A cuenta de clepsidra: memoria, olvido y finitud en un poema de Tablada

Un lúcido ensayo de Rafael Toriz, becario de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas y Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes 2004.

El mundo no me ama y no lo sabe
Pier Paolo Pasolini

Bien sabemos que la muerte, espectro compañero, impera en nuestra vida desde el inicio del camino; que escribir, como canta Horacio, pretende, siquiera en el verbo, habitar la tierra, morir pero no del todo, preservar el motivo de la infelicidad: la abusiva voz de la memoria. Y es por eso, porque jamás nos acordamos de olvidar, que duele la vida, porque no hay remedio para la culpa, porque en nuestro cuerpo y mente siempre va grabándose la experiencia. A nosotros, mortales, no nos fueron otorgadas las aguas del Leteo. Jamás apagaremos del todo la sed de memoria. La escritura, amargo paliativo, es recuerdo, presencia del espectro.

No se necesita ser demasiado brillante para comprender que lo verdaderamente significativo, lo único que debemos procurar, como decía alguno de mis abuelos, es estar vivo para cuando llegue la muerte. Para vivir este mundo inmundo, para habitar esta tierra de nadie, es necesario ser consciente de la propia finitud, del territorio múltiple que extiende su vasto horizonte hasta donde llega la mirada: es necesario tener presente la grandeza del universo y la infamia de nuestra condición y saber que estamos, como bien lo vio Pessoa, Khayyam y el Eclesiastés, de paso y de prisa: pronto nos damos cuenta que no somos sino el perfume de una copa en la que alguna vez hubo vino.

Todo se acaba: el amor, la familia, las hojas de los árboles y la melancolía con la que escribo. En efecto, en este mundo estamos como niños abandonados, llorando unas lágrimas que no terminan, incapacitados para entender por qué la lluvia es igual en todos lados. Aún no aceptamos que somos nosotros quienes llovemos.

José Juan Tablada (1871-1945) supo ya, desde joven, que “el tiempo pasa, el agua corre y el corazón olvida”. Apenas a sus veinte años, edad a la que publica “Leteo” y que será el poema que analizaré epidérmica y semánticamente, el poeta es el ejemplo de alguien que sabe que después de la esperanza lo que resta es la escritura , que acaso es necesario perder lo que amamos para valorarlo y que sólo será la muerte la que nos permita conocer a los difuntos: que el ser, como más adelante sentenciaría Heidegger, es para la muerte.

El poeta mexicano sabe que sólo la escritura, que es olvido, nos permitirá habitar los derrelictos, esas ruinas que navegamos y a las que estamos condenados.

El poeta intuye, desde luego, que hacer memoria es hacer olvido.

Imago prima

Del trabajo del primer Tablada pueden destacarse ciertos puntos que ayudarán a comprender sus inquietudes ulteriores así como su obra en general. Después de todo, nunca dejamos de ser aquello que fuimos.

De acuerdo con Esther Hernández Palacios, encontramos en el primer Tablada, si bien ya una intención modernista, ciertos remanentes simbolistas , razón por la que, podríamos aseverar, Tablada del Modernismo viene y al Modernismo va.

Sus primeros poemas publicados, entre los que figura “Leteo”, aparecen en periódicos tales como El siglo XIX, El Universal, El Mundo, El Imparcial, El País y en revistas célebres como la Revista Azul, la Revista Moderna y la Revista de Revistas. Héctor Valdés, prologuista, recopilador y editor de las Obras Completas de Tablada ha organizado y titulado estos primeros poemas bajo el título de Poemas dispersos por obvias razones.

En sentido estricto, creo que este poema en particular, formalmente hablando, poco puede decirnos del derrotero en el que, a la postre, vendría a desembocar la poética tabladista. Empero, ver en alguien tan joven una consciencia de la finitud no es poca cosa. Filosóficamente implica una reflexión y una lucidez poco común no digamos ya de un joven sino incluso del ser humano en general. Pocos son los que toman consciencia de sí mismos, de su tiempo y de su espacio. Más pocos aún son los que saben que para aguantar la vida es necesario vivir olvidando, seleccionando la memoria para hacer la vida un poco menos triste. En este caso, el joven Tablada es un poeta que ni siquiera ha empezado a recorrer el camino y ya sabe qué hay del otro lado. A sus veinte años intuye que la juventud, como afirma Pierre Bourdieu , no es más que una palabra.

Séneca, en una de sus celebérrimas cartas a Lucilo, le señala que lo importante no es tener una vida larga sino una buena vida, idea que suscribo. Las vidas no son largas ni cortas. Son vidas que fueron vividas y punto; además, como reza el refrán popular, todos los hombres mueren pero no todos pueden jactarse de haber vivido. De cualquier manera, para fortuna de la poesía, Tablada pudo desarrollar sus capacidades a plenitud.

El poema

El poema cuenta con cinco estrofas irregulares de seis versos cada una a excepción de la final que cuenta con ocho. Los versos son endecasílabos y heptasílabos.

Para evitar confusiones, y para disfrute del lector, lo transcribo:

LETEO

Le temps passe, l’eau coule et le coeur oublie
Flaubert

¡Remueve las escorias humeantes
de la pasión extinta!
El sueño se confunde con la muerte,
Fénix puede brotar entre cenizas.
-¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida…!

Mi pecho es un nectario de ilusiones,
el corazón palpita,
¡nunca ha arrastrado el cierzo en Primavera
torbellinos de hojas amarillas!
-¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida…!

¿Por qué doblar los cálices? La noche
no llega todavía.
El tembloroso llanto de la Aurora
En las fragantes hojas se desliza.
-¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida…!

