Foja de Poesía No. 124: Julio Pazos Barrera

Julio Pazos BarreraJulio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, Ecuador, 1944) mereció el Premio Casa de las Américas en 1982 por el libro Levantamiento del país con textos libres. Actualmente es  Director de la revista Letras del Ecuador, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y Director de la Revista América.

 

Mueble mostrenco

 

 

 

Es la única propiedad:

ya entre los poliedros de hierro y cristal,

sea en la feria regida por frutas y habichuelas;

ya en la fiesta municipal con orquestas descarriadas,

sea en el motín que copa la explanada.

 

Propiedad que suda el espíritu

como si fuera una espontánea hilera de iris

o unas lenguas de fuego

que se abren en cucardas amarillas.

 

También hay circunstancias especiales:

una es la caída del agua en la nuca inexplorada,

Otra es la caricia, escritura que se registra en la memoria,

otra es el espasmo

que arrecia delante del escombro

y una es el desgarrón que hacen los dientes del dolor.

 

Pero hay una situación radical

cuando el único patrimonio queda en el terreno

como algo baladí,

sujeto a las crueldades de sol y luna,

despojado de sabias máximas,

borrado de la lista de contribuyentes,

liberado de convenios internacionales,

eximido de obligaciones y derechos,

ignorado por calumnias culposas

y con el gravamen impuesto a una infinita senectud.

 

 

 

 

Experiencia

 

Mirar el cuerpo dormido causa horror:

allí la cabeza desprevenida

como el gran nimbo inmóvil

ajeno al esbelto pecho del cielo;

allí hombros y brazos,

abandonados maderos

en las afueras del bosque;

allí las piernas,

cordilleras erosionadas

en la vastedad del desierto.

 

En la curva del tiempo

el cuerpo dormido

es otra nave viajera.

 

El horror se disipa

cuando el cuerpo dormido

entra en el ritmo de la transformación:

allí es cándidas rosas que cantan,

allí es banderas altivas

sobre frondosos aguacates;

allí es cuerpo dormido que asciende

como el humo del incienso

en la procesión matutina de barrio;

allí se multiplica

en ristras de piñuelos

suspendidas en arcos de espóndylos calcifer

iluminados con la luz de cualquier mañana.

 

 

 

 

 

Efusión

 

Retorno al beso,

a ese más blanco y dulce

que la carne de la chirimoya;

a ese que me acompaña

con sus alas vibrantes,

mojadas con la sangre

que derraman los dioses

en sus noches de fiesta.

 

El beso se repite

y me camina

en toda la extensión

de la selva del cuerpo.

 

Se trata del beso que vaga en las cimas de la ideología burguesa

como si fuera una liviana hoja sin memoria

o es el remanente de convulsiones colectivas

que aguarda escondido detrás de las banderas,

junto al afán de cambiar de nichos a las cosas.

 

Es el beso programado en la cadena de la vida

que se formó en el abrazo del agua y la candela,

antes de los cafetos,  de los tucanes,

 de los metates que se suspendieron en el lodo volcánico.

 

Me gusta retornar al beso

porque me place en su compañía vagar en esta latitud

tan contenta de sus campanarios, de sus nardos, de sus danzas colectivas…

 

 

 

 

Actividad límbica

 

¡Oh!, el brote del grano de maíz

en la penumbra del cuarto,

el crecimiento del alba y su cima clara,

la sagacidad de la nave más allá de las nubes.

Tal es la tarea de la modificación.

 

Amanecer convertidos en torres de la ciudad,

transformados en esculturas barrocas,

apropiados de los giros de todos los bailarines.

Tal es el prurito de la modificación.

 

Sueño que más allá del vano de la ventana

me descuelgo en lluvia fina,

beso los pétalos de la dalia

y deshago en vaharadas de vapor.

 

Mientras sea posible

imagino el cuerpo

como un hilo de miel removido por la brisa

que se ufana entre sauces y espadañas.

 

 

 

 

 

Turbiedad del acto literario

 

Denominan poemas a ciertos testimonios

que se presentan a unos lectores

inmersos en otros problemas.

