Sobre Cantalao, de Álvaro Solís

Álvaro Solís II

La poeta Stephanie Alcantar (Illinois, 1990; ganadora del Premio Olga Arisa de Poesía) reseña el segundo poemario de Álvaro Solís, Cantalao.

 

“El pensamiento puede tener elevación sin tener elegancia y, en la proporción en que no tenga elegancia, perderá la acción sobre los demás. La fuerza sin la destreza es una simple masa”. Fernando Pessoa advierte la elegancia del lenguaje para inaugurar la acción de la palabra, Álvaro Solís oprime el verso hacia dentro de sí mismo, para que emerja con la potencia de un torrente marino cuando es aprisionado. La elegancia en el carácter y la forma con que el poeta previene la fuerza del mar, sobre la isla, sobre los que no existen y los que no están, sobre las heridas del tiempo, sobre Cantalao, es un vaho de la densa esperanza y la soledad perfecta.

     El poeta eleva las anclas, con el intermitente arriba, más arriba, adentro, aquí, allá, y juega con la dimensión en el lenguaje. Luego conjuga las reminiscencias del comienzo de las cosas: “Al inicio fue la noche/ todo era sombra de la luz que no nacía”.

    La conquista de la palabra es por fundar el principio, contemplar lo que abarca la húmeda esperanza. Mirar los ojos de Cantalao, sus mulsos abiertos. El poeta quiere fundar, dice Hay que fundar antes que aúllen las rocas del ocaso/ o las tumbas ramifiquen en tristeza (…)  habrá que zurcir los minutos airados en las rocas/ hasta que nada importe. Cantalao existe por debajo de las cosas que lo preceden en los inicios, en las palabras que cuelgan de los árboles, dice.

     Álvaro extiende la noche sobre el poema como una barca para los que reconocen su poesía dentro de las sombras, dentro de la vertiente promesa de la esperanza. En Cantalao la noche duele y pesa el agua. La transfiguración de la dimensión del tiempo, reposa como los árboles, debajo de las sombras y se ejecuta el inicio, con la misma sinfonía candente de la monotonía. El mar es un personaje, del que zarpan los diluvios submarinos, en el mar caben los muertos, las sábanas de la noche primeriza, los platos sucios. Solís emprende un mar hacia dentro donde caben todas las penas, los blancos lutos, las negras alegrías. Será por eso que el poeta asegura que el mar desgasta a quien lo mira. El mar es una oscuridad permanente que viene y acaricia la tierra. La noche es como una ola que cubre y descubre el mundo. En el primer segmento del libro, Cantalao, los poemas son titulados con las letras que conforman la frase Cantalao no existe, no. El poema final culmina con

Apenas casa,

pero de piedra.

Afuera el mar

resistiéndose a tibias noches.

 

Apenas casa,

pero con furia.

 

     He ahí la reivindicación de la fuerza en los elementos y las consignas. Así también la firme resistencia marina.

     Continúan remando los motivos, mirando el faro en la orilla de un puerto apenas inexistente. En el siguiente segmento, Cantalao a la deriva, el poeta reconoce la nada, y a nadie, como una ausencia conocida que le permite albergar imágenes desnudas en la memoria. Como en Altazor de Huidobro, Álvaro pronuncia a la ciudad Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos. La entelequia es una persistencia que se nutre de la sombra y el tiempo anestesiado por la espera. Luego el poeta repite Cantalao no es, no existe. Doble negación, que equivale a existencia. Es en estas coordenadas, a la deriva, cuando reconoce el autor que Cantalao fue un sueño, donde hubo movimiento. El siguiente verso persiste, debes llorar cada esperanza incumplida.

    La dilatación del tiempo, la pasividad mortal, la eterna prolongación de la nostalgia, constituyen un vástago, donde reposa la muerte de los próximos quebrantos.

No basta la caricia,

en el cuerpo del moribundo hay deslaves de sinceridad,

en el corazón de la piedra

la mirada olvidó la silueta del que la amó algún día.

 

     La pasividad encarna el diluvio. Y la persistencia de la movilidad perturbada, frena los ice bergs e impulsa la barca. Álvaro reconoce la linealidad del tiempo, hiere y promueve la incidencia en las heridas. Dice la marea suaviza la amargura de tener que vivir en esta hora/ en la que deberíamos morir a pierna suelta.

    La estructura del lenguaje da la fuerza a Solís para mantener a flote la vigilia. Sin embargo, va nombrando la muerte, como el faro que le limita la costa.

     Entonces la muerte, el último segmento, es la arena del puerto, el faro, el ancla, el final de las sombras, el inicio de la clausura. El primero poema, Escribano, dice, alguien dicta al oído lo que escribo. De ahí se suscita el discurso que enciende la ascendencia de las sombras dentro de la nostalgia. La poesía de Álvaro vivifica el viaje en una forma que eleva los disturbios y no entierra la tristeza. Viene la muerte, ese dolor largo y hondo, lo que se dice ancho, lo que se dice invisible, palabras del poeta.

    Hay una conciencia quebrándose como el reposo, Qué lejos el lugar que abandoné sin darme cuenta. La partida dentro de otra partida, es una muerte confundida con la ausencia, porque la muerte se dice de muchas maneras.

    El agua continua, éste dolor marino incendia las palabras de los muertos de mi casa. La abuela y los fantasmas, luego la muerte y el sueño, viene la pregunta ¿quién se atreve? tiene todas las anclas en puerto, cada yaga expuesta, la memoria abierta. Y dice:

¿quién se atreve en la noche oscura,

ahogado en el grito de la cobardía, a salir al cielo abierto.

Quien se atreven esa noche a soltarse en llanto.

Quien se atreve en esa hora nocturna, de la muerte,

a quedarse inmóvil, conteniendo la respiración,

enlutado muy apenasdentro la mirada

y acostarse bajo la tierra, por cuenta propia,

con las manos en el pecho, ya sin la palabra?

 

    Ésta en la isla de la muerte, donde subyacen los que arribaron, luego dice quien evite la muerte, conocerá los abismos de la vida.

    La procesión ahoga el tiempo y el poeta no se rehúsa. El devenir es una conmiseración de la palabra misma, en el último instante del principio está la verdad. Finalmente en el poema, Escriba, culmina con el verso que ahoga el viaje, que sumerge el barco, Nadie más escucha, porque nadie está conmigo.  

    Pero puede estar Neruda, cuando dice, en el poema la Noche, del Memorial de Isla Negra,

Quiero

(…)

Alguna vez ser invisible,

hablar sin palabras, oír

sólo ciertas gotas de lluvia,

sólo el vuelo de cierta sombra.

 

 

Datos vitales

Stephanie Alcántar nació en Chicago, Illinois en 1990. Estudiante de la licenciatura en Matemáticas aplicadas de la UJED. Obtuvo el Premio estatal de poesía Olga Arias 2008 (Durango).

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