Foja de poesía No. 059: Juan Marcelino Ruiz

Juan Marcelino Ruiz

Juan Marcelino Ruíz es un poeta de la generación de los sesenta que se caracteriza por escribir una poesía fresca, desenfadada, plena de gracia. Se trata de un poeta sobresaliente en el marco de su generación.

 

 

 

 

 

 

Génesis

Recuerdo

el violeta oscuro

del útero materno,

el acompasado golpear de olas de sangre

tiñendo de calma mi placenta.

En posición sedente

succionaba el pulgar,

le pedía a un cielo imaginado

que mi madre pariera un buen poeta.

En lugar de eso,

he nacido simplemente pelirrojo

 

 

 

 

 

Los tigres se cuelan a mi jaula

 

Yo,  

nacido un martes al norte del estado

el que no conoce más allá de Zacatecas,

me idiotizo ante un televisor

“Made in Japan”

con un control remoto

fabricado en Singapur.

Me traslado por el mundo

sobre mis cansados tenis

que presumen una etiqueta de Korea.

Escribo mis poemas

gracias a la alta tecnología

de un lápiz amarillo

traído obviamente desde China,

mientras me molestan mis hijos

con un ruidoso juguete de Tailandia.

Descubro al fin mis raíces orientales

 

 

 

 

Martha

Martha

jamás necesitó de un ritmo de palmeras

le bastaron las calles polvorientas

de mi pueblo dibujado en el desierto.

Todas las tardes cruzaba por la plaza

como un alfil blanco

rozando apenas el tablero.

Rubio deseo compartido

por más de treinta adolescentes.

Algunos, los más grandes

juraban haberla disfrutado

en las tapias de lo que fue el correo

los otros, tan sólo queríamos crecer por ella.

Las calles de pronto parecieron muy estrechas

para el crecimiento anormal de sus caderas,

nos dejó con las ganas de crecer

y con la cálida humedad de la vergüenza

corriendo entre los dedos.

 

 

 

 

Amor de Pobre

Ah, si fueras mía,

si un día nuestros destinos se enhebraran;

se que tú, no te burlarías de mis versos

alimentando con ellos el cesto de basura.

He soñado con esto tantas veces:

que guardas mis poemas en tu seno,

que los cuidas

los ordenas,

los prendes uno a uno en tu memoria.

Pero el destino

siembra lejanías entre nosotros,

nos separan

tres devaluaciones distintas

y una sola crisis verdadera

Mira…

que si fueras mía,

te lo juro por las trenzas de mi madre

serías tú

la computadora más amada.

 

 

 

 

Presagio

El tiempo,

no tiene prejuicios ecológicos

de años para acá

practica la tala inmoderada

sobre la zona frontal de mi cabeza;

la selva roja

antes lozana, agreste, orgullosa

se ha ido mermando en forma paulatina

para dejar pasar la luz que pisa

sobre el futuro desierto

que extenderá su geografía

de oreja a oreja.

 

 

 

 

 

En Re menor

 

(Con perdón de J. S. Bach)

 

Te pensé,

como se piensa en un violín “stradivarius”

redactando las notas de un concierto

para pintar de rojo

la noche de tu alcoba.

Tenso el arco,

deletreando la gracia de tus cuerdas;

recorriendo la escala sin censuras

al compás de un tiempo suspendido.

Luego inventamos

un gemido escrito en ocho notas

jugando en la armonía, el contrapunto;

afinar un poco, comenzar de nuevo

leyendo al cangrejo el pentagrama.

Un ruido fracturó la melodía

fuera de ritmo tus padres golpearon a la puerta

Aquel concierto

previsto para más de cuatro movimientos

quedó tan sólo en vil “Tocata y Fuga”.

He de calmar mi instinto musical

(como otras veces)

con un solo de flauta.

 

 

 

 

 

De Luto

Nada me pesa más

que una gorda en una funeraria:

redonda, oscura;

contraste exacto con la pálida silueta de los cirios.

Al dar el pésame

lleva un dolor sincero el tosco manotazo,

y sus mejillas…

¡Cuanta sal pueden soportar esas mejillas!

Llora, tiembla,

estremece la capilla entre sollozos.

Falta de oxígeno y amores

como un higo maduro se derrumba;

entonces, es urgente

un mínimo de cuatro caballeros

para recobrar el suelo arrebatado,

en tres minutos más     la cafetera

sufrirá el rigor de su retorno.

Torre de David…

(ruega por nosotros)

Torre de Marfil…

(ruega por nosotros).

 

 

 

 75 Wats Descanse en Paz

 

No se le vio pálido o enfermo

y sin embargo murió junto a la tarde

un fuerte destello

azul profundo

como si quisiera dejar en ese intento

su recuerdo gravado en las retinas

un gemido

apenas mayor que sus silencios

su filamento

cordón de vida que le diera la General Electric

se partió irremediablemente en dos.

