Equilibristas: Liera, el pasado presente

Óscar Liera

En esta nueva entrega de “Equilibristas”, Hugo Alfredo Hinojosa revisa la obra del dramaturgo mexicano Óscar Liera (1946-1990), a propósito de la publicación de Teatro escogido (2008).

 

Liera, el pasado presente

 

Hablar de dramaturgia mexicana contemporánea es tan delicado, para algunos, como hablar de política: se forman bandos y se crean mártires de ocasión que delatan injusticias, por supuesto, siempre y cuando no gocen de los beneficios que denuncian. Otros, los menos, viven apartados de las novedades, refugiados en su propia búsqueda, fortaleciendo lo que más debería importar, la obra y no la efímera vida teatral. En un tiempo como éste, saturado por la exquisita fascinación vanguardista posdramática (vocablo infinito) donde proliferan textos maquilados para la escena por dramaturgos exprés, Óscar Liera (1946-1990) habría reprobado a los más “talentosos enfants terribles” y cuestionado a los insulsos “polemistas”, que llevan a cuestas el “buen-haber” de la dramaturgia mexicana, plagada de ideas sin pensamiento.

      La reciente edición del Teatro escogido (2008) del dramaturgo sinaloense Jesús Óscar Cabanillas (Óscar Liera), recoge 18 textos que el propio autor señalaba, de entre más de una treintena, como parte medular de su escritura para el teatro. En este volumen se incluyen tanto sus obras fundamentales como El camino rojo a Sabaiba y la provocativa Cúcara y Mácara, hasta sus breves y delirantes Las Ubárry y La piña y la manzana, entre otros. La selección no es arbitraria: están aquí antologados no solamente “textos”, sino “obras” que mejor dan muestra de su poética teatral como en El jinete de la divina providencia (con su riqueza visual y avasallada por la realidad —alterna— y la fantasía de la leyenda urbana) o Los negros pájaros del adiós (adentrado en una estructura más que vanguardista, a la mejor usanza de los grandes dramaturgos del siglo pasado). Por otra parte, llama la atención el breve prólogo de Armando Partida Tayzán, donde se habla, como en otros tantos escritos sobre la vida de Liera, únicamente de los dimes y diretes que rondaban al dramaturgo, pasando por alto la revisión exhaustiva y necesaria de la obra del autor sinaloense.

      El trabajo dramatúrgico de este creador, al contrario de lo que pueda pensarse, debería estar mucho más vigente, en todo caso, ser un modelo a estudiar; digamos que después de la puesta en escena de El camino rojo a Sabaiba (obra de perfiles rulfianos), dirigida por Ludwik Margules, el trabajo de Liera resucitó sólo para encontrar el olvido casi de manera inmediata en un mundo teatral, donde gran parte de la obra del sinaloense parecería ser vista apenas como la de un autor regionalista que nada puede aportar. No obstante, como suele ocurrir, Liera es un modelo clave para estudiar la dramaturgia mexicana contemporánea; sus preocupaciones, al igual que las de nuestro tiempo, respecto de la construcción de un texto dramático, giraban en torno al tiempo y su manejo dentro del espacio, al uso de las acotaciones como forma orgánica de la obra que no sólo delimitan una tarea sino que significan un decir poético a veces, otras, un divetimento lleno de escarnio. Basta revisar algunas de sus obras como El oro de la revolución mexicana y su materia abierta a la crítica y juego directo con el público, o el mismo El jinete de la divina providencia donde los juegos teatrales de adivinación, por ejemplo, rompen con los esquemas convencionales que hoy en día se buscan sin descanso, para descubrir la maestría de un autor sin atavíos ni prejuicios como acostumbramos hoy en día.

     Así como en Las Ubárry o en Los caminos solos, Liera construye fábulas donde las pasiones se desbordan desplegando lo que más importa, la naturaleza humana. Cada uno de los personajes de este autor se violentan, sufren, deambulan por mundos oníricos en los que la incertidumbre es el motor que da vida a los sueños desbordados, como en El gordo: aquí, la pobreza y la añoranza por lograr el bienestar al que todos aspiramos (la paz económica) los enloquece al descubrir que la felicidad es un mundo reservado para otros. Asimismo, Liera se habría dado un festín ante la triada más hereje de los años noventa (1996) compuesta por, el ahora santo, Juan Diego, el suspicaz reportero Andrea Tornelli y el abad Guillermo Schulenburg, al darse cuenta de cómo su Cúcara y Mácara (escrita quince años antes) resume proféticamente los conflictos de intereses inseparables entre la fe religiosa y la política, y qué mejor espacio ficticio que el cuerpo mítico de una virgen.

     Esta nueva edición permite dar a conocer, por una parte, la olvidada obra del dramaturgo para las nuevas generaciones. El trabajo de este autor exige una relectura cada vez más eficaz, donde el prejuicio regionalista no tenga lugar. Así como Liera, otros autores —entre ellos, Jesús González Dávila— deberían ocupar la atención de quienes pretendemos escribir para el teatro; de pronto el síndrome del extranjerismo nos enferma de tal manera que olvidamos todo aquello que suene a mexicano. No hay nada de malo en conocer otras maneras de hacer teatro, el problema es que olvidamos lo más básico por alcanzar la originalidad ficticia.

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