Foja de Poesía No. 051: Rogelio Guedea

Rogelio Guedea

Varios registros de la poesía de Rogelio Guedea (Colima, 1974) en esta amplia muestra.  Autor de diversos poemarios, también ha publicado novela y ensayo. Actualmente es profesor de tiempo completo en la Universidad de Otago en Nueva Zelanda. Mereció el Premio Adonáis de poesía del 2008.

 

 

Reminder

Una mujer no se hace con la sombra de la primavera,

tampoco se hace una mujer como tu hombro con un trozo de la noche

que olvidaste.

Ni con el alero de una casa de campo, tampoco

con la mano que lleva puesto un guante.

Una mujer como tu cuerpo que nace no se hace cinco minutos

antes de salir al trabajo. En medio del desayuno: no.

Ni durante el almuerzo con los colegas tampoco.

Una mujer es otra cosa distinta a una espalda recargada contra un árbol.

Es una garza distinta.

Y no se hace escribiéndola día a día,  o borrándola noche a noche,

ni siquiera pensándola se hace,

no es una fecha en que debamos encontrarnos

ni un pañuelo blanco largo para despedirse.

Una mujer es siempre otra cosa,

más allá de lagos o edificios está,

no le aseguran la vida un seguro de vida o una cuenta bancaria,

una jubilación o una casa en renta,

nadie podría intimidarla con una navaja de rasurar

o enternecerla con un ramo de rosas blancas.

Una mujer no existe  porque tú existes,

no se hace con lo que eres o no eres,

no te pertenece.

Una mujer es simplemente un hombre de buenos modales,

lo quieras o no, y siempre te permitirá caer, a ti primero,

en el siguiente abismo.

 

 

 

 

Celebración de la garza

La poesía no sirve para salvarte. Para salvar a nadie.

La poesía no sirve para cruzar un río,

para enredar una magnolia en una oreja no sirve.

Tampoco sirve para subir a un autobús sin pagar.

Para entrar en el cine por el ojo de la alcantarilla no sirve para eso la poesía. Tampoco sirve para levantar un muro que detenga el mar.

No sirve de asiento en los trenes, de almohada en los aviones altos,

la poesía tampoco sirve para enamorar a la niña del apartamento contiguo,

si crees que sirve para eso estás equivocado.

No sirve para eso, loco.

La poesía no es un analgésico para que puedas dormir.

No sirve para quitarte el insomnio, antes te da más, antes te aprieta

las mandíbulas.

Tampoco sirve para salvarte de la multa policial. Ni siquiera del anuncio

diciendo ocupado en un baño público.

La poesía sólo se salva a sí misma. No a ti, no a tu abuelita,

ella misma es la salvadora de su propia voluntad.

Se escribe para salvarse, te utiliza como a un guante viejo para salvarse,

va ocupando tu cuerpo, tus manos, tus ojos, tu nariz.

Va ocupándote hasta que te hace desaparecer.

Un día te preguntas y ya no estás, la casa desmantelada,

las ventanas cerradas.

Un letrero que dice: Se vende. Para mayores informes..

 

 

  

 cerezas

para traer su testimonio, trayéndolo como arrastrado

lago sin su mirlo,

y vuelto a nacer crecido en pie con su fulgor,

su mano, su quijada, su pájaro cerrado,

otro palito su cuchara lejos

far away pero silente astro que no ves, pie girando alrededor

del astro,

todo arco para empezar del uno al dos del dos

al casi,

juntura de su aroma, remedando al riachuelo de la virgen santa

del pueblo de José,

que se la comía (a mordiscones): Suchitlán, 1996.

un estanque,

una piedra ciega de su traslación,

una palabra que es y otra

que habita su silencio, junto, agazapadamente/

y entonces

(New Zealand, 2006)

comenzar su ligazón: país, mujer,

trenes puentes vías (sic)

y una ventana: asomándose para medir la distancia

del aire de su pie a su pie,

del vuelo de su ojo a su ojo,

de su mano que escribe pie y ojo a su mano que calla reclinada contra

el viento,

su dama:

su vieja estación sin profecías,

again.

