Bolaño o la necesidad de una geometría

Roberto BolañoEn el marco de la semana de la Literatura Chilena, Felipe Ríos Baeza, ensayista y narrador chileno residente en México, nos ofrece esta seria aproximación a la obra narrativa de Roberto Bolaño, escritor chileno de altura casi mítica.

  

 

BOLAÑO O LA NECESIDAD DE UNA GEOMETRÍA

           

 

 

 

1. «El chileno que se hizo rechazar de todos».

En medio de tanto homenaje póstumo, en medio de tal torbellino mediático con fines canonizadores, alguien tiene que recordar una verdad incómoda: Roberto Bolaño era un terrorista intelectual.

Quienes llegaron a conocerle en persona aseguran que era un polemista nato. En los momentos más armónicos de una conversación, atacaba sin piedad el argumento sus interlocutores y, cuando parecía estar seguro de algo, cambiaba rápidamente de opinión. En el México de la década de 1970 era más temido por sus boicots a los recitales de poesía que por la pretendida estética «infra». En Chile, era un enemigo acérrimo de algo que, desde el retorno a la democracia en 1990, se había bautizado como «consenso». Tuvo muchos amigos, pero varios, como Javier Cercas, se le fueron quedando en el camino debido a sus exabruptos. «Para facilitar el diálogo», cuenta Juan Villoro en el prólogo «La batalla futura» (2006), «había que respetar su severo código de vetos. No aceptaba la menor crítica sobre México […] ni toleraba elogios a Chile. En su peculiar teodicea de los países, hablaba de virtudes y defectos nacionales sin tomar demasiado en cuenta la realidad» (15).

A principios de los años 90, Bolaño era tenido en Santiago como un resentido y un impúdico. Ya es clásica la crónica que escribiera para Ajoblanco acerca de la cena que ofrecieran en su honor una escritora feminista y su novio, un ex ministro del gobierno de Frei, criticando desde el menú hasta la manera en cómo se ejercía la práctica literaria: «No hay carne. Alguien en la casa es vegetariano y presumiblemente ha impuesto su dieta sobre los demás […]. A un escritor le basta publicar un libro de cuentos en una editorial de ínfima categoría para a continuación poner un anuncio en el periódico o en una revista y que de la nada surja otro taller literario más» («El pasillo sin salida aparente», 2004: 72-3).

Por supuesto, los escritores y académicos chilenos cerraron filas. ¿Quién se creía ése, que siguiendo los preceptos de su maestro Nicanor Parra venía a «revolver un poco el gallinero»?, ¿cómo se atrevía a decir que «la literatura [en Chile] es un oficio que está poblado de canallas y de tontos que no se dan cuenta de lo efímero que es»? Le llegó el veto en varios medios de comunicación y los críticos vieron con recelo las temáticas que planteaban sus libros: mafiosos, prostitutas, poetas anónimos, asesinos, estrellas porno, amantes del cine de terror y de la ciencia ficción, etc. En un país donde las escuelas aún enseñan a los niños a declamar La Araucana, el poema épico del conquistador Ercilla; en un país donde los patrones de apreciación literaria se rigen por Neruda, Huidobro y Manuel Rojas; en un país donde el mundo literario es sinónimo de cócteles y vinos de honor para presentar libros que han malgastado con creces la tan doliente celulosa, Bolaño fue, implacablemente, considerado persona non grata.

Hasta que se editó Los detectives salvajes y el carpetazo fue histórico.

 

2. «Esta crítica empeñosa se calentó conmigo»

 Cuando en 1998, Los detectives salvajes fue laureada con el Premio Rómulo Gallegos, el aplauso de sus compañeros de ruta fue unánime. Para Enrique Vila-Matas, Juan Villoro y Rodrigo Fresán se trataba por fin del justo merecimiento. Para Bolaño, en cambio, representaba la paradoja total y la muestra más exacta de que el mundo literario presenta ciertas fisuras que no dejan de ser graciosas en sus sistemas de consagración. Atrás quedaban los tiempos en los que mandaba a pelear sus cuentos a concursos de provincias, para luego sentarse como el coronel garciamarquiano a esperar el cheque (coyuntura cifrada en el que, tal vez, sea su mejor cuento: «Sensini»). Atrás quedaban, también, las épocas en que los premios literarios latinoamericanos sólo ayudaban a engrosar el ego de los tótems del boom. Y con esta novela, tan desenfadada y polifónica, tan rupturista, atrás quedaba también la tradición narrativa chilena acostumbrada al monólogo indiferente y al exabrupto lastimero de los exiliados. «Esto es lo que aprendí de la literatura chilena», argumentó luego en «Fragmentos de un regreso al país natal»: «Nada pidas que nada se te dará. No te enfermes que nadie te ayudará. No pidas entrar en ninguna antología que tu nombre siempre se ocultará. No luches que siempre serás vencido. No le des la espalda al poder porque el poder lo es todo. No escatimes halagos a los imbéciles, a los dogmáticos, a los mediocres, si no quieres vivir una temporada en el infierno. La vida sigue, aquí, más o menos igual» (66-7).

