Por iniciativa del poeta y ensayista Xavier Oquendo Troncoso y gracias a sus buenos oficios, inciamos aquí un acercamiento con la tradición poética ecuatoriana, tan rica, tan fecunda en el concierto latinoamericano. Iniciamos con este ensayo del propio Oquendo sobre la poesía ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX.
DE DÁVILA ANDRADE A NUESTROS DÍAS
1918 es el año de nacimiento de César Dávila Andrade. En 1945 publica Canción a Teresita[i], su primer gran poema. En 1946 ve la luz Espacio me has vencido, su primer libro de poemas. En 1959 gana el segundo premio[ii] “Ismael Pérez Pazmiño” de Diario “El Universo”, con su más emblemático poema “Boletín y Elegía de las Mitas”. Para 1967, el año de su suicidio, el poeta ha publicado dos libros emblemáticos de cuentos y cuatro poemarios. Nuestra poesía se contemporiza a partir de su nombre, de su figura, de su herencia.
Antes de él, nuestro enorme poeta Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903-1978) dejó escrito el nombre de nuestra patria en los anales de la poesía. Carrera fue nuestro “rey Midas”, nuestro “Neruda local”. Nuestra bandera, con él, enarbolaba en las más altas cumbres de la poesía. En París, su nombre sonaba junto a los grandes poetas del mundo, con envidiable brillo. Él fue la posta de nuestro lenguaje lírico contemporáneo.
Época de definiciones para el poeta Carrera y para su compañero generacional Gonzalo Escudero (Quito, 1903-1971), fiel servidor de la métrica más aguda y sonora de la lírica hispana, del soneto endecasílabo, del alejandrino, en fiel copia del original: Garcilazo de la Vega. Escudero nos dio la gloria de la rima: el hallazgo de contemporizar la forma, luego de que nuestros modernistas le dieron muerte sacrosanta con su propio dolor y su propia juventud.
Y falta citar a Alfredo Gangotena (Quito, 1904-1944). Muchos ecuatorianos lo consideran la panacea de la literatura ecuatoriana. Gangotena es el más francés de los poetas latinoamericanos. Ha sido traducido a su idioma madre, pero siempre conservará una sensibilidad distinta. Es el más barroco y surrealista de todos nuestros grandes vanguardistas. Amigo de los grandes poetas franceses de su época, su sensibilidad no está para ser nuestra “cédula de identidad”. Es una relación muy lejana a nuestro sentir. Él vivió lo que vivió y no nos queda juzgar su “identidad nacional” en su poesía. Considero que su mito como “grande” ha estado un poco ligado a la exageración debido a su engrandecimiento por el hecho de haber sido considerado el poeta de la “exquisitez”.
Dávila es el poeta mayor de la contemporaneidad, y eso que nuestros modernistas “decapitados”[iii] (sobre todo Medardo Ángel Silva -Guayaquil, 1898-1969-, con alma nacional; y Ernesto Noboa y Caamaño -Guayaquil, 1891-1927-, con el corazón francés y la dolencia altiva de los malditos) y los prevanguardistas (Hugo Mayo[iv] –Manta, 1897-1988-, vanguardista adelantado-, Miguel Ángel Zambrano (Riobamba, 1898-1969- y Miguel Ángel León –Riobamba, 1900-1942-) dieron un sostenido golpe oficial con el que la poesía ecuatoriana ya no iba a dormir.
Es Dávila nuestro gran poeta contemporáneo, pese a que guardo gran fe por una voz femenina invalorable aún en nuestras miopías: Aurora Estrada y Ayala (Puebloviejo, 1901-1967).
Dávila es nuestro poeta continental, pese a esos post vanguardistas estupendos (Jorge Reyes –Quito, 1905-1977-, Augusto Sacoto Arias –Azogues, 1907-1979-, Ignacio Lasso –Quito, 1911-1943- y José Alfredo Llerena –Guayaquil, 1912-1977), que están perdidos en el limbo del olvido.
