigo a dos idiotas sin conciencia que pasan a la vera del jardín para celebrar alborozados “la precisión” de un cañonazo iconoclasta que rompió los mármoles de la fachada del Teatro Nacional… Desprecian la armoniosa arquitectura y celebran la artillería destructora… ¡Triunfo de lo brutalmente negativo sobre la afirmación espiritual! Todo un estado del alma que temo prevalezca en la gregaria mayoría… En efecto, una ciudad donde los oscuros mítines intentan derrocar a cañonazos al Presidente electo por el pueblo, no necesita teatros sino casa-matas blindadas… La ciudadela ametrallando al Capitolio y de paso la boca del cuartel vomitando fuego sobre los ciudadanos, diezmándolos, asediándolos en sus propios hogares violados y arruinados. Por todas partes sangre, luto y desolación, y para que nada falte en la crisis paroxística de regresión y barbarie se dice que ya se forman en la urbe grupos de malvados que tratan de amotinar al pueblo de los arrabales para lanzarlo quizá al incendio y al saqueo. La excecración del profeta se hace audible: “¡Oh, Abominación de la Desolación!”

2.30 P.M.- Desde el jardín siento que una mano golpea la ventana del estudio junto al cual escribo, y oigo que una voz alarmada me dice:

—¡Ya se están batiendo otra vez! ¡Ya van tres cañonazos!…

Al salir, para cerciorarme, un gendarme que me distingue a través de la reja del jardín se acerca y me dice que va a “acuartelarse” con sus compañeros porque los zapatistas están ya tiroteándose con el destacamento federal de San Andrés, junto a Tlalpan.

Estamos, pues, en Coyoacán, entre dos fuegos… El viento que ahora sopla inoportuno parece burlar nuestra ansiosa expectación sin permitir que nos cercioremos de si se producen detonaciones amenazantes en los aledaños del pueblo o de si continúa el cañoneo en la ciudad.

Persona seria y bien informada me cuenta que el brigadier R. N., días antes de ser nombrado Jefe de la Artillería, hablaba, y reiteradamente, de “pronunciarse” contra el Gobierno y que al ser nombrado para ese puesto, no pensó en las instituciones, ni en el Gobierno, ni en la Patria, sino que avizorando sólo una oportunidad para satisfacer odios y rivalidades personales exclamó con siniestro alborozo:

—¡Ahora sí voy a acabar hasta con la semilla de los Mondragones!

Triste prueba de que el odioso personalismo que siempre fue zurdo móvil en nuestra vida pública, se recrudece hoy entre el desorden propicio y amenaza el bienestar de todos. Como si a la sociedad y al pueblo les importaran lo odios privados de dos señores artilleros que se manifiestan tan eficaces y ansiosos en la destrucción que su oficio implica, como ineptos para toda tarea constructiva, sobre todo la de la patria y de sus instituciones…

Y, sin embargo, de esos odios personales y de las tenebrosas intrigas que producen, la nación ha sido siempre la víctima, y por lo visto, seguirá siéndolo.

Lo más triste es que ese general que pretende usar las armas que la patria le ha confiado, para saciar sus pasioncillas, no es un “chinaco” cualquiera sino un hijo del Colegio Militar de Chapultepec, donde los gloriosos fantasmas de Escutia, Melgar y demás juveniles héroes deberían inspirar actos dignos de su paradigma inmortal.

¡Dichosos los pueblos que, como el japonés, sobre todas las virtudes viriles colocan la lealtad y de ella derivan su maravillosa fuerza!

El libro más popular y más educativo del Japón, el Chiushingura (“Los 47 Caballeros vengadores”), una especie de Biblia cívica, no es, en efecto, sino la epopeya de la lealtad… y por el simple culto a esa virtud es el Imperio del Sol Levante uno de los países más homogéneos y más fuertes en la historia del mundo. En cambio a nosotros nada nos ha debilitado tanto como esa deslealtad que sacrifica los más altos intereses patrios por satisfacer ínfimos móviles personales o de partido… La historia nuestra abunda en esos tristes ejemplos que no será extraño se reproduzcan de complicarse la situación internacional…

