Evodio Escalante: Respuesta al kamikaze de Sicilia

Evodio Escalante 2

Estimado Javier:

Me sorprende que seas tan pésimo lector de tus emociones. Te tropiezas con mi texto, te desmadejas en el acto y confundes la gimnasia con la magnesia. Se supone que un escritor es, en primer lugar y sobre todo, un buen lector, pero veo que no es el caso. Con aplomo inmarcesible afirmas que en el artículo que me publicó Laberinto (16/05/09) te acuso “de plagio” (tal cual) y que además intento desacreditar al Jurado del premio “calificándolo de ignorante y de imbécil”. Nada más faltó que me acusaras de formar parte de un complot para acabar con el Premio de Poesía de Aguascalientes.

Con todo respeto te invito a que te serenes y a que vuelvas a leer mi texto frase por frase. Fui muy cuidadoso al referirme a los poetas que te premiaron. Lo que yo escribí, y lo reitero con todas sus letras, es que me extrañaba “que un tribunal poético formado por escritores todos ellos muy respetables haya decidido premiar un libro como éste [Tríptico del desierto] en el que las citas textuales borradas en su calidad de citas son tan importantes o más que las supuestas aportaciones originales del autor.” No te rasgues las vestiduras. Quien califica sin más de imbéciles a los miembros del jurado, que para mayor agravio son tus amigos, eres tú mismo, y no yo. También fui muy cuidadoso en mi argumento central: hablé en términos que quisieron ser técnicos de la apropiación como un recurso poético. Abundé en torno a los “préstamos” y hasta informé acerca de un saqueo de materiales ajenos (Eliot, Rilke, La Biblia, Celan), pero jamás cometí la torpeza de emplear la palabra que tanto te satisface: plagio. Señalé, eso sí, que adobas, desfiguras y corrompes un extraordinario poema de Celan, “Fuga de muerte”, que transcribes casi en su integridad sin indicar la fuente o al menos colocar preventivas cursivas. Sólo al final de mi texto, y a la manera de una conjetura dirigida al lector, pregunté: “¿Quiere esto decir que una vez que se inventó la intertextualidad ha dejado de haber plagios?” Al sonoro exabrupto con el que intentas acallar mi crítica habría que solicitarle que por favor regrese a sus más elementales lecciones de gramática y repase la diferencia entre una pregunta y una afirmación.

Me reprochas que siendo yo un “investigador” no me haya “tomado la molestia de leer el acta del premio”. ¿Cómo pude conocer este contenido? Con pena te informo que no tengo amigos en el CISEN ni contactos con la burocracia cultural. De cualquier modo, si estimas que el conocimiento de dicho texto en algo valida tu libro de poemas, creo que todavía estás a tiempo para solicitarle a la editorial Era que anexe a los ejemplares una hoja volante con la facsimilar de tan importante documento y hasta para pedirle al CONACULTA que lo inserte en periódicos. Acto seguido, en una interpretación muy libre, me explicas in extenso los pensamientos del jurado calificador y las razones por las cuales te seleccionaron. Asombrado ante tal despliegue de prosopopeya, me pregunto si no te estarás excediendo al transcribir y explicarme los pensamientos de sus integrantes. ¿Qué te da derecho a hablar en nombre del Jurado? ¿O será que, repentinamente mancos y mudos, ellos mismos te solicitaron esta labor de facilitación? Por lo demás, al escudarte en lo que ellos supuestamente habrían reflexionado en torno de tu libro, no sólo te convalidas sino que te permites asociaciones que a mí me suenan un tanto exageradas, y que dudo mucho que compartan del todo quienes te premiaron. ¿De verdad crees que puedes equipararte con Dante y con San Juan de la Cruz? ¿Piensas en serio que tus versos deshilvanados resisten la comparación con los de T.S. Eliot?

A propósito, argumentas que el verso de Eliot que asienta En mi principio está mi fin, y que tú parafraseas con poco sentido de la eufonía y una sintaxis nebulosa diciendo En el silencio está el principio/ y en la palabra el fin y viceversa:/ así el silencio se mueve en lo oscuro… (¿?), es en realidad una frase de María Estuardo que el autor no se cuida de poner entre comillas. ¡Aleluya! Esto autoriza supuestamente tu práctica favorita. Te agregaré que en este verso de Eliot no sólo resuenan las palabras de la mencionada reina, como mucha gente ha señalado, sino que puede escucharse en él el eco notorio de un pensador acaso todavía más decisivo en su formación, pero no voy a abundar para no distraerte. Lo que omites u olvidas es que Eliot no se limita a retomar estas palabras, calcándolas y deglutiéndolas de manera mecánica, sino que, como auténtico poeta que es, convierte la expresión en un motivo de inteligentes variaciones, inversiones y hasta ampliaciones de franco carácter metafísico con lo que no sólo se apropia la frase en cuestión sino que va más allá de ella, interiorizándola, enriqueciéndola y convirtiéndola en la piedra de toque de su propio y peculiar temperamento literario. Se trata de una transmutación y de una síntesis. En tu caso, lamento informarlo, se notan demasiado los tijeretazos y el engrudo, cosa que jamás podría decirse de Eliot.

Arguyes orondo que desde hace mucho tiempo has declarado en público que perteneces a “una tradición muy antigua y a la vez muy moderna para la que la noción de autor no existe y a través de la cual el poeta, la voz de la tribu, decía Mallarmé, dialoga con la Tradición y la reactualiza para otros”. ¡Excelente! Ahora entiendo con claridad que eres autor de los libros que firmas, pero no de aquellos que tú mismo escribes. No deja de parecerme extraño, empero, que alguien que notoriamente declama que la noción de autor es inexistente, se presente como autor a un concurso literario, y que gane un premio con un libro que en estricto sentido… no lo ha escrito él mismo sino la Tradición.

Tienes razón cuando afirmas que sería hora de iniciar un intercambio intelectual acerca de la discutida noción de autor. Por supuesto que mucho me gustaría contribuir a un debate de esta naturaleza, y estimo, sin anticipar vanagloria, que este debate está ya implícito en mis señalamientos. Si tú gustas, explicitemos este asunto. Pongámoslo sobre la mesa (Heidegger, Barthes y Foucault, entre una pléyade, se han ocupado del asunto). Sólo que antes tendrías que poner los pies en la tierra, tranquilizarte y abstenerte de lanzar insultos que a la postre sólo indican los parámetros de tu propia mentalidad. ¿No eres tú el pequeñoburgués cuando, sin mediar argumento, incriminas de lumpen a quien no está de acuerdo contigo? ¿Y qué decir del adjetivo cerdo que me adjudicas a placer en tu texto, dizque amparándote en una frase de Jesús, tan sólo porque mi trabajo crítico osa interrogar la validez de tus técnicas apropiatorias? Parafraseo a nuestro admirado José Emilio Pacheco: ¿Qué te hicieron los chanchos para que te ensañes con ellos? (“Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos”, en No me preguntes cómo pasa el tiempo).

Pero terminemos con la diatriba. Sé muy bien, estimado Javier, que con tu santa furia evangélica podrás arrojar a los ladrones del templo; pero ¿y a los críticos? ¿Cómo vas a expulsarlos? Mucho me temo que con ellos no te será fácil el asunto, y que todo lo contrario, tú mismo te estás expulsando del templo de la poesía con tu prevaricación.

Evodio Escalante

Fuente: Laberinto de Milenio.

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