Un cuento de Gabriela D’Arbel: La Yaya

Gabriela D'Arbel

En esta nueva entrega del Portal de Soares, un relato de la narradora Gabriel D’Arbel (Guadalajara, 1970). D’Arbel es editora en el Departamento de Publicaciones Institucionales de la UASLP. Ha publicado La cerca y el espejo y  Cordelia y otros fantasmas.

 

 

La Yaya

 

Ya no sabíamos qué hacer con la Yaya. Esa noche que se murió. Todos los vecinos querían estar seguros de que el corazón se le hubiera detenido. Trajeron a un médico que les aseguró que ya estaba muerta. Cada quien se fue a su casa y nosotros nos quedamos  mirando el cuerpo sin saber qué hacer. Isidro nos ayudó a preparar el entierro.

            Esperamos a que aterrizara la noche y la enterramos en el cementerio que está en las afueras de San Martín, le hicimos una lápida  con lo que encontramos y le pusimos una cruz de madera, sin nombre por supuesto, Isidro miraba para todos lados por aquello de que nos hubieran visto. Nadie quería que el cuerpo de la Yaya estuviera cerca de los otros difuntos.

            Después de ese día comenzaron los problemas, cuando los pecados de la Yaya se aparecieron en la calle de la Mora, éstos, con sus pelajes pardos se cruzaban de una banqueta a otra perturbando el sueño de los vecinos. En la mañana Alicia nos fue a reclamar que no pudo dormir en toda la noche escuchando aquellas criaturas que chillaban tan fuerte que el sonido penetró las paredes de su sueño, volviéndolo todo una pesadilla.

            Qué podíamos hacer nosotros, estaba canijo atrapar los pecados de la Yaya, porque sabían donde esconderse, en las mañanas se metían a los túneles de las ratas del desierto y por las madrugadas corrían sobre los techos de las casas haciendo ruidos agudos.

            Pero eso no fue lo peor, al segundo día del entierro, Óscar, el dueño de la tiendita, nos avisó que el cuerpo de la Yaya estaba en el Callejón de la Cruz, le pedimos a Isidro que nos ayudara a cargar a la abuela. Estaba deformada y dura. No nos dejaron enterrarla en el cementerio, pusieron a un muchacho a vigilar para que no nos acercáramos. El pobre de Isidro y nosotros hicimos un agujero atrás del cerro, ocultándonos entre los nopales, para dejarla ahí, ese día llegamos a la casa, arrastrando la tarde  y mi mamá nos dio agua de limón.

            Esa vez duró más días enterrada, pero luego un conocido habló de la calle Rosas para que fuéramos por Yaya. Isidro ya no quiso acompañarnos, le dolía la espalda.  No tuvimos otra que arrastrar el cuerpo, pesaba mucho, y nos tardamos toda la tarde para llevarlo de nuevo al agujero. Pensamos que la tierra no la quería. Pusimos muchas piedras encima para que no se volviera a salir. No pasó ni un día, cuando nos hablaron de la parroquia para que fuéramos. La abuela Delia estaba en el jardín, frente a la iglesia. Esa tarde ya no fuimos por ella, mejor preparamos nuestras cosas y nos fugamos. Estábamos cansados, no podíamos seguir cargando con todas las maldades de una bruja, aunque fuera nuestra Yaya. 

 

Datos vitales

Gabriela D’Arbel (Guadalajara, Jalisco, 1970). Estudió la carrera de derecho en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP). Formó parte del Taller de Creación Literaria “Miguel Donoso Pareja” de la Casa de Cultura de SLP. Trabaja como editora en el Departamento de Publicaciones Institucionales de la UASLP. Ha colaborado en diversas revistas de literatura. Escribe para la sección cultural del periódico El Pulso de San Luis Potosí. Ha publicado los libros La cerca y el espejo, Editorial Imaginaria y Ediciones NOD, 2002; y Cordelia y otros fantasmas, UASLP, 2009.

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