Entre tanto, en el mundo de las comparaciones

el cuerpo guarda muchas almas

que escriben y se borran.

El cuerpo se muda o se deshoja.

Me miro y descubro una pálida bromelia

en el sitio del corazón.

Me contemplo y observo a muchos individuos

que inmóviles ascienden en la escalera mecánica.

En el cuerpo se involucran pasado y futuro,

mientras el monólogo es cada vez más incoherente.

En verdad, no entiendo en qué cuerpo

me nace la sombra, me gobierna el estallido.

En estado de rumor, los vacíos del discurso

son exhalaciones de color magenta.

Dicen esos seres monoalados:

allí va el imaginador ebrio

a balancearse en las sombras que deja el sol

en los cipreses arreados por el viento.

 

 

 

 

 

Perplejidad

 

Este es el momento de aludir a un  intrincado suceso,

de la perplejidad que absorbe el zumo de  orientaciones sensatas.

 

Mi persona se disgrega en teselas que se dispersan en los confines

del sistema público:

a ese el saludo,

al de más allá el sentido aprecio,

al distante, una carta,

al crítico, un texto complejo,

al soñador, palabras del alba de una aldea alistándose para su fiesta,

al manducador, los restos de la mesa,

al locutor, el premio del silencio,

al líder, la jaula de estorninos…

 

Sin prejuicios en las andadas,

cubierto con la esclavina de tela cruda

iré foco en mano a sitios registrados en los márgenes de las páginas.

A los cuartos que disimularon los oprobios.

A las bodegas que guardan inútiles semilleros.

Al terreno de ordenadas plantas de abacá

que se preparan para la mutación en papel.

A los osarios de las monjas que en vida fueron obedientes codornices.

A refugios que ampararon a jefes neuróticos y dispépticos.

A los extremos de los cabos de las costas.

 

En fin, como la perplejidad es un tesoro

que nadie ambiciona iré a la sierra, al pajonal, al bajío,

a la sabana, al erial, al suburbio, al otero,

a la explanada, al barranco, al baldío,

al pegujal, al huerto, al valle, a la meseta,

al humedal, y caminaré derecho, avanzaré de lado,

remontaré, escalaré, ascenderé

y en medio del vuelo debido al vendaval

mi cuerpo se deshilará en quién sabe

qué barbillas, qué polen, que fuegos azules,

qué  auras hialinas y efímeras, en el rocío menos durable que un sueño.

 

 

 

 

Manía de redactar memorias

 

En un instante imprevisto

el organismo se complica con la historia.

¿Por dónde comenzar?

 

Se trata de la barahúnda de los seres

reproducida con el lenguaje.

Los tiempos verbales son como las paredes del recinto,

con la cinta interminable de sintagmas

compongo la algarabía de la fiesta.

Una emoción tiene una palabra por cabeza,

dos palabras por hombros,

tres palabras por torso;

la ansiedad es un desfile de sílabas.

 

A veces someto a revisión las reproducciones parciales,

como hacen los ebanistas con los artesonados mudéjares.

 

En ocasiones pienso que un inspector

examina con cuidado el lenguaje

y que hace un gesto indefinible

si encuentra un jifero fuera de lugar,

un halago desmedido, una pileta sin agua,

una soledad vagando en la meseta.

 

Se suele describir la vaga percepción del entorno:

arroyuelo, árbol de chamburos,

mariposas blancas,

escombros tirados en la calle.

 

El tiempo, por el efecto denominado palimpsesto,

conserva esta imagen:

fue una tarde del último día de diciembre

cuando en la esquina de la plaza

apareció el payaso

con careta blanca y bonete.

Blandía un tolete y reía.

Daba zancadas y gritaba.

Su lección decía de mujeres

que atrapaban a muchos hombres,

de viejas que tenían cejas

como ásperas colas de ratón,

de avaros viejos, de gendarmes

enamorados de sirvientas.

Las verduleras le aplaudían.

Desde la balaustrada un cura

espió y puso cara de susto.

El payaso invitó a la fiesta

y se marchó.

 

Años más tarde leí en La Construcción de la Muralla China

que el hombre es de polvo indoblegable

y no soporta ataduras.

