Foja de poesía No. 078: Robinson Quintero

Robinson Quintero

Robinson Quintero Ossa nació en Caramanta, Colombia, en 1959. Poeta, ensayista, compositor y director de talleres de creación literaria.  A continuación un recorrido por su obra.

 

 

 

El lápiz del poeta

 

Hombre que da una vuelta a su casa

 

La poesía no tiene horario

 

La poesía se escribe no cuando uno quiere

sino cuando ella —la poesía— quiere

dicen

 

Esto me digo mientras camino 

y pateo una piedrita

calle abajo

una y otra vez

 

la misma piedrita

 

Dios puede ser cualquier cosa

incluso una piedra en el camino

—dicen también

 

Y me lo digo como quien no tiene

para decir

algo inusitado sobre una piedra

que se patea en una calle solitaria

 

Darle a la piedra es todo el asunto

de esta tarde

sin asunto

pues no hay qué hacer

y la poesía no tiene horario

 

La piedra golpea otra piedra y no canta

no llena el universo

Es nada

diría uno

en el camino que lleva a casa

 

 

 

 

La otra ítaca

 

Siempre se ha dicho:

el camino es largo

 

Para arribar a tal o cual Ítaca

hay obstáculos

extravíos

y pocos atajos

 

Se necesita de algo más que ardentía

y arrojo

 

Y se dice también

que al final de la ardua jornada

espera a cada uno la recompensa:

 

la paciencia es hermosura

después de la niebla hay sol

sacrificio añade sabiduría

 

Pero sé de lugares jamás encontrados

en los que el hombre ha quedado

en la intemperie

 

Si no es la dicha el mismo camino

si no es cada paso el puerto

no lo emprendas

 

No siempre se nos espera

No todos llegamos a tiempo

 

 

 

 

De la infancia

 

El abuelo enfermó en un cuarto oscuro y estrecho del que no salía. El parlante de un transistor sony de pilas, bien pegado a su oreja, le traía las noticias del mundo.

El dormitorio tenía una ventana con sus cortinas siempre corridas, la cama, una silla incómoda –destinada a las visitas–, y el mueble donde la lucecita del radio titilaba día y noche junto al velador.

Su comida enfriaba en las bandejas antes de ser probada, y en el cobertor, la bajo alfombra y alrededor de las patas de la cama, las migajas caídas de su plato.

Cuando aceptaba compañía, hablaba poco; después el silencio fruncía su gesto, daba el morro a la gente y se dormía.

Su cara permanecía siempre hinchada de agua, y su vientre hinchado de agua, y las plantas de sus pies y sus manos. La abuela le mojaba las comisuras resecas y cuarteadas con un trozo de hielo y el abuelo chupaba la escarcha con la prisa de un niño.

Desde entonces no meditó el balcón, ni paseó los corredores, ni subió a las terrazas. Se hacinó en su pieza donde, tosegoso, asfixiaba, pedía ayuda malhumorado y se quejaba con frecuencia del fuerte ardor de sus orinas. Se entregó a la medianoche interminable, acompañado apenas por las voces de los locutores de radio y mirando un punto fijo en el techo boca arriba con los ojos cada vez más ciegos.

Después de su muerte, el dormitorio permaneció cerrado, visitado apenas por la abuela que entraba con sigilo para asearlo y demoraba sacando trastos viejos.

Los niños seguíamos jugando en los corredores, y a veces oíamos, desde la pieza cancelada, quejas, toses, el verter del orín en una bacinilla y el ruido de una onda radial mal sintonizada, como si el abuelo no hubiera muerto y siguiera allí, anunciándonos que la infancia aún no había terminado.

 

 

 

 

Vano

 

En la sepultura abierta de pronto un pequeño

esqueleto:

 

los huesos

las piezas

de un despojo prematuro

 

como signos

como gestos

de un texto insuficiente

 

 

 

 

Invocación

 

¿Qué cosa eres Dios

cuando digo: si Dios quiere?