Considero que su muerte no fue tan prematura para la calidad de su obra, como sí lo fue la muerte de cada uno de los poetas de la “generación decapitada”. Dávila supo asumir los registros de su poesía en los diferentes patrones temáticos. Desde los poemas descriptivos, en donde se deja notar una dosis de modernismo enriquecido con la novedad de la imagen resplandeciente (Carta a una colegiala, por ejemplo), pasando por el formalismo métrico donde la sinestesia, en todas sus formas, se deja notar pletórica de audacia (Canción a Teresita) junto con el trabajo fonético de la lengua. Un maestro para asumir una caprichosa melopea y un inalterable concepto lingüístico. Pocos poetas de la patria lo han asumido así (antes de él, tal vez, solamente, el gran José Joaquín de Olmedo). Sus registros continúan brillando con el esplendor de sus imágenes surrealistas, en mezcla con un misticismo personal (Oda al arquitecto), hasta llegar a un cripticismo resplandeciente en figuras retóricas y literarias, atravesando los lagos imperiosos de la poesía social y su emblemático Boletín y elegía de la mitas, enorme canto sinfónico, donde la música, el trabajo métrico y el ritmo se mezclan muy bien con el trabajo formal y conceptual. Poeta realmente abarcador.
Es Dávila quien funda la poesía moderna en el país. Carrera inicia el viaje por una vanguardia de ojos abiertos. Como dice Jorge Enrique Adoum, Carrera es el único poeta que no podría escribir siendo ciego[v], porque nos presenta la naturaleza, asume la patria desde la concepción naturalista, desde su geografía. Recordemos el modernismo temprano de Martí y fijémonos en la presentación de él y su patria: Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma...[vi] En Carrera hay todavía una temática ortodoxa para la época, frente a la figura siempre adelantada del Dávila que canta descriptivamente la realidad real y la realidad que se adeuda. Carrera hizo lo que tenía que hacer, escribir sobre lo que no se había escrito a fondo aunque suene irónico: su país, mirarlo hasta sacar de él su “País secreto” (en otros países, esta labor ya la habían hecho en el modernismo).
Dávila es figura clave para entender que, con su poética, exportamos nuevos temas al mundo. De allí que, como dice el refrán no popular: si César Dávila hubiese llegado a París, habría llegado lejos. Y llegó a Caracas donde tanto lo admiran y lo quieren. Estoy seguro que en este siglo se lo descubrirá como el gran poeta y entonces el mundo sabrá de este ecuatoriano universal.
Ecuador es país de poetas, de cuentistas y de pintores. Lo ha dicho la historia, aunque no la historia universal, ni la continental, ni siquiera la sudamericana. Ecuador pasa a ser un punto neurálgico a partir de la poesía de Dávila.
La lista de los grandes poetas del Ecuador, después de las figuras paternales de la patria (Carrera, Escudero y Gangotena) y de los otros poetas que están en las postrimerías del canon: Mayo, Zambrano, León, Estrada y Ayala, es grande. Al mando de Dávila se funda el grupo “Madrugada”, un grupo que tiene a algunos nombres de varias ciudades de la patria. Nombres claves de los últimos patriarcas de nuestra poesía: Enrique Noboa Arízaga (Cuenca, 1922-2002), Hugo Salazar Tamariz (Cuenca, 1923-1999), Edgar Ramírez Estrada (Guayaquil, 1923-2001), Rafael Díaz Icaza (Guayaquil, 1925), Eugenio Moreno Heredia (Cuenca, 1925-1997), Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926-2009), Efraín Jara Idrovo (Cuenca, 1926) y Jacinto Cordero Espinosa (Cuenca, 1926), todos poetas notables.
De este grupo, junto con Dávila (el mayor en edad de la “promoción”), todos despuntaron hacia el nuevo discurso, ligados, como tenía que ser, por el lazo de la poesía social y vanguardista, (con Neruda a la cabeza).
Un gran trabajo con el lenguaje (Adoum) y un gran trabajo con la forma (Jara) fue lo que llevó a estos dos grandes nombres hacia la punta de su generación. Adoum es el responsable de la poesía más certeramente vanguardista de su generación en cuanto al trabajo morfológico y semántico. Aunque para la crítica miope su “culpa” a flor de piel es haber sido secretario de Pablo Neruda y, por lo tanto, y con razón justa, haberse sumergido en su “universo” hasta tratar de hallar en él la sombra de un Canto general[vii] con sus Cuadernos de la tierra[viii], con los cuales consiguió el reconocimiento internacional cuando ganó el Primer Premio “Casa de las Américas” en Cuba (1960) con Dios trajo la sombra, el tercer cuaderno. Hermosos textos históricos, irónicos (una de sus claves más imperiosas) y repletos de esa “cultísima” aplicación semántica de la utilización infalible de la regla lingüística que el mismo texto-poeta se encargará de romper. Hasta llegar limpio, sin esa “estructuración” al estupendo El Amor desenterrado (1993), el texto que quedará por siempre, como un clásico de la poesía, por haber llegado hondo a las más desconocidas fauces del amor y la muerte. Un texto poético imprescindible.