Traté de reanimarlo

golpeando suave

sobre su fina, perfecta y transparente piel

la mancha oscura del desahucio

me convenció

de que su ciclo vital se había cumplido.

Como no recordarlo con cariño

si tantas noches acarició discreto

el sagrado ritual de tus desnudos

si nos iluminó mientras leímos abrazados

el erotismo sabio del Cantar de los Cantares

y los cien sonetos de Neruda

mucho,

demasiado diría yo

para un amigo          cotizado tan sólo en cuatro pesos.

Sólo por esta noche

y en señal de duelo

haremos el amor completamente a oscuras

 

 

 

 

Venganza Perra

Esta noche,

meteremos los perros a la alcoba,

les prestaremos

las sábanas, la almohada,

la lámpara de tenue luz

y el pudor tejido en los prejuicios.

Mientras pretenden dormir como la gente

tú y yo            tomaremos el patio por asalto:

ladridos al gato del vecino,

a la luna

y a la titilación absurda de los grillos.

Con los dientes

romperemos la cuerda que ata los instintos:

no ser hombre y mujer:

ser hembra y macho;

antes y después de amarnos

moveremos el rabo

para espantar lo que quede en la cordura.

Y después,      ya satisfechos

dormir el uno junto al otro

lamiendo agradecido tus orejas,

y cuando el sol dibuje nuestras sombras

ir a rascar la puerta en la cocina:

algún buen hueso quedaría en la cena.

 

 

 

 

The End

En la cómoda seguridad de su butaca

un hombre

decide enfrentarse a la pantalla.

Se agazapa en la penumbra artificial

mientras la luz

va danzando en formas y colores

al ritmo escandaloso que le dicta

una guerra imaginaria entre planetas.

Por la sala,

se multiplican los ruidos clandestinos:

eructos que pretenden ser sutiles,

tacones dando tumbos en lo oscuro

y la casta bofetada que restringe

los límites de una mano indagadora.

Al amparo de la castrada libertad

que le ofrece la tarde de domingo

el hombre

por fin duerme

con la cabal certeza que en la trama

por enésima vez nuestra fortuna

es custodiada

por la tierra del dólar,             sus misiles

y sus héroes de plástico irrompible.

 

 

 

 

Cervantino

 

Voy convertido

en caballero andante a tu medida

desenvainada la espada,

lanza en ristre.

Con la sola armadura de la piel despierta

recorro la llanura de tu vientre

para desfacer el entuerto de los días.

He sometido

al par de altivos leones que te habitan

tan sólo con el brío de mis argucias

exijo la historia me recuerde

como el audaz caballero de tus pechos.

Algunas veces,

me derrumba el molino de tu ausencia

y mi triste figura

recurre a pócimas de marca registrada

que embrutecen los pies y la cabeza.

Es luna llena…

sálveme Dios

del Mago Frestón y sus hechizos

sirvan mejor los polvos de su magia

para convertir los pilares de tus muslos

en alcatraces morenos que florecen,

mientras llego al máximo esplendor de mi locura

en el íntimo lugar de aquella mancha

de cuyo nombre

no puedo olvidarme.

 

 

 

Números Negros

 

Uno

 

La oscuridad

rompe en astillas su equilibrio;

un parpadeo de la noche insomne

recorta el tímido perfil del sauco

-torcido esqueleto

resistiendo la alquimia de la tinta-

Al tacto de dioses vagabundos:

germina el trueno;

tiemblan la calma y los cristales

aborta una maldición entre los labios.

De nuevo a oscuras.

Silencio agazapado

Fúnebre murmullo…

 

 

 

 

Dos

Llueve

del techo se descuelgan

gota a gota retazos del insomnio

se van empapando el piso y la hora once.

Mi ángel guardián

sacude sus plumas enfadado,

derrama la tinta y la impaciencia,

lo arrojo

tres palmos más allá de la ventana;

busca refugio

escupe unas palabras sucias.

Las manecillas

se vuelven una sola

en el punto más alto de la esfera

 

 

 

 

Tres

Es medianoche

se enciende el barítono reclamo de los sapos

hay en su canto

una nostalgia por el dios menguante.

Interrogo de nuevo a la ventana:

Un viejo fantasma percudido

dejó su piel untada al tendedero:

escurre…

cansancio,

soledad ganada a golpe de idioteces.

El sueño:

una consigna que levanta los párpados.

Lluvia,

trova de sapos,

acompasado ladrar de perros remojados;

el quejido de un rayo moribundo,

y en el fondo

silencio…

 

 

 

 

Cuatro

Con el sentido absurdo

del zángano que ha sido rechazado,

el pensamiento vuela

estrellándose

entre palabras y ritmos incompletos;

se posa en la humedad hiriente

de los pétalos negros de tu orquídea.

Para esta hora los recuerdos

despeinan más que el líquido cristal del viento

¿Cómo saldar el trozo de vigilia que me acecha?

un cigarrillo más         sería pecado.