¿Qué eres en lo venidero

de qué manera asistes

qué trama urdes?

Cuando te invoco

¿a qué entrego mi confianza

y encomiendo mi necesidad

para que sea el futuro propicio?

Eres todo

y eres nada para que de nuevo te vuelvas necesario

Los que nos persignamos en mitad del abatimiento

en la amargura de nuestros días indefensos

desde donde a veces llamamos sin que nos contestes

insistimos

 

 

 

 

El malabarista

 

La poesía es también la experiencia del poema

 

O si no observa al malabarista

Con qué habilidad mantiene

sus esferas en el aire

sin que caigan al suelo

 

Cómo lanzándolas a su suerte

lejos de sus manos

regresan obedientes a él

convocando el asombro

 

 

 

 

Buses

 

Sigo los buses que viajan veloces en la noche

cuando la tiniebla es más cerrada

y apenas los distingue

el destello de las luces

 

No dicen a dónde van

ni de dónde vienen

y a nadie dan razón de los asuntos de sus viajes

 

Pasan simplemente

cada vez más rápidos

y distantes

 

Sigo sus faros que trasnochan

y centellean

entre las montañas

hasta extinguirse

 

Las estrellas cumplen arriba

su destino

Pero más hermosa que la luz

inmóvil

es la luz que huye

 

 

 

 

Poesía en el cuarto

 

Una leve brizna de hierba me acompaña

sólo ella para la noche

suspendida en un jarrón sobre la mesa

Miro su verde pelusa

el frágil tallo que se balancea

su misterio sin perfume

            sin ostentación

que nada diría en el tramado de los pastizales

Sin embargo vela conmigo

lleva la fatigosa soledad liviana

esta leve brizna de hierba

suspendida en un jarrón sobre la mesa

 

 

 

 

Grafías

 

Esos nombres escritos por los enamorados

en la pintura de los asientos

de los buses

con una moneda

la punta de un lápiz

o el filo de las uñas

 

Esos mensajes grabados toscamente

en un corazón

deforme

para que queden por mucho tiempo

a los ojos de todos

 

Esos amantes que sellaron así

una unión

quizá no se amen hoy

y éstas sean grafías mustias

de un tiempo de esplendor

 

Lo más probable

es que muchos de esos nombres se escriban

por separado

en corazones distintos

o solitarios

en otro asiento de otro bus que cruza triste

el anochecer

 

 

 

 

Autorretrato

 

El lápiz del poeta se asoma

por el bolsillo roto

 

Viene de las calles

de la lluvia

y espera

 

Se cuelga de la chaqueta raída

y está listo para el canto

 

¿Cuánto tiempo más

seguirá vagando

sin gorjeo?

 

Ocioso

y gastado

asoma su punta

 

Mira el día gris

sin canciones

 

 

 

 

Mesa puesta

 

Mi comida solitaria te ofrezco hoy

Señor

y este poema que susurro

en el silencio de mi cuarto

 

Contra la ventana sopla el viento

de costado

Mi corazón se angosta en las hendijas

 

Quien no vino hoy

no vendrá mañana

Mi corazón se angosta en las hendijas

 

 

 

 

Sin amor

 

Camino por los baldíos de la ciudad

me complazco con el ruido de las hojas

silbo a los pájaros

espanto a las palomas

 

Sin amor canto en medio del mundo como en el centro

            de un solar antiguo

traigo otra vez a casa mis afanes

miro desde mi ventana las horas

permanezco

persevero

doy de comer a las palabras

 

 

 

Datos vitales

Robinson Quintero Ossa nació en Caramanta, Colombia, en 1959. Poeta, ensayista, compositor y director de talleres de creación literaria, es licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia. Libros de poemas: De viaje (1994), Hay que cantar (1998), La poesía es un viaje (2004) y El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse (2008). En 2008 publicó también 13 entre vistas a 13 poemas colombianos (y una conversación imaginaria).

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