Jara Idrovo es el poeta de la forma y del rigor. Sus poemas, muchos de ellos “renegados” y “relegados” por él mismo, se agrupan en un solo tomo[ix] en donde recoge lo mejor de su obra. Lo demás pretende lanzarlo al olvido. Queda intacto, para siempre, su Sollozo por Pedro Jara (1978), hermoso y torrencial texto que gira alrededor de una elegía pausada, tristísima y firme por su gran fuerza “repensada” al no caer, de ninguna manera, en las garras del “desgarramiento sentimental”, sino que, más bien, brilla por su estructura formal y por su elasticidad a la hora de asumirlo como una lectura múltiple (poema dividido en cinco partes). El poema puede leerse de innumerables formas de arriba a abajo o viceversa, de una serie a otra, combinando con el número de versos –ya que todo el poema está numerado-. Poema móvil, único en su especie. Hace falta que América y el mundo se entere de este texto que evidencia que el Ecuador, con este poema, podría ser reinscrito en la poesía más importante de nuestra lengua.
Otra pléyade hermana aparecerá en el tiempo. Un nuevo grupo generacional se abrirá en corola para transparentar el poema de la patria. Francisco Tobar García (Quito, 1928-1997), Filoteo Samaniego (Quito, 1928), Manuel Zavala Ruiz (Riobamba, 1928), Francisco Granizo Ribadeneira (Quito, 1928-2009) y Alfonso Barrera Valverde (Ambato, 1929). De los cinco citados tal vez sea Tobar García el que mayormente despuntó en la nueva vanguardia, mientras que Zavala Ruiz sea el que le dé un toque de humor y desfachatez a la poesía formal del soneto endecasílabo y Granizo Ribadeneira sea el poeta total que junta las dos barreras del poema: fondo y forma, hasta volverlo fuerte en sus dos flancos. Tobar es brillante a la hora de expresar. Su poesía es lo que llamaríamos “expresiva” total, sin darle más vueltas al término. Una poesía que dice, que no se queda frenada en la expresión estática, sino que se inscribe en versos largos formando un cúmulo frenético, un discurso enaltecedor. Poeta enorme, Tobar, un poco traspapelado por el hecho de haber sido uno de los pocos dramaturgos del país, por lo que siempre la literatura pedagógica lo clasifica en la dramaturgia, dejando a un lado su enorme poesía. No es una poesía del silencio, es más bien una poesía que bulle, que suena, que verbaliza. Sus poemarios Ebrio de eternidad[x] y La luz labrada[xi] se han vuelto lectura de culto para muchos poetas actuales.
Zavala Ruiz, a mi juicio, es en cambio el poeta que transgrede el patrón anacrónico de la imagen y el verso clásico hasta volverlo original. Aunque pueda sonar, en primeras lecturas, a modernista del preciosismo Rubendariano, Zavala utiliza algo singular en nuestra poesía: el humor, algo que se desliga de la moda actual (y eterna) de que el poeta tiene que caer en el dolor. Además estoy convencido de que el humor es una forma de dolencia. Y en Zavala Ruiz se nota claramente. Su gran poesía (que cabe en un libro de 200 páginas)[xii] es realmente de antología toda ella. Son poemas trabajados como joyas, entidades únicas e indiscutibles para entender la herencia renovada del siglo de oro.
Granizo trabaja en el mismo patrón. Como lo haría antes Enrique Noboa Arízaga, uno de los grandes referentes de Granizo[xiii]. Sus sonetos son equilibrados con una rima que no endulza sino que se enfrenta a la palabra desde el concepto: poesía conceptual, ligada a un barroquismo riquísimo que se ensimisma en la rima perfecta de una octava real, de una décima. Esta generación fue la que aportó mayormente a la forma clásica en el siglo XX. Granizo llega hasta la médula del poema cuando trabaja el texto Muerte y caza de la madre (1978): desacralizador, duro, de voz poética doliente y de infinita parsimonia. Su poesía alcanzó la prosa y consiguió con ello la única novela ecuatoriana a la cual considero poesía de verdad: La piscina[xiv], texto enorme en donde la poesía se vuelve, en desmedido canto, una prosa que no resuelve, ni cuenta, sino que expresa. Dualidad compleja entre el poema y la prosa.
