Isa Brunke
La vida funcionaba, aunque no sabíamos cómo.
Solo en la casa de Isa podíamos huir de la profunda presión
de la realidad, del discutible sentido cromático de los años
ochenta, semejante a una secuencia de diapositivas oscuras
donde apenas si adivinamos el rostro de nuestros parientes
que miran a la cámara como si estuvieran frente a un eclipse
sagrado. Solo en la casa de Isa podíamos evadirnos juntos
cuando las noticias del día atravesaban las paredes, cuando
la cabeza de la primavera asomaba dando voces, portando,
maliciosa, los tres cuernos de la fiebre. Solo en la casa de Isa
el viento llegaba a pedirnos consejo como un hijo rechazado
por el ejército, solo ahí la muerte era un detalle arbitrario,
una intersección accesoria entre el animismo y la vivencia.
Como el mar, a la casa de Isa debías entrar de ciertas maneras;
de lo contrario, podía tragarte igual que una tumba humeante.
¿Qué más esperar de una chica de catorce años, coleccionista
de cráneos de roedores y lagartos, de esqueletos de pirañas
que solicitaba por correo, recortando los cupones de siniestras
revistas que nunca más volví a hallar en ninguna otra parte?
En esa casa todo sucedía como dentro de un platillo volante:
las salas y los cuartos se iluminaban y zumbaban de pronto.
Pero Isa permaneció entre los humanos por algún tiempo más.
Murió a mano propia en Múnich antes de cumplir los treinta.
Prosa celeste de las apariciones
Pienso en cuando solicité a toda la clase una autobiografía
solo para leer la tuya en plena madrugada resplandeciente: como
los pasadizos que aman la luz que les pone fin, me mantuve despierto
contra el perfil de nuestra ciudad de verticales filos. Este deseo
que vivo de la cintura para arriba, hogar de los laboriosos, raídos
y cansados órganos con los que hace tanto tiempo cargo,
que me hacen indigno de la oculta bahía de tus diecisiete años
y te hacen a ti signo de lo triste que me he vuelto. Este libro
es un espejo que reclama tu comparecencia, porque he entendido
que de nada sirve saber los detalles de la vida del ave predilecta
sino comprender la belleza de su curvatura, su victoriosa batalla
frente al silencio que precede a la vergüenza, arriba, mucho
más arriba de cualquier altura mortal, donde no hay ninguna puerta
que reste por abrir. La noche se acerca severa, igual al inspector
de una fábrica, y me pregunta qué hago aquí a estas horas,
interpretando tus preguntas en el aula como señales de la naturaleza
que censuran y destruyen el arte de los parias. Pienso entonces
en mostrarme indisciplinado con el paso del tiempo, en traspapelarlo,
y retornar a ser el adolescente que brilla solo para que lo encuentren,
para poder decirte estas cosas tan sencillas, tan prometedoras
que se parecen a un anillo de plata. Son todas tuyas: puedes
adornar tus dedos con ellas. Tú a cambio me ofrendarás esa alegría
que después de los veinte nunca más volvemos a sentir. Y eso
será suficiente. Oiremos el sonido de la lluvia cayendo al fondo
como los pasos de un hermano que se acerca para abrazarnos.
Porno médico japonés
¿Qué hace usted los sábados por la tarde cuando
se encuentra solo, cuando mujer e hija han salido de compras
o simplemente se pierden en el horizonte como el vuelo
de una hoja negra? ¿Cómo administra su soledad
tomando en cuenta los ritos y principios que han consolidado
su educación marianista? ¿La aprovecha para meditar
acerca del trino de nuestros gobernantes en los discursos
televisivos? ¿O acaso ha seguido el juicio al exdictador,
resguardado en una cabina de cristal como un animal extinto,
detenido por la disección en el tiempo justo, a la mitad
de un grito de guerra? ¿O debemos suponer que falsifica
las declaraciones que hace ante su sacerdote o rabino,
ante el comité de disciplina del partido? ¿Respondería
a esta encuesta sobre el uso que hace de la tecnología
cuando no hay nadie en casa? ¿No le parece lógico
proponer que el deseo que nos perturba desde el mediodía
no puede surgir de la caridad sino del espectáculo
de la sumisión exigida a cuatro alumnas de la escuela
secundaria, resignadas a un examen físico obligatorio
para optar por una beca? ¿Y para qué sirven esas pinzas
y esos extraños artefactos coronados de termómetros
y agujas? ¿Y para qué mantener esos cuerpos intactos?
¿Son acaso unos genitales expuestos o un ciempiés
acorazado en su nido? ¿Ha visto usted una exploración
más minuciosa, posible en un país donde la costumbre
es lavarse solo los orificios cada mañana? ¿Se ha
preguntado si los ideogramas amarillos que aparecen
en la parte inferior de la pantalla narran la historia
de las chicas sometidas a los hierros de la ginecología
frente a un amplio público masculino? ¿Qué se agita
entre esas piernas como un robalo? ¿Y qué pasará
cuando deban regresar de noche en el autobús inundadas
por la vergüenza, perforadas por todas sus cavidades,
sufriendo aún el desgaste de cien miradas simultáneas?
¿Cree que esto es fácil de superar? ¿Eso es lo que,
en realidad, le gusta a usted del asunto? ¿El estigma
imborrable que persigue a la víctima? ¿Las secreciones
derramadas con impunidad? ¿O quizá esa rabia inerme,
característica del individuo débil que ha sido ofendido
y que tal vez en usted mismo habita?
