Otra muestra de poesía argentina No. 3: Santiago Sylvester

Santiago SylvesterEn el marco de “Otra muestra de poesía argentina”, preparada por Carlos Aldazábal, presentamos la poesía de Saltiago Sylvester (Salta, 1942). Ha recibido los premios  Provincia de Salta, Fondo Nacional de las Artes, 3er. Premio Nacional de Poesía, Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges y Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.

 

 

Para leer la introducción a la muestra de poesía argentina, sigue este enlace

 

 

de “ESCENARIOS”

 

 

 

La rótula

 

De una rótula conozco, sobre todo, la palabra rótula.

No sé qué sabe la rótula de mí, tal vez que hablo solo y

duermo de a pedazos,

pero ocurre que nos necesitamos, nos debemos favores, y

eso cuenta al hacer el inventario.

 

Ella es un énfasis entre vocales graves,

yo un peso arbitrario, propenso a caminar sin rumbo.

Ella viene del latín, de boca en boca,

yo vengo de Salta, de tropiezo en tropiezo.

Ella se incrusta como un acorde haciendo fuerza,

yo digo mi opinión: enfermedad sagrada que agradezco a

Heráclito.

 

Y aquí estamos los dos, sin saber el uno

casi nada del otro, pero ambos

capeando el temporal cuando lo premonitorio

habla de una dura década

que ya habrá comenzado,

y el dato de ese cálculo soy yo:

                pieza llena de mañas

                que ha llegado hasta aquí

                gracias a la complicidad de lo que ignora.

 

 

 

 

Mujer en la esquina

 

De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre,

yo no tengo conocimiento; y si cada uno espera que

caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos

sin aliviar la carga.

Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe  

distinto en cada caso, yo eligiendo la carta para ver si acierto;

ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo

olfateando el rastro con precipitación;

y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no

guarda para sí, buscamos lo excitable de la especie para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre unión de las mitades.

 

Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo

atestiguando lo que he dicho:

                que si espera en la calle

                se debe al intercambio,

                si entra en el bar y llama por teléfono,

                si disloca hasta morir la mandíbula del alma

                y se ríe cuando corresponde llorar

                se debe al intercambio: esas partes separadas

en busca de lo mismo.

 

Y es todo lo que sé.

Pero ella sabe más:

                sin salir de la esquina

                conoce el mar por el tripulante a deshora,

                el mercado por el olor de una manos,

                la vaca por el carnicero;

y si no quiere ni oír

hablar del corazón, acostumbrada

como está a la charla,

es porque sabe que ahí cruje la madera.

El corazón es puro esteticismo.

 

 

 

 

de “CAFÉ BRETAÑA”

  

EL tiempo cobra peaje a todo lo que ha nacido para durar.

Peaje a la belleza, al porvenir, al odio;

peaje a ese montón de pelo atado en la nuca de la mujer,

a la mirada del hombre,

a las palabras que se dicen, al sentido:

                peaje aún sin saberlo,

                como existen caminos aunque no vamos a ninguna

parte.

 

Ellos se han sentado allí, mesa de por medio, con la

intención de eternidad que aturde a todo lo transitorio:

solos y a la vez acompañados,

en estado de mudanza;

condenados a buscar cómo se sale de la contradicción.

 

El tiempo cobrando peaje es infalible;

y yo mismo, a mi pesar, sin ser el tiempo cobro peaje:

                no soy el tiempo, pero soy el que mira.

 

 

 

 
UN golpe en una mesa,

y el hombre mira alrededor, sin éxito ni culpa, sólo con

el asombro del que, repleto de whisky, no encuentra qué decir.

 

La palabra, una autopsia: un corte transversal en el

cerebro;

y de este menoscabo del lenguaje se alimenta un época que cesa, no por agotamiento, sino por crispación:

                               el psicoanálisis concluye en epilepsia,

                               la semiótica esconde su abuso en la trastienda,

                               la fanfarria de la ciencia no logra descifrar sus

propósitos;

                               ¿y qué haremos con la actividad de la palabra?

 

Un hombre ha golpeado la mesa, torpe la lengua y la

Mirada idiota,

y ha marcado el arranque de una nueva era:

                él es su profeta,

                una trompada en una mesa su huella digital.

 

 

 

 
NO tiene brillo ese hombre,

ni siquiera cuando toca el violín:

descascarado, pulcro, con la edad ya insegura: una pared caleada que muestra a su pesar las noticias del tiempo.

 

Ni brillo ni resolución: sólo un resultado.

Se acerca a cada mesa y deja allí flotando la mano con

que pide: la misma mano que sostiene el arco y

suelta ante nosotros fragmentos de Paganini,

aproximaciones y retazos.

Mano experta que, al aunar dos gestos, conoce la

distancia entre ilusión y derrumbe: mano que actúa

como si no supiera que esa distancia es ella.

 

 

 
ESTE sitio, como todos, es una excepción: mezcla de

estilos, huída de la naturaleza al sucedáneo, y saber

que esto (una excepción sumada a otras) es todo lo que podemos esperar.

 

La cerveza de ese hombre junta bilis;

una falsa rubia detiene demasiado su mirada;

ese codo en la mesa supone una teoría: soledad por puro

método, y un campo de realización que ha fracasado hace años.

