Una noche impensada: La noche caníbal de Luis Jorge Boone.

Luis Jorge Boone

El escritor veracruzano, avecindado en tabasco, Vicente Gómez Montero nos ofrece una mirada a la narrativa de Luis Jorge Boone (Monclova, 1977), ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino.

 

 

…que una noche impensada, al azar…

José Gorostiza

 

Conocí a Luis Jorge Boone en un encuentro que hacemos todos los años en Villahermosa, el Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, donde reunimos a lo más granado de la poesía latinoamericana y nacional. En sus andanzas por esta ciudad plena de agua – por eso Carlos Pellicer decía, en vez de voy a mi tierra, voy a mi agua – Luis Jorge presentó un libro, leyó algunos poemas, demostró ser un elegante maestro de talleres literarios y conquistó el corazón de muchas jóvenes poetas de Tabasco. Grandote, altote, buen norteño, aunque ya perdido el acento, creó un aura a su alrededor de fortaleza y densidad que aún se recuerda con agrado. Le he perdido la pista, cosas del trabajo, por eso mucho me sorprendió encontrar entre los estantes de una librería el libro que hoy nos ocupa. Algunos datos para que lo conozcamos mejor. Luis Jorge Boone nace en 1977 en Monclova, Coahuila. Tiene dos libros publicados, Legión (2003) y Galería de armas rotas (2004).

          La noche caníbal es muestra de la mejor narrativa hecha por un joven escritor que no hasta hace poco, era poeta. Creo que digo una estupidez porque los textos que componen el libro de cuentos son de una poética estruendosa, decidida, con una justa medida de las palabras, cosa muy difícil en estos tiempos donde el neobarroquismo quiere regresar por sus fueros. Lejos de Poe, cerca de Lovecraft, estos cuentos narran cómo transita el hombre de la locura al juicio y viceversa. Hombres de conducta errática que de pronto encuentran que existe un escenario donde esa conducta resulta aceptable, el escenario de su mente, el escenario donde la locura monta teatros infames de solitarios dones.

          ¿El lector ha visto un loco? Si me contesta sí, quizá se refiera a los enfermos de cualquier sanatorio psiquiátrico. Los personajes de Boone son más humanos. Son locos que viven, pueden vivir, entre nosotros, presos de obsesiones, delirios, fantasías – pareciera que describo la Literatura – que los convierten en víctimas casi siempre. La locura de Boone no es multitudinaria, como la quieren hacer algunas cintas hollywoodenses. Piense el lector en Hannibal, en el personaje de Sueños de un asesino, en tantos que el cine ha convertido en ídolos oscuros, admirados por una sociedad que no vive la locura, al menos evidentemente. La locura de Boone, la que plasma en sus personajes, no es multitudinaria, repito, es una locura sofisticada, medida, concentrada en los vaivenes de la noche. Todos los cuentos ocurren durante la noche. Confieso que sólo con otro cuentista tuve el temor de dormir después de leer su obra. Leyendo un texto de Lovecraft pasé una de las noches más insómnicas de mi vida. Pues lo mismo ocurrió hace unas noches después de leer El invierno en Devonshire. El personaje se reconoce en una encarnación del demonio, de Lucifer, del mismísimo príncipe de las Tinieblas. Los vecinos dicen que ven las pisadas del demonio dibujadas en la nieve a partir de determinada noche del año, noche en que el personaje regresa buscándolas sin encontrarlas, para enterarse al día siguiente que aparecen nuevamente las huellas del pie hendido, huellas hechas por una pezuña, por un pie de bestia.

          Boone conoce bien lo que es la desesperación, al menos es lo que nos hace ver en todos sus cuentos. Sus personajes se desesperan, se violentan o se tranquilizan de manera cruel. Boone se ensaña con ellos. La redención queda para otros momentos, la redención no existe en estos cuentos que van de la mano del principio de aterrar. Todos los textos ocurren por la noche, aun aquellos que no se sabe en qué momento del día están.