Corresponde ahora pasar revista por la generación de los 60s. Generación pletórica. Repleta de grandes nombres. Figuras estelares de nuestra poesía. Concepción nueva, ruptura de los cánones formales. Desestructurización de las temáticas. Poetas que ven pasar las revoluciones, los acontecimientos irrestrictos de una modernidad tecnologizante. Allí están y siguen estando, ahítos de poesía en la contienda: Carlos Eduardo Jaramillo (Loja, 1932), Eduardo Villacís Meythaler (Quito, 1932), Ileana Espinel (Guayaquil, 1933-2002), Rodrigo Pesantez Rodas (Cañar, 1937), David Ledesma Vásquez (Guayaquil, 1934-1961), Euler Granda (Riobamba, 1935), Fernando Cazón Vera (Quito, 1935), Rubén Astudillo y Astudillo (Cuenca, 1938-2003), Carlos Manuel Arízaga (Cañar, 1938), Ulises Estrella (Quito, 1939), Ana María Iza (Quito, 1941), Antonio Preciado (Esmeraldas, 1941), Simón Zavala Guzmán (Guayaquil, 1943), Violeta Luna (Guayaquil, 1943) y Victoria Tobar (Ambato, 1943).
En este tiempo hace falta dejar a un lado para analizarlo en solitario al gran aporte de la mujer poeta: Espinel, Iza y Luna. Y, por otro lado, el enorme y sostenido aporte de todos los poetas varones citados. Todos. Jaramillo, por ejemplo, poeta desacralizador, variopinta su obra con connotaciones mitológicas y sostenido vuelo indagador en la filosofía y en la imaginería del dolor humano. Llega a la descripción titubeante y pretextual con hondas manifestaciones existenciales, se aúpa en el dolor y consigue entablar relación con sus contemporáneos. Cabe aquí pasar revista por Hugo Mayo, poeta de adelantada vanguardia, no reconocido en su tiempo y vuelto a ver solo como poeta diferente. Él aplicó los más altos remitidos de la vanguardia europea y latinoamericana, alejándose de su contexto y generación. Los poetas de los años 60s recuperan a Mayo y lo vuelven tótem de la imaginería nueva. Jaramillo busca en la cotidianidad esa imaginación tajante que enriquece la poesía de esta generación.
Euler Granda es el poeta del lugar común, siempre tan rehuido por los poetas. Granda hace de su discurso la bandera total de la anti poesía. Viene a ser nuestro Nicanor Parra[xv]. Consigue una propuesta coloquial, un primer urbanismo poético. Esto será el argumento para que en las siguientes generaciones se bifurque la poesía por esos lares conversacionales, anticonvencionales y “antiestéticos”, rompiendo el canon absurdo de lo convencionalmente bello.
Fernando Cazón Vera juega con el humor y con la estructura formal con absoluta soltura. Poeta de voluminosa obra. Deja antecedentes al haber logrado desmitificar la historia con su poesía. Poeta temprano y estupendo siempre. Ha logrado, en su tiempo, reafirmar a la forma clásica y regresar con el mismo peso al verso libre.
Rubén Astudillo es el poeta desacralizador del tema místico. Su obra voluminosa y pareja permite entender una escritura preocupada por la forma desde una perspectiva que relaciona el capricho del pie quebrado en los versos y la intencionalidad de darle al ritmo del poema un tono distinto al convencional. La línea como un verso con sentido ya no existe en Astudillo. Y el tema de Dios es figura fundamental en su obra. En el erotismo consigue uno de los libros más extraordinarios del país: Las elegías de la carne (1971). Su trabajo oficial como embajador lo llevó a China donde asistió a la última parte de su vida y su discurso. Allá cambió su sensibilidad ligada a comprender el espíritu de la gente desde la filosofía del lenguaje y desde la imprecación a lo mítico y religioso, hasta llegar a lo contemplativo. Hermosos poemas donde se hace referencia a la perfección del movimiento de la naturaleza. Astudillo es un poeta diferente a todos los de su generación. Una voz suprema en la poesía de la patria.
Con Antonio Preciado, el ritmo y el elemento histórico, así como las referencias a la negritud forman el equilibrado discurso de su poesía, repleta de símbolos de enorme connotación social.
En Rodrigo Pesántez Rodas está el humor y la forma. Algunos de nuestros mejores poetas han ligado siempre métrica endecasílaba, estrofas formales y chanza irónica. En Pesántez se ve un recorrido donde el mismo patrón incurre en la alegoría del divertimento poético hasta la más exagerada hondura de un poema aprostrófico o de amor repleto de infinita ternura.