 

 

 

 

 enclaves

buscando sus partes del otro lado de la acera:

su mano,

la calle de su pie,

un ojo mirándole llorar

en lo distante

(yendo aquí, viniendo allá):

y luego, en la esquina

exacta,

el hombro asido a su ramaje, su círculo de mares infinitos,

su caracol arriba

y desde abajo:

recuperando árboles y muros, relojes o cornisas, un barco

que pasaba llevándolo,

traído hacia su garza/

con un anzuelo en los límites del agua, río sin equipaje ni versos

de don jorge

(todos los ríos van a dar…),

y una ola cae,

cayendo otra ensenada//

atado a sus abismos (un abismo puede ser también

la suma de dos casas)

y a su sombra (una sombra sin pijama ni martillo),

recorriendo los pasillos de la memoria,

su ruta incierta,

un día y más allá,

hasta llegar (su mano) a mi país,

para decir –de nuevo, otra vez-:

padre,

estos huecos que dejaste.

 

 

 tenía tiempo que no me asomaba a la ventana

 

Para Judith Sabines

tenía tiempo que no me asomaba por la ventana,

lo hice después de la charla de sobremesa que tuve con mi mujer,

casi antes de ver entrar en el garage el automóvil del vecino,

cuando ya los niños dormían, tenía tiempo que no hacía la sobremesa con mi mujer, y que no me levantaba para asomarme por la ventana y ver, al fondo, más allá de las ramas del sauce, el mar, vi el mar como si se tratara de una acuarela de Rembrandt, aunque en realidad no sé si Rembrandt

pintó acuarelas alguna vez en su vida, le dije a mi mujer “ese paisaje se parece a una acuarela de Rembrandt que vi aquel día en el museo de París”, pero mi mujer no me escuchó o no quiso escucharme, como suele pasar, y siguió raspando el fondo del plato con la cuchara, removiendo los restos de comida, abstraída de todos y de todo, entonces, mientras miraba a través de la ventana la acuarela de Rembrandt, recordé lo que habíamos charlado en la sobremesa, habíamos pasado de temas sin importancia (lo caro del recibo de luz, el mal servicio telefónico, las jugosas naranjas de temporada) a temas más graves, y fue ahí donde mi mujer, que no había visto a través de la ventana la acuarela de Rembrandt, me dijo que hacía tiempo que ya no

me quería, como pensé que bromeaba seguí con el cuento

de las papas cocidas y el pan dulce, pero ella volvió a traer el tema

al centro de la mesa diciendo que hacía ya mucho tiempo

que no me quería, y que si la apuraba no tendría ningún inconveniente

en decirme que  en realidad nunca me quiso, y que si no quería creerle que no le importaba pero que era cierto, tan cierto como la acuarela de Rembrandt que estaba viendo a través de la ventana, una acuarela que

atisbaba un cielo raso, azulísimo, sobre un mar de lluvias, y el cielo raso, recuerdo, era como sus ojos, como los ojos de Rembrandt, cuando

miraba como yo a través de la ventana, su mano que titubeaba al trazar

el contorno de mis derrotas, su mano que fue dibujando en mi nuca,

inconmovible, todo el olvido de mi mujer.

 

 

 

El oficio

Compró el estuche para la guitarra, pero no la guitarra.

Trajo la jaula del pájaro, pero no el pájaro.

Edificó el ventanal del paisaje, pero no el paisaje.

Consiguió el cauce del río, pero no el río.

Cuando todo lo hubo reunido (estuche, jaula, ventanal y cauce),

se sentó a las afueras de su casa satisfecho,

tranquilo.

Los que cruzaban por la otra acera

(guitarra en el brazo, pájaro en el hombro,

paisaje en los ojos o río)

le levantaban el brazo,

su brazo y su adiós consternados,

compasivos.

 

No todos somos como ustedes

Palabras contra la represión.

Palabras como un muro de piedra alto contra la represión.

Palabras para escribir en el pizarrón de la escuela primaria

donde estudiaste: “No a la represión”.

Palabras para escribir en los baños públicos

de las plazas: “Sí a la libertad de expresión”.

Palabras que no se parecen a las palabras agujereadas

de los discursos oficiales.

Palabras contra las falsas palabras de los discursos universitarios.