Encadenado por sí mismo, pronto romperá la cadena

el pedestal, su propio andamio,

y arrojará los pedazos en las cumbres y el llano del cielo.

El recurso del documento encontrado que usan los novelistas

para oponerlo a una vida sin acciones heroicas.

 

El mapa lleno de mares, montes y ciudades

junto a la madreselva que observa en silencio.

Tengo la impresión de no haber oído el discurso,

la lectura, las instrucciones de las prácticas docentes.

Solo me camina el deseo de la fiesta, del domingo,

del beso en el solitario bar. ¿Habrá muerto?

Una noche la soñé paseándose en el aire.

El azar me colocó en ese lugar

con mucha lluvia

con aire tibio

con un cine

que estrenaba una película por semana.

Me dediqué al semillero

que el profesor de agropecuaria abandonó en la bodega.

Caía el Decálogo, abrumaba la Declaración de los Derechos del Hombre,

trituraban los peligros de las relaciones sexuales.

 

El aroma del pan hacía sus maniobras.

Metía su flexible cuerpo por la puerta principal

y danzaba delante de los pupitres

a las diez de la mañana con gorriones en el patio

y  fina lluvia relajada en las baldosas.

 

Una adenda contiene la fotocopia del documento auténtico.

Es una página suelta,

liberada de un libro desconocido.

 

Mientras viajaba en autobús y miraba la campiña,

 reorganizaba las hoyas en países.

Me posesionaba de territorios limitados con río, colina, bosque.

Observé, merced a esta ilusión,

el color de la tierra, el perfil de los lecheros,

la velocidad del agua, la inestabilidad de las sombras,

las trayectorias de caminos sin terminar.

¿Era el vago deseo de compartir otra realidad?

¿Presentía el rumbo del viajero

que escarbaba en su interior sin descanso,

mientras ignoraba otros sufrimientos,

otras insoportables ansiedades?

 

En una glosa al margen aparece una imagen de invierno

 con nieve en las aceras:

prostitutas de San Pauli se pasean con el ombligo descubierto

y perros aniñados y falsas pieles.

Su elegancia contrasta con las prostitutas pobres de un barrio de Quevedo,

aunque su oficio es el mismo y todas se presenten

coronadas con laureles y margaritas de oropel.

 

Este es uno de los antecedentes para la introducción:

desde mi camastro,

en la noche despejada,

veo las estrellas sobre la mancha de la montaña.

 

Me incorporo.

Llegan las canciones desde algún aparato

que los viejos vecinos han olvidado

en la profundidad de su sueño.

 

Me represento vagando en la calle lejana

como individuo común

que confirma su existencia

debido a la restitución de una caricia.

 

Examino la disposición de los muebles

y del cubrecama.

El cuerpo bien dispuesto en el lecho

simula un madero que la corriente abandonó en la ribera.

 

 

Otro capítulo trata de la celebración

del pronombre de primera persona del plural

y de oraciones impersonales.

 

 

Este cielo, esta tierra, este mar

abiertos, plácidos a veces y crueles con frecuencia

pertenecen a todos.

 

Hay arrozales removidos por el oreo

al compás de las alas de las garzas.

 

Hay eriales, en la noche inmensa,

que dejan en libertad la tela brillante del espacio.

 

De nadie es el cielo, el mar y la tierra;

 más allá del horizonte

voces perdidas se deslicen como locas doncellas.

 

En el remanente que se deja para el epílogo

aparecerán las mismas representaciones

matizadas con sutiles veladuras.

Debido a la ausencia de los seres queridos

cambia el reflejo de la bujía en el café.

Se modifica el texto de la ciudad.

Leves añadidos se suman al jaez de las palabras.

 

En algún lugar del segundo anexo

se leen estas líneas:

 

En esta tarde me lanzo al espejo.

Del cuerpo enteramente me desvisto.

Nada de mirlo, nada de vencejo.

Es una sombra y reflejo imprevisto.

 

Lágrimas, ¿dónde? Sopor del marasmo

y el fulgor de la caricia y la euforia

que termina en la curva del espasmo

y en el polvo falaz de la memoria.