Ese escritor mal alimentado y laborioso alcanzó de pronto las complacencias de un rock star. La expectativa, por tanto, en el pódium venezolano era que Bolaño saliera a defender su atrevido libro de 600 páginas en los albores de una época de total extinción de lectores, pero en su reconocido «Discurso de Caracas» volvió a provocar, y prácticamente sentó las bases de su poética. «Todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación» (37), enfatizó, una variante, tal vez, del proverbio del profeta en su tierra. Y entonces, el rechazo inicial dio paso en Chile a la labor de rescate y estudio de sus libros, pero teniendo como norte uno de los criterios más desacertados: el entusiasmo primerizo.

En pos del contexto biográfico aureolado por la leyenda, los primeros críticos persiguieron las anécdotas catalanas, santiaguinas y defequenses que pudieran iluminar el texto inasible. Se convocó a simposios y congresos para analizar cómo su obra anterior, desde Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984) hasta Llamadas telefónicas (1997), había sido absorbida, refractada, hipertextualizada –en Chile se habla con estos términos– por Los detectives salvajes. Se editaron volúmenes con opiniones desmedidas («Roberto Bolaño es, hoy en día y sin lugar a dudas, el mejor escritor vivo en lengua española» (123), afirmaba Camilo Marks, el crítico con mayor credibilidad después de Alone e Ignacio Valente en El Mercurio). Hubo quién, en el delirio total, lo postuló al Nobel…

Basta. Por decirlo pronto, lo de la «carta de amor o de despedida a mi propia generación» se trata, por supuesto, de una ironía. Si el descrito entusiasmo inicial se rebaja y se accede a una evaluación seria de su obra, es posible encontrar la única ética de Bolaño, una ética que del lado de acá y del lado de allá aún causa escozor: la patria del escritor son sus libros y su oficio, y en ningún caso el reconocimiento social.

 

3. «¡La pasión de la destrucción! Es una alegría creadora» 

 Es alevoso, de hecho, cómo la generación de Bolaño –la literaria, la política, la económico-social– es constantemente burlada en su textualidad. Por ejemplo, uno de los episodios más emblemáticos para los escritores chilenos de los inenarrables años 70 fue el viaje en autobús, desde México DF hasta Santiago de Chile, que realizara Bolaño para participar en la resistencia que defendía al gobierno de Allende tras el cruento golpe de Estado. El episodio, que se narra anecdóticamente en Los detectives salvajes y que se amplía en Amuleto (1999), acabó por perder todo halo de leyenda cuando en una entrevista el escritor se despachó: «Lo primero que recuerdo es haber dicho: “¿Dónde están las armas?, que yo me voy a luchar” […]. En realidad nos dan un plan prefabricado con un escenario de guerra civil, no de golpe de Estado […]. Fue divertidísimo. Como una película de los hermanos Marx. Órdenes, contraórdenes. “Tú haz esto”, “tú lo otro”, nadie se aclaraba» (Dés: 105, 106-7).

Y si la política ha detonado, ¿qué sucede con la poética? Los detectives salvajes registra dos decenios de un grupo de poetas infravalorados donde Bolaño (Arturo Belano) y su mejor amigo Mario Santiago Papasquiaro (Ulises Lima), se dedican a incordiar el medio literario mexicano. Sin embargo, lo curioso es que la lanza del cinismo, afilada al máximo, no traspasa únicamente figuras canónicas, como Octavio Paz y Carlos Monsiváis, sino a ellos mismos.

Matías Ayala, en «Notas sobre la poesía de Roberto Bolaño», lo explica mordazmente –y con el riesgo de no volver a entrar a la casa de los «infras»–: «El llamado “infrarrealismo” es un ejemplo de esto. De él nada se había salvado hasta que uno de sus integrantes escribió un libro sobre el grupo. Hoy en día es posible sostener que el infrarrealismo le debe su existencia al real visceralismo (o realismo visceral) de Los detectives salvajes, más que a la obra poética de Mario Santiago, Roberto Bolaño y sus demás integrantes» (92).

Es interesante, y saludable, que estas ópticas más reposadas en torno a la obra de Bolaño hayan disipado el chileno fervor inicial, o bien, lo hayan mudado de lengua y de país. Hoy por hoy, los angloparlantes –que salvo Harold Bloom y James Wood, nada se traen contra el autor– están descubriéndolo a partir de 2666, erguida, verdaderamente, como el desafío y la posteridad. Las estrategias de literaturización son llevadas aquí a un límite complejo y han obligado a revisar, nuevamente, la totalidad de su producción.