Tal vez sea David Ledesma el poeta que en los últimos años ha cobrado absoluta validez en su poesía porque muchos guetos y círculos de autores jóvenes lo han leído con fruición hasta considerarlo autor de culto. Como él, aún quedan poetas en el limbo, el caso de Jacinto Santos Verduga (Bahía de Caráquez, 1944-1967), estupendo poeta manabita de su misma generación, suicida, como él y de gran aliento vanguardista, al que habrá que recuperar con rapidez por el bien de nuestra lírica.
Ledesma es un poeta genuino para su generación, absolutamente claro, límpido y fortalecido por el amparo de un acercamiento evidente hacia lo mitológico. Asumiendo la cotidianidad y la voz del “yo”, como el verdadero referente del mensaje medular de la poesía. Grande nuestro poeta, aunque trunco en su discurso, por su muerte prematura.
Y las mujeres: Ileana Espinel, probablemente es la matriarca de la poesía ecuatoriana. Nace luego de la gran herencia que nos dejó Dolores Veintimilla, Mary Coryle y Aurora Estrada. Ileana es una poeta metida en el cultismo de la vanguardia de la época. Lo más sorprendente de su lírica (parca y firme, pareja y sostenida) es la especie de leitmotiv que trabaja con base en la poética de la enfermedad. Toma como referencia a una voz poética enferma que lucha consigo misma y con la filosofía: Dios, la sociedad, los afectos, los desafectos, llegando a hacer poemas de exquisita versatilidad y hasta de un gran sentido del humor.
Ana María Iza es poeta de ruptura. Me encanta su conexión con la cotidianidad, su adhesión a la vida real, su mínimo mundo fabulado y su filosofía del dolor aplicada a sus afectos, repleta de connotaciones irónicas, de salvas de infinita ternura y de antisolemnidad. Gran poeta que nos deja una obra en donde triunfa un ritmo peculiar y único. Una interiorización del ritmo de una poeta toda intuitiva, que descubre la poesía en su música interior. Y la suaviza con el humor.
Violeta Luna es más cerebral. Pero igual de dolorida. Un dolor que se aleja de lo convencional, porque es un dolor que triunfa en la alegoría de la palabra. Es decir que la palabra salva la temática simple, hasta darle enorme figuración vanguardista. Luna e Iza rompen con todo lo convencional. Vuelven a los poemas femeninos armas de renovado encanto. Ya se acabaron, con ellas, los poemas monótonos de las rosas, las malvas y los alelíes, ya no hay más poemas encubiertos a la madre única, al fiel esposo y a la virgen. La temática social de estas dos poetas se manifiesta en la compleja ruptura. Luna, con cierta vinculación hacia la más desgarradora Juana de Ibarbourou[xvi]; e Iza hacia un desorden de las cosas. Poetas que no tienen nada de “poetisas”.
Aquí cabría hablar sobre los “Tzántzicos”[xvii]. En sus inicios, su posición intransigente frente a todo lo establecido, su parricidio escandaloso y actitudinal, lo llevan a convertir su trabajo en un “gesto”, como bien diría Hernán Rodríguez Castelo: lo válido es el gesto[xviii]. Como grupo poético muy poco aportó su poesía. El trabajo en soledad de algunos de ellos los hizo entes poéticos validos en la poesía. A parte de Ulises Estrella y Humberto Vinueza, habría que nombrar a Rafael Larrea (Quito, 1943) y Raúl Arias (Quito, 1944).
El siguiente grupo generacional viene de la mano de los años 70s. Julio Pazos (Baños, 1944), Humberto Vinueza (Guayaquil, 1944), Bruno Sáenz (Quito, 1944), Fernando Artieda (Guayaquil, 1945), Hugo Jaramillo (Quito, 1945), Fernando Nieto Cadena (Guayaquil, 1947), Sonia Manzano (Guayaquil, 1947), Alexis Naranjo (Quito, 1947), Iván Oñate (Ambato, 1948), Iván Carvajal (San Gabriel, 1948), Javier Ponce (Quito, 1948) y Sara Vanegas (Cuenca, 1950).
De esta camada nacen los poetas experimentales desde el rigor de la lengua, desde la adaptación de un discurso vinculado con la contemplación y la poesía. Dejan a un lado el discurso “urgente” y se dedican a explorar por las lindes simultáneas de un discurso más conceptual frente a un compromiso vital del poeta con la palabra, con la lengua. Veríamos que la acepción del poeta Valery frente a que la poesía no se hace con buenas intenciones, sino con palabras, supo asumirlo muy bien la generación del 70.