-¡Llega, pálido Otoño! Que se inclinen
a tus ráfagas frías
anémonas y rosas; es eterno
mi amor, como la eterna siempreviva.
-¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida!

………………………………………..
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Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida.
El Leteo es un piélago que forma
Con su perenne llanto la clepsidra,
y cual rosas deshechas, mis recuerdos
en su turbia corriente se deslizan.
¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre
el corazón olvida…!

(Para la lectura de este poema espléndido recomiendo el goce simultáneo de las Obras místicas de Erik Satie).

Desde el epígrafe de Flaubert, que será el estribillo del poema, podemos ver el tema al que se refiere: la decepción amorosa, la consciencia de la finitud y la certeza del olvido. En otras palabras, habla del temperamento melancólico, el mismo que nutre a Durero y a Billie Corgan. Tanto la Melancholía como Mellon Collie and the Infinite Sadness son figuras del mismo territorio, ínclitos hijos de Saturno.

Es bien sabido que el Leteo era una de los tres ríos del infierno dentro del panteón griego, cuya principal característica era la de producir el olvido en aquellos que bebían de sus aguas. Por principio, el poema de Tablada es una petición de olvido, lo que demuestra un profundo conocimiento del ser humano puesto que, para seguir existiendo, es necesario aplicar la desmemoria. Sabemos bien que nada dura, que la vida es todo aquello que hacemos mientras pensamos qué hacer con ella. Sabemos bien que no hay nada más vano que las palabras de los enamorados y, sin embargo, tampoco nada más bello.

Paul Ricoeur distingue tres tipos, tres maneras de hacer memoria; la memoria pérdida, ubicada en un plano patológico-terapéutico; la memoria manipulada, ubicada en un nivel práctico y la memoria obligada, ubicada en un plano ético-político. Yo ubicaría el poema de Tablada dentro de una memoria patológica o, mejor dicho, dentro de una memoria herida: “El trabajo de duelo es el costo del trabajo del recuerdo; pero el trabajo del recuerdo es el beneficio del trabajo de duelo”. Desde luego, recordar es morir un poco: Nessun maggior dolore/chi ricordarsi del tempo felice/nella tristeza. Dante. (Cito de memoria).

Creo que más que sugerir símbolos, las referencias literarias son muy concretas. El agua emparentada con la fugacidad de la vida, con el río heraclíteo que jamás nos baña dos veces; el sueño no como fantasía de la fiebre sino como mortaja, como muerte que escinde del dolor; los cálices (tallos verdes) que ya saben que, dorados, habrán de irse con el otoño; el amor sentido que, como flor y como fénix, se incuba y renace en las cenizas; el tiempo que nos desgarra con su perenne golpeteo; la vida, a la que se viene a amar y a morir. Después, como la naturaleza, sufriremos porque estamos mudos (Benjamín), porque era obvio que habrían de olvidarnos… pero, ¿tan pronto? (Goethe).

Una de las estrofas del poema, “- ¡Llega, pálido Otoño! Que se inclinen/a tus ráfagas frías/anémonas y rosas; /es eterno mi amor, como la eterna siempreviva. /- ¡Pasa el tiempo veloz, el agua corre/el corazón olvida!” me remite a un pasaje de esa bellísima Biblia para melancólicos que es el Libro del desasosiego. Escribe Bernardo Soares:

Cada otoño que viene está más cerca del último otoño que tendremos, y lo mismo es verdad para el verano o estío; pero el otoño recuerda, por ser lo que es, el acabamiento de todo, y en el verano o estío es fácil, a fuerza de mirar, que lo olvidemos (…). Todo cuanto pensé, todo cuanto soñé, todo cuanto hice o no hice—todo eso se irá con el otoño, como las cerillas gastadas esparcidas en varios sentidos por el suelo, o los papeles arrugados formando bolas falsas, o los grandes imperios, las religiones todas, las filosofías con las que jugaron, levantándolas, niños soñolientos del abismo. Todo cuanto fue mi alma, desde las cosas que aspiré hasta la casa vulgar en la que vivo (…), todo se va con el otoño, todo con el otoño, con la ternura indiferente del otoño.

Tablada, el joven, era ya un viejo. Sabía que en nuestra lápida sólo crecerá la mala hierba, que nuestro epitafio será sepultado por el musgo. Tablada sabe, como deberíamos saber, que somos esa rosa deshojada, desnucada por el río que habrá de disiparse como la niebla en el olvido. Tablada sabe que todo acto de amor es un soliloquio, un diálogo de sombras con nosotros mismos; sabe que cuando decimos “amor mío” la frase no puede ser más crudamente certera: el amor es siempre nuestro y sólo nuestro. La figura del otro es únicamente la mortaja que nos permitirá tomar consciencia de nuestra desierta soledad. Escribe Francisco Hernández sobre los enamorados: “Amor/taja/dos” (cito de memoria).

En efecto, la memoria es la fuente de nuestras desgracias. Empero, no podemos vivir olvidando el pasado: nuestra infelicidad es la luz agorera del futuro, la marca que nos recuerda que aún podemos ser heridos.

La gente muere, el tiempo pasa y en el medio hay un enorme, incomprensible dolor. Cincela algún mago que ser cansa, sentir duele y pensar destruye. Habitamos, sin darnos cuenta o sin quererlo, nuestros despojos. Condenados estamos a ser uno y sólo uno, a amar el viento que se va, a saber que lo que hoy es alegría mañana será desolación y luto: condenados estamos a saber que todo lo que tenemos son esos jirones efímeros de felicidad que, en descuidos, le arrancamos a la vida.

El tiempo pasa, el agua corre y el corazón olvida. Y mientras se apagan las letras de mi nombre, seguiré poniendo de cabeza la clepsidra.

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