 

 

 

 

Cinco

A paso torpe se encamina el alba,

semeja el rostro de una prostituta aún sin maquillarse.

De nuevo,

masticar el viento vulgar de un día cualquiera,

soportar el roce de un orbe que aniquila

cantar la muerte del otoño

golpear las sienes

tragarse las uñas y las horas.

Será esta         la última noche en que no muero.

 

 

 

 

Luna negra

 

I

Ella camina,

con la incertidumbre que hace temblar a la gacela

cuando pasta en suelos extranjeros.

Cachorro hembra

tras el abrigo de sombras carcomidas

en el eclipse urbano de Madrid,

trozo de noche que inquieta se revuelve

sobre la farsa de la acera insomne.

Bajo sus ropas,

tatuada en su piel adolescente,

se extiende una noche más perfecta;

princesa de ébano       yoruba

tallada por un dios de orígenes ignotos.

luna negra

que cruza iluminando la avenida.

 

 

 

 

II

Bajo el farol,

la espiga deliciosa de su cuerpo:

equis perfecta

en el mapa de un pirata improvisado.

 

 

 

 

III

Entonces  me pidió que la siguiera

en un inglés apenas comprensible

matizado de acentos africanos,

nuestras palabras

tuvieron la llaneza del contrato,

si acaso

un piropo forjado toscamente

a lo profundo de sus ojos tristes.

Como se  toca el fruto antes de comerlo,

palpé la brevedad de su cintura;

y en el hechizo de la hora prima

la Gran Vía y su tráfico nocturno

se diluyeron

en la selva de su bruna cabellera.

 

 

 

 

IV

Septiembre

Iberia

boceto de un cielo indefinido

sobre los árboles del Paseo La Castellana

dos extranjeros

los dedos enlazados

(teclas de piano trotando en un adagio).

A nuestro paso               La Fuente de Cibeles,

en sus pupilas     un fuego de nostalgia.

Ante la imagen

de aquellos pétreos leones africanos

de sus labios escapó como un murmullo

el cristalino nombre de Nigeria.

 

 

 

 

V

Como un alegre par de fugitivos

salvamos la puerta del hostal;

queso manchego,

un vino de Galicia,

y la tibia esperanza de los cuerpos.

Hablamos de su tierra,

y ante lo inútiles

que resultan a veces las palabras,

trazó con la magia de su danza:

aguas del Níger,

la grupa de un antílope hembra en celo,

la gallarda osatura del guepardo,

la sinuosa esbeltez de la palmera.

Sobre su pecho       los montes de Ibadán,

el llano de su vientre  la sabana,

y la espesura violenta de su pubis

la selva ecuatorial de sus ancestros.

 

 

 

 

VI

Iluminado al fuego de su voz

yo fui tan sólo el centro de la hoguera;

los muslos oscuros y felinos

bajo el frenético golpe de sus manos

tambores presagiando la batalla.

Cantaba a Osose,

el que guía las lanzas en la guerra;

en sus caderas iba modulando

el armónico ritmo de las olas

que ha hecho vibrar Olokun por milenios.

Conjuró a las deidades de la noche,

para que fueran soltando poco a poco

la textura salvaje del instinto.

Al caer

el último vestigio de sus ropas

Sango floreció en el firmamento

y con su luz burlando los cristales

enmarcó orgulloso su silueta;

mientras la lluvia

era una frágil y pulcra telaraña

envolviendo el espacio madrileño.

 

 

 

 

VII

Desafiamos la desnudez y su delirio

con nuestros cuerpos disímiles y ajenos;

enmarañados

bajo la tenue luz que cómplice envolvía:

gemidos en lenguas encontradas,

piel contra piel

perfilando una esfinge caprichosa;

fusión herética y sagrada

de dos lejanos y grises continentes

en la humedad hirviente del deseo.

Nunca antes

blanco y negro armonizaron a tal punto,

fuimos bandera

de un híbrido país en gestación

ondeando sobre un mástil de lujuria;

una cebra

retozando sin prisa en la sabana.

 

 

 

 

VIII

Hoy nos separa el dolor de otro septiembre

la lejanía de siete meridianos

la sal acerba de un océano insalvable.

Yo la recuerdo

en la obstinada gloria del insomnio

en la tinta desleída con su nombre

garabateado en una servilleta,

en la estricta memoria de su imagen

iluminando a su paso la avenida.

 

 

 

Datos vitales

Juan Marcelino Ruiz nació hace varios años de causas naturales en Cd. Juárez, desde hace 20 radica en Cd. Cuauhtémoc, Chih., tierra de el queso y la manzana. Profesor de educación primaria, de cuando en cuando aporrea el teclado de una vieja computadora para exorcizar los insomnios que producen la crisis y las reumas. Ha publicado en algunas revistas del norte del país cuento y poesía, el poemario Derrepentes por la UACH (1998) y en coautoría Quinteto para un pretérito ICHICULT 2000. En preparación está el libro de cuentos Sin vela en el entierro.

 

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