Los zapatistas están en Tepepan, según un grupo de gentes que viniendo de allá, pasan por la calzada y se detienen a hablar con Santa María, el maestro albañil… Dicen que las hordas van pasando pacíficamente, en tránsito hacia México y que se hacen preceder de correos que dicen a los vecinos de los pueblos del trayecto que no se alarmen, que van de paz y que sólo desean que se les dé qué comer…

En previsión de la llegada de los zapatistas y como ingenuo arbitrio de defensa, mis vecinos, el senador Bracho y su familia, han quitado las cortinas de sus balcones y puestos los letreros: “se alquila”…

Calma un tanto la alarma causada por el avance de los surianos el avance por la calzada de Churubusco de un numeroso piquete, casi un escuadrón de gendarmería montada, muy bien equipado en armas y monturas y en correcta formación. Un muchacho les pregunta a dónde van y uno de ellos contesta:

—Pos dónde ha de ser… ¡al baile!

Y otro, irguiéndose sobre los estribos y volviendo el rostro, grita al pasar fanfarrón y jovial:

—¡Vamos al baile y verás qué bonito!

Esto lo dice cantando y después hosco declara:

—¡A echarles lumbre a los “pintos”!

Me habla por teléfono, desde México, Fernando Galván; me dice que está herido en una mano por un casco de metralla; que en Veracruz han fondeado dos flotillas, una francesa y otra americana; que de ésta trescientos hombres, sin armas, vendrán a custodiar la delegación; que el Gobierno prepara para las 2 A.M. un supremo y vigoroso ataque contra la Ciudadela…

LUNES 17.- Como estuve leyendo en el estudio hasta después de media noche, me levanto a las nueve. La criada que me sirve el desayuno me dice que desde las siete se han estado oyendo algunos cañonazos; pero en estos momentos no se oye absolutamente nada…

10.40 A.M.- Terrible cañoneo. Detonaciones cuya vastísima sonoridad hace presumir que han entrado en juego cañones de mayor calibre…

Después de las 12 telefonea don Pancho Asúnsolo, que como nada sabe, nada puede noticiarme. Sólo me confía sus temores de complicaciones de toda especie y que cree probable que algo haya sucedido en su hacienda cerca de Teotihuacán, pues nada saben de su hermano…

MARTES 18.- Cañoneo intermitente que arrecia a las 11:30 y finaliza cerca de las cuatro. Alguien cree distinguir vago rumor como de repiques viniendo de la ciudad. Mi vecino Bracho me envía un periodiquillo, El Artesano, en que se dan vagas noticias de ventajas obtenidas por el gobierno y la seguridad de que su triunfo definitivo está próximo. Pero a las siete de la tarde, al sentarnos a la mesa para cenar, el japonés Inokuchi llama a mi criado Wanda por el teléfono, que está en la pieza próxima, y sostiene una viva conversación en su idioma, en la que distingo por lo que Wanda aclara y comenta, cosas alarmantes. Este dice,  por ejemplo, como deseoso de ratificar:

—¿Félix Díaz Banzai, Praza ni makoto deska?

(¿Vivas a Félix Díaz en la Plaza… es posible?)

Por fin Wanda cuelga la bocina y adivinando mi ansiedad se apresura a explicarme.

Su paisano y amigo Inokuchi, que acaba de llegar de la metrópoli, se encontró la Plaza de Armas llena de una inmensa muchedumbre que vitoreaba a Félix Díaz. Oyó también decir que Madero está preso y otras cosas más que quizá mal interpretadas por los japoneses me parecen incoherentes o increíbles…

Pero más tarde se confirma la repugnante noticia ratificando lo que, insinuado en la conversación telefónica de los japoneses, me pareció inverosímil. Huerta y Blanquet, en quienes Madero había confiado lo han reducido a prisión junto con Pino Suárez… ¿Qué vendrá después? Hasta qué punto llegarán estas tragedias progresivas e insensatas que pretenden salvar a una nación mal gobernada y no son en el fondo sino el solapado arbitrio de los señores militares para servirse el banquete de su famélica ambición sobre la sangre del pueblo asesinado?…

José Juan Tablada, Obras-IV Diario (1900-1944), Edición de Guillermo Sheridan, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, 77-95, (Nueva Biblioteca Mexicana).

 

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