Un cuento de… Daniela Bojórquez: Desnudo con tenis

Daniela Bojórquez

Daniela Bojórquez narra la historia de Serena, una modelo que acude a una galería para observar el cuadro en el que aparece desnuda frente al mar. Un relato sugestivo que solicita toda la atención del lector.

 

 

 

Desnudo con tenis

 

Le causa desasosiego su recuerdo como modelo y curiosidad el hecho de que el cuadro esté por exhibirse. Siente cierto desencanto por seguir aquí, en la ciudad, en lugar de encontrarse en una playa. Por ahora, le alegra la perspectiva de la inauguración: se imagina en ese cuadro, recreada por los visitantes. Serena se dirige al museo bajo las luces que comienzan a encenderse.

     Distinta la función de una pintura a la de las luminarias, aquélla sirve para acariciar la vista, las luces de las ciudades no se prenden sólo por afán estético. (El de Serena desea observar las olas, piensa que pensaría mejor ante tal paisaje). A través de sus zapatos sobre el asfalto tiene la sensación de arena bajo los pies. Imagina cuadernos, cámaras, carboncillo… herramientas para transferir la «realidad» a papel: podría captar a horas distintas el mar, aventura, el cambio de luces por el cielo, eso se acerca a lo que busca, no ahora mismo entre los motivos publicitarios de la avenida que llenan su mirada. Si viviera en la costa, el ritmo pausado de las horas la ayudaría a formar preguntas, ir al fondo de ciertas cuestiones sensibles protegida por el sonido constante de las olas, arrullo que tranquiliza mentes agitadas como la de Serena que mira teléfonos, piernas, autos y bebidas antes de pisar la explanada del museo, entrar.

     Ahora bajo sus pies hay escalones y ante sus ojos, rostros: su atención cambia de un entrecejo marcado por dos surcos verticales a una cabeza con cabellos finos oscuros, penetrar entre los otros se parece a caminar con el agua en las pantorrillas en sentido inverso de las olas, eso será después, el deseo lo es por postergado, ahora los rostros se figuran tras una pátina color acero, Serena se alejaría del cuadro para abarcarlo con la vista, de no ser por la concurrencia o porque hay premura en encontrarse en uno de los cuadros. 

     Modeló. Haría un desnudo porque procura alejarse de prejuicios ante las cosas del cuerpo, porque a veces los sueños son cuestión de recursos. Entonces, frente al fondo de pared blanca, se quedó muy quieta en postura erguida. La sesión estaba por comenzar cuando el pintor notó que ella tenía frío y le pidió que se pusiera los tenis. Serena se calzó y miró la intromisión del par deportivo café deslavado sobre lo que consideró el contrario exacto: lisa brillante y clara la superficie que sus pies pisaban mientras ella no estaba en el mar, sino desnuda con tenis que a través de la tela dejaban sentir las losetas firmes, heladas bajo los pies. No había consuelo en la imagen del mar, sí en el rumor de las olas, porque a eso sonaban las marcas del lápiz que reconstruía su cuerpo sobre un papel. 

     Camina el corredor. Pasa sin detenerse frente a obras con rostros que se asoman entre el fondo, avanza entre las pausas que los invitados hacen al moverse, procura poner atención en caso de que aparezca lo buscado, ahora se encuentra en una sala larga, que cruza con mayor facilidad, y en la pared más alejada de la puerta por fin lo encuentra: en primer plano, un cuerpo erguido trazado en distintos blancos. La orilla del lienzo oculta las pantorrillas de la figura femenina. Lo demás es una playa rodeada de rocas claras, iluminada por la luz del sol en cenit. El océano lleva distintos tonos de agua, cierta transparencia. Serena tiene la sensación de ese alguien que ha sido y que a la vez no es ella: no lo sabe por la complexión o la postura, porque está lejos de una reproducción exacta. Es la interpretación de algo ajeno al cuerpo, a la ropa que lo cubre, a la piel. Algo alejado del cotilleo de los asistentes que en forma de siluetas en la puerta del fondo comienzan con el coctel, en tanto ella abandona la sala no sin antes girar la cabeza para de nuevo ver(se en) la obra.

     Sale por otra puerta, sus pies avanzan el pasillo que se hace escalera, el parquet se convierte en mármol y éste en las baldosas de la explanada del museo. Afuera, mira la ciudad anochecida: decenas de imágenes se encienden en los espectaculares, abajo las luces de los automóviles crean largas estelas blancas y rojas, poco a poco se apagan las ventanas de los edificios, mientras Serena camina el asfalto y piensa en ella misma frente a un mar imaginado.

 

 

Datos vitales

Daniela Bojórquez (Ciudad de México, 1979) estudió en la Escuela Activa de Fotografía y en la Sociedad General de Escritores de México SOGEM en el Estado de México. Ha sido becaria en narrativa de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas y becaria en el área de cuento del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Asistió al taller literario de Rafael Ramírez Heredia. Se desempeña como colaboradora editorial y fotógrafa en varios medios. Es autora del libro de cuentos Lágrimas de Newton (Editorial Ficticia).

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