3
[conductor kamikaze]
He tomado el volante porque de los dos soy el más viejo
se supone el más sabio: después de todo
puse el nombre a mi descendencia y desoí cualquier influencia religiosa
porque sabemos que todo nombre bíblico es conspiración
de la sombra
Las patrullas de carretera no pueden detenernos
El sol es una rueda lenta
deambulante península, pájaro numerado
en el que es mejor no confiar
Eres nacida de aquella mitología
que fundé un sábado por la tarde, a los quince años
cuando fui consciente
de la primera experiencia de sentirme solo
porque la adolescencia, hija mía,
es un edificio al que nos resistimos
a entrar y yo me resistí hasta que me fue imposible hacerlo
Mi rostro era una ventana rota
muy diferente al tuyo, iluminado entre las urbanizaciones
de la medicación
sorprendente como un enorme símbolo en el cielo
Sólo tienes que estar segura
de que estás haciendo lo correcto
quiero decir: el tiempo aquí es una rareza que debemos disfrutar
quédate con eso
quédate también con la razonable figura del hotel de paso
He tratado de dormir entres sus baratas vértebras
pero te estoy mirando y pensando
hija mía, en el incierto destino que nos espera
¿Qué es aquello que ocasiona, embalado, horrendos accidentes
entre los hombres libres?
Verás que el identikit del conductor kamikaze
aparece sin frente sin ojos y sin labios:
su oficio es perder el camino a casa
extender la destrucción incansable como el corazón de un ciervo
En el núcleo del silencio
luego de toda colisión
encontrarás un paisaje dudoso y trastornado:
ese sitio es donde se nos ha encomendado llegar
oponiéndonos a la dirección establecida por las leyes del pasado
y en las señales de la autopista
aquí es donde las nubes huyen, aquí es donde se celebra
la medianoche del diálogo
aquí donde crecen los mirtos del tétanos
también donde se aparean el daño y el azar
Un día de estos deberás elegir, mi pequeño árbol enramado
Mírame:
no podrás huir hacia la última habitación tendida
en el fondo del espejo
No lo intentes ni negocies
No hay manera de escapar a esta visión
Ser la única chica en un grupo de chicos
también es ser un conductor kamikaze
Entonces la iniciativa es tuya
la agilidad de trepar los muros más altos de las relaciones humanas
y la inteligencia para darle utilidad a ese privilegio
te han sido concedidas
Nuestra vida bella y extraña
Somos helechos que se alzan hasta donde nadie creía que era posible
somos un secreto pueblo vasco:
la sabiduría sin memoria a nadie le sirve
pero solo los malvados se definen por su origen
y no es nuestro caso
Nosotros conducimos contra la norma porque no hemos tenido elección
y aquí te lego mi único consejo: deberás interrogar
al pospuesto fuego de la sexualidad y con sus respuestas
componer un himno abreviado
por la pulsión de besar y seducir a quien queremos:
somos la hierba que crece por todos lados
-las invadidas persianas, la cocina anclada
en el lenguaje coloquial de los años setenta-
de una casa en abandono hace ya mucho tiempo
Imagínate ascender
hasta el tejado de la mano del muchacho que amas
y tenderse como un par de revistas abiertas
desafiando la rabia del sol
el calor que acerca la latitud de los cuerpos
en una mañana sin daño, medida por falanges y sextantes
inevitable
que te enseñará a amar la vida
porque la muerte no demuestra nada
8
Mi hija corre hacia la estación como un pájaro despeinado que se aleja
las autoridades de mi alma confiscan este cuaderno de apuntes
un grupo de jóvenes se aglomera en las inmediaciones del Ponte Vecchio
muchachos demasiado hermosos para ser tomados en serio
entre ellos merodeo voraz como un virus amazónico
cómplice como los caballos de los desertores
tanta belleza corresponde a la vida breve de estas lánguidas flores estivales
las existencias extensas son más bien propias
de detestables hacendados y predicadores
y de los ritos de cazadores y labriegos
Mi hija y yo viajamos en tren toda la noche
atravesamos pequeñas ciudades camino a Liubliana
que este poema ha silenciado
después Austria fue un montón de luces dispersas en una oscuridad malsana
Cuando a mitad del viaje nos permitieron cenar por media hora
me retiré hacia un vestigio solitario
y dispuse lo que me quedaba de hierba en un cáliz
y lo encendí
y durante algunos minutos pude envolverme en las amadas brumas
me distraje con las imágenes que nacen al entrecerrar los ojos
mi yo lírico me sorprendió ensimismado mirando el río
donde flotan los desperdicios que produjo un concierto
celebrado no muy lejos de aquí, en el terreno
que alguna vez perteneció a un autocine convertido en cáusticas ruinas
mi yo lírico entonces me injuria y me desafía
ya que estamos afuera podemos resolverlo como hombres
pero el frío nos detiene
pero esta convicción me paraliza:
nunca ofendas a quien tiene una imagen entre manos
nunca perturbes a quien lleva una imagen oculta en su chaqueta
me reúno con mi hija
en la atestada cafetería de la terminal de autobuses
en este juego siempre se pierde, le digo
no hay forma de reconocer las intenciones de este texto
carece de narrativa o prescripción