Otra muestra de poesía argentina

Semana Argentina

El poeta, crítico y editor argentino Carlos Aldazábal, nos presenta “Otra muestra de poesía argentina”, su conjetura respecto al actual estado de aquella tradición lírica. Sin duda, se trata de un magnífico dossier para los lectores de Círculo de Poesía. Aldazábal ha sido antologado recientemente en Poesía ante la incertidumbre. Antología de nuevos poetas en español.

Otra muestra de poesía argentina

por Carlos J. Aldazábal

(Para leer poemas y biografía del antólogo sigue este enlace)

Hablar de poesía argentina en esta encrucijada de época, es hablar de una multiplicidad de tradiciones, diversidad cultural que incluye diferencias no sólo de región sino también de género, de etnia y de clase.

Por supuesto que la diversidad cultural no es motivo suficiente ni necesario para hablar de buena o mala poesía, siquiera para hablar de poesía a secas. Como señaló muy bien Oscar Steimberg, uno de los poetas incluidos en este mapa, para escribir poesía, como para hacer música, hay que saber tocar el instrumento: en música cuando se desafina se nota, y en poesía también.

A pesar de esto, la perfección técnica ni en poesía ni en música alcanza para definir una expresión artística: la desafinación, bien empleada, también puede ser un recurso válido, siempre que se sepa por qué es imperiosa la estridencia. Nuevamente la cuestión del saber, que, en mi opinión, es inseparable a la cuestión de las tradiciones. Y hablar de tradiciones estéticas remite al problema de la diversidad.

Toda tradición es selectiva, una selección del pasado que se actualiza en el presente. Y a ese pasado que se actualiza se suma, necesariamente, lo que Octavio Paz llamó “la tradición de la ruptura”. Quien a esta altura del siglo XXI se considere vanguardista no deja de ser un ingenuo o un ignorante: elegir “la tradición de la ruptura” es una de las opciones posibles de nuestro presente, que no invalida ni avala otros caminos, siempre que se tenga en claro qué se quiere decir, para quién y por qué.

Hasta mediados del siglo XX todavía podía pensarse el arte en general, y la poesía en particular, en términos evolucionistas. Este evolucionismo, junto con cierta consolidación del canon poético latinoamericano, habilitó cierto facilismo crítico que resolvió trazar los cambios de estéticas en términos de sucesiones generacionales, facilismo que en ciertos países con tendencia al centralismo, como es el caso de Argentina, simplificó la historia de la poesía del país en la historia de las estéticas generacionales de la ciudad capital, Buenos Aires. Simplificación que acentuó formas de olvido y de desconocimiento que recién ahora empiezan a enmendarse.

Persistir en la linealidad evolucionista del pensamiento local-generacional, no deja de ser un acto de mala fe que sólo puede traducirse como una forma de canonizar la parte por el todo: grupo de amigos que, a fuerza de voluntad, quieren representar todas las cuerdas de la poesía nacional desconociendo la realidad pluricultural del país.

La tendencia que, aunque atemperada, persiste hasta nuestros días, fue fundacional desde el siglo XIX, cuando la primera antología, La lira argentina, se limitó a antologar la región rioplatense, inaugurando lo que Santiago Sylvester, en un artículo ampliamente difundido en revistas especializadas y suplementos culturales, ha llamado “el país amputado”, esa triste tendencia centralista de tomar la parte por el todo. Es decir, la región rioplatense en el siglo XIX (o Buenos Aires y otros centros urbanos, como Rosario y Bahía Blanca, en el siglo XXI), en reemplazo de la realidad multicultural del país.

Esta complejidad de nuestra época es, al mismo tiempo que liberadora y justa, uno de los matices que alientan la desorientación y la incertidumbre a la hora de pensar los discursos poéticos contemporáneos.

Es conocida la respuesta que dieron a la incertidumbre algunos poetas de América y España  en un libro de reciente difusión (“dimos”, debería decir, ya que en la edición argentina se publicaron algunos de mis poemas): invocar tradiciones significativas de la producción hispanoamericana para fijar parámetros que señalen un Norte frente a la crisis: crisis en términos políticos, pero también poéticos, que incluyen la apatía y el renunciamiento, la proliferación textual y la ignorancia, el esnobismo y la egolatría, en desmedro de una palabra que recupere su potencialidad artística, su eficacia creadora y combativa. Una palabra que desafíe el sentido común de lo dado corriendo el límite de lo posible, sabiendo de dónde se viene para saber hacia dónde apuntar.

La tarea no es sencilla y, en este punto, una muestra, antología, o como se quiera rotular, de poesía argentina, no deja de ser un compromiso que exige, al mismo tiempo, una mirada democratizadora y rigurosa, que atienda al desafío de la diversidad cultural sin descuidar la importancia de las tradiciones que se actualizan, los pasados que se eligen para hacer funcionar la complejidad y la calidad del presente.

Aquí van a poder leer 21 poéticas que responden a diversas tradiciones de la poesía argentina, desde las tradiciones locales (Noroeste, Litoral, Cuyo, Patagonia, Río de la Plata) hasta las versiones trashumantes, desde la diversidad de género hasta la diversidad de etnia y de clase, con el denominador común de ocupar un espacio en el que conviven múltiples culturas, múltiples tradiciones en permanente defensa frente a las imposiciones del poder, esa red sin rostro que, a veces como globalización, a veces como canon, naturaliza la expresión, así como naturaliza las invasiones y las muertes en nombre de un presente continuo que pretende ser el fin de la Historia.

Esta muestra, representativa en su amplitud, no alcanza, sin embargo, para dar cuenta en forma cabal de la riqueza actual de la poesía argentina: eso implicaría un trabajo de años y una dedicación propia de investigador, antes que de poeta que escribe a deshoras. Sirve, sin embargo, como puntapié inicial para interesar a los lectores mexicanos, puntapié que no recurre al atajo de lo generacional ni al amiguismo ninguneador. En este sentido, las biografías de cada uno de los poetas (incluyendo la del antólogo), permite trazar un mapa de afinidades, pistas para reconstruir las tradiciones invocadas, el coro infinito que canta en la voz propia.

Los poetas incluidos son:

Oscar Steimberg (1936)

Leonardo Martínez (1937)

Santiago Sylvester (1942)

Jorge Boccanera (1952)

Juan Carlos Moisés (1954)

Alejandro Shmidt (1955)

Samuel Bossini (1957)

Jorge Spíndola (1961)

Rodolfo Edwards (1962)

Viviana Abnur (1964)

María Malusardi (1966)

Silvia Castro (1968)

Sergio de Matteo (1969)

Eduardo Atilio Romano (1971)

Rodrigo Galarza (1972)

Geraldine Palavecino (1973)

Julián Axat (1976)

Elena Aníbali (1978)

Tomás Watkins (1978)

Eliana Drajer (1979)

Tony Salazar (1980)

Aldazábal analizando, de cerca, la poesía argentina

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