El viernes 15 de agosto de 2008, en la Casa del Escritor, a las 19:00 horas, se presentará una lectura bilingüe del poeta norteamericano John Oliver Simon, traductor de Elsa Cross, David Huerta y Jorge Fernández Granados. Asimismo, se presentará The ghost´s of the palace of blue tiles, primer libro bilingüe de Jorge Fernández Granados editado en la relevante editorial Tameme, de Estados Unidos. Las traducciones son de John Oliver Simon. Esta entrevista (como la anterior) es para animar a asistir a la presentación: John Oliver Simon entrevista a Jorge Fernández Granados.
John Oliver Simon: ¿Cómo fue que llegaste a la literatura / poesía?
Jorge Fernández Granados: No recuerdo cuándo fue mi primer contacto con la poesía. Recuerdo, eso sí, que de pequeño experimentaba una sensación inusual, una especie de vértigo breve que aparecía a la altura del estómago, ante ciertos sucesos, especialmente la música. No entendía por entonces -y creo que sigo sin entender del todo- cómo se produce ese fenómeno. Es una emoción parecida a la de reconocer a alguien muy querido en medio de una multitud en un lugar inesperado; y ser feliz con ese encuentro. Anterior en mí a todo concepto estético, aquella emoción de inmediata empatía con ciertas cosas que a los demás les parecían si acaso “bonitas” o “interesantes” se apoderaba de mí de una manera literalmente visceral. Con los años han cambiado significativamente mis gustos, como era de esperar, pero aquel suave vértigo no. Esa emoción me sigue acompañando a veces, ante ciertos poemas o imágenes o melodías, y no creo exagerar si digo que ha sido mi instinto, mi brújula fisiológica para reconocer algo que me es entrañable en ciertas obras de arte.
JOS: ¿Cuáles han sido tus influencias? ¿Cuál ha sido tu fuente más grande de inspiración?
JFG: En mi casa la literatura no era central. Había libros, cierto, y creo que hasta alguno de versos; pero más como una consecuencia de cierta educación de mis abuelos, mis padres y mis tíos que como un verdadero gusto literario. Los libros sólo eran un medio de comunicación; se leían, junto con los periódicos y alguna revista, porque contenían información y formaban parte de la realidad del entorno, pero estaban lejos de ser un arte ni un culto, menos una profesión viable. No ha habido, hasta donde sé, un solo escritor en mi familia. Lo que sí había en mi casa era una pasión por la palabra. Hablar, saber hablar, era importante. La palabra era el carácter. Por la palabra se respetaba o se desdeñaba a una persona. Recuerdo que mi abuelo, hombre de ascendencia rural aunque algunas inquietudes por la cultura, gustaba de reunir a sus amigos en tertulias donde lo central era la elocuencia. En la sobremesa uno a uno, de ceremoniosa manera, tomaban la palabra; lo cual quiere decir, en efecto, que parecían empuñarla en su turno como un estandarte, una espada o una preciosa joya que en cada mano podía y debía ser única. Comentaban algún acontecimiento, halagaban al anfitrión, contaban una historia o recitaban un poema de Salvador Díaz Mirón o Amado Nervo. No recuerdo más detalle de lo que decían; sin embargo guardo hondamente la huella de ese silencio que se abría en torno a quien se ponía de pie porque iba a hablar, ese gesto solemne y antiguo en el que, en el ministerio de la palabra, parecían jugarse la vida.
JOS: ¿Te consideras un escritor / poeta tradicional? ¿Cómo te ubicas dentro de la literatura / poesía mexicana?
JFG: La mía es una poesía de muchas poesías. Es, por tanto, una poesía de la modernidad: proviene de ella, aprende de ella, discute con ella y finalmente es una transfiguración -muy personal- de ella. En cierta forma es la búsqueda de una síntesis entre la tradición y la vanguardia bajo las cuales la literatura mexicana se ha debatido en su desarrollo reciente.
Es posible que la principal constante de mi trabajo consista en saber hacer de un ámbito interior un espacio compartido. Afirmar el significado que tiene lo particular, el individuo, en la medida que no hay otra cosa que nos sume a lo humano.
JOS: ¿Cuáles son las virtudes que más aprecias en un escritor / poeta?
JFG: Para mí los grandes escritores son los visionarios, aquellos en quienes se cumple la palabra no sólo como literatura sino como forma de pensar la existencia y como destino; aquellos que alcanzan, en el sentido griego del término, a crear un logos: un verbo del que emana un mundo.
JOS: ¿Cómo ha sido tu relación con México? ¿Qué opinas de la literatura / poesía mexicana?
JFG: He empezado a entender, como tantos más, lo que significa mi país y mi cultura a partir del encuentro con la diversidad interrogante de otros países y otras culturas. A partir de ello puedo decir que me gusta de la cultura a la que pertenezco su poderosa identidad, que nunca se somete ni se pierde y que, por el contrario, es capaz de mezclarse con saludables frutos a ambientes extremamente diversos. Admiro -no sé si de mi país, pero sí de mi cultura- cierta noción ancestral y cíclica del tiempo que la acompaña hasta en las más cotidianas costumbres. La mejor literatura de México parece provenir de este permanente diálogo o intercambio con cierto concepto circular del tiempo: la vida y la muerte, el sacrificio y la renovación, el juego interminable de la creación, la desintegración y el renacimiento.
JOS: ¿Cuál sería tu consejo para los poetas jóvenes?
JFG: Hagas lo que hagas no olvides que la vida es breve, brutal e inolvidable.
JOS: ¿Qué lees que pudiera sorprender a tus colegas?
JFG: Me gusta mucho la ciencia. En especial la física, la astronomía y la biología. Creo que los libros, las revistas y los documentales científicos me han acompañado desde niño tanto como los poetas y los músicos. Por ejemplo, uno de los libros que cambió mi manera de entender el fenómeno de la vida fue El azar y la necesidad, del biólogo francés Jacques Monod.
JOS: Como otros grandes escritores, Milton, Borges y Joyce para nombrar tres, has luchado desde hace mucho con problemas graves de salud que afectan los ojos. ¿Qué te ha enseñado las dificultades de ver?
JFG: Ha sido, ante todo, un gran aprendizaje. Una lección acerca de los límites. El cuerpo es nuestro principal vehículo -si no es que el único- para conocer y experimentar el mundo. Perder o disminuir cualquiera de los sentidos o de las funciones del cuerpo inevitablemente es también un cambio de vida. La vida debe adaptarse entonces a sus nuevos límites. Pero todo es relativo: las cosas continúan allí, lo que cambia es la idea que tenemos de ellas.
En mi caso el proceso ha sido paulatino y no podría calificarlo como trágico. He ido transitando, en los últimos doce años, de una visión normal a una visión, técnicamente, del diez o quince por ciento. Pero no habito en la penumbra. Veo lo que me circunda en medio de una muy densa neblina. La tecnología y la memoria se han convertido en mis invaluables aliadas para seguir leyendo y escribiendo textos como éste, que ahora mismo ustedes leen.
En fin, las dificultades que he debido enfrentar tal vez hayan disminuido en mí el sentido de la vista con los ojos, pero no tengo duda que me han enseñado a ver el mundo de otra manera.
Fuente: Tameme.org