Palabras contra la enfermedad represiva

(lumbalgia represiva, peritonitis represiva, tos represiva).

Palabras para repartir en volantes en la glorieta

de la siguiente esquina: “Diga no a la represión”.

Palabras para celebrar lo que han escrito Eduardo Galeano,

Juan Gelman, José Saramago, etcétera, contra la represión.

Palabras para no olvidar que todo represor

siempre será muy poca cosa.

Palabras para tomar el té frente al mar de Nueva Zelanda.

Palabras para bañarse en el mar en calma de Nueva Zelanda.

Palabras como una barca que nos aleja de la represión

en el mar en calma de Nueva Zelanda.

Palabras para los que maniataron las palabras contra la represión.

Palabras para que todos aquellos que no pueden levantar la voz

se expresen en estas mismas palabras que escribo yo.

 

 

Casas 

Las cosas que hace el hombre se parecen al hombre.

Como las casas, por ejemplo.

Las casas (cosas del hombre) se parecen al hombre.

No hay por dónde mirarlas.

Si la habitación principal es amplia, la sala tiene poca luz.

Si el jardín está lleno de flores,  en la cocina apenas

queda espacio para picar una papa.

Extraordinarias vistas, pero escaleras insufribles.

Alfombras bellísimas, pero mal sistema de calefacción.

Las cosas que hace el hombre no deberían parecerse al hombre.

Como Dios, por ejemplo.

Dios, en tanto hombre, es la única casa que no se parece al hombre.

Si una mano suya es amplia como una habitación,

su ojo izquierdo resplandece en luz.

Si su dorso tiene un jardín lleno de flores,

en su esqueleto se pueden picar papas y tomates.

Sin problema.

Dios, en tanto casa, sin embargo, no es un buen lugar para vivir,

aun cuando todas sus ventanas

(las del norte y las del sur, las del este y las del oeste)

miren al hombre.

 

 

 

 Cota II

Si el deseo de decir fuera esa mujer que cruza el río: he dicho un beso acaso. Pero si el deseo de decir fuera el deseo de esa mujer que ya ha cruzado el río: no he dicho nada.

Nada: salvo aquello que dicen las palabras perdidas en un país desconocido. Entre cruzar y no cruzar: hay una enorme distancia.

Entre decir y no decir: un río.

A menos que haya una mujer esperándonos en la otra orilla, una mujer parecida a su deseo, valdrá la pena atravesar sus aguas.

Pero sólo yendo sin volver: para que tenga sentido.

 

 

 

 

Conversaciones

mi pie contó los dedos de mi mano:

uno dos tres cuatro… contando los dedos de mi mano.

los contó (mi pie) de arriba abajo de una izquierda a una derecha/

de una isla a otra,

como se cuenta el aire,

tu pie, mi mano, de un aire a otro caballo /

mi mano contó los dedos de mi pie, contó sus cabellos,

leyó lo que escribía:

uno dos tres cuatro… contando los dedos de mi pie,

mi mano/

pero también contando sus pasos:

un paso, dos calles, un país, la noche.

estaba mi pie escribiendo sobre mi mano, trazaba rumbos,

mapas, el agua tibia de una fuente,

aprendía palabras nuevas

para decírtelas a ti:

rosa, cuarzo, aguamanil/

esta mano que siempre se despide,

da la media vuelta

y nunca más su espalda

hace retornar.

 

 

 

 hoy he salido a la calle para perdonar a mi vecino de al lado

hoy he salido a la calle para perdonar a mi vecino de al lado,

su mano que se extendía temblorosa en la mañana de lluvia,

y he salido, decía, para decirle: hombre,  estaba cómodamente

sentado en la casa, viendo en el televisor un programa

donde entrevistaban a un actor desgraciado

y decidí salir a la calle porque quería extenderle la mano

y perdonarle, decirle que vaya a donde vaya y venga de donde venga

vaya y venga bien, porque ya habrá tiempo de que le cuente lo que hago yo en las noches, cuando los niños y mi mujer duermen, y de qué manera me entristecen las cosas del mundo, de qué forma el tiempo