 

Aquel, yo, él, en el cuarto silente.

Retrato de sujeto innominado.

Intento, ensayo, fugaz relente.

 

Salgo del espejo, no soy el mismo.

Siempre aturdido, siempre alucinado,

camino por el borde del abismo.

 

En otro capítulo se desciende

al submundo renuente a la composición.

No sé si en esa atmósfera  las visiones

se agitan sobre las crestas de los sauces.

Me veo en la profundidad de los óleos.

 Oigo canciones afinadas en otras páginas.

Celebro los alimentos con ángeles y pegasos

que se reflejan en los fondos de las cacerolas.

 

¿Comenzar el relato con el desagradable olor de los tiranos?

¿Olvidar la complicidad de sus mujeres?

Hicieron de la tierra una sórdida pocilga.

El horror de compartir el mismo aire

se adhiere al relato helicoidal.

 

¿Por dónde comenzar?

Manía y prurito de un sujeto sin el don de la danza,

sin la destreza del colibrí que se aprovecha de la flor del níspero.

¿Por dónde comenzar?

¿Dónde se pierden los tañidos de las campanas?

¿Dónde los niños se acostumbran al sabor del chocolate?

 

En verano, ráfagas indolentes arrastran hojas secas en la calle,

del mismo modo, el individuo apremiado por otra redacción

abandona la estancia y se aleja.

¿Volverá la manía? Se pregunta

mientras acelera y trata de suspender la constante transformación.

Arduo es el descenso del andamio textual,

pero el deshacimiento de las frases

expande sus hojuelas amarillas

hasta donde alcanza la mirada.

Hay un orden allí: edificios en línea recta,

mochilas negras en las espaldas,

muchachas oprimidas en pantalones azules,

ancianos indigentes en el patio de la parroquia

y el día que se agrieta como manzana madura.

 

 Pazos Barrera

 

Datos vitales

Julio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, Ecuador, 1944). Licenciatura en Pedagogía, Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Doctorado en Literatura, PUCE. Posgrados en Literatura: Instituto Caro y Cuervo de Bogotá; Instituto de Cultura Hispánica, Madrid. Profesor visitante de la Universidad de Nuevo México, Albuquerque; Decano de la Facultad de Comunicación de la PUCE (1993-1997), Director Nacional de Cultura del Banco Central del Ecuador (1997-1998); Presidente del Instituto Cultural Ecuatoriano Israelí,  1998 – 2004. Actualmente es profesor de Apreciación de Arte de la Facultad de Comunicación, PUCE. Profesor de Apreciación de Arte, cursos abiertos del Museo Jacinto Jijón y Caamaño de la PUCE, desde 1990; profesor de Literatura de la PUCE, desde 1970; profesor de apreciación de arte quiteño  de la Facultad de Ciencias Humanas, PUCE,  Director de la revista Letras del Ecuador, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y Director de la Revista América. Poemarios: Ocupaciones del buscador (Quito, 1971), Entre las sombras las iluminaciones (Quito, 1977), La ciudad de las visiones (Premio Nacional de Literatura “Aurelio Espinosa Pólit”, Quito, 1980) ), Levantamiento del país con textos libres (Premio Casa de las Américas, Cuba, 1982, 2da. ed., Quito, 1983; 3ra. ed. Quito, 1992), Oficios (Quito, 1984), Personajes volando en un lienzo (Cuenca, 1985), Mujeres ( Premio Jorge Carrera Andrade del Municipio de Quito, Quito, 1988) ), Constancias (Quito, 1994), Holograma (Quito, 1996), Días de pesares y delirios, (Quito, 2000), Documentos discretos (Quito, 2003); La peonza (Quito, 2006) ensayos literarios y de apreciación de arte en diarios y revistas del Ecuador. Poesía Junta (Quito, 2008, 2da.edición, Casa de la Cultura “Benjamín Carrión”). Ha publicado el tomo de ensayos Arte de la memoria (Quito, Paradiso editores, 1998), La cocina del Ecuador, recetas y lecturas (2005). El Sabor de la Memoria. Historia de la cocina quiteña (2008, FONSAL)

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