 

4. «Las obras de arte deben empezar por el final»

Bien. Y si se ha desestabilizado todo, pues ya no es el entusiasmo el principio aunador, ¿cómo organizar estas jornadas del caos? Alan Pauls asegura que:

Si Los detectives salvajes es un gran tratado de etnografía poética, es precisamente porque sacrifica eso, porque hace brillar a la Obra por su ausencia; porque en el lugar central, en la médula del libro, allí donde deberíamos ver desplegarse las artes, el saber, la intuición, el don de lengua de los poetas […], lo único que hay son ráfagas de aire, torbellinos hiperquinéticos, una especie de movimiento grupuscular continuo (»La solución Bolaño», 328).

Y es que, en realidad, como ocurría con su mentor Borges, Bolaño no dejó estructurada una Obra, sino una textualidad: «Si alguien lee un libro mío no está mal, pero para entenderlo hay que leerlos todos, porque todos se refieren a todos» (Rivera: 188). Atención, los angloparlantes pueden tener razón con respecto a 2666: en «La parte de Amalfitano», Bolaño utiliza un recurso ya visto en Amuleto y Monsieur Pain: un personaje que habla a partir de la lucidez de su delirio. Y es el profesor Óscar Amalfitano –un loco, un abandonado, un chileno– quien ha diseñado, hacia la página 247, el mejor esquema para analizar la propia literatura del autor: un triángulo donde se intersectan los principales pensadores de Occidente. Nótese lo que, en su página personal, lleva a cabo el crítico Javier Moreno:

Roberto Bolano

¿De dónde viene Bolaño, el anti-chileno o el chileno en su estado más puro, y hacia dónde va? Hoy por hoy, su literatura no requiere de comentarios alabadores, sino, como en el delirio de Amalfitano y en la cientificidad humorística de Moreno, de una geometría orientadora. Después de todo, se está en un momento importante de evaluación de sus libros, y es bienvenida toda propuesta de examinar una textualidad tan compleja.

¿Por dónde empezar, entonces? Extraer modelos de análisis sugeridos en sus propios libros puede ser un buen principio, aunque sólo lleve al principio de incertidumbre.

A Bolaño, creo, le hubiera gustado barrer así tanto polvo volátil de la acera de la crítica literaria.

 

 

 

REFERENCIAS

 

AYALA, Matías, «Notas sobre la poesía de Roberto Bolaño», en PAZ SOLDÁN, Edmundo, FAVERÓN PATRIAU, Gustavo (eds.), Bolaño salvaje. Barcelona: Candaya, pp. 91-102.

 

BOLAÑO, Roberto (2004), «El pasillo sin salida aparente», Entre paréntesis. Barcelona: Anagrama, pp. 71-78.

__, «Discurso de Caracas», Entre paréntesis. Barcelona: Anagrama, pp. 31-39.

__, «Fragmentos de un regreso al país natal», Entre paréntesis. Barcelona: Anagrama, pp. 59-70.

DÉS, Mihály, «Roberto Bolaño (1953-2003): jornadas homenaje», en BRAITHWAITE, Andrés (ed.) (2006), Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, pp. 105-108-

MARKS, Camilo, «Roberto Bolaño, el resplandor narrativo finisecular», en ESPINOSA, Patricia (2003), Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño. Santiago de Chile: Frasis, pp. 123-140.

MORENO, Javier, «Roberto Bolaño: A näive introduction to the geometry of his fictions»,  The Quarterly Conversation, consultada el 14 de octubre de 2009. <http://quarterlyconversation.com/roberto-bolano-the-geometry-of-his-fictions>

PAULS, Alan, «La solución Bolaño», en PAZ SOLDÁN, Edmundo, FAVERÓN PATRIAU, Gustavo (eds.), Bolaño salvaje. Barcelona: Candaya, pp. 319-334.

VILLORO, Juan, «La batalla futura», prólogo a BRAITHWAITE, Andrés (ed.) (2006), Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, pp. 9-20.

 

Datos vitales

Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Maestro en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad Autónoma de Barcelona). Experto en teoría literaria postestructural, docente en las cátedras de Literatura Contemporánea, Teoría Literaria, Seminario de Análisis Literario y Filosofía y Literatura, además de impartir el Taller de Creación Literaria, promovido por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Miembro del Cuerpo Académico “Márgenes al Canon en la Literatura Hispanoamericana” de los siglos XIX al XXI. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y se encuentra preparando su tesis doctoral acerca de la noción de margen en la narrativa de Roberto Bolaño.

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