          La noche, cómplice del autor, envuelve estos cuentos en atmósferas deliberadamente oscuras donde los monstruos, los peores, los que llevamos dentro, salen a exorcizar esa dosis de juicio alcanzada en las horas de luz, las horas de la cordura. Leerlos es aproximarse al fondo del abismo, poner los pies donde el piso se acaba, donde la nada comienza… y no resistimos la ansiedad de dar el paso siguiente. Joven autor, ya lo he dicho, Boone es infernalmente delicioso, apasionadamente sencillo, voluminosamente breve. Cada cuento, de un libro de apenas 100 páginas, tiene una extensión de poco más de 10 páginas donde los enseres cobran vida o donde lo eterno es tan normal como que un hombre dé a luz un niño. En este cuento, específicamente el que da nombre al libro, Boone nos ofrece una visión de las minas que conoció seguramente en su natal Monclova. La mina es como entrar a los dominios del diablo, ahí donde el mundo se vuelve sombras. El narrador entra en la mina donde observa el lugar donde vive una persona, un anciano que le cuenta historias de huesos encontrados allá, más abajo, que parecen huesos de grandes animales marinos. El anciano le cuenta que los hallaron pero que no se atrevieron a sacarlos. Este sencillo diablo que le invita una taza de café sin azúcar, que le dice cosas extrañamente excitantes, que le dice que tiene miedo de no regresar si se adentra más en la mina, es uno de los personajes más curiosos de todo el libro.

          Porque todo tiene cabida entre los sencillos seres que avanzan por estos textos, desde la amada del asesino que aparece en el primer cuento hasta Robert Louis Stevenson quien le da al personaje de otra narración un ejemplar de El extraño caso del doctor Jeckyll y míster Hyde. El padre ateo, la esposa que busca el significado de una palabra en inglés, el hombre que recibe una amenaza que convierte sus días, perdón, sus noches en un infierno; Celine, del cuento Mandrágula, donde el protagonista cree entrever en ella una dualidad que la hace virgen y puta. En el cuento final, el protagonista nace de un trampantojo, de una travestimiento por lo que su nacimiento está marcado por el sino de la extrañeza. Condenado a vivir entre dos mundos, quiere destruir la boca del demonio, esa boca donde se anidan las serpientes. Descender a los infiernos es una costumbre muy antigua, acendrada, entre los poetas – Orfeo, Dante, Rimbaud – por eso Boone propone acabar con la tentación, antitentación habría que decir, porque ahora hay que cerrar la entrada a los infiernos, no abrirla, hay que sellar el impulso final que acomete a los hombres a caminar por las sombras. El muchacho, hijo del Turco, otro minero, destruye la boca del infierno. Boone es un buen lector, por eso, quiero suponer que leyó Viaje al centro de la Tierra donde se ofrece la idea que el volcán por donde descienden al centro de la Tierra los expedicionarios creados por Verne, es la salida del infierno. En el mismo libro, después de muchas peripecias, los expedicionarios salen en Italia, por el Vesubio, a quien el poeta Petronio llama Boca del infierno.

          Siete cuentos de terror, aunque no sé si al autor le gustaría ponerle este apellido a su obra, cuentos que se adhieren a la piel, al sueño, a nosotros como terribles telarañas que no podremos quitarnos. Sólo las moveremos con un soplo, de un manotazo, con una maldición. Como son cuentos del revés, poniendo de relieve la noche por sobre el día, quizá esta maldición tenga los mismo efectos que una plegaria.

 

 

 

Datos vitales

Vicente Gómez Montero nace en 1964, en Veracruz, Veracruz, México. Escritor y locutor. Tiene publicados Las puertas del infierno, relatos, 1996; Cuentos con las vocales, cuentos infantiles, 1999; Eroticón Plus, vv.aa., 2000 y Para un ambiente sin hombre, vv.aa. 2001. Además del libro de ensayos José Gorostiza, La palabra infinita, coedición Fondo Editorial Tierra Adentro y UJAT, vv.aa. 2001 y Antología de Teatro Infantil, publicada por EDIMUSA e ISSTE, donde presenta la obra de teatro El aprendiz del diablo, vv.aa. 1987. Pertenece a la SOGEM desde el año 2000 y es representante suyo en Tabasco hasta 2003. Publica su libro de teatro Los órganos milagrosos por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Presenta la obra Así que pasen 500 años, de su autoría, dentro del marco del Festival Cultural CEIBA Tabasco 2004. Ganador en 2004, del premio Celestino Gorostiza de teatro convocado por INBA, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Estado de Tabasco y Universidad Juárez Autónoma de Tabasco con la obra El otro hijo. Su novela La enfermedad de la rosa, donde aborda temas como la corrupción en los medios de comunicación, la actividad gay en provincia y la lucha de clases, se presentó en junio del 2006 dentro de las festividades de la Ciudad de Villahermosa. Coautor de dos antologías de cuento breve, una publicada en España titulada, Después del Boom y la otra en Argentina, resultado del concurso Nueva literatura de habla hispana, convocado en noviembre de 2007 por Editorial Nuevo Ser. Ese mismo año es nombrado  Director Editorial y de Literatura del Instituto Estatal de Cultura.

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