Julio Pazos es poeta de sagas. Sus libros se acogen casi siempre a macro temas. En muchos casos puede parecer que sus textos están amparados por otros textos que parecen andamios del discurso principal. Sus libros, casi todos cuidados íntegramente con el cincel del rigor, han sido aceptados por la crítica de buena manera. Sus poemarios a manera de series: Levantamiento del país con textos libres -1982-, (Premio “Casa de las Américas”), Oficios (1984), Mujeres (1988), se sostienen como libro completo, es decir es el poema libro, el conjunto está armado de esa manera.
Fernando Artieda y Nieto son poetas que trabajan con el tema del argot frente a la socio-geografía de la Patria. Nos presentan una poesía conversacional, sugestiva en alusiones lingüísticas, en transcripciones orales y en giros idiomáticos de carácter popular que vuelven a la poesía absolutamente ligada a la gente común. Un gran trabajo con el idioma (más en Nieto que en Artieda) y un indiscutible rigor frente al ritmo y a las novedades, hacen que su discurso se vuelva absolutamente comunicable a los lectores comunes (más Artieda que Nieto).
Sonia Manzano es poeta de duras ironías y recónditas alusiones de carácter social e individual. Poesía que desenmascara absolutamente el molde femenino hasta alcanzar posturas cercanas al humor, cargadas de fantásticas imágenes absurdas que conllevan a los más extraordinarios poemas. Sin tener un ritmo formal, sino más bien una forma arrítmica en sus poemas, Manzano es un caso verdaderamente importante en nuestras letras, porque su trabajo es sostenido tanto en la forma, como en el discurso de fondo.
Naranjo, Oñate, Carvajal y Ponce forman una especie de grupo de “Cuatro mosqueteros”[xix] de la generación del 70.
Carvajal es el poeta filósofo que ha venido trabajando una poesía conceptual hasta volverla entidad críptica. Poeta sostenido, riguroso hasta la mínima expresión, justifica su verso y sabe que él está solo para esa “inmensa minoría” de la que hablaba Juan Ramón Jiménez. Ha trabajado bajo este concepto estupendas piezas de erotismo (Los amantes de Sumpa -1984- y En los labios la celada -1996-) así como poemas de exquisito valor intelectual y fonético. Oscuro y parco, su poesía ha servido para muchos poetas de las nuevas hornadas como punto de referencia para su escritura. De allí que muchos de los nuevos poetas no tienen aun un estilo definido, porque la figura de Carvajal es muy “pesada” para algunos de los “novísimos” tan “refinados” y “exquisitos”.
De los cuatro, el menos “abigarrado” a la “exquisitez” es Oñate. Este es un poeta que se trabaja a fondo. Su poesía está conformada por cantos de verdadero impacto conceptual, pero que no llegan a caer en la oscuridad de los significados. Apasionado compulsivo, obsesivo y de gran acervo semántico, Oñate es gran figura de nuestras letras, por ese giro hacia un concepto menos álgido.
Javier Ponce es un poeta de experimentos aunque siento que cuando menos experimentos realiza, su poesía es más sostenida en la emoción, en el desgarramiento. Su libro Afuera es la noche (2000) es una sinfonía de verdad, en mezcla con la mejor poesía: figuras anchas, gran versatilidad a la hora de enfrentar su texto con las sinestesias. Sus libros experimentales se quedan en eso. Aunque son buenos, no llegan a sedimentar un nuevo discurso. Por ejemplo Los códices de Lorenzo Trinidad (1986) es un poemario remordido en su misma complicación. Ponce es un poeta estupendo en la libertad del concepto (la primera persona, siempre con otro nombre) y un poeta de grandes minorías en su experimentación con el lenguaje.
Naranjo era lo que podríamos llamar “barroco”, sin embargo en su poemario Sacra -2005- (poemario laureado en un concurso no municipal, pero sí espeso[xx]), utilizando la base temática del erotismo y el patrón de la poesía breve, logró salir de ese espeso bosque conceptual y se reafirmo poeta comunicante y comunicable.
Por último Sara Vanegas, la poeta de los “micro poemas”, que no son haikus ni “microgramas”[xxi], sino entidades individuales que brillan por rítmicos y conceptuales, al igual que un poema de largo aliento. Su obra completa hasta la fecha, es una muestra de que su estilo ha sido definidor y verdadero. Una poesía dictada por la contemplación y la visión oriental de encontrar en las imágenes reales y poéticas de la voz lírica el concepto vital y filosófico de la palabra.