me va encorvando la espalda, y sin darme cuenta me estoy convirtiendo

en un viejo que no hace sino colgar fotografías en el plafón

de su escritorio, así como quizá usted cuelga en su frigorífico maripositas atravesadas por un alfiler, vaya usted a saber por qué le estoy contando todas estas cosas, pero, como le decía, yo estaba viendo un programa de televisión, un programa donde entrevistaban a un actor

desgraciado, así como usted y como yo, y aunque yo a usted no lo conozco

y por consiguiente nada me debe ni le debo, salí para encontrarlo

en la calle, extenderle la mano y perdonarlo por todo eso

que no hemos hablado ni compartido en estos dos años que ya tenemos

de vecinos, dos años en los que usted ni siquiera, amigo, me levanta

la mano cuando salgo de casa para ir al trabajo, o cuando

nos encontramos fortuitamente en los pasillos del supermercado,

y usted se voltea hacia las latas de tomate o las bolsas de azúcar,

y yo sigo el camino con la mano extendida, la mano que, curiosamente,

luego escondo en la bolsa del pantalón, por eso le decía que salí

de la casa ahora aun cuando el programa donde entrevistaban

al actor desgraciado me estaba divirtiendo un poco y por primera

vez no tuve ganas de quedarme dormido en el sofá, como hago otras veces,

cuando no encuentro la manera de acabar de una vez por todas

con toda esta tristeza.

 

 

 

 

El pájaro, la nada

Un hombre necesitado de su polvo, refugiado en su polvareda, impávido ante la imposibilidad de lo concreto,

un muro hecho con el canto de los pájaros, con la abertura en su revés para mirarse, apagado en las aguas de una mujer, cerrado a su paraíso,

una mujer a contraluz de un hombre, su sombra acompañada de otros siglos, vuelta galope, río de otro fuego, hasta extinguirse,

un pájaro convertido en su propio canto, vacío de alas y de aire, borrado del mapa de la imaginación,

un hombre y una mujer en la fantasía de un pájaro, abiertos a la nada: ese vuelo que no cesa.

 

 

 

 La escritura

Un camino que vaya borrando la avanzada, tirando de los caballos del olvido, yendo hacia atrás para encontrarse,

un camino sin memoria, que sea como una palabra dicha de derecha a izquierda, sin nombrarse,

que sea crecer adentro del vacío, asido a otro vacío poblado de presencias, las noches de un cuerpo de mujer al fondo, en la irreconciliable voluntad del borrador,

un camino que invente a un hombre y que lo borre, días y noches borrado por su propia eternidad.

 

 

un canto sin orillas

 

poema que va naciendo con la luz del pájaro, esta mañana, aquí, en el compás de lo imprevisible/

escritura que no conspira contra nadie

y hasta en ello se equivoca/

¿se equivocan acaso los que aman?

¿también los que no aman se equivocan?

si ha dicho luz, ha dicho pájaro: esta mañana,

aquí/ pero mejor si ha dicho lo imposible: el agua fría del surtidor

que lo moja, el tierno verdor de tus ojos, una camisa de fuerza

lo imborrable,

¿lo ha dicho entonces? ¿se quedó en la mitad del éxtasis, con la mujer montada en sus palabras, una noche?

si ha dicho pájaro, ha dicho luz:

y está cantando.

 

 

 

isla al sur

 

el poema que no conoce la mano que lo escribe,

la mano que no sabe hacia dónde va el poema,

de dónde viene,

si nace cuando nace o anuncia

sólo su morir:

su dictado de presencias, su pulsación

de sombra //  el poema recostado sobre el borde del tiempo, vuelto

tiempo, hueco, rajadura,

y su aire oscuro irrespirable sur

isla distante: mismísimo.

como aleteo de jaula, como libertad

de celda //  todo aquello que quiere salir

y no: su voluntad.

 

 

Datos Vitales

Algunos de sus poemarios son Los dolores de la carne (1997), Testimonios de la ausencia (1998), Senos sones y otros huapanguitos (2001), Mientras olvido (Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro 2001), Ni siquiera el tiempo (2002), Colmenar (2004), Razón de mundo (Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2004), Fragmento (Premio Nacional de Poesía Sonora 2005), Borrador (2007), Corrección (2008) y Kora (Premio Adonáis 2008).

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