Alguien cerca tose, cuenta monedas o juega con las

llaves;

alguien descubre un axioma imprevisto: con las mismas

personas se habla siempre de las mismas cosas;

alguien mira hacia fuera.

 

He aquí una amplia escena: elija usted el nombre, péguele

el rótulo, envíe el paquete a donde quiera; y por favor no agite el frasco, deje en paz el contenido.

 

 

 
DESPUÉS, ya veremos: por ahora

lo que conocemos del futuro es el presente.

 

Ese hombre afirma que nunca se irá de la ciudad;

su amigo, lo contrario: su tendencia a la huída.

Una joven, desdeñosa, se niega a perdonar.

Un hombre saca del bolsillo una entrada para el teatro.

Una muchacha, deslizada hacia la desgracia, sorbe un

café con la mirada en otra parte,

y en la mesa vecina un estudiante anticipa su porvenir.

 

Es fácil conocer el futuro: con sólo oír a esta gente, ya

sabemos su trama,

que no es sino una cita colectiva:

                cuándo, dónde, con quién,

                ese es todo el problema.

 

 

 

de “CALLES”

 

DE todas las teorías, la que más me intriga es la de la

                reencarnación: no

por lo improbable de haber sido hugonote

o coliflor en una huerta etrusca,

sino por la sugerencia implícita de que

cada uno de nosotros merece haber sido otra cosa.

 

Hablo de merecimientos: la insistente sucesión que viene

                desde lejos: el que es, el que

pudo haber sido

o para averiguarlo con ejemplos: el que quiere el bien y

hace el mal, el que tala un bosque y

ronca bajo el agua,

el que degüella la gallina para la cena pascual,

el que se disgrega en la noche con las canciones de la

buena nueva: o

el que, como cualquiera de nosotros, ha heredado un

error.

 

Hasta que nos retiramos juntos hacia un rumbo inesperado,

y ahí queda la pregunta de si es útil buscarnos en la

ceniza funeraria donde, todos revueltos, estamos

inventando un porvenir.

 

 

 

de “EL RELOJ BIOLÓGICO”

 

(perseverancia del halcón)

 

 

 

TIENE nombre ilustre

y lo protege la serenidad: vuela sin inmutarse por el

espanto

de esos pequeños alborotadores que resguardan huevos y

pichones:

                                               él

con alzada majestuosa

y ojo directo

busca comida.

 

                               Por estas quebradas

pasó la historia: él

vio todo: gente a manotazos, escapando o persiguiendo:

el murmullo de muertos que se escucha promediando

enero: una partida de gauchos al acecho, la

cabalgata heroica de pobre gente

obligada al heroísmo:

y vio también el merodeo, el desplazamiento: los restos

de una civilización que ha prescrito: piedras y cantos con alguna ceremonia:

                                                                                  él

vio todo desde su vuelo impertérrito: no juzga, no invoca,

no confía: tiene

hambre.

 

Vuela, aterra, y todas las tardes

organiza ese escándalo; desde aquí

lo veo: sabio, sin prisas, esperando

que todos nos volvamos comida: historia, huesos, animales,

persona.

 

 

 

de “LA PALABRA Y”

 

 

(posiblemente el unicornio)

 

 

 

 

Un unicornio mira desde tierra firme el Arca de Noé: lo

olvidaron al cerrar la compuerta.

Después vino la lluvia, y otra vez la lluvia. Peces,

pájaros y caimanes, más los zancudos que caminan sobre

       el agua, tenían su habilidad

y no sufrieron sobresalto en la cuarentena más húmeda

       que se recuerda;

el unicornio, sí.

 

                       Elefantes, caballos,

quirquinchos y corzuelas 

estaban bajo techo en la chalana célebre

cuando se vino abajo el cielo inhóspito: cabras, gallinas

y tortugas (“ese

interesante animal que es a la vez

animal y domicilio”)

iban a salvo de cualquier diluvio;

el unicornio, no.

 

Por este olvido llegan de vez en cuando noticias de algo

que se perdió en un mapa antiguo, en algún

pergamino tapado varias veces por el polvo: señales

confusas que ya vienen de ninguna parte: restos flotantes

       desde antes que el tiempo se volviera historia.

 

Y sólo queda el olvidado, el que no pudo ser,

el que dice cuando un artista atacado por el virus místico

lo rescata en un tapiz o en el cuadro de alguna sacristía:

“nací perdido y no quiero que me encuentren”; y mira

       desde tierra firme.

 

 

Datos vitales

Santiago Sylvester (Salta, 1942). Es autor de doce libros de poesía, de un libro de cuentos y uno de ensayos, publicados en Argentina y España. Ha recibido los premios  Provincia de Salta, Fondo Nacional de las Artes, 3er. Premio Nacional de Poesía, Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges y Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. En España recibió los premios Ignacio Aldecoa, de cuentos, y Jaime Gil de Biedma, de poesía. Es autor de dos antologías de la poesía del Noroeste Argentino (Fondo Nacional de las Artes), de una antología de la poesía de Manuel J. Castilla, y ha realizado ediciones críticas de las obras de Juana Manuela Gorriti y Federico Gauffin. Dirige la colección Pez Náufrago, de poesía, y es codirector de la colección de ensayos Época, ambas en Ediciones del Dock (Buenos Aires).

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