Un siguiente grupo de poetas aparecerá en la década de los ochenta. Época de los talleres literarios y los “grupos”, reunidos alrededor de los mismos sueños, las mismas aspiraciones, los mismos recursos para matar la “vieja poesía” y “salirse con las suyas”. De esta camada salen muchos de los mejores talleristas de Miguel Donoso Pareja –Guayaquil, 1931-[xxii] (poeta él, y de verdad importante, más importante, a mí juicio, como poeta que como narrador. Y mucho más como poeta que como crítico). Los mejores poetas de esta época nacieron en Guayaquil (con estos nombres se podría hablar de un segundo grupo de Guayaquil):
Maritza Cino (1957), Jorge Martillo (1957), Carmen Váscones (1958), Fernando Balseca (1959), Fernando Itúrburu (1959) y Mario Campaña (1959),
Los nacidos en Quito:
Rocío Durán-Barba (1956), Fabián Guerrero Obando (1959), Edwin Madrid (1961), Margarita Lazo (1962) y María Fernanda Espinoza (1964),
Así como los nacidos en otras ciudades del país: Catalina Sojos (Cuenca, 1951), Alfonso Chávez Jara (Riobamba, 1956-1992), Edgar Alan García (Guayaquil-Esmeraldas, 1958), Pablo Yépez Maldonado (Ibarra, 1958), Roy Sigüenza (Portovelo, 1958), Vicente Robalino (Ibarra, 1961) y Galo Torres (Cuenca, 1962).
Los guayaquileños de esta generación son mucho más potentes que los serranos. Ellos, y las mujeres. Es la época donde se destapa la olla de grillos en las nuevas temáticas femeninas, sobretodo en el erotismo.
Es importante analizar la madurez lírica de Catalina Sojos, una voz ya hecha, ya asumida, ya consolidada; la postura sensual-sexual en los poemas de Cino, que ahora han volcado en reflexiones caústicas de gran nivel; o la filosofía desatada en poética de la muerte y de lo femenino en Carmen Váscones, o la descripción sugestiva de Espinoza, o las imágenes repletas de naturalismo actual en Laso. Hay mucho juego con la historia y un trabajo en la llamada poesía urbana (Madrid), y también mucho decantamiento en el verso desnudo, en la precisión, en la concisión, en la nueva estructura de la brevedad y la levedad con la “poética del silencio”: (Guerrero, Sigüenza, Robalino y Torres); pero los discursos más importantes son los de Sigüenza, Martillo y Campaña, con sus libros rodeados de temperamento sostenido en la creación de voces poéticas y nuevas sensibilidades expuestas en largos discursos. Hay también mucha ironía, mucha hilaridad a la hora de hablar de la patria, de los convencionalismos, con lo establecido, con la ley, con el poder. Y hay mucho compromiso dual: por un lado, un renovado compromiso con la palabra, frente a otro renovado compromiso con lo social. O mejor, con el desencanto de lo social.
El último grupo de poetas de la revisión serían los que cierran el siglo XX y comienzan la madurez en el XXI. Poetas nacidos entre 1965 y 1980 y de quienes me ocupe ampliamente en mi antología “Ciudad en verso” –Antología de nuevos poetas ecuatorianos- (Quito, 2002; Loja, 2003).
De los 27 nombres que integran la antología, debería mencionar los nombres más representativos e importantes e incluir otros.
César Molina (Cañar, 1965), Cristóbal Zapata (Cuenca, 1968), Marcelo Báez Meza (Guayaquil, 1969), Luis Carlos Mussó (Guayaquil, 1970), Pedro Gil (Manta, 1970), Marialuz Albuja (Quito, 1972), Ana Cecilia Blum (Guayaquil, 1972), Julia Erazo Delgado (Quito, 1972), Carlos Garzón (Quito, 1972), Franklin Ordóñez (Loja, 1972), Aleyda Quevedo (Quito, 1972), Ángel Emilio Hidalgo (Guayaquil, 1973), Alfonso Espinosa (Quito, 1974) y María de los Ángeles Martínez (Cuenca, 1980).
Abría que añadir a esta lista a Paúl Puma –el que escribe Felipe Huamán Poma de Ayala[xxiii], únicamente ese libro- (Quito, 1975), Carlos Vallejo (Quito, 1973), Ernesto Carrión (Guayaquil, 1976) y Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979).
Este grupo generacional no cree en el parricidio literario, y no concibe el problema desde la idea de “matar al padre”, porque siente que sus antecesores son “hermanos mayores” o “amigos” y no padres de nadie. Son escritores que no dependen de un discurso colectivo o social, sino que, más bien, hablan de sus circunstancias individuales. Asientan todo su conocimiento y su función creativa a la ciudad. Ya no hay literatura bucólica. Prefieren referirse a lo universal que quedarse en los problemas locales. La literatura de este tiempo permite la intertextualidad y la multiplicidad en todos los géneros, es decir que gracias a los conocimientos a través del Internet, de la televisión, de la tecnología, la nueva literatura escribe en base a muchos conocimientos extraídos de otros libros y otras ideas.
El escritor actual suele ser buen recreador de mitos contemporáneos o antiguos. El lenguaje, sobretodo en la poesía, suele ser llena de interpretaciones y de imágenes herméticas o difíciles. Es una literatura sería, aunque se da mucho el sentido del humor o la ironía con gracia. Son escritores obsesionados por su oficio por lo que convierten al “oficio de escribir” en un tema de su literatura.
Ya está en escena un nuevo grupo de poetas. Ya están enseñando la bufanda de su poesía. Pero para hablar de ellos hay que esperar unos años, hasta que el tiempo decida, por ellos, entregarnos sus mejores perlas, ahora las cocinan y siento que hay éxito.
Ni más ni menos.
Quito, 24 de Febrero del 2009
[i] Este poema aparece junto con “Carta a la madre” y “Oda al arquitecto” en los cuadernos de poesía “Madrugada”.
[ii] El primer premio lo ganó el poeta cuencano Hugo Salazar Tamariz
[iii] Fue Raúl Andrade quien en su ensayo “Retablo de una generación decapitada” puso, para siempre el sugestivo nombre con que conoce a nuestros modernistas más importantes.
[iv] Su nombre verdadero es Miguel Augusto Egas, hermano de un poeta modernista: José María Egas.
[v] Revista Eskeletra No. 8. Entrevista a Jorge Enrique Adoum: “yo no soy padre de nadie”. Mayo de 1998.
[vi] Del libro Versos Sencillos.
[vii] Famoso libro de Neruda
[viii] Saga importante de cuatro libros de poemas de Adoum
[ix] “El mundo de las evidencias” (Libresa, Colección “Crónica de sueños” (1998).
[x][x] Banco Central, Quito, 1991.
[xi] Colección de Escritores ecuatorianos, CCE, Guayaquil, 1996.
[xii] Poesía junta No. 5, Manuel Zabala Ruiz. CCE (Quito, 2007)
[xiii] En el bellísimo prólogo del libro “Del hombre maravilloso” de Enrique Noboa Arízaga (1985) escrito por Granizo titulado “Agonía, muerte, inmortalidad en la poesía de Enrique Noboa Arízaga” se puede notar claramente su admiración hacia él.
[xiv] Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2001.
[xv] Poeta chileno nacido en 1914. Publicó en 1954 el poemario “poemas y antipoemas”, el mismo que lo vivió popular por su gran audacia al recurrir a palabras y formas supuestamente “anti poéticas”.
[xvi] Poeta uruguaya de gran fama. Llamada realmente Juana Fernández Morales (1892-1979)
[xvii] Viene de la palabra “tzantza”, que es una cabeza de un enemigo reducida y momificada por algunas comunidades indígenas del Oriente ecuatoriano. Por lo tanto los tzántzicos eran los “reductores de cabeza” de las generaciones que los antecedían.
[xviii] Lírica ecuatoriana del Siglo XX (Poesía ecuatoriana 1). Colección Bicentenario, Quito, 2008.
[xix] Haciendo una analogía con cuatro pintores importantes del Ecuador: Iza, Jácome, Román y Unda
[xx] Premio Lira de Oro en el Primer certamen de poesía hispanoamericana, Cuenca, 2007.
[xxi] Libro de Jorge Carrera Andrade publicado en 1940. Está conformado por mínimos poemas (de tres líneas por lo general).
[xxii] Donoso ha publicado en poesía Los invencibles (1961); Primera canción del exiliado (1964), Cantos para celebrar una muerte (1977) y Última canción del exiliado (1994).
[xxiii] Premio Aurelio Espinosa Pólit, Quito, 2002 .